Los grandes personajes de la Historia

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26: Beethoven » La música interior

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La música interior

Hacia 1798 Beethoven, cuya salud no era buena y con frecuencia padecía problemas digestivos, comenzó a notar dificultad en la percepción de algunos sonidos. Poco a poco un molesto zumbido se instaló en sus oídos y empezó a perder capacidad auditiva. Aterrado por las consecuencias que tal circunstancia pudiera tener sobre su carrera, decidió hacer todo lo posible para ocultarlo, de modo que su fama de hombre despistado y huraño se hizo cada vez mayor. Evitaba el contacto con los demás y la angustia por la evidente enfermedad fue haciendo mella en su ya complicado carácter. En junio de 1801 daba rienda suelta a su tristeza en una carta dirigida a su amigo Franz Wegeler: «Un demonio envidioso, mi mala salud, me ha jugado una mala pasada; quiero decir que desde hace tres años mi oído es cada vez más débil… mis orejas zumban continuamente, día y noche. Llevo una vida miserable; desde hace casi dos años evito cualquier compañía, porque no puedo decir a la gente: soy sordo. Si tuviese cualquier otra profesión, la cosa sería más fácil; pero con la mía es una situación terrible. Para darte una idea de esta extraña sordera, te diré que en el teatro tengo que colocarme muy cerca de la orquesta para oír a los cantantes. Los sonidos agudos de los instrumentos y de la voz, si están un poco lejos, ya no los percibo; es maravilla que, al hablar conmigo, la gente no se dé cuenta de mi estado. Como siempre fui muy distraído lo achacan a eso. Lo que sucederá ahora sólo el cielo lo sabe».

A principios de 1802 su situación física empeoró, y por si esto fuera poco sufrió uno de los muchos desengaños amorosos que jalonaron toda su vida. Se había enamorado de una de sus jóvenes alumnas de piano, la condesa Giuletta Guicciardi, de sólo dieciséis años, y creía que ella le correspondía. Entre ambos existía una importante diferencia social que en la época suponía una barrera infranqueable, pero pese a ello Beethoven, siempre poco realista en las cuestiones amorosas, estaba convencido de que podría llegar a casarse con ella. Sin embargo la condesa terminaría haciéndolo con un hombre de su misma condición social, lo que sumió al compositor en una fuerte depresión agravada por su mala salud. Preocupado por su delicado estado físico, pues a la sordera se le sumaban nuevos problemas digestivos, un doctor de su confianza, Schmidt, le recomendó una estancia en el campo, por esta razón Beethoven se trasladó a Heiligenstadt donde permanecería casi un año.

En Heiligenstadt Beethoven pasó por una auténtica crisis personal, e incluso llegó a pensar en el suicidio. Consultó con varios médicos y probó con todo tipo de remedios, pero no logró mejorar de ninguno de sus problemas de salud. Pensó que su vida había perdido sentido y que la sordera se convertiría en un problema insuperable y reflejó sus angustias en una carta dirigida a sus hermanos que nunca llegaría a enviar y que se conoce como Testamento de Heiligenstadt: «Vosotros los que pensáis o decís que soy malévolo, obstinado o misántropo, cuánto os equivocáis acerca de mí (…) hace seis años que estoy desesperadamente agobiado, agravado por médicos insensatos, de año en año engañado con la esperanza de una mejoría, finalmente obligado a afrontar la perspectiva de una enfermedad perdurable (…). Aunque nací con un temperamento fiero y altivo, incluso sensible a los entretenimientos sociales, poco a poco, me vi obligado al retiro, a la vida en soledad. Si a veces intenté olvidar todo esto, con cuánta dureza me devolvió a la situación anterior la experiencia doblemente triste de mi oído defectuoso (…) mi desgracia es doblemente dolorosa para mí porque es muy probable que se me interprete mal; para mí no puede haber alivio con mis semejantes, ni conversaciones refinadas, ni intercambio de ideas. Debo vivir casi solo, como el desterrado (…). Si me acerco a la gente un intenso terror se apodera de mí, y temo verdaderamente verme expuesto al peligro de que se conozca mi condición (…). Tales incidentes me llevan casi a la desesperación; un poco más de todo eso y acabaría con mi vida. Sólo mi arte me ha retenido. Ah, me pareció imposible abandonar el mundo hasta que hubiese expresado todo lo que sentía en mí».

Afortunadamente aún le quedaba mucho que expresar; cuatro meses más tarde, y algo menos postrado, regresó a Viena con energías renovadas. Su estancia en Heiligenstadt había sido una auténtica catarsis y de allí regresó decidido a que la sordera no acabase con él ni con su música. Como afirma el violinista Isaac Stern, «en su cabeza siempre había música y entonces decidió abrirse paso entre las tinieblas que anegaban su vida para encontrar el sol y la luz, y pese a todo lo consiguió».

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