Lily

Lily


Capítulo 10

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Lily parecía totalmente desmoralizada. Zac nunca la había visto tan afectada, tan insegura y carente de determinación. Parecía una niña a la que hubiesen castigado en la escuela y supiera que el asunto iba a empeorar cuando llegara a casa.

Zac se puso fuera de sí. Pero el tahúr egoísta no estaba pensando en sí mismo. No podía soportar ver así a aquella criatura. Se encaró con Bella.

—¿Qué diablos te pasa? Te he pagado mucho dinero.

La posadera no respondió de inmediato. Estaba demasiado ocupada dando instrucciones al cochero para que descargara el baúl y las maletas de Lily.

—Es culpa mía —dijo Lily.

—¿Culpa tuya? ¿Qué crimen has podido cometer para que Bella te eche a la calle?

—No la estoy echando a la calle. —Bella también estaba malhumorada—. Te la estoy entregando a ti.

—Me han echado del trabajo —dijo Lily.

—¿Otra vez?

—¡La cuarta! —Bella alzaba los brazos al cielo—. Ahora nadie querrá contratarla.

—No tengo suficiente dinero para pagar mi alojamiento —confesó Lily.

Zac saltó de inmediato.

—Si esto es todo…

—Eso no es todo —terció Bella—. ¿Crees que la echaría de mi casa solo porque no tiene suficiente dinero para pagar el alquiler, en especial cuando tiene un primo con mucho más dinero del que puede gastar?

—¿Entonces por qué lo haces?

—Porque está creando mala fama a mi casa.

El tahúr decidió lanzarse a degüello.

—Yo creo que más bien le daba un toque de clase a tu horroroso mausoleo.

—¿Te parece un toque de clase la presencia de una docena de hombres merodeando ante la puerta mañana, tarde y noche? —Bella, enfurecida, defendía su reputación como una pantera—. ¿Y qué hay de las riñas que estallan para ver quién la acompaña a casa, o hasta la esquina, o quién le consigue un coche? ¿Eso da un toque de clase? Y encima estuvieron a punto de matar de un susto al pobre señor Hornaday.

—¿Quién diablos es el señor Hornaday? —A Zac, molesto de por sí, le irritaba especialmente que le hablasen de cosas que no entendía.

—Es el pobre hombre que tuvo la amabilidad de darle trabajo en su librería. Fue su segundo trabajo, ¿recuerdas? Y esos hombres estuvieron a punto de darle una paliza por despedirla.

Zac no tuvo más remedio que echarse a reír.

—Y deberías haberlos visto cuando irrumpieron en la tienda de la señora Chickalee. Fue después de que la despidieran por cuarta vez. —A Bella le indignada que Zac, que volvía a reír, no se estuviera tomando el asunto en serio—. La pobre mujer se llevó tal sofocón que sufrió un ataque y desde entonces no ha podido levantarse de la cama.

Zac soltó una carcajada.

—Puedes reírte todo lo que quieras, pero yo no la voy a tener en mi casa más tiempo. Tuve más hombres merodeando frente a la entrada que… que… —Bella miró hacia todos lados en busca de inspiración—… que la Casa Salem. —Señaló la elegante casa que había al lado.

—Tal vez deberías cambiar de negocio.

Esa sugerencia no le gustó a Bella ni lo más mínimo.

—Debí haberme imaginado que reaccionarías así. Considerando lo que haces día y noche, no me sorprende que…

Bella dejó la frase sin terminar, pero no porque Zac hubiese dejado de reírse. Lily la había agarrado de un brazo y le había dado un tirón que casi la tumba.

—No te atrevas a decir una sola palabra más en contra de Zac. Después de todo lo que ha hecho por ti, es realmente imperdonable que te atrevas siquiera a pensar esas cosas.

Bella se quedó mirando a la joven, boquiabierta, completamente aturdida por la sorpresa.

—Ellen me contó lo que eras antes de que Zac te encontrara. También me contó que él te prestó dinero para comprar tu pensión y cómo tuviste el descaro de cobrarle un suplemento por mi habitación y también por ayudarme a encontrar un trabajo… Sí, también estoy al tanto de eso. Nunca lo habría pensado de ti. Tu gusto con la decoración puede ser realmente deplorable, pero había pensado que eras una mujer honesta y justa.

Zac se quedó mirando a Lily, igualmente asombrado por aquella insólita explosión. Bajo la piel de aquel ángel se escondía una verdadera hidra de siete cabezas. Prácticamente podía ver al reverendo Isaac Sterling clamando justicia para que el fuego del infierno consumiera a la pobre Bella, y solo porque se había atrevido a decir lo que todo el mundo pensaba.

Mientras Bella seguía muda, Lily se volvió hacia Zac. El ángel justiciero parecía haberse esfumado, como si nunca hubiese estado allí.

—Bueno, me he enfadado un poco. En realidad no es culpa suya. Traté de evitar que los hombres amenazaran a la señora Chickalee, pero no me hicieron caso. Tenía mucho miedo de que le hicieran daño al señor Hornaday.

Zac tenía dificultades para concentrarse en lo que decía su prima tan atropelladamente. No podía olvidar que acababa de mostrarse dispuesta a atacar a Bella porque se había atrevido a calumniarlo. Era lo último que se hubiera imaginado. Se sintió culpable al pensar que él no había sido igual de tajante a la hora de defenderla a ella. Tendría que haberla visitado todos los días para ver cómo iban las cosas. Le gustara o no, Lily era su responsabilidad. Si no hubiese sido un bocazas cuatro años atrás, su prima nunca habría pensado en huir de casa.

Sin embargo, se le escapó una sonrisa. La imagen de un grupo de jóvenes pretendientes amenazando con atacar a una anciana le resultaba demasiado cómica.

—Me gustaría haber visto la cara de la mujer cuando una docena de tíos furiosos invadieron su tienda.

—Si te parece tan gracioso, será mejor que seas tú el que lidie con la horda de hombres que la siguen a todas partes. Y eso incluye a algunos de tus amigos. —Tras recuperar el don de la palabra, Bella volvió a subirse al coche—. Pero no me pidas que la ayude más.

De repente sonó la voz de Dodie.

—¡No lo haremos, no te necesitamos! —La ayudante de Zac había salido justo a tiempo para presenciar el ataque de Lily a Bella—. ¡Hasta nunca! ¡Llevar a Lily a tu casa fue un error desde el principio!

Zac la miró.

—¿Adónde debería haberla llevado?

—Debiste subirla en el primer tren y acompañarla de regreso a Virginia.

—Pero ella no se quería ir.

—No lo intentaste lo suficiente. Pero eso es agua pasada. Ahora las cosas son distintas. La pregunta es qué vas a hacer en adelante. —Dodie señaló el equipaje que reposaba en la acera entarimada—. Será mejor que tomes una decisión. Esto se sabrá enseguida, y va a llamar mucho la atención.

—Puedo ir a otra pensión —dijo Lily—. Habrá gente que no sepa nada sobre mí. No tiene por qué ser una pensión bonita. Yo…

Zac la interrumpió.

—No vas a hacer nada de eso. Te llevaré al hotel de Tyler.

—Por favor, no me envíes allá. —Lily pareció a punto de llorar—. Daisy me agrada mucho, pero me siento muy perdida en ese lugar tan grande. Allí todo el mundo me mira por encima del hombro.

Lily trataba de ocultarlo, pero era imposible no ver el pánico que brillaba en su mirada.

Dodie trató de echarle un cable.

—Creo que debería quedarse aquí, al menos por esta noche.

—Sí, por favor, déjame quedarme aquí. Prometo no causar problemas.

La esperanza se reflejó en la expresión de Lily, pero Zac se puso mucho más tenso.

—Pero no tenemos dónde alojarte. Todas las habitaciones están ocupadas.

Sin embargo, ese no era el verdadero problema. Una mujer como Lily no tenía nada que hacer en un lugar como el Rincón del Cielo. Aunque Zac trataba de proteger la virtud de sus empleadas, las mujeres que trabajaban en salones estaban condenadas a tener mala reputación. La fama de Lily también acabaría sufriendo inevitablemente.

—El hotel es el mejor lugar —insistió Zac—. Daisy te cuidará muy bien.

—Estoy segura de que así sería, pero me sentiría mucho más cómoda aquí. Prometo no ser una carga. No necesito más que un lugar, cualquier rincón donde dormir. Prometo…

Zac no cedía.

—No tenemos ninguna cama extra.

Lily sintió que se le partía el corazón.

—Te gustará el Palace —insistió Zac—. El otro día prácticamente solo viste el comedor. Espera a ver el resto. No hay nada parecido en todo el mundo. Pasarás días enteros descubriendo cosas asombrosas.

—Ya verá el hotel en otra ocasión. —Dodie cogió una maleta y le dio otra, más pequeña, a Lily—. Lo que ahora necesita es estar con amigos. —Agarrando la mano de Lily, se dirigió al interior de la taberna.

—Pero no tenemos lugar para ella —gritó Zac, que fue tras ellas.

—Yo conozco el lugar perfecto. Ahora, deja de poner pegas y haz que alguien meta ese baúl.

Mientras obedecía a Dodie y ordenaba que metieran el baúl, el tahúr maldecía para sus adentros. Al final, por gallito que fuera, se había pasado la vida obedeciendo a una mujer tras otra. Primero a su madre, luego a Rose. Y ahora, cuando era un adulto y debería poder hacer lo que quisiera, bailaba al son de la música que tocaban Lily y Dodie. Eso estaba mal: él era el jefe, él era quien debería dar las órdenes.

¿Y dónde diablos iba a alojar Dodie a Lily? No había una sola cama vacía en toda la casa. Lo único que quedaba era su vestidor.

—¡Maldición! —Zac acababa de caer en la cuenta de lo que Dodie se proponía—. ¡La voy a estrangular!

Cruzó las puertas como una tromba y se abrió camino a través de la cantina lanzando feroces improperios contra Dodie.

Los clientes levantaron la cabeza para ver qué pasaba, observaron a sus vecinos, se encogieron de hombros y luego siguieron jugando.

—¡No puedo! —Lily retrocedió ante la puerta como si se tratara de la mismísima entrada al abismo del infierno, del que su padre tanto le había hablado—. Zac me mataría si me quedase aquí.

—No, no lo hará. Además, es el único lugar que tenemos.

—¿Y dónde va a dormir él?

—Puede hacerlo en el elegante hotel de su hermano, ya que le parece tan fascinante. Y en cierto modo lo es, créeme. En cualquier caso, por dormir allí no tendrá pesadillas. Aunque más que un hotel para gente decente, parezca más bien el palacio de uno de esos horribles sultanes, o como se llamen esos hombres que andan envueltos en una sábana y dejan a sus esposas bajo la vigilancia de hombres a los que les han cortado algunas partes que no voy a mencionar.

—Pero no está bien que le quite su habitación. No voy a poder pegar ojo. —Lily señaló la cama—. Zac duerme desnudo en esa cama.

—No sé qué es lo que te preocupa. Es la mejor cama de la casa.

—Pero es la cama de Zac. Me pasaré toda la noche pensando que mi cuerpo está tocando los mismos lugares que tocó el cuerpo de Zac.

Dodie respondió con tono burlón.

—No puedo evitar que tengas sueños atrevidos. Aunque, si de todas maneras los vas a tener, este es un buen lugar para tenerlos.

—¡Dodie! Yo nunca… —Lily se puso roja como un tomate.

—Entonces es hora de que los tengas. —Empujó a la muchacha hacia la habitación—. Una mujer que se comporta tan bien como tú merece tener un sueño decente de vez en cuando. Y no solo un sueño.

—¿Tú tienes sueños así? —De repente, Lily sintió tanta curiosidad que se le olvidaron los problemas. Se había sentido tan avergonzada por el único sueño así que tuvo, que nunca le había dicho ni una palabra a nadie. Pero si Dodie también tenía sueños como ese, tal vez no fueran tan malos.

—Mis sueños harían que a tu padre se le chamuscaran las cejas.

Lily sonrió.

—Uno de estos días, cuando tengas un poco más de experiencia, te hablaré de ellos.

—Ya tengo experiencia. Cuéntamelo ahora. —Nadie se había ofrecido nunca a explicarle a Lily nada acerca de la naturaleza física de la mujer y no iba a permitir que se le escapara semejante oportunidad.

Pero se le escapó.

Entonces oyeron unos pasos que subían la escalera y resonaban en el pasillo.

—Más tarde. —Dodie y empezó a empujar a Lily a lo largo de la habitación hasta que cayó sentada en la cama—. Ahora tenemos que defender tu territorio.

Lily intentó levantarse.

—Pero yo no…

—Tú sí. —La empujó de nuevo hacia abajo, al tiempo que el apuesto tahúr entraba hecho un basilisco en la habitación.

—¡Fuera de mi cama!

Lily trató de ponerse de pie otra vez, pero Dodie la mantuvo en su sitio.

—No.

—¡Fuera de mi cama, Dodie Mitchell! Si quieres que ella duerma aquí, dale tu propia cama.

—Eso fue lo que pensé al principio, pero luego me di cuenta de que no iba a funcionar. Tú no te puedes quedar aquí si está tu prima y no hay habitaciones libres. Eso se sabrá. Así que lo más sencillo es que ella se quede con tu cama. Tú puedes dormir en el hotel.

—¿Por qué no me puedo quedar aquí?

—Porque acabarías con su reputación.

—No seas ridícula. Siempre he dormido aquí y este lugar está lleno de mujeres.

—¿Es que quieres que ella tenga la misma reputación que tenemos nosotras?

Zac se sintió como si se acabara de estrellar contra una locomotora. Desde luego, no quería hacer nada que dañara la reputación de Lily, pero tampoco quería que Dodie y las otras chicas pensaran que no tenía el mismo respeto por la reputación de ellas. Sencillamente eran distintas, eso lo sabía, pero no sabía cómo expresarlo. George era el único de la familia que sabía hablar como es debido. El resto… cada cual se expresaba como podía, y muchas veces metían la pata.

—No quiero hacer nada que arruine la reputación de nadie —dijo por fin—, pero no veo por qué eso deba obligar a que renuncie a mi cama.

—Porque tú te puedes quedar unos días en ese hotel sin ningún sufrimiento, pero Lily no. Cora Mae se marchará al final de la semana y Lily podrá quedarse con su habitación. Entonces podrás recuperar tu cama.

Zac reflexionó y cayó en la cuenta de que si se mudaba al hotel por unos cuantos días podría dormir las noches completas. Su prima no iría hasta allí para despertarlo. Al menos no creía que lo hiciera.

Sin embargo, no acababa de estar convencido. No le gustaba la idea de permanecer dormido lejos de la cantina todo el día, mientras la endemoniada puritana estaba levantada, haciendo cosas que probablemente traerían miles de problemas. Y no podía confiar en que Dodie la detuviera, pues últimamente su ayudante no parecía estar en sus cabales. Siempre había estado dispuesta a hacer todo lo que él deseaba, pero ahora no dudaba en hacer todo lo contrario de lo que quería.

Pero al final cedió.

—Está bien, puede quedarse aquí, pero solo por esta noche. —Se volvió hacia Lily—. Si no estuviera seguro de que su esposa te echaría a la calle, te llevaría a casa del señor Thoragood.

La chica se sintió aliviada. No le cabía duda de que los Thoragood la recibirían, y sabía que a la señora Thoragood no le haría mucha gracia, aunque su primo exageraba. Echarla, no la echaría. En cualquier caso, últimamente la muchacha había llegado a la conclusión de que no le gustaba no sentirse bien recibida. Eso no le había sucedido nunca hasta entonces. La gente siempre había sido amable con ella, siempre había estado dispuesta a hacer cosas por ella. Jamás se había aprovechado de esa amabilidad general, su padre nunca lo hubiese permitido, pero había aprendido a esperar que la gente siempre tuviera una buena disposición hacia ella. Sin embargo, en San Francisco las cosas eran distintas. Nunca habría imaginado que pudiera sentirse agradecida por el solo hecho de que alguien le ofreciera una cama de buena gana y sin tener que rogar. Miró a su primo y le habló con tono firme y apasionado.

—Lo siento. Nunca fue mi intención que pasara esto. Nunca pensé que…

—No te preocupes por eso. Ya está arreglado todo. No tienes que preocuparte porque esos hombres vuelvan a molestarte. Me aseguraré de que nadie se te acerque.

—Ve a ver qué sucede con el baúl de Lily —dijo Dodie—. Yo voy a ayudarla a acostarse. La pobre está agotada.

Zac parecía no entender cómo alguien podía querer acostarse a las nueve de la noche, pero la verdad era que la chica estaba verdaderamente cansada. Había tenido un día largo, estresante y lleno de decepciones. Tenía que pensar en lo que haría ahora. No podía seguir causando tantos problemas a Zac y a otra gente. Eso no era justo.

Dodie cerró la puerta detrás de Zac.

—¿Tienes hambre?

—No, Bella me dio de comer.

—Cuánta amabilidad. Bueno, olvidémosla, supongo que en el fondo no es tan mala, pero detesto a las mujeres sin agallas. Yo me habría podido deshacer fácilmente de esos hombres. En último extremo, los habría amenazado con abrazarlos y darles un beso a cada uno.

—Eso no habría servido de nada, pues recibirían el castigo encantados. Tú eres muy bonita.

—Si así fuera, ya habría encontrado a un hombre que me quisiera, y no es el caso.

—Ya encontrarás a uno, no te quepa la menor duda.

Lily se recostó sobre las enormes almohadas. Estaba tan fatigada que apenas podía mantener los ojos abiertos. Si quería ver a Zac y a Dodie por lo menos un rato cada día, tenía que dejar de levantarse a las cinco y media de la mañana. No tenía sentido. No había nada que hacer a esas horas.

—Bueno, mientras encuentro a mi hombre te voy a ayudar a desvestirte y a meterte en la cama. Estás a punto de caer redonda.

—A mamá no le gustaría que me durmiese vestida. —La voz pastosa indicaba que ya estaba medio dormida.

—Es la primera vez que mencionas a tu madre. Ya estaba comenzando a pensar que tu padre la había fulminado con el rayo divino y la había hecho desaparecer.

—Mamá no habla mucho. Dice que a los hombres no les gusta que las mujeres hablen tanto. Por eso mismo, cree que a mí me va a costar trabajo hallar a un hombre que me aguante.

—Bueno, pues tu madre se equivoca. Me imagino que ya te has dado cuenta de eso.

—Agrado a los hombres, ¿verdad? —El rostro de Lily se iluminó con una sonrisa adormilada.

—Sí, así es. Eres muy bonita y aunque no andas por ahí presumiendo…

—Papá dice que…

—Deja de pensar en lo que dice tu padre. Dormirás mejor si te olvidas de eso. ¿Estás segura de que no te molesta el ruido de abajo?

—¿Qué ruido?

—Ya veo que no. Me gustaría poder dormir así. Supongo que así es el sueño de los inocentes.

—Me gustaría no ser tan inocente. Es muy aburrido ser siempre tan pura. ¿No crees?

—No sé qué decirte. Ser muy impura también acaba aburriendo. Tal vez a mí me gustaría ser ingenua, si pudiera recordar en qué consiste tal cosa… Venga, duérmete y deja de preocuparte por la pureza. Eso cambiará algún día. Tendrás mucho tiempo para decidir si te gusta más un tipo de vida u otro.

—Mi ropa está ahí dentro —dijo Zac—. Y no esperarás que mañana me ponga la misma ropa que hoy.

—Pero ya está dormida.

—Debiste pensar en eso antes de sacarme a empujones de mi habitación.

—¿No puedes olvidar la ropa por una noche?

—No. —La idea de ponerse una ropa arrugada y sucia le producía escalofríos.

—Entonces entra por el vestidor.

—No puedo. Cuando tuviste la graciosa ocurrencia de mostrarle a Lily cómo entrar en mi cuarto, hice tapar la entrada. Ahora esta es la única manera de entrar o salir. Quítate de mi camino, pues voy a entrar, te guste o no te guste.

—No me voy a mover de aquí hasta que salgas.

Zac la miró con extrañeza y luego sonrió.

—No confías en mí, ¿verdad?

—¡Claro que no!

—Maldición, mujer, ella es la hija de un predicador. ¿Por quién me tomas?

—Por un hombre, un hombre como cualquier otro. Lily es una mujer hermosa y te he visto…

—Nunca me has visto violar a una jovencita inocente.

—No, pero nunca has tenido a una mujer hermosa durmiendo en tu cama. Ve a por tu ropa y sal corriendo.

—¿Estás segura de que no estás celosa?

Dodie lo pensó un momento.

—Sí, un poco. Una parte de mi desearía poder ser como ella. Y no solo por su belleza, sino también por su inocencia. No podría acostarme en la cama de un hombre en un lugar como este sin atrancar la puerta y mantener una escopeta cargada al lado de la almohada. Pero ella se durmió sin preocupación alguna. Me siento un poco celosa de eso… ¿Y qué me dices de ti? ¿No te gustaría tener un poco de su inocencia?

—¿Estás bromeando? Si fuera así de inocente, haría meses que habría perdido este sitio. ¿Y dónde estaríais entonces todas vosotras?

—Sé muy bien lo que significaría para nosotras perder este lugar, pero tú eres un hombre rico, este negocio no te hace falta. Podrías volver a casa con tu familia.

—No conoces a mi familia. Preferiría dormir bajo un puente a estar bajo el mismo techo que ellos. Ahora deja de entretenerme y permíteme que entre a recoger mi ropa.

—Lo he pensado mejor. Voy a entrar contigo.

—¿Crees que el demonio podría tentarme de todas formas?

—No creo que el demonio pueda tentarte, creo que eres el propio demonio.

Los dos entraron de puntillas y atravesaron la habitación hasta el vestidor como si fueran niños tratando de entrar a la casa sin despertar a sus padres. Zac cerró la puerta de la habitación y encendió una lámpara. En unos instantes recogió la ropa que quería llevarse, pero tratar de guardarla en una maleta sin que terminara convertida en un acordeón era cosa completamente distinta. Eso requería más tiempo, o más habilidad.

—Ven, déjame que te guarde eso —susurró Dodie—. Nunca vi a un hombre tan inútil como tú. Espera afuera.

Pero Zac no pensaba esperar fuera. Todavía estaba enfadado por haber tenido que ceder su cama. No quería dejar a Lily sin un lugar donde dormir, pero no entendía por qué tenía que usar su cama. El tahúr, dando vueltas a esas irritantes ideas, se acercó a la cama sin preocuparse de no hacer ruido. Si se despertaba, mejor, así sabría lo que se siente cuando te sacan del sueño de mala manera. Es más, no es que no le importara despertarla, es que quería hacerlo.

Era una actitud infantil y él lo sabía, pero la idea cada vez le parecía más interesante. Y tampoco se sentía avergonzado. Si acaso, un poco desconcertado. Al final, iba a parecerse a George, cosa que había procurado evitar desde pequeño. Ahora era como un chico malcriado y egoísta, siempre decidido a salirse con la suya a cualquier precio. Era extraño que una pobre chica inocente como Lily tuviera tanta fe en él como para confiarle su destino. Zac no quería esa responsabilidad. Pero, quisiera o no quisiera, aquella muchacha estaba en sus manos.

Y encima le había quitado la cama.

Zac se acercó un poco más. La muchacha dormía con su aire virginal e inocente. Era demasiado hermosa, lo cual la ponía en peligro. Desde luego, Zac no se sentía particularmente atraído hacia ese tipo de encantos. Prefería una belleza más madura, una mujer más sofisticada, que estuviera interesada en disfrutar de la vida sin hacer planes para el futuro. Él era como la abeja que va de flor en flor, libando aquí y allá. No veía razón alguna para limitarse a una sola.

Pero eso no quería decir que no pudiera apreciar la belleza de Lily. Ni su inocencia. El conjunto resultaba muy atractivo, incluso para un hombre tan experimentado como Zac. Suponía que todos los hombres se entregan tarde o temprano a la fantasía de una mujer hermosa y cándida que solo pueda amarlo a él, que lo adore, que se aferre a él y tenga fe ciega en sus méritos y sus cualidades. Desde luego debía de ser muy agradable, podías llegar a sentirte el rey del universo. Pero había que pagar un precio por esa ciega adoración, y hacía mucho tiempo que Zac había concluido que las desventajas de esa situación eran mayores que sus ventajas.

No obstante, tal vez no fuese tan malo como él creía. Lily no era una mujer totalmente dependiente. Más bien al contrario: no parecía esperar que un hombre, ni nadie, hiciera lo que ella era capaz de hacer. Cualquier mujer que se atreviera a cruzar el país por su cuenta tenía muchas agallas, más de las que podía imaginarse. Lily sin duda ignoraba muchas cosas, pero al tahúr no le cabía duda de que en seis meses la chica sabría más sobre San Francisco que la mayoría de la gente que llevaba años viviendo allí.

Era una pena que la echaran de sus trabajos constantemente. Por más vueltas que le daba al asunto, no sabía qué podría hacer su prima para conseguir un empleo duradero. Tal vez debería ocultar su hermoso cabello debajo de un sombrero negro, en lugar de dejarlo caer sobre los hombros. Por mucho que no fuese de extrañar, era un problema que los hombres la siguieran a todas partes.

Las mantas se habían escurrido un poco. En cualquier momento se caerían completamente. No quería que la chica se resfriara. Fue a colocarle la ropa de cama, y cuando se acercó un poco más el deseo le alcanzó con la fuerza de un rayo. Por primera vez vio a Lily como veía a otras mujeres. Y lo que vio provocó una auténtica conmoción en su cuerpo.

Era una noche templada. La chica tenía parte del cuerpo al descubierto. Una pierna larga y esbelta, que se extendía desde un tobillo bien formado, pasando por una rodilla maravillosa, hasta un muslo solo en parte tapado por la sábana. Nunca había visto una pierna tan blanca, tan perfectamente formada. La tentación de acariciar aquel muslo, de hacer a un lado la sábana… era casi irresistible.

El atormentado tahúr decidió hacer un esfuerzo para pensar en otra cosa antes de que la imaginación pudiera causar males mayores.

El brazo era igual de encantador. Estaba tendido en dirección a él, con la palma de la mano hacia arriba. La mano colgaba desde el borde de la cama, mientras que la parte interna del brazo quedaba expuesta a su mirada. Parecía tan suave, tan tibio, que Zac tuvo que apretar las manos contra su cuerpo para contener la tentación de tocarla.

Pero lo que más lo perturbó no fueron el brazo ni la pierna. Lily llevaba un camisón muy fino y en algunos puntos la luz lo volvía prácticamente transparente. Era visible la silueta de los senos, el círculo más oscuro de cada pezón.

Febril, se humedeció los labios. Casi podía sentir la tersa calidez de la piel de Lily. Ya se imaginaba sus suaves gemidos mientras él le besaba los senos, mientras los bañaba con el húmedo calor de su lengua. Y a partir de ahí, puesto a imaginar, lo imaginaba todo. Estaba a punto de perder el dominio de sí mismo.

En ese momento cayó en la cuenta, no sin cierto asombro, de que no había estado con ninguna mujer desde que su prima llegó a San Francisco. La presencia de Lily había alejado de su cabeza todo pensamiento sobre otras mujeres. Pero las necesidades de su cuerpo seguían presentes, y ahora se hacían más patentes que nunca.

Suspiró. Tenía que marcharse antes de hacer algo que después lamentaría. Así que, dispuesto a arroparla y salir enseguida, estiró la mano para subir las mantas y cubrirla.

De pronto oyó un susurro enfurecido.

—¿Qué crees que estás haciendo?

Zac dio un brinco.

—Te dije que me esperaras fuera de la habitación —dijo Dodie—, no que molestaras a la muchacha.

—Solo quería subirle las mantas.

—Todos los hombres sois iguales.

Zac se dispuso a protestar, pero enseguida desistió de hacerlo. Dodie no le iba a creer. Cuando tienes una sólida reputación de sátiro, la gente tiende a creer que no puedes ver a ninguna mujer sin volverte loco. No importa lo que digas. Cría fama y échate a dormir.

Al diablo. Qué más le daba. Con un poco de suerte, pronto podría recuperar su cama.

Zac dio media vuelta, y se privó del placer de tocarla, del privilegio de mirarla. Alejó de su mente cualquier pensamiento acerca del placer que podría encontrar entre los brazos de su prima. Todo aquello era una locura, una estúpida tortura, y no necesitaba nada de eso.

—Colócale las sábanas y las mantas —le dijo a Dodie—. Se están cayendo de la cama.

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