Los grandes personajes de la Historia

Los grandes personajes de la Historia


24: George Washington » La lucha por la libertad

Página 152 de 268

La lucha por la libertad

La reacción contraria de los colonos no se hizo esperar, y esta vez la marcha atrás parcial del gobierno británico no pudo frenar el movimiento, que había comenzado a coordinarse a lo largo de toda la costa atlántica. Puesto que las asambleas de colonos dejaron de reconocer la autoridad de los gobernadores reales, en cada colonia se organizó una representación política independiente que, de forma coordinada con las demás, se encargó de preparar una respuesta a las continuas violaciones de los derechos coloniales por parte de la autoridad real. Este proceso culminó con la elección de cincuenta y cinco representantes para un Primer Congreso Continental, inaugurado en septiembre de 1774 en Filadelfia. George Washington fue uno de los elegidos por la Cámara de Ciudadanos de Virginia y en la reunión defendió, junto con sus compañeros virginianos y los delegados de Massachusetts, la postura más radical. Sus principios fundamentales fueron el apoyo al reconocimiento de los nuevos poderes de las colonias y la creación de una asociación continental —órgano de acción conjunta de los trece territorios— que pusiese en práctica las resoluciones del Congreso de boicot a los productos británicos y resistencia a la autoridad real, al tiempo que aglutinaba todos los esfuerzos.

A partir de este punto la situación comenzó a desbordarse. Las asambleas de las colonias iniciaron el alistamiento de voluntarios dispuestos a luchar con las armas por los derechos de los norteamericanos, constituyendo así milicias capaces de oponerse por la fuerza a las decisiones de los gobernadores. En abril de 1775 se produjeron los primeros tumultos entre la milicia de Massachusetts y el ejército regular británico, acontecimiento que aceleró la toma colectiva de partido y que de hecho se considera el punto de partida de la guerra de la Independencia de los Estados Unidos (1775-1783). Poco después, en mayo, se reunió en Filadelfia el Segundo Congreso Continental, para el que Washington fue de nuevo elegido. Era muy consciente de la nueva situación que se había creado, y muestra de ello es que fue el único asistente que se presentó a la primera sesión con uniforme militar. Los días de tranquilidad como plantador en Mount Vernon habían quedado atrás y el hacendado virginiano estaba dispuesto a retomar las armas para defender sus derechos y los de sus compatriotas ante el ejército británico. Al mes siguiente, y a propuesta de John Adams, el Congreso le nombró por unanimidad comandante en jefe del ejército americano. El 23 de agosto Jorge III proclamó a las trece colonias americanas en rebelión, lo que significaba que Gran Bretaña se preparaba para aplastar la insurrección de sus territorios transatlánticos por la fuerza.

Las razones de esta elección han sido objeto de cierta controversia, pero parece claro que en el ánimo de los delegados en Filadelfia pesó la notable posición social de Washington entre la alta sociedad virginiana (en las colonias del Sur el peso de los leales a Gran Bretaña era especialmente importante frente a un Norte más movilizado), su experiencia militar en la guerra Franco-India y su notable capacidad de gestión demostrada como administrador de tierras; el Congreso era consciente de que el mando supremo del ejército debería encargarse no sólo de las operaciones militares sino también de organizar la tropa con escasos recursos. El nuevo general también era muy consciente de las limitaciones de la situación y desarrolló desde el principio unas líneas de actuación encaminadas a sacar el máximo rendimiento de los recursos de los que disponía. Frente al ejército regular de la primera potencia europea, Washington contaba en 1775 con menos de treinta mil milicianos que no habían recibido instrucción militar, que habían demostrado una indisciplina reiterada y para los que contaba con poco armamento y provisiones. Por eso dirigió sus esfuerzos a obtener los recursos materiales y humanos necesarios para hacer frente al adversario, a mantener la disciplina entre sus tropas (y dotarla por lo menos de la instrucción militar básica en la medida de lo posible) y a fomentar el entusiasmo en una guerra que pronto empezó a dar síntomas de alargarse indefinidamente.

Washington contó desde el principio con un apoyo unánime: el Congreso Continental había declarado que el ejército fuese común a las trece colonias con el objetivo de presentar un frente unido, por lo que no cabía esperar una dispersión de las energías. Pero aunque pronto se llamó a los colonos a alistarse el ejército americano siempre estuvo en minoría frente al británico. Mientras que éste llegó a contar con ochenta mil hombres en 1778 entre tropa regular y mercenarios alemanes, el número de colonos oscilaba entre los veinte y los cincuenta mil. La inferioridad numérica fue constante a lo largo de todo el conflicto. Por eso Washington decidió explotar las circunstancias que dificultaban en mayor grado la situación al ejército enemigo. La primera de ellas era la distancia, más de cinco mil kilómetros separaban a los soldados británicos de sus hogares y de los centros de decisión y apoyo a su actividad, que junto a los problemas de abastecimiento, el inmenso territorio que había que dominar (en el que no se reconocía su autoridad fragmentada y dispersa) y, sobre todo, la oposición de la mayoría de la población eran bazas que podían contrarrestar la desventaja inicial. Posiblemente en estos momentos iniciales el comandante en jefe norteamericano no era consciente de que iba a ser precisamente este cambio de concepción de la campaña lo que le permitiría ganar la guerra. Pero éste es un hecho que sólo sería evidente tras varios años de guerra y después de haber derramado mucha sangre.

Los británicos, siguiendo la táctica militar del siglo XVIII, plantearon una campaña convencional, buscando desde el principio acciones militares a gran escala, aisladas y a campo abierto, que les permitiesen aplastar a un enemigo que consideraban muy inferior. Washington respondió con una guerra de desgaste: sabía que con los recursos militares de que disponía no podía vencer en campo abierto, por lo que prefirió una táctica en apariencia vacilante que mezclaba escaramuzas con retiradas a tiempo para ir golpeando al enemigo en varios frentes y dejar que los factores adversos fuesen minando el poder militar británico. De ahí que las críticas que en ocasiones se le hicieron por no ser un militar brillante según los estándares del momento estén en buena medida mal fundadas. En sus campañas hubo cierta dosis de improvisación, pero las líneas de su estrategia estuvieron definidas desde los primeros meses del conflicto y el tiempo acabó dándole la razón: fue una guerra revolucionaria diferente a todas las anteriores, en la que el factor decisivo fue el apoyo de la población civil.

Pese a que algunos consideraban sin fundamento que Washington tenía un perfil militar bajo, no faltaron episodios memorables a lo largo de seis largos años de guerra. El primero de ellos fue el que llevó a cabo en el invierno de 1776-1777 al romper con la convención de la inactividad militar durante la estación invernal y, en un golpe de audacia, salir de Filadelfia para tomar el Fuerte de Trenton el día de Navidad, y desde allí el de Princeton el 3 de enero. Más allá de la victoria moral que supuso para un ejército rebelde en minoría, la captura de mil prisioneros —mercenarios alemanes de Hesse— y la incautación de todo su material bélico y provisiones, le permitieron equipar y alimentar a sus maltrechas tropas.

El transcurso de 1777 no fue especialmente destacado para Washington, que tuvo que abandonar la defensa de Filadelfia tras dos derrotas a manos de los británicos mandados por William Howe, pero la gran victoria del general Horatio Gates en Saratoga permitió compensar el curso militar del año. Este acontecimiento dejó claro a los británicos que una victoria rápida contra los rebeldes no era posible y demostró a las potencias europeas enemigas de Gran Bretaña que podían sacar grandes ventajas si apoyaban a los rebeldes. En 1778 Francia firmó con éstos un tratado de colaboración y apoyo que vino a sumarse al apoyo comercial que ya mantenía desde el comienzo del conflicto. Un año más tarde España se alió con Francia en su lucha contra Inglaterra con la intención de recuperar territorios perdidos a manos de los británicos desde comienzos de siglo: Menorca, Gibraltar y Florida. A ello se sumó el apoyo comercial brindado por la República de los Países Bajos y la neutralidad tácitamente favorable a los colonos por parte de Suecia, Dinamarca y Rusia, que desembocaron en el aislamiento diplomático británico.

Junto a los momentos de victoria, tampoco faltaron los de penuria. El invierno de 1777-1778 fue especialmente duro para las fuerzas al mando de Washington. Con once mil hombres a sus órdenes decidió establecer el campamento de invierno en Valley Forge (Pensilvania). La situación no podía ser más apremiante: carecían de provisiones y suministros y el frío era extremo. En esas circunstancias y según la costumbre del siglo XVIII, el comandante de la tropa se podía retirar a su domicilio hasta que pasada la estación volviese a reiniciarse la actividad militar. Washington no sólo no se fue sino que desplegó todos sus recursos para intentar aliviar el sufrimiento de sus soldados. Escribió reiteradamente al Congreso apelando a su patriotismo para que enviase comestibles, combustible y todo lo necesario para la subsistencia. Él, que ya había renunciado tras su nombramiento militar a cualquier remuneración que fuese asociada al cargo, no podía satisfacer las exigencias de la situación y tuvo que contemplar cómo un cuarto de los militares a su cargo morían de frío y a causa de varias enfermedades. En lo que se consideró un hecho insólito en aquel momento, su esposa Martha acudió al campamento de invierno a apoyar a su marido. Ambos habían mantenido correspondencia durante toda la guerra, y él, al no volver para pasar con ella los meses que se le permitía, siempre la invitaba a visitarle (cuando las circunstancias lo permitiesen). En aquella ocasión acudió y brindó ánimo, ayuda y aliento no sólo al comandante, sino a todo aquel que estuviese necesitado.

Desde 1778 la estrategia británica se desvió en tratar de controlar primero las colonias del Sur y desde allí reconquistar el Norte en lo que fue un intento por dar una vuelta a los acontecimientos. Pero poco a poco la situación se fue decantando a favor de los colonos americanos, que desde 1780 contaban con el apoyo de un cuerpo de voluntarios franceses que había desembarcado a las órdenes del conde de Rochambeau. Washington se había mantenido en el norte desde la primavera de 1778, momento en el que había reconquistado Filadelfia, vigilando la actividad del cuartel general británico en Nueva York. Sin embargo, en 1781 salió al mando de sus hombres para forzar la rendición de las fuerzas que al mando del general lord Cornwallis permanecían en el puerto virginiano de Yorktown. Bloqueado por mar por barcos franceses y por tierra por los rebeldes, Washington logró su rendición el 17 de octubre de 1781. Tras este golpe, el resto de las guarniciones británicas se rindieron sucesivamente. Yorktown fue el golpe que inclinó la balanza hacia uno de los bandos, la guerra estaba sentenciada y los colonos habían vencido. Comenzó entonces un complejo y dilatado proceso de negociaciones diplomáticas para concertar un tratado de paz, que no se logró hasta septiembre de 1783. La complejidad estaba básicamente en que no incumbía sólo a Gran Bretaña y a los rebeldes, sino que Francia y España también habían contribuido a la victoria norteamericana y exigieron ser reconocidos como vencedores de su principal enemigo en el marco político internacional. En el Tratado de Versalles, Gran Bretaña reconoció la independencia de sus colonias, constituidas como una única república. Era el acta de nacimiento a nivel internacional de un nuevo país: los Estados Unidos de América.

Al otro lado del Atlántico se abría un momento completamente nuevo para los ex colonos británicos. Durante la guerra las colonias se habían declarado independientes por separado y habían redactado sus propias declaraciones de derechos y leyes, aunque habían reconocido también un nexo común. Los Artículos de la Confederación, aprobados en 1777, iniciaron la experiencia de un gobierno conjunto mediante un Congreso que resultó inoperante en la práctica: se convirtió en la expresión testimonial de la existencia de unos intereses comunes y de la hermandad de los trece territorios más que en una institución útil y efectiva. Acabada la guerra, y una vez superada la lucha por sacudirse el yugo de la metrópoli, era la hora de construir la nación, una oportunidad irrepetible en la que se abría un proceso político sin precedentes que el mismo Washington calificó en alguna ocasión de «el experimento confiado en manos del pueblo americano». En ese momento muchos vieron en él la principal figura llamada a realizar la formidable empresa que había que emprender, ya que le consideraban uno de los máximos responsables del éxito militar. Para sorpresa de todos, en noviembre de ese mismo año viajó a Annápolis, donde estaban reunidas sus tropas, les dirigió un mensaje de despedida y renunció a su cargo y honores militares para volver a la vida civil. El estupor en la opinión pública fue general. Se suele afirmar, en lo que constituye una de esas citas tan célebres como nunca constatadas, que el rey Jorge III comentó al conocer la renuncia del comandante en jefe: «Por Dios, si hace eso es que es el hombre más grande de la Tierra». El día de Nochebuena de 1783, Washington llegó a Mount Vernon después de ocho años de ausencia.

Su retiro fue una decisión meditada, que nacía de la concepción que tenía de sí mismo como un ciudadano alzado en armas para defender su país y las libertades amenazadas de sus compatriotas, y de la que tenía de la política como un servicio a los demás, no como un fin en sí mismo, sino como un instrumento para conseguir salvaguardar los intereses de la colectividad. De ahí que rechazase entrar en política en 1783, pero la política del momento decidió no renunciar a él. Seguía siendo uno de los más importantes plantadores de Virginia y su actividad pública en el ahora estado federado independiente siguió existiendo, por mucho que quisiese mantenerla en un nivel bajo. Cuando las autoridades de los trece estados fundacionales decidieron convocar una nueva asamblea en Filadelfia para redactar una Constitución, Washington fue de nuevo elegido por Virginia.

Ir a la siguiente página

Report Page