Locke

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Sustancia, accidente y dudas acerca de la esencia

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SUSTANCIA, ACCIDENTE Y DUDAS ACERCA DE LA ESENCIA

La misma actitud ambivalente que tiene Locke frente a la teoría corpuscular mecanicista atraviesa su teoría de la sustancia, una respuesta polémica a teorías anteriores que constituye un desarrollo importante de la distinción experiencia-teoría. He aquí las dos famosas secciones iniciales del capítulo titulado Sobre nuestras ideas complejas de sustancias:

1. Como la mente está abastecida, según ya he declarado, de un gran número de ideas simples que le llegan por medio de nuestros sentidos, tal y como se hallan en las cosas exteriores, o por medio de la reflexión sobre sus propias operaciones, puede observar también que cierto número de esas ideas simples siempre van unidas; y que presumiéndose que pertenecen a una sola cosa, una vez unidas se las designa con un solo nombre, puesto que las palabras se adecuan a la aprehensión común, y su utilidad consiste en dejar el camino libre para la aprehensión de las ideas. Lo cual, por inadvertencia, hace que hablemos sobre lo que en realidad constituye una complicación de ideas unidas y lo consideremos como si se tratase de una sola idea simple; porque, como ya he afirmado, al no imaginarnos cómo esas ideas simples pueden subsistir por sí mismas, nos acostumbramos a suponer que existe algún substratum donde subsistan y de donde resulten; al cual por tanto, denominamos sustancia. (II, XXIII, 1, pág. 433-434).

2. De manera que si alguien se propone examinarse a sí mismo respecto a su noción de la pura sustancia en general, encontrará que no tiene acerca de ella ninguna idea en absoluto, sino una mera suposición de un no conocido soporte de aquellas cualidades que son capaces de producir ideas simples en nosotros: cualidades que normalmente son llamadas accidentes. Si se pregunta a alguien cuál es el sujeto en el que in hieren color o el peso, no podrá responder sino que son las partes sólidas y extensas: y si se le preguntara qué es aquello a lo que la solidez y la extensión son inherentes no estará en mejor situación que la de aquel nativo de la India (…) que al decir que al mundo lo soportaba un gran elefante, se le preguntó en qué se apoyaba dicho elefante: respondió que se apoyaba en una gran tortuga; pero como se insistió en preguntarle sobre qué se apoyaba esa tortuga de espaldas tan grandes, respondí que era en algo que él no sabía. Lo mismo ocurre en el asunto del que nos estamos ocupando y en todos los demás casos en los que se emplean palabras sin tener unas ideas claras y distintas; entonces hablamos como niños que, cuando se les pregunta qué es tal o cual cosa que desconocen, dan de inmediato esta respuesta satisfactoria: que es ‘algo’, lo que en verdad sólo significa que no saben qué cosa es, y que aquello sobre lo que dicen tener algún conocimiento y de lo que hablan, es algo de lo que no tienen ninguna idea distinta, de manera que están respecto a ello en una ignorancia total y en una oscuridad absoluta. Por tanto, como la idea que tenemos y a la que damos el nombre general de sustancia no es nada más que el soporte supuesto, pero desconocido, de aquellas cualidades que encontramos que existen, y de las que imaginamos que no pueden subsistir sine re substante —sin nada que los soporte—, denominamos a este soporte sustancia, que, según el verdadero sentido de la palabra, significa, en inglés corriente, lo que está debajo o lo que soporta. (II, XXIII, 2, pág. 434-435).

Locke, evidentemente, está planteando la cuestión, ya mencionada, de la relación entre las cosas y sus cualidades sensibles; sin embargo, ha habido gran debate en torno a su objeto preciso. (Las ‘cosas’, debería decirse, son aquí ‘sustancias’ en el sentido tradicional, que incluye tanto objeto sustancial como materia). La clave para interpretar la sección 1 que acabamos de citar, es la acusación de Ladee de que las personas (es decir, los filósofos, en particular) suponen de modo erróneo que tienen ideas simples de sustancias, cuando, de hecho, sus concepciones complejas están compuestas por cierto número de ideas de cualidades (ideas ‘simples’) que la experiencia ha encontrado que ‘van constantemente unidas’ en casos individuales. Las explicaciones de Ladee esclarecen que el ‘nombre’ que engaña a la gente es cualquier nombre general como ‘caballo’, ‘cisne’, ‘oro’ o ‘agua’. Para los aristotélicos, una definición ‘simple’ es la que encapsula la esencia unitaria de la clase de cosas definida, tal como se supone que sucede en ‘El hombre es un animal racional’. Los cartesianos sostuvieron una visión cercana a ésta, ya que para Descartes, las esencias de sus dos sustancias —materia y espíritu—, son las ‘naturalezas simples’ extensión y pensamiento. De modo general, Ladee está diciendo que ninguna de nuestras definiciones o concepciones de clases de sustancias nos conduce más allá de una lista de cualidades y poderes observables: es decir, alcanza la naturaleza intrínseca subyacente a la sustancia responsable de dichas cualidades y poderes, lo que la sustancia realmente es. La noción de sustancia (o substratum término aristotélico), surge porque debemos suponer algo más unitario que las cualidades coexistentes de manera recurrente —aunque de suyo diferentes— que podemos observar: esto es, debemos suponer algo ‘de lo que ellas resultan’. De nuevo, Locke está distinguiendo entre las cosas tal como aparecen a la observación y las cosas tal como son intrínsecamente. Pero puesto que al identificar algunas cualidades como cualidades primarias, está postulando cómo (con toda probabilidad) son las cosas en sí mismas, su descripción de nuestras ideas de sustancias es manifiestamente menos optimista. En la sección 2 recién citada, esta visión más escéptica de la teoría corpuscular se explicita. La ‘noción’ de la pura sustancia en general ‘es representada como un indicador desnudo de la desconocida esencia unitaria de cualquier sustancia, opuesto a todas sus cualidades observables’ (‘comúnmente llamadas accidentes’, es decir, el término aristotélico para los atributos no esenciales) Decir que cualidades tales como el color o el peso ‘inhieren’ y son productos de ‘las partes sólidas y extensas’ de su sujeto (es decir, proponer la versión de la ‘hipótesis corpuscular’ que Locke favorece) es dejar abierta la siguiente pregunta: ¿Qué es aquello en lo que inhieren la solidez y la extensión? En otras palabras, es dejar sin explicar lo que hace a estas partes o partículas sólidas y extensas. Todo lo que podemos decir es que algo lo hace. Este problema surge para Locke inclusive con respecto a las ‘cualidades primarias’ precisamente en tanto en cuanto a él no le satisface la teoría mecánica disponible. Una dificultad en la que se centra Locke es en la de la cohesión. Descarta los intentos contemporáneos de explicar la cohesión, bien de las partículas entre sí, o la cohesión interna de las partículas individuales. Sin entender la cohesión, la extensión misma permanece en el misterio:

23. Si alguien afirma que no sabe lo que es aquello que piensa en él, quiere decir que no sabe qué es la sustancia de esa cosa pensante; pero tampoco, según me parece, conoce qué es la sustancia de una cosa sólida. Pero, además si dice que no sabe cómo es que piensa, le contesto que tampoco sabe cómo es que es extenso, es decir, cómo están unidas sus partes, las partes sólidas de su cuerpo, cómo es la coherencia que forma la extensión. Porque, aunque la presión de las partículas del aire pueda explicar la cohesión de las distintas partes de la materia que son más gruesas que las partículas del aire, que tienen poros menores que los corpúsculos del aire, sin embargo, el peso de la presión del aire no puede explicar ni ser la causa de la coherencia que existe entre las mismas partículas del aire. Y si la presión del éter, o de cualquier partícula más sutil que el aire, puede unir y mantener juntas las partes de una partícula del aire, así como las de otros cuerpos, sin embargo no puede formar uniones entre ellas y mantener unidas las partes que forman cada uno de los corpúsculos diminutos de esa materia subtilis. De manera que la hipótesis, por muy ingeniosamente que esté implicada la forma de la unión de las partes de los cuerpos sensibles a causa de la presión de los cuerpos sensibles externos, no explica lo mismo respecto a las partes del éter mismo. Y mientras más pruebe la evidencia que las partes de los cuerpos están unidas p la presión exterior del éter, que no puede haber otra causa inteligente de su cohesión, mayor es la oscuridad en que nos encontramos con respecto a la cohesión de las partes de los corpúsculos del éter mismo. (II, XXIII, 23, pág. 452-453).

25. Admito que es natural que la mayor parte de la gente se sorprenda de que hay quien encuentre dificultad en lo que creen observar todos los días. ¿No vemos acaso (se apresuran a decir) que las partes de los cuerpos están firmemente unidas? ¿Hay algo más común? ¿Qué duda puede, entonces, suscitarse al respecto? Y lo mismo digo en lo que se refiere al pensamiento y al movimiento. ¿No lo experimentamos en nosotros mismos y, por tanto, parece indudable? El hecho es claro, lo confieso; pero cuando pretendemos asomarnos un poco más de cerca para considerar de qué forma se realiza, me parece que en ese momento nos perdemos… (II, XXIII, 25, pág. 454-455).

El escepticismo de Locke no estaba dirigido contra la concepción, que él compartía, de que múltiples fenómenos cualitativamente similares tienen explicaciones mecánicas, sino contra el supuesto de que dichas explicaciones, tal y como corrientemente se forman, puedan proporcionar la explicación última. Porque ellas mismas presuponen condiciones que se dejan sin explicar. La posición de Locke puede ilustrarse con su ejemplo favorito. En cierto sentido, quizá, al ver cómo están conectados los volantes y los dientes en un reloj, uno ve cómo éstos debe trabajar. Pero esto sólo es posible, en el mejor de los casos, si se da por supuesto que los dientes son consistentes y rígidos, nunca frágiles y elásticos. Tal como argumenta Locke, la mera familiaridad de objetos coherentes no nos exime de la necesidad de explicar su cohesión, si nuestro objetivo es entender plenamente lo que está sucediendo. Y una explicación mecánica de la cohesión es circular. Locke tiene varias críticas al mecanicismo, que van desde la dificultad de dar cuenta de la divisibilidad infinita de la materia y el problema de entender cómo toma un cuerpo prestado el atributo del movimiento de otro cuerpo (II, XXIII, 28, pág. 457; cfr. II, XXI, 4, pág. 351-352), hasta el problema menos metafísico de entender ‘las reglas originales [del movimiento] y la comunicación del movimiento’ (IV, III, 29, pág. 833), leyes éstas que, supone Locke, solamente identificaríamos si captáramos por qué deben ser como son. En escritos posteriores, Locke puso énfasis en la gravedad, porque la ley del cuadrado inverso le parecía (como a Newton), una regularidad particularmente burda que reclamaba ulterior explicación, pues carecía de la ‘inteligibilidad’ cuasi geométrica de algunas otras leyes newtonianas. Sus argumentos pueden incluso plantear dudas acerca del mismo ideal mecanicista de inteligibilidad, pero, sobre todo, fueron una respuesta apropiada a la excesiva y dogmática confianza de los cartesianos, en tanto se pregunta ‘qué sustancia existe que no tenga algo en ella que manifiestamente frustra nuestro entendimiento’.

También fue bastante apropiado de su parte, enmarcar este sano escepticismo en medio de la discusión acerca de la ‘sustancia’ y los ‘accidentes’. Un carácter distintivo tanto de la teoría cartesiana como del empirismo dogmático de Hobbes es la pretensión de haber clarificado la relación metafísica sustancia-accidentes, la relación entre los cuerpos y sus propiedades. El abordaje aristotélico de tal relación parece dejarnos ante una multiplicidad de cualidades sensibles irreductibles (‘formas sensibles’) y de poderes contenidos misteriosamente en la sustancia unitaria. Algunos escolásticos sacaron la conclusión paradójica de que los accidentes son contingentes y naturalmente dependientes de las sustancias en las que inhieren, alegando que Dios, de manera milagrosa, puede mantener la existencia de las cualidades sensibles, sin la sustancia que natural y normalmente las soportan. Esta tesis, presupuesta en la teoría de la transubstanciación, la interpretación ortodoxa de la Eucaristía (según la cual se pensaba que la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo subyacía a las cualidades sensibles del pan y del vino), fue sólo una forma extrema de la visión que Locke ridiculizó:

19. Aquellos que fueron los primeros en acuñar la noción de accidentes como una clase de seres reales que necesitaban algo en donde inherir, se vieron obligados a encontrar la palabra sustancia para que les sirviera de soporte… Y cualquiera que preguntara debería sentirse tan satisfecho con la respuesta del filósofo de la India de que es la sustancia lo que sostiene la tierra, aunque no sepa qué es la sustancia, como nosotros nos sentimos satisfechos de las respuestas de los filósofos europeos y de su doctrina, cuando afirman que la sustancia, aunque desconocen lo que es, es lo que soporta los accidentes. De esta manera, no tenemos ninguna idea de qué es la sustancia, y sólo tenemos una idea confusa y oscura de lo que hace. (II, XIII, 19, pág. 265-266).

Los ‘Nuevos Filósofos’, por su parte, pretendieron haber reducido la multiplicidad fenoménica y conceptual a una unidad inteligible, removiendo el misterio de la ‘inherencia’. Si los cuerpos no son nada más que materia en movimiento, y las diferencias cualitativas entre ellos son simplemente, tal como lo expresa Hobbes, ‘una diversidad de apariencia’, toda la relación problemática entre la sustancia y los accidentes se reduce a la simple relación entre una cosa extensa y su forma (es decir, sus límites) y movimiento. En términos cartesianos, a la relación entre extensión y sus modos. Dado que, como Hobbes advierte, todos entienden esa relación, el problema ontológico desaparece. La explicación de Locke de nuestra idea de sustancia y, en particular, de nuestra idea de la sustancia sólida y extensa, fue un reto a tal optimismo. La Nueva Filosofía pudo haber logrado que el elefante aristotélico fuese innecesario, pero aún necesitaba de su tortuga. Lo que vale para las ideas aristotélicas de especies o clases naturales, vale para las ideas de los tipos de sustancia postuladas por los ‘Nuevos Filósofos’, materia y mente, ‘cuerpo’ y ‘espíritu’:

3. Una vez que nos hemos formado una idea oscura y relativa sobre la sustancia en general, forjamos después las ideas de clases particulares de sustancias cuando unimos esas combinaciones de ideas simples que la experiencia y la observación de nuestros sentidos nos dicen que se dan unidas y que, por eso, suponemos que provienen de la particular constitución interna o de la esencia desconocida de esas sustancias. Es de esta manera como llegamos a tener las ideas de un hombre, caballo, oro, agua, etcétera; sustancias acerca de las cuales, si alguien tiene alguna otra idea que no sea la de ciertas ideas simples que coexisten, me gustaría que me lo explicara a partir de su experiencia personal. Son las cualidades comunes que se pueden observar en el hierro o en el diamante unidas las que forman la verdadera idea compleja de esas sustancias que el herrero o el joyero normalmente conocen bastante mejor que el filósofo, quien, aunque hable mucho de formas sustanciales, no tiene ninguna otra idea de aquellas sustancias que la formada mediante la unión de todas aquellas ideas simples que se encuentran unidas en ellas. Sólo que debemos notar que nuestras ideas complejas de las sustancias, además de todas las ideas simples de que están formadas, siempre van acompañadas de la idea confusa de algo a lo que pertenece y en lo cual subsisten; y, por tanto, cuando hablamos de cualquier clase de sustancia, decimos que tiene estas o aquellas cualidades, como el cuerpo es una cosa extensa, conforme y capaz de movimiento; que el espíritu es algo capaz de pensar, y, asimismo, decimos que la dureza, la friabilidad y el poder de atraer el hierra son cualidades que se encuentran en la piedra imán. Estas y otras maneras de hablar indican que siempre se supone que la sustancia es algo además de la extensión, de la forma, de la solidez, del movimiento, del pensamiento o de otras ideas observables, aunque no sepamos qué es. (II, XXIII, 3, pág. 435-436).

Hay otros pasajes en que Locke sugiere que cierta: formas naturales del lenguaje ‘insinúan una confesión de todo el género humano’ (III, VIII, 2, pág. 711) de que ignoramos las esencias subyacentes de las sustancias. Pero aquí Locke toma la noción de las ‘cosas’ como portadoras de primitivos predicados nominales, de hecho en el rol de ‘sustancias’ (cosas materiales) como sujetos primitivos o fundamentales de la predicación en los lenguajes naturales. Este rasgo lógico, indudable y célebre del lenguaje natural ciertamente invita a una explicación filosófica, pero el análisis que realiza Locke (a pesar de que sobrevive en la filosofía posterior incluyendo la kantiana), resulta difícil de defender. Sin embargo, su tesis no se halla tan lejos de concepciones que no sólo son sustentables sino que pueden ser verdaderas. Entre ellas está la que dice que las cosas materiales deben su posición como objetos primitivos del discurso a que son individuos unificados de manera natural e independiente, dados o elegidos como tales en la experiencia sensible preteórica, aunque se desconozcan las causas de su unidad física así como de sus demás caracteres observables.

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