Los grandes personajes de la Historia

Los grandes personajes de la Historia


23: Voltaire » El espíritu de la Ilustración

Página 143 de 268

El espíritu de la Ilustración

Pocas veces un nombre es tan evocador de un tiempo y de una forma de ver el mundo como lo es el de Voltaire en relación con la Ilustración. La firme creencia en la capacidad de progreso de los hombres mediante la razón, el rechazo de la superstición y la mojigatería, la defensa de la igualdad entre los hombres o el vehemente alegato por la tolerancia hacen de la obra y la vida de este polifacético filósofo la perfecta encarnación del espíritu de las Luces. No hubo un tema sobre el que no escribiese, una cuestión sobre la que no opinase o un asunto sobre el que no se interesase de suerte que, con una lucidez poco frecuente, Voltaire se convirtió en la conciencia crítica de la Europa del siglo XVIII. Desde el teatro, el ensayo, el cuento o la poesía, su lengua afilada encontró su blanco predilecto en la estupidez, la cerrazón, el oscurantismo, el inmovilismo y la hipocresía, y esa incapacidad para permanecer callado le sirvió para granjearse numerosos enemigos y constantes altercados con la justicia. Expulsado de París, de Prusia y de Ginebra, su vida fue un fiel reflejo de su gran inquietud intelectual y sus escritos, sinónimo de escándalo. Las ideas de Voltaire corrieron impresas por toda Europa y alimentaron el espíritu crítico de quienes bebiendo en la Ilustración pusieron punto final al Antiguo Régimen con la Revolución francesa de 1789, inaugurando así un nuevo tiempo. Nuestra historia contemporánea, nuestra forma de ver el mundo, nuestros más hondos principios no pueden entenderse sin tomar en consideración el legado de este inmenso agitador de conciencias, y por ello su vida y su obra continúan siendo en nuestros días un soplo de lúcido aire fresco.

François-Marie Arouet, conocido por la posteridad como Voltaire, nació en París el 21 de noviembre de 1694. No se sabe demasiado acerca de su vida familiar puesto que en ese aspecto el filósofo siempre se mostró especialmente reservado. Su padre, François Arouet, procedía de una familia burguesa de Poitu dedicada a la pañería. La prosperidad del negocio permitió a François Arouet seguir la carrera de Derecho y hacerse notario, cargo que con el paso de los años vendería para convertirse en cobrador de la Cámara de Cuentas de París. En el ejercicio de su profesión trató con algunos miembros de la nobleza de la ciudad de modo que entre sus clientes se encontraban los Sully, los Richelieu o los Saint-Simon. Su madre, Marie-Marguerite Daumard, procedía asimismo de Poitu y era hija de un escribano del Parlamento, por lo que gozaba de una posición económica desahogada que mejoraría con su matrimonio. Mujer culta y refinada, murió cuando Voltaire tenía sólo siete años, y desde entonces la única figura femenina de su entorno fue su hermana mayor, Marguerite-Catherine. Los Arouet tuvieron cinco hijos de los que sólo sobrevivieron tres: Marguerite, Armand y el menor de todos, Voltaire. Voltaire era menudo, delgado, debilucho y extraordinariamente inquieto, por lo que cuando nació sus padres no tenían demasiadas esperanzas en que pudiese salir adelante. Así, a los pocos días del nacimiento, uno de sus primos comunicaba a su familia de provincias su llegada al mundo con un lacónico «el niño parece muy poquita cosa». Afortunadamente para la historia de la humanidad la «poquita cosa» dio enormemente de sí durante más de ochenta años.

Ir a la siguiente página

Report Page