Los grandes personajes de la Historia

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39: Mijaíl Gorbachov » En el Kremlin: momentos de optimismo

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En el Kremlin: momentos de optimismo

Su primera tarea desde Moscú fue la de supervisar la agricultura nacional, el sector en el que tanto había trabajado en su tierra natal, lo que le exigió realizar muchos viajes a lo largo y ancho de toda la URSS. La diligencia con la que desarrolló su tarea hizo que dos años más tarde fuese nombrado miembro del Politburó del Partido, el cuerpo supremo de gobierno de la formación. Esta experiencia, coincidente con los últimos años de Breznev en el poder, fueron los de aprendizaje de cómo funcionaba la política en la capital. En sus propias palabras: «Pensé que una vez me convirtiese en miembro de la dirección del país en Moscú sería capaz de mejorar las cosas. Pero allí el sistema era más rígido. Allí no se podía hacer prácticamente nada. Incluso los ministros del gobierno eran impotentes. En realidad, el sistema estaba poniendo las cosas imposibles para todo el mundo».

A comienzos de los ochenta la necesidad de cambios era evidente en la Unión Soviética y en el conjunto de los países del bloque comunista. En todos ellos se llevaban años de estancamiento e incluso depresión económica (ya que los planes centralizados de crecimiento habían comenzado a mostrarse ineficaces hacía tiempo), de atraso tecnológico (una diferencia que se iba acrecentando a medida que los países de la órbita capitalista se adentraban en la revolución de la microinformática) y se había constatado un descenso llamativo de los estándares más elementales de calidad de vida (entre los cuales el aumento de la tasa de mortalidad infantil y la caída de la esperanza de vida al nacer eran los más alarmantes). Por último, la existencia de un estado hiperburocratizado dificultaba cualquier intento de dinamizar la situación. Éste era el panorama al que tuvieron que enfrentarse los herederos de Breznev, el último de los cuales y más duradero exponente fue Gorbachov, que fue elegido secretario general del Comité Central del PCUS en marzo de 1985.

Sus primeros momentos los dedicó a observar, ya que deseaba conocer la situación del país con detalle y analizar la obra de sus predecesores concienzudamente, aunque desde el mismo momento de su designación comenzó a notarse que algo estaba cambiando en las más altas esferas del estado. Para comenzar, era un hombre sensiblemente más joven de lo que los soviéticos estaban acostumbrados a ver en el liderazgo del Partido. Gorbachov tenía cincuenta y cuatro años (en 1980 la media de edad de los miembros del Politburó estaba en setenta años) y era el primer secretario general que aún no había nacido cuando estalló la Revolución de 1917 (aunque pronto él propondría llevar adelante su propia revolución). Además, desplegó completamente su talante abierto con los medios de comunicación, ante los que comenzó a aparecer acompañado de su esposa Raisa. Era algo doblemente inédito: un político que hablaba a la prensa con espontaneidad y que además solía comparecer con su esposa. Pável Palaschenko, que fue intérprete al servicio de Gorbachov, recuerda: «Se veía inmediatamente que Gorbachov era una clase diferente de líder. No usaba notas, hablaba de una forma improvisada, realmente respondía a las preguntas que se le hacían».

A estos gestos pronto se unieron los deseos de introducir cambios en el país. Toda esta voluntad de cambio fue concretada en dos conceptos (casi dos palabras mágicas, podría decirse): Perestroika («reestructuración») y Glásnost («transparencia»). Ambas estaban relacionadas pues formaban parte del mismo proyecto de regeneración de la Unión Soviética que lideró Gorbachov. El proyecto consistía en una redefinición económica y política del país. En lo económico, pretendía una utilización de métodos racionales en la producción y consumo, y la sustitución de un sistema de planificación centralizada por una economía en la que el mercado jugase un papel mayor. En lo político, el objetivo era una democratización más profunda del sistema, la priorización de las necesidades de los ciudadanos, el reconocimiento de su iniciativa colectiva y un nuevo planteamiento de las reglas del juego internacional. Quizá fue en este último campo donde antes comenzaron a manifestarse los resultados. El propio Gorbachov explica así cuáles fueron sus motivaciones: «Yo había viajado, había visto el mundo. Había visto a la gente corriente que vivía en Occidente, y sentí que eran felices con sus vidas. Así que pensé que probablemente tenía que haber cosas buenas en la sociedad occidental. La humanidad vivía en países diferentes, con sistemas diferentes, pero yo sentía que era la misma humanidad».

Fue esta convicción la que le llevó a impulsar un cambio que implicaba reconocer al rival como a un igual y no satanizarlo como había hecho la propaganda soviética durante décadas. El 19 de noviembre viajó a Ginebra y tuvo su primera reunión con el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan. Las sensaciones entre ambos mandatarios no pudieron ser de mayor afinidad. El 15 de enero siguiente, en un paso sin precedentes, Gorbachov propuso a Estados Unidos el desarme nuclear total, y en abril una reducción de las tropas estacionadas en Centroeuropa. Finalmente, el 11 de octubre se volvieron a reunir en la capital de Islandia, Reikiavik, iniciando una serie de reuniones periódicas de las que salieron acuerdos para la reducción drástica de armas nucleares. La Guerra Fría llegaba a su fin, no tanto por la destrucción del arsenal nuclear (que no se hizo en su totalidad) como porque significó la renuncia expresa de los dos rivales a alcanzar la hegemonía mundial mediante el uso de la violencia. En tiempo récord, Gorbachov había aprendido sobre política internacional lo que muchos dirigentes no son capaces de aprender en años. Georgy Arbatov, asesor de Gorbachov en política exterior, guarda buen recuerdo de los tiempos en que había que enseñar al presidente el arte de la diplomacia: «Con él era sencillo porque tenía interés y era receptivo. Él escuchaba atentamente, pese a que era temperamental y quería interrumpir para decir lo que pensaba inmediatamente; pero si tenías una buena relación con él, podías pararle y decirle: “Mijaíl Sergueyévich, déjeme terminar”». Pese a su impaciencia tuvo el mérito indiscutible de la iniciativa, algo de lo que él mismo era consciente. Como él mismo ha afirmado: «Creo que todos los líderes políticos de ese tiempo son dignos de alabanza. Pero déjeme decirle sin falsa modestia que la iniciativa de las autoridades soviéticas fue muy importante. Frecuentemente teníamos que tomar la iniciativa para poner a nuestros compañeros en situación simplemente de reaccionar o de responder».

Al mismo tiempo, ese año comenzó a experimentarse un creciente aperturismo en derechos humanos dentro de Rusia: se reconoce y tolera a la disidencia y hay una creciente libertad de expresión. En palabras del político liberal Grigori Yavlinski: «De repente, de forma inesperada, [Gorbachov] se dio cuenta de que no era posible matar a nadie por sus opiniones políticas, de que no era posible encarcelar a nadie porque esté en desacuerdo contigo. Ésa fue la más importante, la más seria y crucial de las ideas de toda la transformación rusa. El resto de cosas simplemente sucedieron como consecuencia de la inesperada e inusual decisión del secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética». Y no sólo eso. Se reconoció y respetó a los disidentes, actitud simbolizada por el levantamiento del arresto domiciliario en el exilio interior al Premio Nobel de la Paz de 1975, el físico nuclear Andréi Sajarov, que después de haber sido uno de los científicos estrella del programa nuclear soviético, criticó duramente la carrera armamentística (que sólo llevaría a la extinción del ser humano y la destrucción del medio ambiente) y defendió con vehemencia los derechos humanos como base de cualquier sistema político.

Asimismo, comenzó a tolerarse una mayor libertad de expresión: los periódicos empezaban a mostrar mayor capacidad informativa y comenzaban a publicarse en la URSS las obras prohibidas en las décadas anteriores. El símbolo de esta naciente libertad intelectual fue la publicación de las obras de los dos premios Nobel rusos de Literatura que habían sufrido represión: Boris Pasternak (Premio Nobel de 1958, célebre por su novela El doctor Zhivago) y Alexandr Solzhenitsyn (Premio Nobel de 1970), que en la revista Nóvy Mir comenzó a publicar por entregas su obra Archipiélago Gulag, que antes sólo había podido publicar en Europa occidental y que criticaba duramente la política represiva del régimen soviético contra los disidentes políticos. La reacción de la población la define de este modo Natalya Moskovskaya: «Estábamos hambrientos de todas esas novelas que permanecían en las estanterías y en los cajones de las mesas de los escritores, y le agradecimos a Gorbachov la oportunidad de abrir nuestros ojos y conocer tantas cosas nuevas sobre nuestro país y nuestra historia».

El gran disgusto de aquel año 1986 fue el desastre de la central nuclear de Chernóbil, cuyo reactor estalló el 26 de abril. La tardanza en proporcionar una información exacta y completa de la situación fue tomada como una mofa del principio de transparencia informativa que tanto cacareaba el gobierno. Anatol Chernyaov, asesor de Gorbachov en aquellos momentos, describe así su reacción ante la crisis: «Cuando tuvimos toda la información, allá por mediados de mayo, se puso furioso. Dijo en las reuniones que teníamos que decir la verdad sobre el asunto a Occidente y que había que tomar las medidas necesarias para abordar las consecuencias. Incluso se puso desagradable en algunos momentos, sólo le faltó insultar a los expertos y académicos en las reuniones del Politburó». Pero Chernóbil no fue el peor de los contratiempos que tuvo Gorbachov. El tiempo se encargaría de demostrarle que, pese a sus éxitos iniciales, las cosas no iban a salir como él las había pensado.

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