Lily

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Capítulo 9

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—¿Qué hacen? ¿Por qué tardan tanto? —Lily miraba con impaciencia a Dodie—. Llevan hablando mucho tiempo.

—Ella le está contando la historia de su vida, cada detalle triste, y luego él lo arreglará todo. Siempre es así. Todas terminan adorándolo para el resto de su vida.

—Tú sientes lo mismo por él, ¿verdad?

Dodie pareció sorprenderse. Iba a comenzar a decir algo, pero finalmente se limitó a asentir con la cabeza.

—¿Zac te ayudó a ti también?

Dodie hizo una larga pausa.

—Si te voy a contar esa historia, necesito algo más fuerte que un café. —Dodie y abrió un gabinete y sacó una pesada botella de cristal oscuro. La etiqueta tenía ribetes dorados.

—¿Qué es eso? —preguntó Lily.

—El mejor coñac de Zac.

—Dijiste que él no bebía.

—No lo hace. Lo tiene para los clientes especiales. Y para mí.

—¿Para ti?

—Sin duda sabes que las mujeres también beben, ¿no?

—No, la verdad es que no lo sabía.

—Zac no está de acuerdo, pero nunca dice nada. Creo que esa es la razón por la cual todas lo amamos. Independientemente de lo que hayamos hecho, cuando dice que algo ha quedado en el pasado y está olvidado, realmente lo pone en práctica. A veces creo que borra el pasado de su mente para poder vernos de la manera que le gustaría que fuéramos. —Dodie se sirvió en un vaso una buena cantidad de aquel líquido amarillo oscuro—. Que además es la manera en que nos gustaría vernos a nosotras mismas —añadió.

—No tienes por qué contarme nada —dijo Lily.

—Sí, sí tengo que hacerlo. Zac no va a cambiar nunca, ni en lo bueno ni en lo malo. Y si decides comprometerte con él, tendrás que aceptarlo tal cual es. Ese que está allí es el mejor Zac, pero es posible que también sea el más difícil de aceptar.

—Yo no pretendo comprometerme con él, ni él conmigo.

—Todavía no, pero pronto lo harás.

Dodie bebió un trago. Todo su cuerpo se estremeció.

—Dios, me encanta este licor.

—¿Por qué, si te hace estremecerte de pies a cabeza?

—Por eso mismo. Muchas cosas buenas te hacen estremecerte de pies a cabeza.

—Eso no tiene sentido.

—Algún día se lo encontrarás.

Lily quería que Dodie le explicara esa afirmación, pero esta miraba fijamente el vaso, mientras su mente parecía estar reviviendo algún suceso trágico. El peso de ese recuerdo la hizo envejecer a los ojos de Lily.

—Sucedió en un pequeño pueblo minero en las colinas de California. El nombre no importa. Yo tenía dieciocho años. Había huido de mi casa cuando tenía quince. No había nada que no hubiese visto y había pocas cosas que no hubiese hecho. Estaba viviendo con un horrible patán que me golpeaba cuando se emborrachaba. A mí no me importaba. Yo solía estar más borracha que él.

Dodie tomó otro trago de coñac.

—Me fijé en Zac cuando llegó al pueblo. Todas las mujeres lo hicieron, pero nunca pensé que él se fijaría en mí. Aún hoy no sé por qué lo hizo.

Dodie hizo una pausa. Le daba la espalda a Lily, pero esta se percató de que estaba a punto de echarse a llorar, dominada por las emociones.

—Un día, cuando no andaba por ahí Bill Setter, ese era el nombre del tipejo con el que vivía, Zac se acercó y me preguntó si me gustaría tener un trabajo en su salón. Yo no podía creer que estuviese hablando en serio. Le dije que se fuera al demonio y me emborraché más que de costumbre. Esa noche Bill me dio una paliza y luego me arrojó a la calle.

Volvió a beber.

—Zac me encontró y me llevó a su habitación. Me cuidó, me dio de comer y me permitió beber solo lo suficiente para no volverme loca. Durante cinco días no vi a nadie más. Yo pensaba que no me podía quedar. Cuando se lo dije, él no dijo nada. Solo sacó un espejo y me hizo mirarme. No reconocí a la mujer que me miraba desde el espejo. Los moretones, los cortes, la hinchazón, un ojo medio cerrado. Zac me preguntó qué edad tenía y auguró que no llegaría a los veinte si volvía con Setter. Dijo que me daría trabajo, que me ayudaría a recuperarme y a hacer lo que quisiera, con tal de que no regresara con ese hombre.

Dodie tragó saliva, dándose un respiro. Luego bebió un poco más de coñac y prosiguió su relato.

—Pensé en su propuesta largo tiempo. Creo que estaba más asustada de pensar que podía fallarle a Zac que por la posibilidad de que Setter me pegara de nuevo. Tardé dos días en tomar una decisión. Y necesité otro día más para reunir el valor necesario para decirle a Setter que lo iba a abandonar.

Dodie, angustiada por estos recuerdos, dio varios pasos por la estancia, siempre dándole la espalda a Lily para que esta no viera reflejadas en su cara las emociones que la atormentaban.

—No iba a permitir que Zac hablara con Setter porque tenía miedo de lo que este pudiera hacerle. Pero debería haberme preocupado más por mí misma. Estuvo a punto de matarme de la paliza que me dio. Luego se fue a buscar a Zac. No sé cómo pude moverme, pero lo seguí. Setter irrumpió en la cantina que tu primo dirigía en esa época, gritando que lo iba a matar. Zac sencillamente se puso de pie y lo invitó a intentarlo. Nunca lo habría creído si no lo hubiese visto con mis propios ojos. Setter sacó un cuchillo y lo atacó, pero Zac logró esquivarlo y enseguida lo golpeó hasta que ya no pudo tenerse en pie. Durante un momento temí que Zac lo matara, pero finalmente solo lo arrojó a la calle y dijo que si alguna vez se volvía a acercar a mí, acabaría con él.

Dodie le dio otro sorbo al coñac, y por fin se volvió a mirar a Lily. Tenía los ojos enrojecidos.

—Le advertí que aquel animal volvería con un arma, pero Zac me dijo que no me preocupara. Pasó casi un mes antes de que sucediera lo que yo temía. Setter irrumpió por la puerta con una escopeta de dos cañones, gritando que iba a hacerle pedazos. Todavía me estremezco al pensar en todo lo que dijo que me iba a hacer a mí. Todos los hombres se pusieron a salvo, arrojándose por las ventanas y las puertas y escondiéndose detrás de cualquier cosa que pudieran hallar. Las mujeres gritaban a mi alrededor. Setter le dijo a Zac que iba a destruir el establecimiento y luego lo iba a matar a él.

Dodie le dio otro sorbo al coñac. Lily le dirigió una comprensiva y triste sonrisa.

—Disparó a los espejos, a las mesas, destrozó las sillas. Zac se limitaba a mirarlo, y eso enfureció más a aquel salvaje. Entonces me apuntó con la escopeta. Yo no me podía mover, estaba demasiado asustada. Zac le dijo que si se atrevía siquiera a pensar en apretar ese gatillo, lo mataría. Setter soltó una carcajada. Luego desvió la escopeta hacia un lado y descargó los dos cañones contra la pared. Algunas esquirlas de la pared saltaron y se me clavaron en la espalda. Setter se rio aún más fuerte cuando vio la sangre. Luego apuntó la escopeta directamente hacia mí. Zac sacó tranquilamente una pequeña pistola que llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta y lo mató de un solo tiro.

Dodie se terminó el resto del coñac con un largo trago.

—Ahora ya sabes por qué estoy dispuesta a hacer todo lo que pueda por él mientras viva.

Sin poder moverse, ni siquiera para asentir con la cabeza, Lily se quedó mirando fijamente a Dodie. Tenía los ojos desorbitados por la incredulidad.

—Pero no creas que cuando te lo encuentres ahora irá con su brillante armadura —dijo Dodie—, porque no lo verás así. Zac es como dos personas al mismo tiempo. La mayor parte del tiempo es exactamente lo que todo el mundo sabe, un jugador egoísta, perezoso y afortunado, al que no le interesa nada más que pasar un buen rato. Pero cuando hay un problema de verdad, se convierte en otro.

—No me gusta que sea tan violento —dijo Lily.

Dodie puso el vaso vacío sobre la mesa.

—Zac es demasiado perezoso como para que le guste la pelea, pero no le tiene miedo al peligro, eso es cierto. —Dodie estudió a Lily con la mirada—. Todo eso va contra tus creencias, ¿verdad?

Lily asintió.

—Entonces será mejor que hagas lo que Zac te aconsejó y regreses a casa.

—No voy a regresar a casa. ¿Cuántas veces voy a tener que repetirlo?

—En ese caso, tendrás que acostumbrarte a presenciar de vez en cuando alguna que otra escena violenta. Son los hombres como Zac los que evitan que hombres como esos tres, y otros como ellos, impongan su ley y abusen de cuantas mujeres quieran. En fin, ya ha sido suficiente sermón para un solo día. Será mejor que salga a ver cómo van las cosas con tu nueva amiga. Zac será el que se gane su corazón y su lealtad eterna, pero seré yo la que tendrá que inventarse qué diablos hacer con ella.

Lily se quedó en la oficina cuando Dodie salió. Para ella era difícil digerir lo que acababa de escuchar. Comprendía muy bien que Zac defendiera a una mujer, incluso si eso lo ponía en peligro. Pero matar a un hombre, incluso a un hombre que estaba a punto de asesinar a alguien, eso era algo que sacudía a Lily hasta las fibras más profundas de su alma. Siempre le habían enseñado a hacer todo lo posible por salvaguardar la vida, cualquier vida. Parecía increíble que alguien como Zac fuera capaz de matar.

La joven puritana se dijo que Zac había tenido que hacerlo para salvar la vida de Dodie, y probablemente también la suya propia. En realidad, tenía que entenderlo. Era lo suficientemente honesta como para admitir que probablemente ella habría hecho lo mismo, si tuviera un arma y supiera cómo disparar y darle a su objetivo.

Racionalmente, entendía lo ocurrido, pero eso no disminuía la impresión que le causaba. Zac había matado a un hombre. Lily se preguntó si solo había sido uno.

La bella virginiana había sido despedida de nuevo. No se atrevió a contárselo a Zac. Eso reforzaría su idea de que lo mejor era que volviera cuanto antes a su casa en Virginia.

—Puedo darle una paliza en tu nombre —le propuso uno de los hombres que iban acompañándola de regreso a la posada de Bella.

—No creo que sea la mejor solución.

—Pero eso le enseñará a no despedir a una mujer tan hermosa como tú —subrayó otro de los acompañantes.

Terció un tercero.

—¿Quién podría atraer a tantas personas como tú a su tienda?

—Precisamente ahí está el problema. —Lily sonreía con tristeza—. El objetivo de la tienda es vender libros. ¿Cuántos libros has leído tú?

—Uno. —El interpelado se encogió de hombres.

—¿Uno? Pues ya has leído más que los otros supuestos lectores que venían a verme. No os interesa la lectura, de modo que cuando yo no esté no pisaréis la librería. Eso tenéis que reconocerlo.

—Leemos poco, pero compramos mucho —dijo otro hombre—. Creo que deberíamos prenderle fuego a la tienda.

—¡No! No es culpa suya.

—Quien no tiene ninguna culpa eres tú, la librera más hermosa de San Francisco.

Zac estaba esperando en el porche con Bella, cuando Lily llegó a casa. Al verlo, Lily no supo qué sentimiento predominaba en ella: si la alegría de ver que su primo había ido a visitarla o la mortificación que le causaba que él viera la corte de hombres que la seguían.

—El grupo de admiradores crece día a día —comentó Bella—. ¡Váyanse de aquí! —Les gritaba como si estuviera espantando a unos molestos animales—. Ya la han acompañado hasta la puerta, ya se pueden ir.

—¿Cuánto hace que sucede esto? —Zac parecía muy contrariado, mientras Lily subía los peldaños—. Parecías un general dirigiendo un desfile.

Lily dudaba que su primo tuviera algún derecho a sentirse complacido o enojado.

—Me estaban consolando. El señor Hornaday me despidió delante de todo el mundo. Si no les hubiese permitido que me acompañaran a casa, tal vez le habrían hecho daño.

—¿Te han despedido otra vez? —Zac la siguió hasta el salón, pues la chica no se detuvo en la entrada.

—Esta vez me esforcé más que nunca. No sonreía a los hombres ni los animaba a quedarse conversando. Les dije que si no se marchaban me meterían en líos. Pero eso solo pareció incitarlos a quedarse más.

—No me sorprende. —El hombre suspiró, desalentado.

—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Bella.

—Buscar otro empleo. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

—Puedes regresar a Virginia —sugirió Bella.

—¿No puedes ayudarme a encontrar otro trabajo?

—Ya te ayudé a conseguir dos trabajos y has perdido los dos.

—Tal vez deberías buscar un empleo donde no haya hombres.

Bella soltó una carcajada ante la sugerencia de Zac.

—No hay ningún lugar así para las mujeres como Lily.

—Nunca tuve este problema en Salem —dijo la pobre despedida.

—Sin duda la posición de tu padre en la comunidad te protegía y tú no te dabas cuenta de ello. Ahora es cuando puedes apreciarlo.

La verdad era que últimamente Lily había ido descubriendo muchas cosas sobre su casa de las que ni siquiera se había dado cuenta.

Miró a los ojos a Bella.

—No crees que sea capaz de echar raíces en San Francisco, ¿verdad?

—No, no lo creo. En primer lugar, no sabes nada sobre la gente. Confías en todo el mundo, cuando no deberías confiar en nadie, en especial si se trata de hombres. En segundo lugar, no sabes hacer nada concreto. ¿Cómo vas a poder mantenerte en esas condiciones? En tercer lugar, eres exactamente la clase de mujer que los hombres persiguen hasta que consiguen lo que desean.

—¡Pero no van a obtener nada de mí!

Lily no recordaba haber estado nunca tan furiosa. Sabía que tenía mucho que aprender. También sabía que tendía a ser muy confiada y a pensar lo mejor de todo el mundo. Pero que la descartaran, que la considerasen un fracaso total después de solo una semana era demasiado.

—Lo voy a lograr. —Lily levantó la barbilla con gesto orgulloso, mientras apretaba los labios con determinación—. Nadie en mi familia ha sido un fracasado nunca. Papá dice que la gente solo fracasa porque es demasiado perezosa para trabajar duro. Pues bien, yo no soy perezosa. Encontraré un empleo, y lo haré sola sí es necesario, y será un trabajo que pueda conservar, no de los que me duran dos días. Voy a quedarme en San Francisco. Eso es lo que haré, ya lo creo que…

Zac interrumpió su encendido discurso.

—Bueno, pues ya te preocuparás por eso mañana. Tyler nos ha invitado a cenar esta noche en el hotel.

Lily sintió un pequeño estremecimiento de felicidad. Esperaba un sermón. Temía que su primo tratara una vez más de convencerla de que tenía que volverse a Virginia. Pero en lugar de eso la iba a llevar a cenar. Nunca la había llevado a ninguna parte. El día ya no le parecía tan terrible.

—A decir verdad, Daisy prácticamente me ha ordenado que te lleve. Creo que le preocupa que no te esté cuidando bien.

Bella fue tajante.

—Y con razón, porque no lo estás haciendo. Ahora márchate. Lily tendrá que darse prisa para bañarse y vestirse antes de que vengas a buscarla para la cena.

—Tampoco se requiere una preparación especial —dijo Zac—. Solo vamos a cenar.

—Ah, los hombres —exclamó Bella—, solo a ellos se les ocurre decir que una invitación al Hotel Palace es solo una cena.

Lily estaba absolutamente segura de que el Hotel Palace era el edificio más grande del mundo entero. Más alto que cualquier otra construcción de la ciudad, tenía siete pisos y abarcaba una manzana entera. La muchacha abrió todavía más los ojos cuando el coche atravesó un enorme arco ubicado en el centro del edificio y se encontró en medio de un patio interno de forma circular, con un sendero para los coches. En el centro se alzaba una palmera gigante. Cuando Zac le ofreció la mano para ayudarla a bajar, Lily miró hacia arriba con asombro. A su alrededor y por encima de su cabeza se sucedían las filas de balcones, una sobre otra. Tuvo que echar la cabeza hacia atrás para alcanzar a ver la última. Todo el patio estaba cubierto por una marquesina que filtraba los rayos del sol y los suavizaba.

Zac decidió explicarle algunas cosas.

—Tyler tenía que construir el hotel más grande del mundo. Se gastó en este lugar hasta el último centavo que tenía. Le costó más de cinco millones de dólares.

Lily nunca había pensado que pudiera haber tanto dinero en el mundo.

—George temía que quebrara, pero yo le dije que el hotel era lo suficientemente extravagante como para convertirse en un éxito total. Y así fue. Tiene ochocientas habitaciones, y aunque parezca mentira, siempre está lleno.

Lily se había quedado sin palabras. Zac la condujo hasta la recepción, en el vestíbulo principal. Una serie de columnas de mármol servían de sustento a un techo decorado con un mural, que se elevaba seis metros por encima de sus cabezas. El vestíbulo era tan grande que si hubiese sido una pradera podrían haber sembrado el maíz suficiente para alimentar a todas las vacas de Salem durante un año.

Lily se sintió aliviada cuando vio salir a Daisy de una de las pequeñas oficinas situadas en los laterales del hall.

—No estaba segura de que vinieras. —Daisy saludó a Zac con una sonrisa traviesa en los labios.

—Siempre obedezco las órdenes de la familia.

—Cuando te conviene…

—Bueno, sí, es cierto, lo reconozco. —El tahúr dejó escapar una risita.

Lily se sentía bastante nerviosa. Cuando la vio en Virginia, Daisy le había parecido muy normal, muy humana. Pero ahora, como propietaria de un hotel tan increíblemente elegante, le impresionaba, parecía mucho más importante.

—Preséntame, Zac —dijo Daisy.

—Ya conoces a Lily. Os conocisteis hace cuatro años.

—Sí, pero ha cambiado mucho desde entonces. Nunca la habría reconocido.

—Bueno, pues seré formal, te presento a Lily Sterling. Es una prima lejana. Lily, te presento a mi cuñada, Daisy Randolph.

—Encantada de volver a verte. —Daisy tenía una sonrisa encantadora—. Espero que vengas a visitarme con frecuencia. Uno se puede sentir muy solo en San Francisco.

—Por tu propia seguridad, es bueno que sepas que Daisy tiene dos pequeños monstruos, a los que llama niños, escondidos en alguna parte. Espero que estén amarrados, amordazados y escondidos en un túnel debajo del hotel durante toda la noche.

—Ya cenaron y se fueron a la cama. —Daisy hablaba sin despegar los ojos de Lily—. No hagas caso a tu primo. Los niños no muerden. Podrás visitarme sin problemas.

—Por supuesto —aseguró Lily—. Me encantan los niños.

Justo en ese momento llegó Tyler, que se dirigió a Zac.

—Gastón me dijo que llevabas del brazo a otra mujer despampanante. No sé cómo te las arreglas para encontrarlas. Y ciertamente esta vez te has superado. Es espectacular.

Daisy sonrió a Lily.

—Me disculpo por la tardanza de mi esposo y por su grosería.

Tyler sonrió con un poco de timidez y otro poco de picardía.

—Creo que debemos pasar a la mesa —dijo Daisy—. Tenía la intención de usar uno de los comedores privados, pero tuvimos unas reservas de última hora y están todos ocupados. Cenaremos en el grande.

—No podemos perder la oportunidad de exhibir a esta belleza… —Tyler seguía con su sonrisa pícara—. Tráela todas las noches. Doblaremos las ganancias.

—Me paso la vida disculpándome por las palabras y el comportamiento de mi marido —dijo Daisy—. Solo piensa en la comida y en el dinero. No sé qué es más importante para él.

—Para mí lo más importante eres tú, querida.

Zac no sabía por qué no había llevado a Lily al hotel antes. Había sido una tontería no hacerlo la misma noche que apareció. Daisy podría haberse hecho cargo de ella y así no habría tenido que preocuparse por nada. Las dos mujeres se llevaban maravillosamente.

—Tienes que volver a visitarnos pronto —dijo Daisy.

—Si se trata de una cena como esta, vendré todas las noches —respondió Lily.

—Tyler es buen cocinero. —Daisy tomó del brazo a su nueva amiga. Tyler había desaparecido por la puerta de la cocina en cuanto terminaron el postre y ellos se habían quedado tomando el café tranquilamente.

—Ha sido una maravilla. Todo estaba delicioso.

—¿Qué te parecería mudarte al hotel? —Zac soltó esta pregunta a Lily cuando iban de regreso hacia la casa de Bella.

—¿Para qué había de mudarme? —Lily no ocultaba su sorpresa.

—Es un lugar más bonito, Daisy sería una buena compañía y podrías disfrutar de la comida de Tyler todos los días.

—¿Y tendría que aguantar que todos esos hombres jóvenes anduvieran detrás de mí?

Al tahúr, en lugar de irritarle la resistencia de su prima, que amenazaba con echar por tierra todos sus planes, le agradaba. Él mismo se sorprendía de que fuera así. De todas formas, con tono jovial, intentó convencerla.

—Pero, mujer, son jóvenes de las mejores familias.

—¿Sí? Puedo encontrar a una docena de hombres mejores ellos en Salem. —De esta forma Lily descartaba como pretendientes, de una tacada, a varios de los solteros más codiciados de San Francisco.

—Pero deberías darles una oportunidad. Al fin y al cabo, no los conoces. Podrías descubrir que te gusta alguno de ellos.

—No tengo intención de casarme con un hombre rico, no insistas. Quiero aprender a cuidarme por mi cuenta.

—Pero ¿qué vas a hacer una vez que te instales y tengas un trabajo estable? —Zac se sentía al mismo tiempo decepcionado de que su idea hubiese sido descartada tan rápidamente, y aliviado por ver que Lily no estaba impresionada en absoluto por esos jóvenes millonarios.

—No estoy segura. Pregúntamelo cuando haya tenido un trabajo al menos durante un mes.

Una semana después, mientras yacía en su cama, Lily se decía que ya no estaba tan segura de poder conservar un empleo al menos durante un mes. La habían despedido de nuevo. Los amigos de Zac habían engrosado las filas de sus admiradores. A su último empleador, el dueño de un restaurante, no le había importado al principio. Los hombres se sentaban en el restaurante por mucho más tiempo del normal, pero también comían dos veces más. Sin embargo, cuando dos de ellos iniciaron una riña para ver quién se sentaba a la mesa que atendía Lily y quién tenía que sentarse en otra parte y limitarse a observar, el hombre decidió que se había acabado. Le pagó una semana completa de salario y le dijo que se marchara enseguida.

Lily había recorrido la mitad de las calles de San Francisco desde entonces, pero nadie quería contratarla. En cierto sentido, no podía culparlos. Sin importar lo que hiciera, las cosas sencillamente no funcionaban. No obstante, estaba decidida a intentarlo. Se negaba a regresar a casa derrotada e implorando que la recibieran de nuevo.

Lily se preguntaba qué pensaría de ella su familia. Probablemente todavía no había pasado el tiempo suficiente para que su carta llegara hasta Salem. Y sin duda aún no había pasado tiempo suficiente para que le llegara una respuesta. Quería tener noticias de su casa, pero tenía miedo de lo que pudieran decirle. En especial su padre.

Seguía convencida de que el reverendo no iría a buscarla. Ella se había atrevido a desafiarlo, así que lo más probable era que decidiera que Lily había muerto para la familia, incluso en el dudoso caso de que pensara que todavía era inocente. Difícilmente podría encontrarse a alguien en San Francisco que pensara que Lily era inocente. Había recibido muchas ofertas de trabajos que no podía aceptar.

Pero estaba decidida a no volver a pedirle ayuda a Zac. No quería verlo fruncir el ceño, gruñir, o entornar los ojos cuando ella entrara en la taberna. Pero… habría dado cualquier cosa por verlo sonreír, por verlo satisfecho de encontrarse con ella.

Siguió pensando en su primo. En realidad, nunca parecía molesto. Aun cuando rezongaba al verla, con su actitud la hacía sonreír. Decía unas cuantas tonterías, pero siempre eran cordiales en el fondo. Seguramente porque se dio cuenta de eso en su día cometió la locura de seguirlo hasta California. Zac la hacía sentirse mejor de lo que se había sentido nunca ante cualquier persona.

La muchacha suspiró. Lo intentaría de nuevo al día siguiente. En esa ciudad tenía que haber algo que pudiera hacer.

Y si no, se iría a buscar trabajo al campo cercano. Alguien tendría unas vacas que hubiera que ordeñar. Hasta una granja no iría ningún hombre. Nadie sería tan bobo como para ir a verla ordeñar en medio del estiércol al amanecer. Tal vez pudiera conservar un trabajo de ese tipo.

La suerte de Zac seguía siendo muy cambiante. Había pasado la última semana tratando de no perder la camisa. Sin embargo, en las tres manos que había jugado esa noche ganó más de lo que había perdido en las tres noches anteriores.

Aquellos cambios tan bruscos de la fortuna estaban comenzando a enervarlo. Nunca había sido un jugador nervioso, ni cuando se mudó por primera vez a Nueva Orleans, ni cuando trabajó en un barco en el Misisipi, ni siquiera cuando dirigió una cantina en un pueblo minero famoso por su violencia. La suerte nunca lo había abandonado. Siempre había sido un seguro ganador.

Pero esos días ya parecían cosa del pasado.

—Tienes suerte esta noche —le dijo Dodie cuando él se levantó para estirar un poco las piernas—. Supongo que eso significa que Lily está a punto de aparecer.

Zac se sobresaltó como si fuera un jugador con cinco ases en la mano que acabara de oír el clic de un gatillo.

—¿Qué dices? ¿Dónde está? —Miró a su alrededor.

Dodie se rio.

—No, no está aquí. Solo he dicho que es probable que aparezca pronto. Últimamente aparece cada vez que tienes una racha de suerte.

—Tienes razón, siempre aparece, pero más bien como un ave de mal agüero.

Pero lo decía por decir, porque ya no pensaba eso. No le preocupaba el influjo de ella sobre su suerte, sino la suerte que pudiera correr la joven. Pensaba en Lily todos los días, en lo que habría pasado con su trabajo, en cómo le estaría yendo, si sus amigos todavía la seguirían a todas partes, si se sentiría sola… Por su carácter y sus circunstancias, Lily tenía muchas posibilidades de meterse en líos, incluso bajo la vigilancia de Bella Holt.

Zac suspiró.

—Voy a tomar un poco de aire fresco.

Dodie lo miró con gesto inquisitivo.

—¿Y desde cuándo te gusta el aire fresco? Te he visto pasar varias semanas sin asomar la nariz al exterior.

Zac estaba comenzando a irritarse con Dodie. Empezaba a parecerse demasiado a la voz de su conciencia. Replicó con tono un poco seco.

—Tal vez es un gusto que se remonta a mis épocas de juventud, cuando estaba en Texas, donde no hay nada más que aire libre. Mi agobio tal vez se debe a estos cambios de suerte tan bruscos, una noche pierdo todas las manos y a la siguiente las gano todas. Eso está comenzando a hacerme dudar de mi talento y nunca me había sucedido algo así. La suerte en el juego, o el talento, da igual cómo se le llame, siempre ha sido mi principal patrimonio.

—Talento… no sé. Desde luego, has tenido una suerte increíble.

—Tal vez.

Zac salió con aire pensativo.

El distrito de Barbary Coast tenía mucho movimiento por las noches. Tabernas, teatros y antros de todo tipo se amontonaban a ambos lados de la calle. Los hombres entraban y salían en un flujo constante. El ruido de la música, el traqueteo y el silbido de las máquinas tragaperras, la cacofonía de voces con todos los timbres y volúmenes posibles, la luz que proyectaban las lámparas de la calle y que salía por las ventanas, todo eso acababa convirtiéndose en un torbellino que aturdía a todo el mundo, que limitaba la capacidad de ver con claridad y hasta de pensar.

Curiosamente, ese torbellino solía aumentar el entusiasmo de Zac por la vida, le hacía sentirse como si tuviera todo lo que deseaba. Sin embargo, ahora estaba inquieto, insatisfecho, como si supiera que había pasado por alto algo esencial y fuese incapaz de descubrir de qué se trataba.

Para su propio asombro, le preocupaba la posibilidad de acabar convirtiéndose en el propietario de una cadena de exitosos salones de juego distribuidos por todo el país. Asombrosamente, casi le daba miedo pensar que podría verse rodeado de una multitud de mujeres sin rostro que se pasaban la vida cantando y bailando.

Encendió un cigarro. Rose decía que fumar era un hábito desagradable, pero él no prestaba atención a lo que decía aquella mujer. No quería que ninguna mujer le dijera lo que tenía que hacer, cuándo llegar a casa, qué pensar, qué sentir. Con estos pensamientos logró aliviar un poco la sensación de encierro que había comenzado a envolverlo y disipar las dudas que solo hacía un momento le habían hecho preguntarse por los últimos ocho años de su vida.

Al fin y al cabo, era el hombre que quería ser y llevaba la vida que deseaba llevar.

Más tranquilo, una vez superado el acceso de inseguridad, le dio una calada a su cigarro y lanzó el humo hacia la noche brumosa. Y fue entonces cuando se fijó en el coche que se había detenido frente a la cantina y en la mujer cuya cabeza parecía envuelta en un halo de luz de luna que se bajó de él.

—¡Lily! —Zac se había quedado de piedra, cigarro en mano—. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—La he echado de mi casa. —Bella Holt hizo este anuncio al tiempo que se bajaba del coche—. Te la traigo de vuelta.

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