Los grandes personajes de la Historia

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24: George Washington » De miliciando a miembro de la élite terrateniente

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De miliciando a miembro de la élite terrateniente

En los cuatro años siguientes Washington fue movilizado otras dos veces para combatir a los franceses, adquiriendo una experiencia en el mando y la dinámica militar que años más tarde le resultarían vitales. En 1758 solicitó su ingreso como oficial del ejército regular británico y, aunque la respuesta del mando ponderaba su actividad al servicio de la milicia, la instancia fue rechazada. Sin lugar a dudas dicha resolución constituyó una profunda decepción para el joven oficial que, más allá de su actividad como ciudadano movilizado, quería avanzar en su compromiso con la causa británica. Tal fue el desengaño, que ese mismo año abandonó las armas y decidió dedicarse de lleno a su vida civil. Tal expectativa era posible ya que en 1752 su hermanastro Lawrence había muerto y él se había convertido en el heredero de sus propiedades territoriales, incluyendo el solar familiar de Mount Vernon.

Allí Washington se dedicó intensamente a la agricultura, siguiendo el ejemplo de su padre, con el ánimo de por lo menos mantener la posición social que había adquirido gracias a su hermanastro. Uno de los hechos que más le favoreció en este empeño fue su matrimonio, en enero de 1759, con Martha Custis, viuda acaudalada del terrateniente Daniel Parke Custis y madre de dos hijos. Con anterioridad el novio había cortejado a varias mujeres con el objetivo de casarse, pero todos los intentos habían fracasado ya fuese por motivos de rechazo personal o por desinterés hacia su posición social de segunda. La boda con Martha agrandó de forma sustancial el patrimonio de Washington, ya que su esposa era propietaria de más de siete mil hectáreas dedicadas al cultivo de tabaco y de cientos de esclavos. Aunque para ella los beneficios que podría aportarle un nuevo matrimonio eran evidentes, como una mayor estabilidad social y familiar, en ningún caso había supeditado su futuro a la aparición de un pretendiente ventajoso: desde que quedó viuda había administrado directamente las tierras que su marido había legado mostrando una independencia de criterio y una capacidad de iniciativa inusuales. Por todo ello el acercamiento de los futuros cónyuges obedeció al mutuo interés y a partir de ese momento su esposa se convirtió para Washington en un apoyo constante hasta el día de su muerte. Él se encargó de la crianza y educación de los hijos de ella. Nunca tuvieron hijos propios, posiblemente porque la infección de viruela que padeció a los diecinueve años en un viaje a Barbados con su hermanastro le dejó estéril.

Dos hechos determinaron la existencia del matrimonio Washington en los años siguientes. El primero fue la dura crisis económica de los años posteriores a la guerra. La dependencia de la economía agraria norteamericana del crédito británico, la caída del precio del tabaco y los nuevos impuestos introducidos por la Corona plantearon a los plantadores de Virginia serios problemas que no todos fueron capaces de superar. En esta tesitura Washington demostró ser un emprendedor audaz: sustituyó los cultivos coloniales tradicionales (sobre todo el tabaco) por cereales como el maíz y el trigo, y desarrolló innovadores métodos de rotación de cultivos que combinaba con la crianza de ganado; cambios arriesgados que le permitieron eludir los canales tradicionales de comercialización con los mercaderes británicos y así sortear con mayor facilidad los tiempos de adversidad. Sin embargo estas dificultades fueron afianzando en Washington la idea de que la responsabilidad de la penuria de las colonias era la excesiva dependencia de la economía de la metrópoli.

El segundo factor que determinó la vida de aquellos años fue la creciente tensión política con Gran Bretaña por el desarrollo de una nueva política imperial más centralizada y en la que las colonias jugaban un papel absolutamente dependiente. La tradición política de las colonias, bajo el paraguas del reconocimiento de la soberanía del monarca de Gran Bretaña, era la propia de una tierra de frontera de reciente colonización: la presencia de gobernadores representantes del rey garantizaba la supervisión de la actividad política, mientras que las asambleas de colonos elaboraban reglamentaciones que eran revisadas por los primeros, lo cual constituía un mecanismo bastante autónomo con un control de la Corona más o menos efectivo. Pero de nuevo la guerra Franco-India vino a trastocar lo que no era sino un equilibrio precario. Los elevados costes de la guerra y la necesidad de regular de forma uniforme un extenso territorio que, tras la Paz de París de 1763, que ratificaba la victoria británica sobre Francia, se extendía desde Canadá al norte hasta Florida al sur, llevaron a que el gobierno de Londres plantease desde entonces una política más intervencionista centrada en la afirmación del poder real frente al de los colonos.

Dicha política se centró en el intento de someter al comercio libre no regulado (tradicionalmente tolerado y ahora definido legalmente como «contrabando») a una represión creciente que tenía por objetivo aumentar los ingresos en las aduanas reales (Sugar Act o Ley del Azúcar, 1765); en la creación de un nuevo impuesto sobre el papel (Stamp Act o Ley del Timbre, 1765), así como en la obligación de las colonias de mantener un ejército regular de diez mil hombres en suelo americano y a los gobernadores reales. Estas medidas, sobre todo las dos últimas, provocaron una reacción unánime de rechazo en las trece colonias, ya que sus habitantes consideraban que violaban sus derechos y prácticas tradicionales. Especialmente sangrante les resultaba el que dichas medidas se dictasen usando la ficción política de que el pueblo colono estaba representado en el Parlamento de Londres, donde no acudía ningún representante elegido en América. El propio Washington escribía en una carta de 1765: «Creo que el Parlamento de Gran Bretaña no tiene más derecho a meter sus manos en mi bolsillo sin mi consentimiento que yo en los tuyos buscando tu dinero».

Fue este sentimiento el que animó al plantador virginiano a comenzar una actividad política que evolucionó desde un moderantismo inicial hasta un claro rechazo a la unión con Gran Bretaña años más tarde. Ya en 1758 había sido elegido miembro de la Cámara de Ciudadanos de Virginia, donde desarrolló su actividad junto a destacados líderes contrarios a la nueva política imperial como Patrick Henry. Según el profesor norteamericano Richard Brookhiser, Washington jugó un papel de segunda fila en esos años, pero su asistencia a la asamblea fue una especie de aprendizaje político: «Permaneció allí durante dieciséis años. No tomó la iniciativa, apenas intervino, pero allí estuvo. Estuvo participando en política desde la base y viendo cómo funcionaba».

Las medidas de rechazo de los colonos obligaron a retirar las leyes promulgadas no sin que antes el Parlamento británico dictase una ley por la que declaraba su total competencia en legislación colonial, fuera cual fuese la materia y los territorios e instituciones afectados (Declaratory Act, marzo de 1766). Pronto usaron esta potestad cuando se establecieron nuevos impuestos sobre las importaciones (Leyes Townshend, 1767), se concedieron monopolios de productos de importación a la Compañía de las Indias Orientales y se prohibió la colonización de tierras al oeste de los Montes Apalaches. Ahora no sólo se cercenaban las tradiciones políticas sino que además se intervenía el comercio transatlántico, se estrangulaba todavía más la libertad mercantil y se privaba a los colonos de la posibilidad de optar por la colonización del Oeste como vía de prosperidad económica en un tiempo en el que los golpes de la depresión económica hacían de esa posibilidad una sólida esperanza para el futuro.

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