Los grandes personajes de la Historia

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23: Voltaire » La libertad al final de la vida

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La libertad al final de la vida

Después de vencer las dificultades que la ley suiza imponía a los católicos para la adquisición de propiedades, en 1755 Voltaire consiguió la autorización para comprar una finca situada cerca de Ginebra llamada Saint-Jean y que él rebautizaría como Les Délices. Entre las grandes obras que acometió para acondicionar el lugar a su gusto, hizo construir un teatro en el que, en cuanto estuvo instalado, se empezaron a representar obras para su disfrute y el de sus numerosos invitados, y también por este motivo comenzaron sus problemas con las autoridades locales. Suiza era un país calvinista y según su austero credo religioso el teatro era una diversión frívola y poco edificante. Molesto por la actitud del filósofo, el Ayuntamiento de Ginebra prohibió las representaciones teatrales, prohibición a la que Voltaire hizo más bien poco caso. Ese mismo año el terrible terremoto de Lisboa le inspiraría un poema cuya publicación en 1756 volvió a ponerle en el punto de mira de los calvinistas, pues en él ponía en entredicho la bondad de la Providencia que consentía una catástrofe indiscriminada de semejante magnitud. Sin embargo, la gota que derramaría el vaso de la paciencia de las autoridades de Ginebra fue la aparición en 1757 del artículo «Ginebra» de la Enciclopedia, obra culmen del pensamiento ilustrado francés.

Desde la aparición en 1751 del primer volumen de la Enciclopedia, Voltaire había colaborado asiduamente con la redacción de diversas voces. El artículo sobre Ginebra apareció en el séptimo volumen y en él se criticaba duramente el rigorismo calvinista así como su rechazo al teatro. Aunque la autoría se debía a D’Alembert, Voltaire se hallaba tras él y los calvinistas de Ginebra no dudaron en acusarle como inspirador del artículo. La polémica llegó a tal punto que los pastores calvinistas ginebrinos redactaron una declaración conjunta contra la voz de la Enciclopedia que se publicaría en febrero de 1758. Para entonces ya había dado comienzo en París una virulenta campaña contra los «filósofos», que era como se denominaba a los abanderados del pensamiento ilustrado, y que terminaría siendo la causa de la interrupción de la edición de la Enciclopedia. Así las cosas, Voltaire ni se podía plantear el regreso a París ni tampoco consideraba lo más recomendable permanecer sin moverse de Les Délices, por lo que empezó a buscar nuevamente un lugar en el que instalarse.

El filósofo francés deseaba encontrar un lugar en el que poder sentirse completamente a sus anchas, pero sabía que su lengua incontrolable le procuraría problemas allá donde fuese. Por esa razón pensó en adquirir unos terrenos en Francia junto a la frontera con Suiza, de tal forma que según le conviniese pudiera desplazarse de un lugar a otro. Fernay fue el lugar escogido por Voltaire para poder pasar los últimos años de su vida viviendo sujeto sólo a su voluntad y actuando libremente. Como apunta el escritor Agustín Izquierdo Sánchez, «Voltaire continúa una vida privada de hombre de letras retirado en las posesiones que había adquirido para poder vivir con cierta independencia y libertad. Había tomado conciencia de que esa forma de vida es imposible estando en relación con los poderosos, pues el trato de igual a igual que desde su juventud había intentado establecer con la aristocracia, se convertía ineludiblemente en una relación de sumisión».

En Fernay Voltaire desplegó una actividad incansable con el único fin de convertir sus tierras en un lugar agradable y productivo tanto para él como para los colonos que las ocupaban. Después de demoler un antiguo castillo, hizo construir para su residencia una casa amplia con una magnífica biblioteca y un teatro para sus representaciones privadas. Dotó de casas y una escuela a sus colonos, puso a producir tierras incultas, creó plantaciones y se entregó con verdadero empeño a lograr el bienestar de todos los que allí vivían, como si se tratase de una pequeña sociedad modélica ajustada a sus ideales. Fernay se convirtió en lugar de paso obligado para todos los ilustrados europeos que, llegados de todas partes, visitaban a quien ya era considerado como una de las mayores figuras de las Luces.

Voltaire continuó escribiendo y siendo protagonista de incontables combates dialécticos. A esos años pertenecen algunas de sus obras más relevantes como Cándido o el optimismo (1759), el Tratado sobre la tolerancia (1763) o el Diccionario filosófico portátil (1764), que concibió al tiempo que se erigió en voz denunciante y protector público de todos los atropellos que motivados por la injusticia, la intolerancia o la arbitrariedad llegaban a sus oídos. En palabras de Fernando Savater, «retirado de las grandes capitales, Voltaire inicia su reinado espiritual sobre Europa. Llega el momento de militar activamente en pro de los ideales por los que ha abogado toda su vida. Multiplica los panfletos, las sátiras, los artículos. Defiende a los filósofos enciclopedistas y ridiculiza a sus enemigos. Comenta y explica la Biblia desde un punto de vista racionalista, que indigna a los clérigos. Pero sobre todo, entabla un feroz y desigual combate por la tolerancia». Especial relevancia tuvo en este sentido su actuación en el llamado «caso Calas» acaecido en 1762. Un anciano hugonote, Jean Calas, fue condenado a muerte, torturado y estrangulado bajo la acusación de haber ahorcado a su propio hijo porque deseaba convertirse al catolicismo. Se trataba de un claro caso de fanatismo religioso dirigido contra una familia protestante, pues ni el hombre había asesinado a su hijo ni éste había querido hacerse católico. Conmovido por la barbarie desplegada en nombre de las ideas religiosas, Voltaire puso a trabajar su pluma y su cerebro (su Tratado sobre la tolerancia nació de sus reflexiones por esta causa) hasta lograr el reconocimiento judicial del error y la rehabilitación de la familia Calas y de la memoria del condenado. En los años siguientes otros casos como el Sirven, el del caballero La Barre o el caso Montbailli, por citar algunos, continuaron dando fe de la decidida voluntad de Voltaire de combatir los males de la sociedad contra los que siempre había clamado.

Los años pasaban y Voltaire, aunque parecía imbuido de una inagotable energía creadora, iba haciéndose viejo. Anhelaba regresar a París, pero la última prohibición decretada por Luis XV continuaba vigente. En 1774 falleció el monarca; su hijo, Luis XVI, pese a haber sido educado en los principios de la Ilustración, tampoco sentía demasiado aprecio por el filósofo. Entretanto, Voltaire escribía una obra de teatro, Irene, con la esperanza de poder estrenarla en la capital francesa. Las gestiones de sus amigos en la corte y la existencia de una opinión pública mayoritaria favorable al anciano filósofo, terminó por convencer al nuevo rey para que autorizara su regreso. Por fin, el 10 de febrero de 1778, tras veintiocho años de ausencia, Voltaire volvió a París. Se le dispensó una recepción multitudinaria. Cientos de personas se agolpaban en las calles para ver pasar su carruaje, tuvo que conceder innumerables audiencias, la Academia le obsequió con un acto conmemorativo en el que se le dispensaron honores como al más célebre escritor francés vivo, y finalmente acudió al estreno de su Irene; cuando el público lo vio sentado en su palco, se interrumpió la representación para brindarle una ovación interminable. Fueron semanas de verdadera felicidad para Voltaire, cuyo genio por fin era reconocido allí donde más lo deseaba. Sin embargo su salud era ya muy delicada y el trajín y las emociones terminaron por agravar su estado. Dos meses después de su apoteosis pública, y después de que se negara a retractarse de sus ideas religiosas anticlericales, el gran filósofo francés fallecía. Era el 30 de mayo de 1778 y había vivido con una intensidad inigualable ochenta y tres años.

La obra escrita de Voltaire constituye uno de los legados más valiosos de la historia de la filosofía y la literatura europeas. Sobre las ideas ilustradas de las que fue abanderado se construyeron las revoluciones liberales burguesas de finales del siglo XVIII que pusieron fin al Antiguo Régimen y abrieron la puerta al mundo y la sociedad contemporáneas. Hoy en día sus obras siguen siendo de lectura obligada para quienes aspiran a mantener su conciencia despierta pues continúan resultando tan ricas en sentido común, sabiduría y humanidad como cuando fueron escritas. Desde sus brillantes ensayos hasta sus relatos deliciosos y llenos de humor e irreverencia, Voltaire brinda al lector una forma de entender la vida que hace de la lucidez, la tolerancia y la capacidad de razonar su motor primero. Fue un personaje incómodo, controvertido, deslenguado y desmedido, pero por encima de todo lleno de vitalidad, de curiosidad y de firmes convicciones en la capacidad humana para transformar en un lugar mejor el mundo. Hizo de su vida lo que quiso y dio con ello una lección de libertad espiritual tan rara de ver como envidiable. Consciente de ello, afirmó en sus Memorias: «Oigo hablar mucho de libertad, pero no creo que haya habido en Europa un particular que se haya forjado una como la mía. Seguirá mi ejemplo quien quiera y pueda». Y es que, aún hoy desde la tumba, Voltaire sigue con su lengua incontenible desafiándonos a todos.

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