Los grandes personajes de la Historia

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23: Voltaire » Un joven rebelde y lenguaraz

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Un joven rebelde y lenguaraz

Tras la muerte de Marguerite Daumard en 1701, François Arouet confió la educación de Voltaire a su padrino, el libertino abate de Châteauneuf, cuya influencia sería clave en la conformación de la personalidad del futuro escritor. Quizá por su recomendación Arouet decidió que su hijo menor estudiase en un colegio jesuita, ya que deseaba que Voltaire recibiese una sólida formación académica y que, además, pusiese los cimientos de futuras buenas relaciones de sociedad. Nueve años antes, inspirado por idénticas intenciones, había tomado la decisión de enviar a Armand a un colegio regentado por jansenistas (corriente rigorista del catolicismo francés, fuertemente conservadora en lo moral y que los jesuitas combatirían con vigor) cuya influencia era entonces muy notable, pero en el momento de escolarizar a Voltaire consideró más útil a este fin una institución de orientación antagónica. Como indica el filólogo y biógrafo de Voltaire, Carlos Pujol, «hombre práctico y tolerante, posiblemente sin principios religiosos muy arraigados, debió de considerar que en aquel momento el partido jesuita llevaba las de ganar y proporcionaría a su hijo unas relaciones más provechosas para el futuro». Así, con diez años Voltaire ingresó en el colegio Louis-le-Grand en el que permanecería hasta 1711 y de cuyos maestros conservaría grato recuerdo por el resto de sus días. Pronto se reveló como un alumno inteligente, precoz, travieso y descarado, capaz de componer versos con asombrosa facilidad y sacar de quicio a compañeros y profesores. En el colegio hizo algunas de las amistades más sólidas de su vida con jóvenes que, como bien había pronosticado su padre, ocuparon con el paso de los años importantes cargos en la vida pública de Francia, como Agustín de Ferriol, conde D’Argental, consejero del Parlamento y ministro plenipotenciario, o el marqués D’Argenson, ministro de Asuntos Extranjeros. Fue también en esa época cuando su padrino, el abate Châteauneuf, comenzó a hacer que frecuentara los círculos mundanos de París introduciéndole en la sociedad libertina del Temple, cuyas reuniones literarias en las que se respiraba un espíritu epicúreo e impío marcarían por siempre su personalidad. También de la mano de su mentor conoció Voltaire a la entonces celebérrima cortesana Ninon de Lenclos, quien, encantada con el ingenio y la mordacidad del joven, le legó a su muerte dos mil francos para que comprase libros.

En 1711, a instancias de su padre, que temía por el futuro de su díscolo vástago, Voltaire inició con desgana estudios de Derecho. Como le aburría, en lugar de estudiar pasaba el tiempo entregado a la composición de odas y epigramas soñando con una vida refinada, llena de reuniones sociales y en compañía de la mejor aristocracia. Convencido de la necesidad de meter a su hijo en cintura y después de enviarle sin éxito alguno a residir una temporada en Caen, François Arouet optó por mandarle a La Haya como secretario del nuevo embajador y hermano de su padrino, el marqués de Châteauneuf. Pero allí Voltaire, que por su cargo tenía contacto asiduo con los muchos protestantes franceses refugiados en Holanda, se enamoró de una joven, Olympe, que resultó ser hija de uno de los personajes más influyentes de La Haya, madame Dunoyer, una protestante huida de Francia responsable de la publicación de una hoja periódica, La Quintessence, llena de ecos de sociedad y críticas a la monarquía francesa. Madame Dunoyer no estaba dispuesta a permitir que su hija mantuviese una relación con un joven de dudoso porvenir y el tutor de Voltaire tampoco estaba por la labor de favorecer el idilio con la hija de un personaje tan polémico para la alta sociedad francesa, de modo que entre unos y otros, y a pesar de la resistencia de los enamorados, pusieron fin al romance devolviendo a Voltaire a París.

De regreso en Francia, Voltaire trató por todos los medios posibles de conseguir que Olympe pudiese reunirse con él; incluso llegó a tratar de convencer al confesor real, el jesuita Le Tellier, de la necesidad de «rescatar» a la joven de la herejía protestante que la envolvía en Holanda. Enfurecido por su comportamiento, y como la ley permitía que un padre encarcelase a un hijo menor si lo consideraba necesario, François Arouet le amenazó con conseguir una orden de destierro, por lo que Voltaire tuvo que renunciar a sus pretensiones y plegarse a la voluntad paterna. Ingresó entonces como escribiente en una notaría, pero a los pocos meses demostró que lo que de verdad le gustaba escribir eran poemas satíricos sobre la situación social y política cuya publicación escandalizaba a lo más granado de la sociedad parisina. La relación con su padre era cada vez más difícil, y en casa tampoco se entendía con un hermano cuyo furor jansenista le situaba en las antípodas de su carácter. Como apunta el filósofo Fernando Savater, «como el hermano mayor se entregaba ferozmente a escribir panegíricos de los convulsionarios jansenistas, el buen notario llegó a esta alarmante conclusión: “Tengo por hijos a dos locos; el uno en prosa y el otro en verso”». Desesperado, decidió volver a cambiar de residencia a Voltaire y enviarle en esta ocasión a Saint-Ange para que continuase sus estudios de Derecho. Aun así Voltaire siguió escribiendo y poco a poco fue ganando fama por su ingenio entre sus contemporáneos.

En 1715 falleció Luis XIV. Con su muerte se ponía fin a uno de los reinados más carismáticos de la historia monárquica de Francia pero cuya etapa final se había visto ensombrecida por una corriente de puritanismo moral y beato propiciado por la influencia de madame de Maintenon sobre el Rey Sol. Ante la minoría de edad del heredero, Luis XV, se hizo cargo de la regencia el duque Felipe de Orleans, de costumbres bastante más relajadas que pronto fueron blanco de la crítica de sus principales opositores, el duque de Maine y el conde de Toulouse, ambos hijos bastardos de Luis XIV. Voltaire tomó partido por los círculos de oposición al regente y, como no podía ser de otro modo, puso su pluma al servicio de su causa. Así, en 1716, como recuerda Carlos Pujol, «cuando Felipe de Orleans vendió por economía la mitad de los caballos del rey, el joven Arouet comentó [en unos versos] que hubiera sido preferible vender la mitad de los asnos de dos patas que había heredado del difunto monarca». Esta intervención le costó una orden de confinamiento en el castillo de Sully-sur-Loire, pese a lo cual, al año siguiente la publicación de un poema cargado de burlas contra el regente, Puero regnante, terminaría motivando su encierro en la Bastilla (una de las prisiones de París) durante once meses. Allí escribiría su tragedia Edipo que, dedicada a la madre del regente, se estrenó con gran éxito en 1719. En ella su autor firmaría por primera vez como Voltaire, nombre que adoptaría desde entonces y sobre cuyo origen no se sabe nada en firme pues hay quienes consideran que se trataría de un anagrama de Arouet le Jeune, mientras que otros piensan que se trata del nombre de una antigua posesión familiar, e incluso hay quienes suponen que es una corrupción del apelativo cariñoso con que le trataba su madre, petit volontaire («pequeño testarudo»).

A partir del estreno del Edipo la fama de Voltaire fue creciendo y su presencia en los círculos aristocráticos de Francia se volvió habitual. Fueron años de estrenos teatrales y publicaciones satíricas en los que el éxito social del autor se mezcló son sus frecuentes altercados por causa de sus escritos escandalosos. En 1722 la muerte de su padre procuró a Voltaire una renta de más de cuatro mil libras gracias a la cual consiguió una tranquilidad económica que le permitió centrarse en sus escritos. Voltaire disfrutaba de su predicamento; era requerido en las reuniones de la alta sociedad, y la vida refinada y llena de lujo le placía tanto como la buena lectura o la escritura. Pero un hecho que marcaría para siempre sus reflexiones le haría despertar bruscamente de su sueño aristocrático.

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