Los grandes personajes de la Historia

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Y vuelta a vagabundear

El 27 de octubre de 1580, Miguel de Cervantes llegó a Denia y desde allí se dirigió a Madrid para reunirse con su familia (sus padres, sus hermanas Andrea y Magdalena y su sobrina Constanza, ya que su hermano servía como soldado en Lisboa). La emoción del reencuentro no le impidió ver la difícil situación económica en que los suyos habían quedado tras los esfuerzos para conseguir su rescate y el de su hermano, de modo que rápidamente tuvo que comenzar a pensar cómo ganarse la vida. Descartada la vuelta a la vida militar y consciente de que, como indica Martín de Riquer, «las letras, por otra parte, no podían ser una solución económica para un hombre como él, sin ningún grado universitario, que hasta entonces no había publicado ningún libro y era virtualmente un desconocido», Cervantes pensó que habida cuenta de sus muchos desvelos podría presentar ante la corte una petición de merced que fructificase en algún tipo de cargo. Con esa intención se dirigió a Portugal, donde Felipe II prestaba juramento como rey ante las cortes lusas, pero después de presentar sus alegaciones lo único que logró fue el encargo de realizar una misión de recopilación de información en Orán. Su estancia en el norte de África fue en esta ocasión breve, pues su entrevista con el gobernador Martín de Córdoba apenas le llevó un mes, al cabo del cual regresó a Lisboa para rendir cuentas y continuar en su intento de obtener algún cargo. Dirigió entonces su solicitud al Consejo de Indias, con ánimo de que algún puesto vacante en la administración americana le permitiese encauzar una nueva vida al otro lado del Atlántico, pero sus deseos se verían frustrados de tal forma que en febrero de 1582 se hallaba de regreso en Madrid.

Por esas fechas Cervantes, que comenzó a usar arbitrariamente como segundo apellido Saavedra, estaba ya plenamente entregado a la redacción de La Galatea, la novela pastoril que vería la luz en 1585 y que se convertiría en la primera de sus obras publicadas. Pero con anterioridad, entre 1583 y 1584 su vida afectiva conocería grandes cambios. Dedicado a su actividad literaria, Cervantes frecuentaba en Madrid los cenáculos de literatos y artistas; muy probablemente en uno de ellos fue donde conoció a Ana de Villafranca (también conocida como Ana Franca de Rojas). Era la joven esposa de un tabernero de la calle Tudescos con la que Cervantes entabló una relación de la que nada se sabe, pero que a mediados de noviembre de 1584 daría como fruto una hija ilegítima, Isabel de Saavedra, la única que tendría el autor. En palabras de Jean Canavaggio, «la curiosidad de los biógrafos está hecha a medida de la discreción de Cervantes sobre esa aventura». Sea como fuere, el autor de La Galatea no se encontraba en Madrid y había finalizado la relación cuando nació su hija, pues en el mes de septiembre se dirigió a la localidad manchega de Esquivias para cumplir con la promesa hecha a su amigo, el escritor Pedro Laynez, de encargarse de la publicación de sus obras una vez éste hubiese muerto. Allí vivía la viuda de Laynez y allí dirigió sus pasos Cervantes sin sospechar que se quedaría hasta tres años y, además, como hombre casado. Catalina Salazar y Palacios era una jovencísima viuda de diecinueve años que frecuentaba la casa de la esposa de Laynez, lugar en el comenzó a tratar con Cervantes. Tan sólo dos meses después de su llegada a Esquivias, el escritor contraía matrimonio con Catalina a los treinta y siete años y se decidía a permanecer en la localidad durante un largo tiempo. Pero ni la paz de la localidad manchega ni las dulzuras del matrimonio lograron sosegar el espíritu inquieto del autor, por lo que en 1587 fijaba su residencia en Sevilla para desempeñar su nuevo cargo de comisario real de abastos.

Por aquellas fechas la ciudad hispalense estaba agitada a causa de los preparativos para formar la gran flota armada que Felipe II dirigiría contra Inglaterra en 1588. Entre las muchas tareas administrativas que requerían de funcionarios públicos para su realización estaba la requisa de grandes cantidades de cereales y aceite para el suministro de la flota, por lo que Cervantes, viendo la posibilidad de obtener un trabajo, y quizá atraído por el regreso a la Sevilla de su infancia, aceptó el citado puesto de comisario de abastos. La ocupación, ingrata por naturaleza, le trajo más disgustos que alegrías, pues con frecuencia se vio obligado a hacer frente a las demandas y protestas de los distintos municipios que tenía que recorrer para exigir la entrega de las cantidades fijadas. Pese a ello continuó ejerciendo el mismo cargo aun después de la partida de «la Invencible», e incluso en 1592 fue encarcelado en Écija acusado por un corregidor de haber vendido unas fanegas de trigo sin autorización. En 1594 se le encargó el cobro de los atrasos de tercias y alcabalas (impuestos reales) que se debían en el reino de Granada, y si como comisario de abastos no siempre había tenido fortuna, como recaudador su suerte no mejoraría. En septiembre de 1597 Cervantes depositó lo recaudado en un banco de Sevilla, pero el banquero quebró, y ante la imposibilidad de entregar las sumas recogidas, fue encarcelado tres meses en Sevilla.

Cansado de tantos sinsabores, hacia el año 1600 abandonaría Andalucía para regresar a Esquivias con su mujer. Se tienen muy pocos datos fiables de su vida en esos años, pero parece que viajó frecuentemente a Madrid y Toledo y que la recepción de los bienes de uno de sus cuñados que había profesado como franciscano le permitió olvidarse por un tiempo de los cargos contables y dedicarse plenamente a escribir. La novela que le haría inmortal se fraguaba en ese tiempo y quizá pensando en la conveniencia de estar cerca del entorno cortesano cuando se publicase, Cervantes decidió trasladarse con toda su familia a la ciudad en que Felipe III había fijado la corte, Valladolid. Como apunta Jean Canavaggio, «por la gracia del Caballero de la Triste Figura, los dos esposos, tanto tiempo separados, reanudaban en el ocaso de su existencia la vida en común. No terminará ya hasta la muerte del escritor».

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