Los grandes personajes de la Historia

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21: Miguel de Cervantes » El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha

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El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha

A finales de 1603, Cervantes y su familia (incluyendo a Isabel, la hija que había tenido con Ana de Villafranca, fallecida en 1598) estaban instalados en Valladolid. La primera parte del Quijote estaba ya muy adelantada y para el verano del año siguiente la había finalizado. Una vez apalabrada la edición con el librero Francisco de Robles en unos mil quinientos reales, se hicieron con el privilegio de impresión (licencia real) necesario para publicar el libro. Al tiempo, Cervantes debió de dirigirse a algunos escritores e intelectuales reputados de su entorno tanto en Madrid como en Valladolid para que, conforme a la costumbre de la época, escribiesen algunos poemas laudatorios de la obra que incluir al comienzo de la misma, pero, como recuerda Martín de Riquer, no debió de tener mucho éxito a juzgar por las palabras de Lope de Vega, con quien se llevaba mal: «De poetas no digo, buen siglo es éste; muchos en cierne para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote». Esta situación terminaría siendo la causa de que el escritor optase por incluir al comienzo de su obra una serie de poemas y textos burlescos sobre este tipo de alabanzas cuya autoría atribuyó a personajes fantásticos contribuyendo de este modo a subrayar el carácter humorístico de su novela. Con el texto definitivo, el impresor madrileño Juan de la Cuesta comenzó a preparar los primeros pliegos y a comienzos de 1605 El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha veía la luz por primera vez. El éxito de la divertida novela que ridiculizaba los libros de caballerías fue arrollador y en pocas semanas Juan de la Cuesta tuvo que preparar una segunda edición cuyo privilegio la hacía extensiva a Portugal. Los protagonistas de la novela se hicieron enormemente populares hasta el punto que empezaron a incorporarse en las representaciones teatrales y los disfraces de las fiestas de aquellos días. Pero su creador pudo entregarse poco tiempo a las mieles del éxito ya que en junio de ese mismo año un suceso fortuito volvía a traerle un nuevo revés del destino. La noche del 27 de junio de 1605, un destacado personaje de la corte, Gaspar de Ezpeleta, fue atacado y herido mortalmente a la puerta de la casa del escritor. Los vecinos acudieron a prestarle ayuda ante los gritos de auxilio y Cervantes y su hermana Magdalena lo recogieron y cuidaron hasta que murió dos días más tarde. El alcalde encargado de la investigación tenía una relación estrecha con el principal sospechoso del crimen, un escribano cuya esposa era amante de Ezpeleta, y para tratar de desviar la investigación terminó ordenando el encarcelamiento de casi todos los vecinos. Así, Cervantes acababa encerrado en la misma cárcel que su padre. A los pocos días, dada la arbitrariedad del proceder del alcalde, fueron liberados pero aún estuvieron pendientes del proceso hasta que se dio por finalizado sin ninguna aclaración satisfactoria. Los hechos agravaron el descrédito de la familia Cervantes, a cuyas mujeres se las llamaba despectivamente «las cervantas», dada su dudosa reputación. Esto unido a la tristeza y desencanto del autor, lo convencería para mudarse nuevamente. En 1606 se instaló con sus hermanas, su mujer, su sobrina y su hija en Madrid, ciudad en la que residiría hasta su muerte.

En los años que siguieron, Cervantes, que con el Quijote había ingresado por derecho propio en el olimpo literario del Siglo de Oro, continuó entregado a su tarea de escritor y en su casa de la calle León alumbró entre otras obras sus Novelas ejemplares (1613), el Viaje del Parnaso (1614) y la segunda parte del Quijote (1615). Cuando en abril de 1616 le sorprendió la muerte, acababa de finalizar Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Pocos días antes de morir profesó como hermano en la Venerable Orden Tercera de San Francisco, de la que era novicio desde hacía tres años, y a sólo tres días de su muerte, plenamente consciente de que su tiempo finalizaba, firmó la dedicatoria del Persiles: «El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir». Aun al día siguiente encontró fuerzas para redactar el prólogo de la obra y en él despedirse del mundo: «Mi vida se va acabando y al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida (…). ¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos!; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida». El 22 de abril, poco más de una semana después de la muerte de Shakespeare, fallecía en Madrid don Miguel de Cervantes. En los registros parroquiales de la iglesia de San Sebastián, conforme a los usos de la época, se consignaría como fecha de su muerte la del entierro, el 23 de abril, dando pie a una confusión que aún en nuestros días motiva que en tal fecha se celebre en su recuerdo el día del Libro.

Miguel de Cervantes fue un escritor de talla extraordinaria. Sin formación académica al uso, su talento literario bebió de la intensidad de su experiencia vital y de la sensibilidad con que supo abordarla. Con su Quijote nació la novela moderna pues, como recuerda Jean Canavaggio, «este relato instaló por primera vez en el interior del hombre la dimensión imaginaria. En lugar de contar desde fuera lo que le ocurre al héroe, le da la palabra y la libertad de usar de ella a su guisa (…) esta revolución copernicana no había sabido hacerla nadie antes de Cervantes». Pero es que, además, Cervantes consiguió dotar a sus relatos de una lucidez ante la vida y a sus personajes de una calidez humana tales que los llevaría a quebrar la barrera del tiempo haciéndolos, con él, inmortales.

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