Los amorosos
Portada
Página 2 de 7
Qué tontas me parecen en este momento la luna, y las rosas y las palabras tiernas, cuando estás tú aquí tan ausente, tan ausente, a media hora de mis labios y tan lejos, a media hora de mi corazón y tan distante.
¡Ah mi soledad, en que germina esta inmensa tristeza del mundo!
¡Qué pequeños parecemos tú y yo en medio de este silencio, absorto e indiferente!
Chepita, mi Chepita, amor mío tan mío: En esta rechingada hora de insomnio y de vergüenza estás presente, te necesito, te amo hasta quién sabe dónde, más, mucho más allá del amor y de la vida, te amo hasta la muerte; de tal modo que en vez de decir “te quiero” necesito decir: te muero, me muero en ti, me muero.
Me aniquilo en tu pensamiento, me destruyo en mi pensamiento de ti. Acabo, no existo, no soy; soy en ti, en el amor, soy en mí, soy en la muerte; me llamo principio, fin, causa, origen, destrucción, acabamiento. Vida y muerte. Cielo, infierno —20,000 infiernos, sólo un cielo—, Chepita, Jaime, etcétera, Jaime, Chepita, amor y fin. Y fin, y fin, y todo y fin.
Y algo más. Pero quién sabe. Y algo más todavía.
Bueno. Siempre queda una cosa imposible, inefable. Piensa —yo pienso— en ella.
Tratemos de dormir ahora.
Hasta mañana, amor.
¿Hasta mañana?
Ay, amor, soñemos.
J
Sab. 29 de mayo 48
Chepita, mi mujer: Te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te adoro te amo te necesito te odio te repudio te adoro eres mi pan, mi aire, agua, sol y vida, lo indispensable mío para ser yo, eres lo que pienso, eres lo que imagino, eres, ay, lo que deseo, el anhelo y la sed y el hambre de tu cuerpo, el anhelo y la sed y el hambre de tu alma, este dolor continuo, esta persistente inquietud, este morir a gotas sobre mí mismo; eres esa recóndita alegría de poseerte, esa íntima felicidad de saber que eres mía, sin palabras, más allá de tu cuerpo, mía solamente, mía total, únicamente mía como mi muerte.
Chepita, mi mujer, mi amada, mi amiga y novia y hermana, mi lugar en el amor, mi razón en el tiempo, mi vicio y mi locura, mi virtud y mi fuerza; Chepita, sangre de mi cuerpo, flor de mi espíritu, timbre de mi risa, humedad de mi lágrima, obscuridad de mi insomnio, promesa de mi esperanza, presencia mía en el mundo, persistencia mía en mí mismo; Chepita, Chepita, linda, dulce, suave, tierna, leve, tibia, suave, tierna, mía.
Chepita de mis últimos sueños, Chepita de mis renunciaciones y fracasos, Chepita de mis aspiraciones, Chepita.
Junio 4 de 48
Chepita:
Te digo que te quiero te repito que estás en mí como yo mismo te confieso otra vez que estoy enfermo de ti que me eres necesaria como un vicio tremendo imprescindible, exacta, insoportable.
Y eres mi salud, mi fortaleza, mi canto puro, mi alma intacta.
Devengo ser en ti. Soy cosa, cielo, infierno, tabú, divinidad. Soy en ti lo contradictorio y lo simple. La última esencia, el uno, la realidad.
He recibido ahora tu carta. Y no sé; no podría decirte esta inquietud, este deseo insatisfecho. Profetizada, esperada, deseada, Chepita abandonada, olvidada, perdida, Chepita vuelta a nacer, Chepita de todos los días, fluctuante según mi fluctuación, de ida y vuelta perennes, acorde a mi destino, adaptada a mi realidad de insostenibles vaivenes en la vida; Chepita minúscula, intangible, exacta, precisa, intolerable; Chepita puntual en mi corazón, insubstituible en mi deseo, exclusiva en mi pasión, definitiva en mi esperanza; Chepita la última, la única; amor de hoy en invariable presente, llena de ayer y de mañana; dueña de mis ojos, único sitio para mis besos, carne para todas mis caricias, alma para todos mis sueños, última morada de mi amor viajero e imposible...
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, julio 1° de 1948
Mi Chepi linda:
EI martes a las 3 de la tarde llegué a ésta. Como has de suponer, molido, cansado y casi enfermo.
Todos en mi casa están bien, exceptuando a Jorge que se encuentra en cama debido a una infección, y que ya me ha proporcionado trabajo con la penicilina estos días.
No he visto a ninguno de tu familia. Bueno, es que propiamente no he salido a ninguna parte y no he tenido oportunidad de encontrarlos por allí. Mi vida estos días se ha reducido a estar en mi casa, platicando, inyectando a Jorge, arreglando mis cosas, y viniendo de vez en cuando aquí a la tienda de Juan,[3] o a la de mi papá, y ni siquiera me he asomado una sola vez por el parque, ni he ido, con todo, a visitar a doña Chepita y don Manuel,[4] ni he realizado, en fin, alguno de mis propósitos inmediatos en ésta. Tengo pena, en este sentido, porque no he visitado a la mamá de Manolo.[5] Las cartas que me dio Beto[6] pude entregarlas gracias a que su hermano Julio fue ayer a mi casa. Con todo esto comprenderás que no me ha sido posible platicar con la Villita o con alguna de tus hermanitas, y que no puedo desgraciadamente informarte nada de ellas en la presente. Espero, no obstante, verlas en estos próximos días, y ya te platicaré oportunamente largo y tendido.
Siempre visitó a doña Chepita de Borges cuando se encontraba en Tuxtla Gutiérrez.
Te estoy escribiendo a máquina –advierto— lo porque de otro modo no podría relatarte todas estas cosas minuciosamente. Conste.
Son las 4 de la tarde. ¿No quieres tomar una tacita de café?... A mí me está haciendo falta: desde que me senté frente a la máquina me estoy preguntando ¿qué le cuento a mi Chepi linda? ¿qué le digo? ¿le relato mi viaje, incómodo, molesto, larguísimo y feliz? ¿le digo que no me la he quitado de encima —a ella— ni un solo instante? (más puntual que las horas en el reloj, más aún que las lágrimas en mis ojos...) ¿Qué le cuento a mi Chepi?: no he llorado; no he andado; no he vivido. He estado estos días sonámbulo con los ojos abiertos; como una máquina sin dolor, lubricada con la esperanza. Llegué aquí y me encontré con mi familia; les dije: en enero regreso; en enero regresas si quieres, me dijeron.
Que “ven a la tienda pronto”, dijo Juan; que “Jaime no trabaja en estos días”, dijo mi papá.
Estoy, pues, en vacaciones prolongadas y no estoy triste. No tengo tiempo para estar triste.
Me acuerdo de ti a cada instante, pero tú eres imposible y no estoy triste. Me acuerdo de ti como viendo la tarde desde la hamaca, o como viendo la tela esa —blanca, floreada— de tu vestido del domingo (“¿destiñe?”, le pregunto a Juan. —Un poco, me contesta. —Ya lo comprobó Chepita, añado...)... Ay, amor mío, no estoy triste, no, pero te quiero. Es un modo distinto de sufrir. Te considero mía ya inaplazablemente: mía sin distancias; mía sin tiempo.
Eres mía como una cosa sabida, como algo que no se puede ignorar más. Y de este modo no tiene importancia la lejanía; sé que estás lejos, pero me perteneces; sé que estás distante, pero eres mía. Y, si bien es cierto que tu beso no reposa en los labios de la tarde, tu mirada flota en los ojos de mi corazón y tu recuerdo brota en el surtidor de la esperanza.
Pero, haz el café, que el agua hierve... No estoy cansado ya, y comienzo a quererte... En un principio fue la luz, y después la distancia.
¿Qué pasó, linda? Ahora es sábado aún; mañana se van todas de la casa, quedas sola, y me escribes, la escuela, las clases, los «,uniones, el desayuno... Yo francamente no tengo mucho qué contarte; las moscas me espantan; las moscas del tedio me amenazan. Fumo un cigarro tras otro. Quiero ir a muchas partes, a saludar a muchas personas; pero no puedo.
Tenía pensado ir al lancho de Julio Nazar el sábado y domingo, pero con esto de la enfermedad de Jorge creo que lo dejaré para después. Don Manuel le habló a Jorge hace días ofreciéndole su rancho para que cuando yo viniese fuese a estarme unos días allí. Es otra cosa que hasta después resolveré... Bueno, y ¿ya vas a empezar a engordar? No se te olvide que te quiero ver bien gordita en diciembre. Toma huevos, no te gastes el dinero en medias lunas... Para lunas, las enteras, que todavía no he visto aquí, pero que se dan muy buenas a medianoche. Aquí ha estado lloviendo bastante. Saluda, por favor, a la escuela de Odontología. Y pórtate bien, no te regañes mucho ni te exijas más.
Cuídate, linda. En este momento no puedo escribirte más; hay mucha gente en la tienda y además tengo que ir a inyectar a Jorge. Pero ya te he hablado bastante, y en la próxima habrá más.
Escríbeme bastante, bastante, bastante. No estés triste: sólo son 5 meses. Acuérdate: 5
mesecitos miserables. Y ve a la escuela. Y quiéreme mucho.
Te besa; te quiere; te adora
Jaime
Tuxtla, Julio 16/48
Chepita:
Hoy en la tarde recibí tu carta de ayer. No trae nada, no dice nada del porqué no me has escrito todos estos días. Más aún: te refieres a mi silencio. El colmo!
Saquemos cuentas: te escribí el lunes —el mismo día de recibir tu carta— el lunes 5. El jueves 8 recibí tu fotografía. Ese mismo día, o a más tardar el viernes 9, debí haber tenido respuesta. Pero es hasta ayer, el 15, en que tomas el papel y escribes.
Yo no voy a pelear contigo. Si los amores de lejos son de... el estarse peleando por carta es el summum de la estupidez. Por eso no voy a estarte reprochando nada, ni haciéndote súplicas y peticiones. Simplemente voy a dejarte de escribir. Desde ahora voy a dejarte de escribir.
Yo tenía deseos y esperaba que nos portaríamos bien. Veo que no es posible por tu parte. Ni modos. Acaso pensarás que como nos veremos hasta diciembre, las cartas no importan mucho. Desde luego, el que yo esté esperando, día tras día, carta tuya, es obvio que no te importa mucho.
¿Te abandono yo? ¿Te dejo sola? ¿Ni siquiera tendrás mis cartas?... Responde tú.
Lástima de verdad, porque tenía mucho qué contarte, de ti, de tu fotografía, de nosotros.
Pero está visto que nunca las buenas intenciones son realizadas hasta el fin.
¿Tus conflictos y aflicciones en la escuela?, ¿qué te digo?, ¿qué te digo, si no quiero decirte nada? El dolor es pan, diario, ineludible; es una cosa como el aire, de ayer, de hoy, de siempre; no hay que darle importancia; déjalo entrar a tu casa, y arréglale un rincón por allí, en donde no estorbe mucho y pase inadvertido, un pequeño rincón de miseria y de esperanza.
A veces te aborrezco tanto, casi tanto como te quiero.
Pero, que la pases bien... hasta la vista
Jaime


Tuxtla, julio 23/48
Chepita linda:
(Ya ves, soy puro hablador: dije que no te escribiría más, y apenas a los 5 días me encaramo sobre el papel y empiezo: “mi Chepi linda”.) Hace un calor tremendo. Es mediodía. Miro tu retrato y te pregunto: ¿por qué estás lejos?
—Me interrumpen ahora. Es una carta. No: una invitación del pri a colaborar en un periódico que aparecerá próximamente, “Artículos de interés colectivo... en bien de Chiapas”—. Pero yo miro tu retrato y te pregunto: ¿por qué estás lejos?
No tengo muchas ganas de escribirte. Estoy fastidiado. No es que esté rencoroso aún por lo pasado: para el que está enamorado 3 cartas de disculpas son suficientes. Yo creo que es el catarro. Ayer me levanté de la cama. Tus cartas las he leído acostado y con fiebre... Hace un calor! ¿Por qué estás lejos? No tengo ganas de escribir y sí de contagiarte el catarro. Te besaría yo ahorita... bueno, no te besaría mucho tiempo porque tengo las narices tapadas.
Pero quizás te besaría hasta asfixiarme... No quiero quinina: quiero besos, carne. (Si vieras qué bistesazos estoy comiendo. Con “moho” crudo, de este grueso...)6 pero... espera...
bueno —así sin camisa, no hace tanto calor—. Cómo me da coraje que se haya perdido esa carta!, aquí no pudo ser: yo mismo la dejé al correo. Sólo pudo haber sido en tu casa: curiosidad, u olvido. De todos modos me da un coraje! Te 6 Nombre común con que se conoce en Chiapas a una semil a parecida al café, de color verde oscuro y consistencia porosa que se come cocida.
Escribí harto, harto, así, a mano, 3 hojas de éstas, o 2, pero contándote de todo. Yo debo hacer el bobo para escribir cartas de enamorado (bueno, no cuesta mucho trabajo) y mi' da cólera pensar que otros ojos que no sean los tuyos las lean (al menos si fueran unos ojos bonitos...). Pero si vuelve a suceder, entonces sí: no respondo!, más bien dicho: no escribo, no escribo, no escribo más.
Si te contara las peripecias del día en que recibí tu retrato!
“¡Pero qué hembra!”, exclamó el viejo, antes de saber, de reconocer, que eras tú. —“Ay, es linda, es una estampa”, decía mi mamá... (A sus vecinas y a todo el mundo corrió a enseñarlo.) Ahora está aquí, en la sala, con su marco y toda la cosa, muy presumido él. Y sí, al levantarme, forzosamente tengo que decirle “buenos días” porque, si no, me queda viendo de tal manera que me da miedo voltear: no vaya a acuchillarme por la espalda. Y sí, al acostarme, pues “buenas noches” porque, si no, me queda viendo hasta mi cama y me da insomnio... A cualquier hora al entrar, al salir, al estar aquí tengo que verlo, y me pongo a platicar con él hasta que se disgusta o me disgusto yo. Es muy raro cuando no peleamos (entonces le digo: “Con permiso, chula, pero tengo que irme; tengo una cita, ni modos”. “Bueno, pues, pero no tardes.” Ah, es tan encantador tu retrato! Nunca mujer alguna con tanta sumisión y prudencia! —a veces—), pero te aclaro: cuando estamos contentos y voy a acostarme él cierra los ojos. Así también es de discreto.
Ayer vi a la Villa dando vueltas en el parque, de tarde, con Chepita Chanona y César.[7] La saludé de lejos, pero no hablamos. Estaba yo en el Mayab con unos amigos, tomando café, hablando de poesía y leyendo versos, “A Tuxtla”, sí, lo hice aquí. He hecho otros muchos.
Y pienso publicar próximamente, si se puede, en forma de libro, uno: “Introducción a la muerte”. Hasta mañana o pasado me haré, de verdad, cargo de la mueblería.[8] Hasta ahora lie estado de i alisando —exceptuando estos días del catarro—. Y como siempre de las tiendas de Juan a la de mi papá, y de vez en cuando al parque. Esto ya te lo decía en mi segunda carta, y bien largo —pero no lo repito, no soy yo el culpable. Hasta la fecha no he bailado, pero ya tengo ganas. A ver si sale por allí alguna que no sea chaparra (Tuxtla, en este sentido, me ha descorazonado. Las muchachas aquí están muy mal alimentadas —pero también de esto te hablé, y no repito).
¿Has seguido enferma? Todo esto también me da coraje: no poder estar a tu lado. Cuídate mucho, pero de verdad. Si te sientes mal, manda al diablo la escuela y vente —sea como sea, aquí la pasa uno mejor— sea como sea. La vanidad es siempre vanidad.
Pero ya no te escribo más, porque tengo mucho qué contarte. Y porque tengo unas ganas inmensas de tenerte conmigo.
Te besa, te quiere, te quiere, te adora
Jaime
[25 de julio de 1948]
Bueno, linda: ya estoy aquí en la tienda y olvidé traer ese papel en que te estoy escribiendo. Además, a máquina puedo contarte mucho más... aunque de verdad no tenga gran cosa qué contarte.
Como te he dicho varias veces, los días son aquí lo mismo de monótonos que en cualquier parte. Tengo ya mi rutina establecida y no hay nada extraordinario que rompa el hábito de tranquilidad y holganza que he formado.
En las mañanas me desespero aquí atado a la tienda (pero la adaptación tiene que realizarse) y converso con algún amigo que pasa o con la Mechita Camacho que viene a visitarme (tiene de novio .1 Tito Gallegos y nuestra amistad reciente es pura amistad nomás —él además es periodista). Por las tardes, lo mismo, la conversación, el escribir, el leer y el jugar ajedrez. A eso de las siete de la tarde, que cierro, voy a veces al Mayab a tomar un café —que buena falta me hace— y a dar una que otra vuelta al parque. Me acuesto siempre temprano, a las 9, 9 y media, y leo poco porque está muy mala la luz.
Aquí me encontré con dos poetas recién venidos a Tuxtla también —José Falconi y Mariano Penagos Tovar,[9] tuxtleco y comiteco respectivamente— y con los cuales ha surgido rápidamente una amistad, acaso porque se sienten tan extraños como yo, acaso por lo de las poesías; pero pasamos buenos ratos de charla y observación... Fuera de esto, son contados los sucesos que rompen la costumbre: Una ocasión fui al radio a recitar unos poemas míos (una entrevista un tanto ligera, pero que gustó mucho); otra vez, voy al Teatro Social a recitar el Credo con motivo del aniversario de la muerte de Juárez (tenía yo, comenzaba a tener, catarro: no me gustó cómo lo dije); este domingo pasado una fiesta a Duvalier,[10] por la aparición de su libro Elocuencia del corazón (un discurso brillante, muy comentado y más aplaudido —y una borrachera— dos borracheras, con la de Jorge hasta las 8 de la noche —pues se empezó al mediodía— en que llegué en juicio a mi casa).
No he escrito en los periódicos. No tengo ganas de perder el tiempo periodísticamente. Le di unos poemas a Duvalier, y ya publicó uno, que te envío, y pronto publicará el “A Tuxtla”.
Fuera de eso, no tengo propósitos de escribir para periodicos: cuando quieran alguna que otra poesía, encantado; pero nada más. Si puedo, voy a publicar ese folleto con aquel poema que te dije (“Introducción a la muerte”), que es ya una cosa seria y me gusta. Pero eso depende del dinero que cueste.
¿Y qué más te digo? Ya no hay nada. Ah, aquella carta en que me contabas tu enfermedad la recibí ese mismo día en que te escribí, pero yo había depositado ya mi carta en el correo y no quise hacer otra.
Eso de mis citas es puro cuento; son citas con un amigo, con una taza de café, con un libro.
Y lo de que tenga ganas de enamorar a alguien es cierto, pero yo siempre tengo ganas de enamorar a alguien. Lo malo es que siempre lo dejo para otro día. A veces ocurre que voy en la calle y tres muchachas atrás de mí vienen silbándome; volteo y se callan; sigo mi camino y vuelven a silbar; se ríen, coquetean y hasta me ponen nervioso. (Naturalmente que éstas son de las más avanzadas y civilizadas en Tuxtla, de las que usan vestido largo y se peinan a lo actual. Porque a veces también...) A veces, paso frente a un grupo de muchachitas recién señoritas, y una de ellas que no me conocía anteriormente, exclama: ¡qué guapo!, pero otra que acaso ya me conoce, interviene: ¡ni regalado!...
Entonces vuelvo a mí, y me digo: ¿qué pasa, Jaime? ¿qué pasa? ¡Satisfácelas! Y no me oigo; y sigo mi camino tan tranquilo...
No. Decididamente me he vuelto un misántropo. Y hasta cierto punto, tú tienes la culpa también. El toloache. La desnutrición. La poesía. El afán místico. Todo eso me tiene hecho un pendejo todavía.
Y lo peor de todo es que estoy a gusto así.
En cuanto a sueños, yo no te he soñado todavía —y si te sueño, cuando despierto no me acuerdo—. Pero esto es peor que sueños; porque eres casi una oración al acostarme y una constante devoción durante el día. Los niños aprenden a decir "Virgen María” yo aprendo a no decir Chepita (porque decir ( liepita, Chepita..no es nada extraordinario; lo difícil es no decirlo. Es tan duro el mandamiento del silencio).
bueno, linda. Ojalá ya estés bien. Ojalá ya no tengas tanto miedo en la escuela. Y procura engordar. Y procura no ser muy bonita sino hasta diciembre. *
Saluda a tus primas y a tu tía. Saluda además a Luz Estela y Conchita.[11]
Pórtate bien; cuídate; no te enfermes (es de muy mal gusto eso); guarda tus ojos; ámame; guarda tu corazón; entiérrame en él; déjame que investigue —mi nombre, mi presencia, mi imagen— déjame que investigue las últimas células de tu cuerpo, los últimos rincones de tu alma; déjame que viole tus secretos, que aclare tus misterios, que realice tus milagros; consérvate, presérvate, angústiate; sufre el amor; espérame te besa (pero te besa de verdad, medio minuto, un minuto, cuatro litros de sangre, a 5 atmósferas), te besa, te quiere, te adora
Jaime
Julio 27/48
Chepita:
¿Quieres que te lo diga?: hay un montón de brasas en mi sangre; estoy ardiendo, ardiendo! -Me está quemando el tiempo; me tiene encendido la vida.
Tú-yo-nosotros... Nosotros no importamos nada. Somos un accidente en el amor; nomás un accidente —una caída de piedra, el vuelo de una hoja, un lamento.
Digo que la vida es pura experiencia; que me canso; que me rebelo a sobrevivirme diariamente.
No hay lugar para el místico que soy dentro del ateo que represento. Y no es problema de Dios —hace tiempo abandoné a Dios—; es conflicto de identidad, de realidad.
Mi problema sigue siendo el Ser, esa cosa difícil, a veces intuida, pero siempre inefable; mi problema sigue siendo Yo, pero no Yo que habla sino Yo que calla, desligado, independiente, liberado de mí mismo. Sin ti, sin mí, sin ninguno de los que somos; un Yo inmutable y permanente.
—¿Quieres que te lo diga? ¿Verdad que no? —aprobado! Más vale decirte, desde luego, que hasta la fecha no he enamorado a ninguna muchacha; que no ha pasado un mes, ni un día, desde el punto del adiós; que hoy casi me emborraché —que fue santo de Natalia—,[12] y estuve con dolor de cabeza toda la tarde; que tu carta me hizo perder una partida de ajedrez con Juan; y que Jorge, ahorita, a las 11 de la noche, ya está exigiendo que yo apague la luz.
Uno se tiene que levantar temprano también. Desde ayer lunes me hice cargo de la mueblería; me levanto a las 6 para estar allí a las 8, después de nadar, o de leer, o de conversar, y siempre de desayunar. Le vamos a hacer caso, pues, a Jorgito. Mañana te contaré más. Buenas noches, linda (ojalá te encuentre por aquí, en alguna calle del sueño.
Es una gran alegría ésta de aprisionarte con mis párpados al dormir).
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, agosto 5 de 1948
Mi Chepi linda:
Desde hace días te estoy escribiendo, y aún no he podido terminar una carta. Casi siempre me interrumpen. Casi siempre tengo flojera. Casi siempre me digo “mañana”, y me pongo a esperar la tuya. Eso sí es bonito: recibirlas. Ahora tengo tres cartas de mi Chepita para contestar. Y me asalta la idea de que no pueda contarte nada. Pero es que me gusta hacer cartas y no simples pliegos con noticias. Ahora no puedo hacerlas como quisiera.
Te voy a contar que el sábado fui a un baile. Allí estuve platicando con la Villita. Tu papá sin duda se confundió porque me saludó. Jorge[13] no fue. Jorge mi hermano sí. Estuve bailando casi toda la noche con Luvia Rincón y Julia Nucamendi.[14] Al cine no he ido desde que estoy aquí más que dos veces, y eso porque me ha invitado Jorge. Este domingo estuve en otra fiesta; un banquete en el Maryen; se ha formado un Ateneo; dije unas palabras que han sido bien comentadas. Anoche fui a dar una vuelta a la fiesta de Santo Domingo; pero estaba lloviendo y no tardé mucho. Casi todos los días llueve. No me gustó Santo Domingo; es un montón de gente que se aprieta dando vueltas; que suda bastante y que huele mal. Aquí me preguntan a veces que por qué no tengo novia todavía; y dicen que porque estoy muy enamorado. Pero tú ya sabes bien que no es así.
No tengo novia porque no tengo ganas de tener novia; por pereza; por desgane; por aburrimiento. Estoy muy enamorado, pero eso no tiene que ver nada con esto. A lo mejor un día de éstos dejo de escribirte. O te escribiré solamente cuando tenga deseos, necesidad de hacerlo. No me gustan los trámites, las fórmulas en el amor; no me gustan los compromisos, los juramentos. Si tú quieres escribirme —porque quieres escribirme— cada tres días, encantado. Si yo quiero hacerlo del diario, tanto mejor. Pero siempre la cosa espontánea y natural. Quiero ser libre dentro de esta esclavitud. Te quiero, sí, te quiero: pero a medida de que te quiero se me van haciendo innecesarias las palabras; tengo que saber que no es indispensable el decírtelo. ¿Comprendes? Si tú no fueras tú, no diría esto.
Podrías salirme con que no te quiero, con que no te comprendo, con que no soy tuyo. Pero tú tienes que ser tú, diferente, exclusiva, única.
Tienes que oír mi amor con su voz, tocarlo en su carne, aceptarlo como es, desnudo y libre.
(Acaso todo esto no sea más que una justificación mía para quererte tanto, no sea más que un pretexto para poderte amar como te amo.) Chepita: creo que esta carta no te va a gustar. La escribo apresuradamente. Desde hace días me estoy reprochando el no hacerla pronto. (Total: son ocho días de silencio, pero con tus cartas se tiene que medir el tiempo en otra forma.) Y, bueno, ahora no estoy romántico. Ni estoy triste ni alegre. Ni me quiero quejar, ni quiero dar gritos de alborozo. Todo me parece una perfecta pachanga, una tontería, una cosa absurda. Estoy encerrado aquí con este calorcito y dialogamos gotas de tedio. Son cosas, en el fondo, son cosas de metabolismo; y quién sabe con cuántas ecuaciones sexuales —de incógnita permanente—. Ah, la carne. ¡Ah, el espíritu; el santo espíritu tan químico, tan biológico!
Chepita, amorcito, ¿por qué no estás aquí? No tuviera yo que hacer cartas; no pasara casi todo el día disgustado; te pudiera abrazar y besar, y platicar, y pelearme contigo, y reconciliarnos luego; así posiblemente hasta tuviera yo otra novia; así me gustarían las miradas de las otras mujeres; estaría satisfecho con sus provocaciones; aceptaría sus mudas invitaciones, con pasajes prohibidos, al amor; me sentiría yo completo, íntegro; bastante para todas y no tan poco para una. Chepita, amorcito, ¿por qué no estás aquí?
No, no puedo escribirte más. Ya lo haré en estos días. Cuídate bien; quiéreme harto, bastante, mucho.
Te besa, te quiere, te adora Jaime
Si te habla Manolo, salúdalo. Dile que ya le escribiré estos días.
Aquí te beso.
Bastante
[agosto 10/48]
No. Decididamente, no te podré escribir jamás como quisiera. Tú no lo entiendes. Es preciso decirte, como a otras, las cosas en orden y cortésmente. Porque te ofendes. Porque no puede uno ser completamente el que es, íntegramente el que es, libre, sin ropajes y sin fórmulas. Hay que estar recordando constantemente que eres la novia, la muchacha de la promesa. Torpe el que te considera como suya, mujer a la que se puede decir el amor, y las variaciones del amor, desnudamente. Torpe yo, que he querido hacerte a mi modo, a la manera de mi corazón, para que fuéramos uno solo en el mismo dolor, sólo uno en la misma alegría, sin límites, desconociendo la palabra último.
Pero llega el día de la renunciación; se aproxima la hora de la conformación; cuando decimos "bien!" y aceptamos la vida y las cosas como son, sin tratar más de modificarlas, refugiándonos en nuestro pequeño silencio, enclaustrándonos en nuestra pequeña soledad desesperada. Todo lo demás es esfuerzo baldío, pura aproximación a la esperanza.
Entonces, aquí, en esta hora, olvidamos el nombre, la palabra airada, y borramos el dibujo de nuestro corazón, y nos recomenzamos.
Chepita, mi Chepita: he estado riendo últimamente de tus celos, de tu cólera, de tus concesiones. Pero —si nos cansamos ahora de escribir “te quiero”, ¿para qué?— ¿para qué reír, si hasta la risa se congela en los labios de la distancia? ¿para qué llorar, si hasta las lágrimas se evaporan sobre el olvido? Estamos hablando de cosas que no conocemos, de cosas que ignoramos, que no son, que no existen. Y todo lo que decimos no es sino una minúscula parte, inexpresiva, de lo que no decimos. Y todo lo que queremos, es inalcanzable. Y todo lo que anhelamos es imposible.
Chepita, mi Chepita: dejemos todo esto como una simple fluctuación del sentimiento; echémosle la culpa al metabolismo; hagamos responsable de todo a la variación química, al peso específico, a la fisiología celular. Pero no digamos la palabra desamor, no pronunciemos la palabra olvido. En todos los lugares de mi alma hay un pedazo de tu vestido, una gota de tu silencio, una huella de ti, ligera, inexorable. Asistes a mi desesperanza, habitas mi desesperación, concurres a mi hastío y mi muerte diaria. ¿Qué más? ¿Cómo introducirme en tu sangre? ¿Cómo penetrar en ti misma, para hablarte con todos los temblores de la angustia, con todos los testimonios de la desolación?
Quiero ser en ti, sin división posible, como eres en mí, indivisible. Quiero ser tu verdad, nuestra verdad. Que no hayan dudas ya, vacilaciones. Que nos sepamos el uno del otro, a través de todo, más allá de todas las circunstancias, de todos los accidentes, en esencia, uno del otro, tuyo y mía, sin tiempo, sin distancia. Quiero ser eso que deseas, eso que ya no deseas, tu presencia en ti misma, yo, lo nuestro, lo tuyo y lo mío, lo de los dos, sin diferencia, mutuo, estricto.
Chepita, mi Chepita: te quiero. Escúchalo también cuando no lo pronuncie. En mi corazón no hay cansancio. Lo digo lodo yo, aun no pensando en ti. Lo digo con todas las voces, lo grito con todos los silencios.
¿Quién te trajo a mi sangre?
¿quién te dejó sobre mis ojos como una gota de agua, clara, transparente?
¿por qué señalas tú la eternidad?
¿por qué me sobrevives en la esperanza?
en ese difícil camino de la espera somos y vivimos el aire, transitamos la flor, nos olvidamos para aprendernos luego, y eres nueva en el canto, distinta para mí en nuestra esencia.
Callemos todavía. Es una tarde más.
No pasa; se detiene el minuto sobre el mundo, sobre mi corazón tu ausencia.
Íntima, mía, desconocida, no sé por dónde andas, en qué secreto esperas. Floreces tu milagro, tú, la que serías.
Y yo recorro, ando, busco nuestro encuentro.
Investigo tu parte en mi silencio.
Indago tu presencia en los jardines del alba y me pregunto a todas horas tu vibración, tu luz, tu residencia final en el misterio.
Pero no se pronuncia el “ven”, no se te llama. Estás, persistes en mi búsqueda inútil, de sol a sol, al pie de mi mirada.
Y retorno a ti misma en la creciente lágrima.
Y se mueren de pronto las mujeres cuando tú hablas.
Jaime
Tuxtla agosto 10/48
Ag. 18/48
Mi Chepita linda:
Hasta ahora recibí tu carta de fecha 12. Esos tontos del correo la mandaron a San Andrés Tuxtla (Veracruz). Te mando el sobre para evitar suspicacias. La había estado esperando mucho. Pensé que acaso te habías enojado. (Las mujeres siempre se enojan por cualquier cosa; a veces no saben ni por qué. Están muy sujetas al metabolismo.) Pero me puse a esperar pacientemente, sabiendo que siempre lo que sucede es lo mejor.
Ahora estoy contento porque es una noche muy bonita y porque me haces falta. Siento una gran alegría al ver la noche amplia y clara de Tuxtla, con su cielo abierto, diáfano, con su parque sin gente y con sus calles en donde retozan la luna y mi corazón llamándote. Todas las cosas te están pidiendo a gritos.
Es esa triste alegría del que se conforma a la ausencia. No sabría llorar sino besándote.
¡Qué lástima que no estés aquí para mirar todo esto! Vendríamos de la mano, a media calle, solos, y no diríamos nada. Que lo diga la noche. Que digan que te quiero las estrellas, los rumores lejanos, la distancia. Todo está aquí tan lejos, tan lejos, y todo está a la mano.
Parece que al estirar los brazos agarraras el cielo. Parece que te agarrara a ti con mis labios.
Chepita, mi Chepita, linda: ahora es tu santo —ahora que lees ésta, es tu santo. Quisiera estar contigo para ir a algún cine, a alguna parte, solos, y besarte. Ojalá no estés triste. Quiero que cumplas los veinti... cuántos? Sabiendo que te quiero harto, que me acuerdo de ti, que pienso en ti y que te asocio a mi vida en el mañana.
No sé; pero tengo ganas de platicar contigo ahora. Y ya tengo sueño. Son las once apenas y me estoy durmiendo. Todos los días me duermo a esta hora; tengo que levantarme temprano (es decir, a las 7, 7 1/2). Pero son tantas cosas que tengo que decirte, que mejor lo voy a dejar para mañana. Pero antes: ¿estás engordando? ¿Cómo estás? Mándame una foto tuya, de cuerpo entero, una instantánea, algo. Quiero verte entera, nueva, actual.
Ah, antes que se me olvide: Esto es una tragedia: los bigotes se me están poniendo güeros, güeros. No sé si por el calor, el sol, el sudor, el agua —lo que sea—. El caso es que es una desgracia. Están rubios los desgraciados. Apenas si se miran un poquito bien en el centro, pero a los lados, ay, ni te cuento. Un día de éstos, me los voy a quitar todos, todos (48 pelos exactamente) al ras, por infames.
Bueno, ahora me duermo.
Ah, si tú... si tú supieras geometría.
Buenas noches, linda.
Y buenos días, ahora. ¿Qué tal? Hace un calor tremendo. Todo el día sudo y sudo y sudo.
Un doctor me dijo que estoy anémico; debo inyectarme extracto de hígado concentrado. Un día de éstos. He engordado un poco, dicen, aunque yo no lo he visto. Me siento, sí, más fuerte; o menos débil, mejor dicho. He llegado hasta el sacrificio: ahora tomo leche. Si vieras qué aburridas me doy; sobre todo en las noches, cuando tengo ganas de verte, cuando se hace necesaria, indispensable la presencia de una mujer, la caricia, el beso (aquí no; por más que le hago no encuentro una que me satisfaga). Y pensar que podríamos disfrutar estas noches! De verdad, son maravillosas, únicas. Pero tengo que pasármelas en el parque, con Penagos (Penagos está enamorando a una muchacha desde hace cinco meses; aún no le ha hablado, y más que hablarle, ahora le huye. Date cuenta. Está enamoradísimo, loco, poetísimo). Con esta compañía, yo... ¿qué puedo hacer? ¿qué puedo hacer sino lamentarme y hasta odiar la poesía? Él con su imposible y yo con la mía, yo contigo lejana, inalcanzable. Está uno bueno!
El sábado pasado vi a la Villita en un baile. Pero yo estuve muy ocupado esa noche y no pude hablarle. Yo creo que en tu casa todos están bien. Veo a tu hermanito de vez en cuando. Ahora quiero cumplir mi promesa y enviarte algo para tu santo. Estoy en un brete, amorcito. Le debo a Juan dinero hasta de septiembre. Me compré un reloj y mandé hacer mi traje. Me clavé. No tengo salida alguna. Pero le voy a pedir a Juan ahora mismo. Tengo que enviarte algo.
De cualquier modo.
No me has contado nada de ti. No me refiero a la escuela. Digo de ti. De tu salud, de tus paseos, de lo que haces, en la calle, en tu casa, a todas horas. Ah, me olvidaba: si te vuelve a hablar el Nacho[15] dile que no cuente ya con mi amistad; que me va a hacer un favor muy grande si no me vuelve a dirigir la palabra. Pero se lo dices; que yo te lo escribí, que yo lo digo. Yo sé que puedes hacerlo; hazlo. Y saluda a Manolito y dile que ya le voy a contestar en estos días. Que su mamá estuvo enferma pero que ya está bien, y muy contenta con sus calificaciones. Peto, su hermanito, dice que en estos días le escribe.
Ahora llego a tomar mi café al Mayab. Con regularidad estoy allí a eso de las 7. Con algunos amigos. Vamos a ver si en diciembre tendré mejor compañía. ¿Cómo está eso de la huelga? Oye: si estalla, te vienes pero como volando; sinceramente te digo que sería magnífico. ¿Qué tal si te viera yo ahora en septiembre? No se te olvide: ¿qué tal si te viera yo ahora en septiembre? Todo puede ser; y eso no es imposible.
Bueno, amorcito, linda, cuídate bien, y aguárdame. Te quiero mucho, siempre. Pero, sí, déjame besarte. Aquí en la reja. No, no ven, no miran. (Qué feo huele Azcapotzalco!) Hmm, qué rico, así... ah, linda, déjame besarte...
Cómo te besa y te quiere y te adora Jaime
¿Cómo te pido perdón, linda? La situación está remala. Pero por Dios que en estos días te envío tu canastita. Te quiero mucho —perdóname— y ve al cine.
Ag. 29/48
Chepita, mi Chepita linda: A noche fui al baile reglamentario del casino; lloviznaba; había alegría y bastante gente sin embargo; estuve sentado un gran rato; bailé dos tandas con Florecita Esquinca,[16] y me vine a la casa. Era apenas la una y cuarto. Me estás haciendo una falta tremenda. Ya anduve enamorando por allí a 2 o 3 viejas; me distraje un momento, pero ahora estoy peor. Ahora eres tú, tú, definida y concreta, la necesidad de ti nada más, tu ausencia, mi deseo. Ah, cómo te quiero, linda, cómo te quiero!
Es algo así —¿ves?— algo así como un proceso de discriminación. Cada vez eres más tú, más exclusiva y distinta de las otras. Te escojo entre las demás, a larga distancia te elige mi corazón. Eres insubstituible, linda.
Por eso duele más el comprobarlo a cada paso y mirar que no estás. Deberías estar al alcance de mi mano, pero no estás.
Cualquiera diría, yo diría que es imposible que no estés a mi lado, que tú estás en el aire a un paso mío, que alrededor de mí tu imagen habla y siente, pero no, no te tocan mis ojos, no te advierten mis labios, no estás, no eres, no existes.
Amor, Chepita linda, cómo quiero que pasen ya estos meses, y cómo se me hace esto mismo una cosa imposible, una cosa que nunca va a suceder.
¿No sientes tú también que todo esto es un sueño, una cosa irreal y falsa, y que no existe ni Chepita ni Jaime ni nosotros? ¿Me recuerdas? ¿qué es eso? ¿te espero? ¿qué es también? Tú ya no eres tú, la real, la del café y mi cuarto; tú eres un motivo de cartas, vaguedad, lejanía.
Algo así soy también para ti. El otro día vi a toda tu familia, tus hermanas, tu mamá, tu papá, a todos en San Roque; sentí un dolor intenso, y sentí también una inmensa alegría.
Me alegró imaginar que eras más mía que de ellos. Pensé y vi que ninguno se acordaba de ti en ese instante, que no le tomaban en cuenta para su vida, tomo tan necesaria eres en la mía. Hay momentos así en que te siento mía nada más, porque quererte tanto es tener un derecho sobre ti. Eres vaguedad, sí, promesa, lejanía, y estás, sin embargo, como una medida para todas las cosas, como un patrón” establecido para la vida. Ah, Chepita, linda!
Pero hablemos mejor: No he podido, no puedo escribirte como deseo. (Ya ves: hasta la pluma perdí. A ésta, que es de Juan, tuve que cambiarle tinta ahora.) Dime cuándo empiezan tus vacaciones, estas de septiembre y las de fin de año.
Naturalmente que es bueno que vayas a ver al médico, mejor dicho, a la médica. Búscala en donde sea. Pero ya sabes que para eso del corazón el reposo y más reposo sobre todo.
Cuantas más veces te quedes descansando es mejor.
Bueno, linda, ahorita tengo que irme al cine con los viejos, pero mañana o pasado te volveré a escribir. Tengo aquí tus 2 cartas de esta semana que terminó ayer. Allí en la mueblería tengo visitas todo el día con esto del ajedrez (bueno, nos estamos preparando para el torneo que va a haber). Pero ya me haré tiempo y te escribiré bastante.
Te quiero mucho, chula, linda, ¡cómo no estás aquí! Pero ya nos desquitaremos de todo esto. “Ay” te va un beso, uno de esos largos, hondos hasta morirse. Uno es el que te besa y te quiero y te adora.
Jaime
Sep. 2/48
Linda:
A yer recibí tu carta. Desde ayer me subí a la cama y aún no bajo; he estado con mucha calentura y un dolor de cuerpo tremendo. Yo creo que es paludismo, paludismo del bueno, químicamente puro. En este momento no tengo fiebre y aprovecho para escribirte. Ahora que nadie me interrumpe no tengo más ocupación que pensar en ti; he estado recordando infinidad de cosas, de momentos juntos, de caricias y charlas y locuras; han sido 24 horas de estarte deseando febrilmente (al pie de la letra), de estarte deseando y lamentándote tan querida y tan lejos.
Es mediodía y estoy solo en la casa. Desde mi cama estoy viendo tu retrato. Tengo tu carta a un lado. Te deseo. Te deseo inconfesablemente, desde la planta de mis pies hasta mis ojos, a todo lo largo de mi alma, te deseo pecaminosamente, desordenadamente, atrozmente. Y
tengo que callar; tengo que saberte lejana, inasible, del tiempo nada más, de la promesa.
Chepita! ¿Qué tal, linda? ¡Encantado de conocerte! ¿Cómo va la esperanza?
Oye, no se te olvide tu fotografía. De cuerpo entero, bonita, mía.
Y ya estoy cansado de la pluma; me sigue doliendo el cuerpo (el paludismo y el estar tú lejos). Ahora, mejor, te sueño, linda.
Sep. 4/48
Bueno, linda. Resulta que estuve dos días con mucha calentura; y luego con el sulfato de quinina un dolorazo tremendo de riñones. Pelo de elote —infusión— todo el día. Ahora estoy débil. Copioso sudor. Cegueras repentinas. En resumen, nada. Vamos a ver si puedo ir al baile de hoy en la noche. El club Tispas en el hotel Jardín. Mis viejos van a protestar, sin duda. Pero tengo unas ganas tremendas de estar con gente, entre la gente, en el ruido, olvidándome. Fueron muchas pesadillas. Divagaciones febriles.
Delirios. Quiero ir al baile. Olvidarte. Olvidarme. Hacía mucho calor; me dolían mucho los riñones, la espalda. Llegaron Falconi, Penagos, Omelino, Óscar Gutiérrez;[17] no podía platicar a gusto. El cuento de la venganza china. Yo sólo te imaginaba allá en mi cuarto, a la hora del café, pero más allá del café, atrás del librero, o en el rincón, más allá de mi sangre.
Recordaba el capítulo de Ezequieh volvía a leerlo. ¿Te gusta?, sí. Yo sé que te gusta. Me lo has dicho tú. Lo repetía. Pero tenía mucha calentura. Ah, la Biblia, los salmos de David, y nuestro Salomón! Recordaba Azcapotzalco; nuestro parque de las lamentaciones; las calles aquellas obscuras y malolientes (¡ajo!). Y luego, no sé por qué, la banca de aquel parque en el que hay juegos para niños, en donde estuvimos sólo una vez, acaso media hora. Pero te beso a través de la reja, y la nariz, ¿para qué tenemos nariz?! Me mortifica, de pronto, nuestra cita en la luna. La asocio al episodio del Teresa. Puafi Asco! Pero después, ¿por qué? No, en el fondo no hay asco, sobre todo en la luna. El tiempo pasa y filtra. Queda lo que nos agrada, nada más. Quedas tú, horizontal, en mi deseo. Queda el viaje del tren. ¿Qué quedará de todo esto con el tiempo? Acaba de pasar Esperanza:[18] quedé asombrado, perplejo de cómo ya no me interesa en lo más mínimo, de cómo es una extraña, nada, vaguedad, nadie en mi villa. V todo en tan poco tiempo. ¿Es ésta mi capacidad de olvido, mi capacidad de amor?
Tú eres distinta, lo sé, lo siento; ¿pero eres en verdad distinta ¿Inabordable por el tiempo, inasible del olvido? Creo que si, quiero creerlo, lo siento. Porque no estás edificada sólo en el deseo, porque no te construí nada más sobre la carne. Eres mi parte de espíritu, de posesión definitiva, de ultramor. Perennidad. Perpetuidad tuya y mía de este momento. Pero tenía mucha calentura, es cierto. Y acaba de pasar Chita, y me dijo adiós. Yo estaba aquí con Lupita Arévalo; es de Guadalajara, delgada, delgada (de ella dijeron que cuando se tragó una aceituna la gente empezó a murmurar). Está enamorada de Jorge.
De Jorge, mi hermano. Él no la quiere, por supuesto. Jorge sólo quiere dificultades, imposibles. Aunque tiene ya su novia; de todo permiso; una muchachita Narváez,[19] que también lo quiere, pero que no está flaca. A nosotros no nos gustan las flacas. Procura engordar, no adelgaces. Aunque yo te seguiría queriendo en huesos, pellejos y espíritu. Te querría aunque no me gustaras. Procura engordar. Pasó Chita y me dijo adiós. Se parece algo a ti. A mí me gustó Chita. Acaso por ese su modo de decir adiós y de sonreír, tan pasivo como el tuyo, tan sencillo y sumiso, tan de alada feminidad, tan íntimo y fragante.
Y hacía cuatro horas que estaba solo, en la cama. Empezó a llover. Caía el agua como si fuera el primer aguacero sobre la tierra. Yo padecía de gota en la columna vertebral.
Cambiaba de posición cada quince minutos. Boca abajo —como ella—, boca arriba, en decúbito lateral —derecho, izquierdo—, y me dolía mucho el costo transversal derecho y el dorsal mayor. La arteria coronaria te aprisionó. Millones de palabras, como eunucos.
Saltaban, gesticulaban, gritaban. Chepita. ¿Cuál? Un nombre. Chepita ¿cuál? Una mujer.
Chepita ¿cuál? Chepita.
Pero si sumo los litros de agua que caen sobre Tuxtla, y los largos kilómetros de anhelo ¿qué me queda? Un dolor. Cuarenta grados centígrados. Sulfato de quinina y azul de metileno insuficiente. Tengo dos tumores, de riñones adentro. Por eso preferí morirme. ¿No fuiste a mi entierro? Sí, sólo faltaste tú. Hubieras visto! No sé quién pronunció un discurso.
“Estamos aquí para enterrar a Jaime Sabines. Enterrémoslo!” “¡ Vrabo! (Bravo!)” Aplausos.
Vítores, dianas. “Cuarenta y ocho segundos, por favor, de silencio.” Entonces levantaron la tapa del féretro y me echaron el último puñado de tierra. Yo, por fin, me quedé a solas contigo.
Oye, linda. Pero no oigas. Escríbeme. Te quiero.
Perdí mi pluma el otro día. A Juan le debo casi todo lo de este mes. Tengo unas ojeras grandes. Hace mucho calor. ¿A qué horas puedo encontrarte en la flor? Pero voy a tomarme un refresco. Haces bien, muy bien; cuando no tengas ganas no vayas a la escuela; quédate, mejor, a soñar conmigo, contigo, con nosotros, a escribirme, a descansar, a comer, a no comer, a leer, a no ir a la escuela. ¿Le dijiste siempre aquello a Nacho?
No se te olvide. Me cae muy gordo. Saluda a Manolo si lo ves; dile que ya le escribiré.
¿Qué hay de nuevo, de bueno? OK.
Bueno, linda, ahora te besa, te quiere, te adora Jaime
Sep. 8/48
Mi Chepita linda: