Los grandes personajes de la Historia

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23: Voltaire » El «Salomón del Norte»

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El «Salomón del Norte»

En julio de 1750 Voltaire llegó a Potsdam donde fue recibido con grandes fastos por Federico II. El encuentro discurrió del mejor modo posible. El «Salomón del Norte», como Voltaire le llamaba con frecuencia, deseaba hacer de su corte un lugar de referencia de la cultura de la época y la presencia de Voltaire era un trofeo de primer orden. Hasta entonces la corte prusiana sólo era famosa por la escasa sensibilidad cultural de Federico I y el desproporcionado desarrollo militar que había patrocinado. En palabras de Carlos Pujol, «a los ojos del extranjero Prusia se parecía sospechosamente a un gigantesco cuartel. En Potsdam, por ejemplo, para una población de unos dieciocho mil habitantes, había doce mil soldados, y en Berlín aproximadamente una quinta parte de la ciudad la constituían militares». La inclinación de Federico II por la música, la poesía y las ciencias fue constante motivo de enfrentamientos con su padre, pese a lo cual el futuro rey perseveró en ella. Ya como rey se empeñó en llenar su corte de personajes variopintos que le diesen lustre intelectual, y con ellos mantendría finalmente una relación ambivalente debido a las tensiones encontradas entre sus ideales filosóficos y su realidad práctica como monarca. Sin embargo, el comienzo de la estancia de Voltaire en Potsdam no pudo resultarle más grata y así lo constató en sus Memorias: «¡No había manera de resistirme a un rey victorioso, poeta, músico y filósofo, y que simulaba quererme! (…). Estar alojado en las habitaciones que había tenido el mariscal de Sajonia, tener a mi disposición los cocineros del rey cuando quería comer en casa, y los cocheros cuando quería pasear, eran los favores más pequeños que me hacían. Las cenas eran muy agradables. No sé si me equivoco, pero me parece que allí había mucho ingenio: el rey lo tenía y hacía tenerlo; y lo más extraordinario de todo es que nunca he asistido a almuerzos en los que reinase tanta libertad».

Como miembro de la corte de Federico II, Voltaire fue nombrado chambelán y caballero de la orden del Mérito, con una pensión de seis mil táleros (moneda prusiana). No tenía ninguna obligación concreta y sus días transcurrían perfeccionando el francés del monarca, puliendo sus escritos y conversando sobre ciencia, literatura y filosofía con él y otros intelectuales. Pero tan idílica situación pronto comenzó a deteriorarse. El filósofo francés discutía a menudo con el rey por cuestiones de dinero y, según parece, participó en un negocio de bonos del Estado más bien turbio que al monarca le supuso un gran disgusto. El fuerte carácter de ambos les hacía enzarzarse con frecuencia en discusiones estériles y las intrigas patrocinadas por las envidias de otros personajes de la corte terminaron jalonando su relación de constantes altibajos. Uno de estos asuntos sería la causa de que Voltaire decidiese poner punto final a su experiencia prusiana: uno de los protegidos de Federico, Maupertuis, director de la Academia de Berlín, discutió por una cuestión científica con el matemático Samuel Koenig y llegó a enojarse tanto por las críticas de éste, que usó su influencia para tratar que la Academia le retirase la pensión que percibía como bibliotecario. Voltaire, que tenía mala relación con Maupertuis y estaba convencido de la injusticia que se estaba cometiendo con Koenig, tomó partido por el matemático con la publicación de un libelo anónimo. El libelo fue contestado por otro de Federico II apoyando a Maupertuis y Voltaire, como siempre, en lugar de contener su pluma, dio rienda suelta a su mordacidad en un escrito titulado Historia del doctor Akakia, médico del papa. La publicación enfureció al rey de Prusia y ordenó que confiscaran la edición, pero la obra ya circulaba libremente por el extranjero. La única salida que le quedaba a Voltaire para evitar las posibles represalias era abandonar Prusia, así que en marzo de 1753, alegando motivos de salud, consiguió la autorización regia para salir de Berlín.

Sin despedirse de nadie y con verdadera prisa, Voltaire se dirigió a Leipzig, pero una vez allí escribió un apéndice a su Doctor Akakia; además llevaba consigo un volumen de poemas eróticos y satíricos compuestos por el rey. Al echarlo en falta y temer que lo publicasen, Federico II ordenó detener al filósofo. Cuando éste y su secretario estaban a punto de llegar a Francia, fueron interceptados por un agente en Frankfurt, que mantuvo retenido a Voltaire durante más de dos meses hasta recuperar el volumen, pero el vivo pensador lo había mandado enviar a Hamburgo. El atropello se aireó por toda Europa, pero las muestras de simpatía que recibió Voltaire al ser liberado no le convertían en un personaje menos controvertido e incómodo para la corte prusiana que para la francesa. El filósofo comenzó entonces a buscar un lugar en el que instalarse; tras pasar el otoño de ese año en la abadía de Sénones como invitado del benedictino Antoine Calmet para estudiar su biblioteca, decidió dirigirse a Ginebra para encontrar por fin un refugio tranquilo. Pero en la vida de Voltaire la tranquilidad no formaba parte del programa.

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