Los grandes personajes de la Historia

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Los difíciles primeros pasos

En la Europa de 1770, Mozart era ya un músico consagrado pese a su juventud (tenía catorce años). Desde sus primeros años de vida había asombrado al mundo con su precocidad y su talento, de modo que su ejemplo estaba entonces muy presente entre quienes cultivaban o se dedicaban a la música, incluido Johann van Beethoven. Al poco de iniciar su formación musical, Beethoven comenzó a dar muestras de estar especialmente dotado para la música, razón que hizo acariciar a su padre el sueño de convertir a su hijo en otro pequeño Mozart. Absolutamente empeñado en lograrlo, Johann sometió a su hijo a una férrea y cruel disciplina de aprendizaje, obligándole a pasar innumerables horas frente al clavecín y combinando la exigencia con los castigos. En palabras del profesor del conservatorio Juilliard School Michael White, «cuando el pequeño tocaba las notas que no eran, se equivocaba en el fraseo o la música no sonaba como el padre quería, éste le castigaba dándole una bofetada, un puñetazo o empujándole. Sabemos que en varias ocasiones su padre le encerró en el sótano por no haber tocado todo lo bien que se suponía que tenía que hacerlo». La situación no mejoró cuando Johann pidió la ayuda docente del actor y músico Tobías Pfeiffer, pues con frecuencia ambos volvían borrachos a casa de madrugada y obligaban a levantarse a Beethoven para que ensayase en el clavecín.

Milagrosamente Beethoven no aborreció la música y pese a todo aprendió mucho de armonía y teoría musical en esos años. Sus estudios ordinarios en la escuela local nunca fueron bien y con diez años terminó por abandonar el colegio para dedicarse en exclusiva a la música. Ya entonces afloraron algunos de sus más característicos rasgos de personalidad, como la tendencia al ensimismamiento y la soledad, el despiste y la incomodidad en el establecimiento de relaciones sociales. Sin duda alguna las largas horas de estudio sin contacto con otros niños, pero sobre todo las duras condiciones afectivas que rodearon su infancia, marcarían indeleblemente su carácter. Con once años, y casi por casualidad, Beethoven pudo por fin salir de la opresiva tutela que como profesor ejercía su padre. Éste le presentó a una prueba con la intención de que fuese admitido en la orquesta de la corte del príncipe elector Maximiliano Francisco, hermano del emperador José II y tan amante de la música como éste. El príncipe se hallaba casualmente presente cuando Beethoven interpretó una fuga a dos voces compuesta por él mismo y, sorprendido por la habilidad del joven músico, decidió hacerse cargo de los costes de su formación musical y encargársela a su organista Christian Gottlob Neefe. La habilidad como organista y pianista que mostraba el nuevo aprendiz pronto le hizo ganarse la admiración de sus compañeros de la orquesta de la corte quienes, por otra parte, se apenaban de la difícil situación económica y familiar de Beethoven. Como recoge en su biografía Juan van den Eynde, varios comentarios al respecto fueron recogidos en una nota de trabajo de la orquesta que terminó cayendo en las manos de Maximiliano: «El príncipe elector tuvo conocimiento de esta nota, que hablaba claramente de la penuria económica que vivían en su casa y, conmovido, le asignó cien táleros al año, la mitad del sueldo de su padre. Ludwig llegó de esta forma a ser músico de la orquesta de la corte del príncipe elector de Colonia con tan sólo doce años».

Como discípulo de Neefe y miembro de la orquesta de la corte del príncipe elector, Beethoven comenzó a moverse en un ambiente que nada tenía que ver con la opresora realidad de su casa. La corte de Maximiliano era un lugar abierto a las ideas ilustradas que su hermano José II había convertido en símbolo de su gobierno. El cultivo de las artes, la filosofía, la literatura y, por supuesto, la música era uno de los rasgos distintivos de estas cortes ilustradas en las que, alentados por los mecenas pertenecientes a la aristocracia, los artistas trabajaban intensamente. Al tiempo que estudiaba la música de Bach y Haydn, Beethoven descubría el pensamiento de Kant y Voltaire y las ideas de libertad y fraternidad universal se abrían paso en su espíritu. Pronto el deseo de romper con las normas establecidas para dar paso a nuevas realidades encontraría también eco en su música.

A finales del siglo XVIII Viena era la capital cultural de Europa por excelencia. Desde el punto de vista musical, la presencia de Mozart y Haydn hacía de la ciudad el destino soñado por todo músico, y Beethoven no era una excepción. Su habilidad al piano, especialmente para la improvisación, hizo que Beethoven se ganase la admiración del favorito del príncipe Maximiliano, el conde Ferdinand Waldstein, quien en 1787 convenció a éste para que propiciara el primer viaje del músico a Viena. Emocionado, partió hacia la ciudad imperial en marzo con el vivo deseo de conocer de cerca su sofisticado ambiente musical y de ser presentado a alguno de los grandes maestros. Sin embargo la estancia en Viena se vio truncada por la enfermedad de su madre, razón por la que sólo pudo permanecer allí tres semanas. Aun así tuvo ocasión de lograr uno de sus sueños, que le presentasen a Mozart. Gracias a las recomendaciones de Waldstein y al aval del príncipe elector consiguió que una tarde Mozart escuchase una de sus composiciones pero, ante su contenida reacción, Beethoven solicitó al afamado compositor que eligiese un tema sobre el que improvisar. Mozart escogió una fuga cromática quizá pensando en ponerle en un aprieto, pero Beethoven estuvo improvisando maravillosamente durante casi una hora. Cuando finalizó, Mozart exclamó: «¡Atención a él! Un día dará al mundo algo de qué hablar». Sería la última vez que ambos músicos coincidirían.

Beethoven regresó rápidamente a Bonn, donde finalmente murió su madre el 17 de julio no sin antes encargarle el cuidado de sus hermanos menores. Con un padre enfermo, Beethoven se convirtió en el cabeza de familia con sólo diecisiete años. Su trabajo en la orquesta de Bonn no le permitía llevar una vida demasiado holgada, pero sí proseguir con su formación y comenzar a componer con bastante intensidad. Sus composiciones responden en esta etapa a la labor propia de un músico de corte y por tanto, mayoritariamente, a las fórmulas musicales impuestas por entonces. Aunque no puede decirse que en los cinco años que aún permanecería en Bonn llegaría a desarrollar un estilo musical propio, en varias de sus composiciones comenzaron a advertirse los rasgos de su compleja personalidad musical. Ése sería el caso de la Cantata para la muerte del emperador José II. La obra encargada por el círculo de ilustrados cercano a Neefe con el que simpatizaba Beethoven anticipaba algunos motivos musicales que retomaría más adelante en sus sinfonías tercera, sexta y séptima; por su dificultad técnica —otro de los rasgos característicos de su música— llegaría a tener problemas para encontrar quien la interpretase. Pero sería precisamente esta Cantata la que terminaría por convertirse en su pasaporte definitivo a Viena.

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