Los grandes personajes de la Historia

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25: Napoleón Bonaparte » Campañas en el extranjero: el camino hacia la gloria

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Campañas en el extranjero: el camino hacia la gloria

La guerra no había terminado y el Directorio quería llevar adelante la proyectada campaña de Italia, para la que pensó en Bonaparte como general en jefe. Al llegar a Niza diecisiete días después de su boda con Josefina, Napoleón se encontró un ejército hambriento, mal equipado, sin disciplina ni formación militar. Sin pensarlo dos veces se dedicó a transformar a las tropas que le habían dado, despertando en los soldados el sentimiento de solidaridad, vocación militar y servicio a Francia. En año y medio resolvió la crisis del ejército, derrotó a los piamonteses y expulsó a los austríacos de Milán y Lombardía, obligándoles a firmar la Paz de Campo Formio (octubre de 1797) que puso fin a la guerra y por la que Francia se anexionaba el reino de Piamonte y la actual Bélgica (antiguos Países Bajos Austríacos). Pero durante esos meses Napoleón desplegó además sus grandes dotes de estratega. Después de años de estudio del arte de la guerra había llegado a sus propias conclusiones, y la aplicación de éstas resultó revolucionaria. Como afirma el capitán Brian Toy, profesor de la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point, «jamás se había visto nada igual. Antes la guerra era un juego de caballeros. Dos ejércitos se encontraban en el campo de batalla, cargaban el uno contra el otro y esperaban a que uno de los dos se rindiese. Pero Napoleón no esperaba a derrotar al enemigo, actuaba hasta obligarle a la total rendición. Dividía sus fuerzas, destrozaba uno de sus flancos y después iba a por el otro». Además, participaba directamente en las acciones militares, pues estaba convencido de que el ejemplo despertaría la adhesión de sus hombres y les enardecería para entrar en batalla, y por entonces comenzó a rodearse de algunos de los principales colaboradores militares que tuvo a lo largo de su carrera, como Massena o Berthier.

Su regreso a Francia fue triunfal; tanto, que el Directorio, que ya había comenzado a desconfiar de él durante la guerra, elaboró el proyecto de una nueva campaña para mantenerlo alejado de Francia. Su popularidad y el apego de sus hombres hicieron que los políticos del momento comenzasen a verlo como una amenaza. La nueva campaña pretendía hacer frente a Gran Bretaña, que continuaba en guerra con Francia. El escenario elegido para esta operación fue Egipto, territorio bajo soberanía otomana pero de gran importancia para los intereses comerciales británicos, ya que Inglaterra controlaba el comercio naval con el Levante mediterráneo. La operación era arriesgada, pero Napoleón, que desde su época de estudiante se sentía atraído por la civilización del Antiguo Egipto, aceptó con entusiasmo. Preparó la expedición con algunos de los políticos que le acompañarían a lo largo de toda su carrera y que ya ocupaban cargos de relevancia durante el Directorio, como Talleyrand, entonces ministro de Asuntos Exteriores, o Fouché. En mayo de 1798 partió de Tolón con una impresionante flota en la que lleva más de cincuenta y cuatro mil hombres, no todos soldados. Como recuerda la profesora Fitch, «Napoleón comprendió que había cosas en Egipto de las que podían aprender los franceses. Llevó consigo un equipo completo de científicos. La idea era intentar comprender la historia y las ciencias de Egipto. Fueron a ver las pirámides, descubrieron la piedra Rosetta…». Por tanto no fue sólo una expedición militar, sino también científica. En julio estaban ya en suelo egipcio y los comienzos de la estancia fueron prometedores: venció la resistencia egipcia en la batalla de las Pirámides, que le abrió las puertas de El Cairo. Pero la situación cambió rápidamente cuando el almirante Horatio Nelson destruyó la flota francesa, dejando incomunicado al ejército francés. Esto, junto a las noticias preocupantes que le llegaban de Francia (pérdidas de los territorios italianos y avance de los enemigos hacia las fronteras), le deciden a abandonar Egipto.

Pero además también hubo razones personales. En Egipto Napoleón tuvo noticia de las infidelidades de Josefina. Pese a que el asunto no era nuevo y al parecer en algunos círculos parisinos era un secreto a voces, sólo uno de sus más cercanos camaradas militares, Junot, tuvo el valor para informarle de lo que sucedía. Él se lo agradeció pero no se lo perdonó: fue el único de sus primeros compañeros que no recibiría posteriormente el bastón de Mariscal de Francia. Napoleón se quejó amargamente a su hermano mayor, José, en una carta secreta que Nelson interceptó y que los periódicos de Londres publicaron antes de que pudiese llegar a Francia. La humillación era ahora más dolorosa si cabe. Pese a que la separación de la pareja parecía inevitable, ella le rogó una nueva oportunidad que él le concedió posiblemente por el cariño que había tomado por los hijos de Beauharnais, que ahora quería como si fuesen suyos.

A su regreso a Francia la situación política estaba nuevamente muy deteriorada. La guerra había prendido de nuevo en Italia y se había formado otra vez una coalición de países contra Francia, que esta vez comprendía a Gran Bretaña, Austria, Rusia, Nápoles, Portugal y el Imperio otomano, que todavía no había recuperado Egipto. Dentro del país se respiraba un ambiente de descomposición que llevaba a muchos a desear que una figura enérgica se encargase de regenerar el país. Napoleón aprovechó inmediatamente ese ambiente y en colaboración con varios de los más importantes políticos del momento preparó su asalto definitivo al poder. El 9 de noviembre de 1799 (18 de brumario del año VIII en el calendario revolucionario) se hizo con el poder sin necesidad de derramar una gota de sangre; once días más tarde presentó un nuevo gobierno hecho a su medida. Había puesto orden en sus asuntos domésticos y ahora se propuso hacer lo mismo con Francia, y quería ser él quien llevase la batuta de la situación. Era el comienzo de una carrera hacia un poder cada vez con menos límites.

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