Los grandes personajes de la Historia

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23: Voltaire » Del destierro al éxito

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Del destierro al éxito

Entre los muchos personajes que no soportaban a Voltaire por su mordacidad y sus posturas libertinas y anticlericales se encontraba el caballero de Rohan-Chabot, miembro de una de las familias nobles y mejor situadas de Francia y con el que el escritor tenía frecuentes roces. En cierta ocasión, mientras Voltaire conversaba con su amiga la actriz Adrianne Lecouvreur, el caballero de Rohan se dirigió de modo impertinente al escritor preguntándole con sorna cuál era en verdad su apellido, si Voltaire o Arouet, a lo que el aludido contestó: «Señor caballero, cualquiera que sea mi nombre, yo lo inmortalizo, mientras que vos arrastráis el vuestro». Ofendido por el desaire, Rohan decidió vengarse, y unos días más tarde, mientras Voltaire asistía a una cena en el palacio de los duques de Sully, fue avisado de que unos caballeros preguntaban por él en la calle. Sin sospechar nada salió a su encuentro, pero los emisarios le propinaron una paliza mientras el caballero de Rohan contemplaba la escena sentado en su coche y gritaba: «¡No le peguéis en la cabeza, que podría salir algo bueno!». Cuando por fin le dejaron, Voltaire, apaleado e indignado, regresó al palacio de los Sully y pidió a los anfitriones y a algunos asistentes que declarasen contra el caballero de Rohan en la denuncia que pretendía elevar. La sorpresa del autor fue mayúscula cuando su petición fue acogida con risas. Ningún miembro de la aristocracia francesa iba a declarar en contra de un igual para ayudar a un miembro del tercer estado. Voltaire tenía dinero y fama, pero no era noble, de modo que Rohan no había hecho otra cosa que poner en su lugar a un plebeyo deslenguado cuyo ingenio podía entretener a las clases más altas pero en ningún caso convertirle en un igual. Sin embargo el escritor no estaba dispuesto a dejar pasar la afrenta, de modo que comenzó a tomar clases de esgrima con el firme propósito de desafiar al caballero de Rohan. Todo París se hizo eco del asunto y cuando Rohan supo de las intenciones del autor no tuvo problemas para hacerse con una orden de encarcelamiento. Encerrado durante unos días en la Bastilla se le condujo finalmente a Calais para que, desterrado y con la prohibición de acercarse a París a menos de cincuenta leguas, embarcase rumbo a Inglaterra.

A comienzos del mes de mayo de 1726, Voltaire llegó a su destino. Su estancia en Inglaterra se prolongó durante dos años, que fueron de inmejorable provecho intelectual para el autor. Acogido en un primer momento en Londres por su amigo el vizconde de Bolingbroke, Voltaire, que no olvidaba lo sucedido, fijó su alojamiento en Wandsworth, en la casa de campo de un comerciante burgués, Everard Falkener, con el que tenía una excelente relación. De la mano de Bolingbroke se le abrieron todas las puertas de la sociedad inglesa y pronto comenzó a tratar con algunas de las personalidades más relevantes del mundo de la literatura y la ciencia del país, como Young, Clarke, Congreve, Pope, Swift o Berkeley. Aprendió inglés con rapidez y gracias a ello pudo acercarse a la obra de los filósofos empiristas que le causó auténtica fascinación. Asimismo leyó a Shakespeare, cuyas representaciones teatrales le entusiasmaron en grado sumo, y asistió conmovido al fastuoso entierro de su admirado Newton en la abadía de Westminster. Voltaire quedó hondamente impresionado por el reconocimiento que la sociedad inglesa rendía a sus intelectuales, así como por el clima propicio al libre pensamiento y el debate científico frente a la rigidez y las trabas que había encontrado en Francia. Inglaterra se convertiría desde entonces para el filósofo en el paradigma de lo mejor de la sociedad de su tiempo hasta el punto de que llegaría a afirmar: «Éste es un país en el que se piensa libre y noblemente, sin que contenga ningún temor servil. Si siguiera mi inclinación, me instalaría aquí con el único propósito de aprender a pensar».

Entre los meses de febrero y marzo de 1729 retornó a Francia y en el mes de abril se le autorizó a regresar a París. Una de las lecciones que había aprendido de la sociedad burguesa de Inglaterra era que para ser libre era necesario ser económicamente independiente, de forma que dedicó buena parte de sus esfuerzos a hacer crecer su fortuna personal mediante operaciones de especulación financiera y comercio que le dieron fabulosos resultados. Al mismo tiempo su actividad literaria fue creciendo en intensidad y durante los años siguientes cosechó importantes éxitos teatrales con obras como Brutus (1730) o Zaïre (1732). Pero la inconveniencia de su pluma continuó granjeándole problemas, como sucedió en 1730 a raíz de su escrito de protesta por lo sucedido tras la muerte de la actriz Adrianne Lecouvreur. La legislación eclesiástica en Francia prohibía dar sagrada sepultura a los actores que no hubiesen renunciado públicamente a su profesión, por lo que el cuerpo de la actriz, pese a su notoriedad, fue arrojado a un vertedero y cubierto de cal. La indignación de Voltaire por la hipocresía de la sociedad francesa y el trato inhumano dado a una de las representantes de su cultura se hizo pública mediante uno de sus temidos poemas en el que, ensalzando la sociedad inglesa, criticaba ferozmente la francesa. En consecuencia, las amenazas de las autoridades eclesiásticas hicieron conveniente que abandonase París por un tiempo. Al año siguiente la aparición del primer volumen de su Historia de Carlos XII escandalizó de tal modo por la independencia de sus opiniones como historiador que fue rápidamente confiscado, pero sería la publicación en 1734 de sus famosas Cartas filosóficas la que produjese mayor alboroto (un año antes habían visto la luz en Inglaterra sin problemas). En esta obra retomaba el elogio del país vecino y la crítica al propio, afirmaba con rotundidad su postura deísta y atacaba duramente a la Iglesia. Como recuerda Fernando Savater, «la distribución de este libro causó un revuelo mayúsculo, uno de los mayores de la vida pródiga en escándalos de Voltaire. El editor fue detenido, se lanzó una orden de arresto contra Voltaire, que tuvo que huir, y el libro fue quemado públicamente por orden del Parlamento “como escandaloso y atentatorio a las buenas costumbres, la religión y al respeto debido al gobierno”».

Voltaire se refugió en Cirey en el castillo de su amiga madame de Châtelet, con la que un año antes había iniciado una relación amorosa que duraría dieciséis. Gabrielle Émile Le Tonnelier de Breteuil, marquesa de Châtelet, era una mujer casada, extraordinariamente culta y tan célebre por sus aficiones literarias y científicas como por su falta de prejuicios. La ausencia de entendimiento con su marido, once años mayor que ella y al que lo único que parecía interesar era el ejército, motivó que ambos llevasen vidas separadas y que Émile tuviese varios amantes. Cuando conoció a Voltaire se deslumbró por su inteligencia y ella, por su parte, despertó al tiempo en el filósofo el interés por la metafísica, la física matemática y por sí misma. En Cirey ambos iniciaron una vida en común consagrada al estudio que el mismo Voltaire describiría del siguiente modo en sus Memorias: «Era la señora marquesa du Châtelet, la mujer de Francia con más disposición para todas las ciencias (…). Raramente se ha unido tanta armonía espiritual y tanto gusto con tanto ardor por instruirse; no le gustaban menos el mundo y todas las diversiones de su edad y sexo. Sin embargo, lo abandonó todo para ir a sepultarse en un castillo arruinado, en la frontera de la Champaña y la Lorena (…). Embelleció el castillo adornándolo con jardines bastante agradables. Yo construí una galería; monté un gabinete de física muy bien equipado. Llegamos a reunir una biblioteca numerosa (…). Sólo buscábamos instruirnos en este delicioso retiro, sin enterarnos de lo que pasaba en el resto del mundo. Nuestra mayor atención se dirigió durante mucho tiempo hacia Leibniz y Newton (…). Cultivábamos en Cirey todas las artes».

El retiro de Voltaire y Émile Cirey duró varios años en los que el filósofo comenzó una relación epistolar con el príncipe Federico de Prusia, que había accedido al trono en 1740 y con el que había tenido varios encuentros personales. Las inquietudes literarias y filosóficas del monarca le llevaron a pedirle encarecidamente que se trasladase a vivir en su corte. Entretanto, Voltaire continuó publicando y provocando escándalos con sus escritos; especialmente sonado fue el motivado por la aparición de la primera parte de El siglo de Luis XIV (1739) que fue rápidamente secuestrado por las autoridades. El inicio del gobierno personal de Luis XV en 1743 marcó un cambio en la vida pública de Voltaire. El ya maduro filósofo continuaba aspirando a conseguir el favor de la corte de Francia y vio en su amistad con Federico II de Prusia la posibilidad de lograrlo ofreciendo sus servicios como diplomático y espía. Pese a sus gestiones en este sentido entre agosto y octubre de 1743, no obtuvo el reconocimiento esperado, por lo que optó por una vía diferente y tan antigua como efectiva para conseguir su propósito.

Apoyándose en la influencia de varios de sus amigos que formaban parte del gobierno —Richelieu y los hermanos D’Argenson— Voltaire logró hacerse un hueco en la corte de Luis XV. Publicó entonces varias obras de carácter panegírico sobre el monarca y aceptó el encargo de escribir la ópera-ballet La princesa de Navarra que, con música de Rameau, se estrenaría con motivo de las bodas del Delfín. Asimismo, gracias a su habilidad, Voltaire logró la bendición del papa Benedicto XIV para su polémica obra teatral Mahoma (frecuentemente el filósofo en sus escritos literarios hacía que personajes infieles o gentiles diesen lecciones de moral a otros personajes cristianos que encarnaban los valores de lo que se entendía como civilización) obteniendo así un refrendo público inmejorable. También se granjeó el apoyo y la amistad de la favorita del rey, la marquesa de Pompadour, una de las principales defensoras y protectoras del pensamiento ilustrado francés y la Enciclopedia. Con semejantes valedores, pronto comenzaron a llegar los nombramientos honoríficos y reconocimientos de todo tipo. En 1745 fue nombrado cronista oficial de Luis XV y al año siguiente obtendría su consagración oficial absoluta con los nombramientos de gentilhombre ordinario de cámara y miembro de la Academia francesa. No en vano afirmaría en sus Memorias: «Concluí que para hacer la más pequeña fortuna, más valía decir cuatro palabras a la amante del rey que escribir cien volúmenes».

Voltaire había logrado el éxito social que siempre había deseado. Con su ingreso en la Academia quedaba reconocido oficialmente como uno de los más importantes intelectuales de la Francia de su tiempo y, por otra parte, las rentas asociadas a sus nuevos cargos no hicieron sino incrementar su ya más que notable fortuna. Su relación con la marquesa de Châtelet continuaba siendo muy cercana, si bien platónica, ya que desde 1748 Émile estaba enamorada de un nuevo amante, el marqués de Saint-Lambert. La inesperada muerte por sobreparto de su querida amiga en 1749 sumió al filósofo en una sincera desolación. Incómodo en París sin su compañía, Voltaire decidió entonces dar un giro a su vida y aceptar las reiteradas invitaciones de Federico II. Como deseaba vivir la experiencia de formar parte de la corte de un auténtico rey filósofo, el 18 de junio de 1750 Voltaire salió de París rumbo a Prusia. No podía imaginar que no volvería a ver la Ciudad de la Luz hasta más de treinta años después, casi al final de su vida.

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