La vaca

La vaca


Capítulo tres

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CAPÍTULO TRES

Toda vaca comienza su vida como una mansa ternera

«La vaca que más me estorbaba era la idea de que sólo con el apoyo incondicional de mi familia y mi esposa saldría de mi mediocridad. Necesitaba desesperadamente una palabra de aliento de parte de mi familia que me confirmara que ellos creían en mí. Sin embargo, parecía que lo único que siempre encontraba era su desaprobación, así que optaba por no hacer nada, culpándolos a ellos por mi inactividad. —¡Qué vaca!—. Hoy, he decidido dejarme guiar por mi intuición, aceptar la responsabilidad por mis acciones y hacer oídos sordos a todo comentario negativo. Curiosamente, ahora que ya no lo busco, he comenzado a recibir el apoyo de quienes yo deseaba».

Silvano Alberto, México

¿Qué tan reales son las actitudes limitantes —la segunda categoría de vacas a la que nos referimos en el capítulo anterior— para quién las experimenta? Tan absurdas, irracionales y lejanas de la realidad como parezcan, son muy reales para quien las está sintiendo.

Consideremos por ejemplo los temores, una de las actitudes limitantes más poderosas que existen. En muchas ocasiones, aquello que tememos carece de bases y no es más que una mentira que aparenta ser real. No obstante, el miedo que nos produce es tal, que nos puede paralizar y detener para actuar.

Hablar en público es un buen ejemplo de esto. ¿Qué tan serio es esta aprensión para algunas personas? Llega a ser tan intenso, que hablar en público se encuentra mucho más arriba en la lista de los temores más comunes que el mismo miedo a la muerte.

Así lo encuentres absurdo e incomprensible, para muchos hablar frente a un grupo les produce más ansiedad y miedo que la misma idea de morir. Si crees que estoy exagerando, trata de hacer que se paren frente a un grupo —por reducido que sea— a decir unas cuantas palabras y observa lo que sucede. Su estado mental y físico cambia inmediatamente. Comienzan a sudar, su corazón empieza a latir mucho más rápido y sus piernas se debilitan al punto de sentir que se van a desmayar. Así de terrible e intimidante les resulta la idea de hablar en público. Sin embargo, intenta decirles que lo suyo es irracional, que nada malo sucederá, y descubrirás qué tan real es este temor para quien lo está viviendo.

Sin duda alguna, los miedos son una de las peores clases de vacas que existen. Toman control de nosotros y, literalmente, nos paralizan física y mentalmente. Por esta razón, es vital que actuemos a pesar de la aprensión y ansiedad que estemos sintiendo, ya que la acción es la única cura.

Otro tipo de actitud limitante está relacionado con las justificaciones; las explicaciones con las cuales tratamos de convencernos a nosotros mismos y a los demás que la situación no está tan mal como parece —esto, a pesar que ya no la soportemos ni un minuto más—. Al igual que con las demás vacas, el mayor problema con las justificaciones es que después de utilizarlas con cierta frecuencia terminamos por aceptarlas como verdades.

Muchas personas derrochan gran cantidad de tiempo justificando y explicando por qué deben continuar en una situación en la cual es obvio que no quieren estar. Prefieren fabricar complejas aclaraciones para justificar quedarse en un mal trabajo, en lugar de hacer lo obvio: conseguir uno nuevo. Y al final, terminan por convencerse a sí mismas que el status quo es la mejor alternativa.

Cuando pienso acerca de los efectos devastadores de las justificaciones, recuerdo una mujer que se acercó a mí durante una presentación. Quería que yo le ayudara a desarrollar una mejor actitud hacia su trabajo.

—Cuéntame un poco acerca de lo que haces —le pregunté tratando de descubrir el porqué de su ansiedad.

—¡Odio mi trabajo! —Fueron sus primeras palabras—. Mi jefe es un cínico y no aprecia mi labor. Lo peor de todo es que no estoy haciendo aquello para lo cual me preparé. He tratado de ser positiva, pero el solo hecho de pensar en llegar a mi trabajo cada mañana, se ha convertido en una pesadilla.

Después de esto, prosiguió a darme suficientes razones de porqué, tristemente, ella creía que no tenía otra opción más que quedarse ahí. Cuando finalmente me preguntó qué podía aconsejarle para sobrellevar su situación laboral de una manera más positiva, le dije:

—¡Renuncia! Busca otro trabajo. Descubre algo que ames hacer.

La sorpresa en su cara dejaba ver que ésta no era la respuesta que ella estaba esperando. La verdad, no creo que siquiera fuese una opción que ella hubiese considerado. Le expliqué que la meta nunca debe ser aprender a soportar aquello que detestamos, sino descubrir lo que amamos hacer. La vida es demasiado corta para derrocharla haciendo cosas que odiamos. Como lo explica mi amigo Brian Tracy: «Una de las maneras más comunes de despilfarrar el tiempo es desperdiciando la vida en el trabajo equivocado».

En ocasiones, las actitudes limitantes toman la forma de falsas creencias sobre las propias habilidades, las demás personas, o el mundo que nos rodea —creencias que no nos permiten utilizar nuestro potencial al máximo—.

Isabel, a quien tuve oportunidad de conocer en una de mis conferencias en la ciudad de Miami, estaba recién llegada al país, tenía sesenta años y llevaba varios meses tratando de encontrar un trabajo. Contaba con todo un arsenal de creencias sobre lo difícil que le sería tener éxito en su profesión:

—Mi búsqueda de empleo ha sido un fracaso total —y la expresión en su cara se hizo aún más grave al decirlo—. Quizá sea porque nunca he sido buena trabajando con otras personas. Sé que estoy muy vieja y ninguna compañía va a querer contratar a una mujer de sesenta años con un fuerte acento como el mío…

Durante varios minutos Isabel se aseguró de presentarme un sinnúmero de argumentos de porqué le sería imposible encontrar un buen trabajo. Hacia el final de la conversación me enteré que durante todo este tiempo, ella únicamente se presentó a solicitar trabajo en una empresa en la cual no fue aceptada.

—¿Qué hago Dr. Cruz?

Algo me dijo que ésta no era la primera vez que Isabel relataba esta historia de desencanto. Es más, estoy seguro que ya la había compartido un par de cientos de veces antes de llegar a mí. Por esta razón le dije:

—Primero, quiero que dejes de contar esta historia, y segundo, esperemos a que recibas cien rechazos antes de referirnos a tu búsqueda de trabajo como un fracaso total, ¿de acuerdo? Sólo cuando hayas recibido cien rechazos nos preocuparemos por encontrar una nueva estrategia de búsqueda de empleo.

Tres meses más tarde, en otro evento, Isabel hizo su aparición de nuevo. Avanzó hacia mí abriéndose paso entre la gente, y con una voz llena de orgullo y entusiasmo me dijo:

—¡Dos! No tuve que recibir más que dos rechazos antes de encontrar un gran trabajo. Llevo dos meses y medio en él y estoy muy contenta. —Isabel parecía una nueva persona, y se veía muy feliz y segura de sí misma.

Ésta es una muestra de lo que sucede cuando nos liberamos del enorme peso de cargar con tantas vacas a cuestas.

Como ves, las vacas suelen adoptar formas y disfraces que dificultan que las reconozcamos como tales. Lo cierto es que a pocas personas les gusta admitir que tienen vacas. Prefieren aceptarlas como cargas ineludibles que el destino ha depositado sobre sus hombros, sobre las cuales ellas tienen muy poco o ningún control. En general, toda idea que te debilite, que te proporcione una excusa o te ofrezca una escapatoria para eludir la responsabilidad de lo que debes hacer, seguramente es una vaca. Y de la misma manera que muchas grandes mentiras comienzan como una simple mentirilla blanca, las vacas descomunales con las que a veces cargamos han comenzado como inocentes y mansas terneras.

Un día en la vida de un pesimista

El pesimismo es un gran ejemplo de cómo comienzan a tomar forma muchas de nuestras vacas. Los pesimistas viven en un mundo deprimente y negativo mientras que los optimistas lo hacen en un mundo positivo y lleno de oportunidades. Sin embargo, la verdad es que los dos comparten el mismo universo. La diferencia entre la vida que ellos experimentan y los resultados que obtienen son sólo la consecuencia lógica de sus pensamientos dominantes.

En cierta ocasión, hablando con alguien particularmente negativo, descubrí el origen de su pesimismo —y el de muchas otras personas—. En respuesta a un comentario que le hice sobre su perspectiva un tanto lúgubre, él rápidamente respondió: «No es pesimismo Camilo, yo simplemente estoy siendo realista».

Seguramente tú también ya te habrás encontrado con alguien que ha tratado de convencerte de que sus actitudes negativas no son más que «expectativas realistas». He descubierto que si le preguntas a una persona positiva si es optimista, inmediatamente te dirá que sí. No obstante, si le indagas a una persona negativa si es pesimista, procederá de inmediato a darte numerosos argumentos para justificar que lo suyo no es pesimismo sino simple y llanamente una manera realista de ver la vida.

¿Ves por qué este pensamiento es una vaca? Si aceptas que eres pesimista, negativo y amargado, es posible que, tarde o temprano, decidas que necesitas cambiar dicha actitud y optes por buscar ayuda para hacerlo. Sin embargo, si crees que sólo estás siendo realista, lo más probable es que no sientas la necesidad de cambiar. Después de todo, ser realista es tener los pies sobre la tierra y ver las cosas tal como son —o por lo menos eso es lo que los realistas dicen—. No obstante, si observas con cuidado, te darás cuenta que las denominadas «personas realistas» tienden a ser siempre pesimistas y a tener bajas expectativas. Y esto, no sólo les impide ver su propio pesimismo, sino que actúa como un lente a través del cual ven e interpretan el mundo que los rodea.

Es simple, si te pones unos lentes oscuros, todo lo vas a ver oscuro. Si utilizas unos lentes de color verde, todo lo verás verdoso. De la misma manera, los pesimistas tienden a enfocarse en los problemas y no en las soluciones. Ven con mayor claridad sus debilidades que sus fortalezas, y suelen tener expectativas mucho más bajas que la persona exitosa. Su pesimismo es el lente a través del cual observan y evalúan el mundo que los rodea. Y no es que hayan nacido así, su pesimismo es un comportamiento aprendido.

En general, muchas de las emociones y sentimientos negativos que experimentamos, son vacas que adoptamos a lo largo de la vida y que programamos en el subconsciente de manera voluntaria —ya que nadie nos obligó a hacerlo—, con consecuencias desastrosas. Los pensamientos negativos no sólo te mantienen atado a la mediocridad, sino que poco a poco generan fuerzas y sentimientos nocivos dentro de ti que se manifiestan tanto en estados emocionales dañinos y perjudiciales, como en enfermedades y padecimientos físicos devastadores para la salud: úlceras, males cardíacos, hipertensión, problemas digestivos, migrañas y debilitamiento del sistema inmunológico. Prueba de ello es que las personas pesimistas, aquellas que constantemente se quejan por todo, son las mismas que suelen enfermarse con mayor frecuencia.

Martín Seligman, profesor de la Universidad de Pensilvania, asevera que los pesimistas sufren un mayor número de aflicciones y enfermedades crónicas y su sistema inmunológico no responde tan bien como el de una persona optimista. En un estudio realizado por la Universidad de Harvard se demostró que aquellos que a los veinticinco años de edad ya poseían una actitud pesimista, sufrían un mayor número de enfermedades serias a los cuarenta o cincuenta años de edad.

¿Qué efectos positivos podemos generar al matar la vaca del pesimismo? Quizás el siguiente estudio revele una parte importante de la respuesta. Una investigación realizada por un grupo de científicos del hospital King’s College de la ciudad de Londres, con 57 mujeres que sufrían de cáncer de seno y habían sido sometidas a una mastectomía, encontró que siete de cada diez mujeres que poseían lo que los doctores llaman espíritu de lucha, diez años más tarde llevaban vidas normales, mientras que cuatro de cada cinco mujeres que, en opinión de los doctores, perdieron la esperanza y se resignaron a lo peor, murieron poco tiempo después de escuchar el diagnóstico. Así que, como ves, muchas de estas vacas no sólo afectan la actitud, sino que nos roban la vida misma.

La buena noticia es que aún si en el pasado permitimos que el medio y la gente a nuestro alrededor nos condicionaran para aceptar la mediocridad, en este momento cada uno de nosotros puede cambiar esta actitud y reprogramar su mente para el éxito. Lo único que debemos hacer es tomar la decisión de cambiar.

La prisión de las falsas creencias

Sin lugar a dudas, las vacas más recurrentes, y las que peores resultados nos traen, son las falsas creencias sobre lo que podemos o no hacer y lograr; limitaciones que nosotros mismos nos encargamos de adoptar acerca de nuestras capacidades, talentos y habilidades. Por ejemplo, si en tu mente reposa la creencia de que no triunfarás porque no contaste con la buena fortuna de ir a la escuela, con seguridad esta idea regirá tus expectativas, decisiones, metas y manera de actuar. Esta falsa creencia se convertirá en un programa mental que, desde lo más profundo de tu subconsciente, regirá todas tus acciones.

Tus creencias determinan tus expectativas, que a su vez influyen en los resultados que obtienes. Las creencias limitantes generan bajas expectativas y producen pobres resultados. Pero ¿cómo llegan ciertas ideas a convertirse en creencias limitantes y logran controlar nuestro destino? Es simple; como verás en el siguiente ejemplo, la persona simplemente saca conclusiones erradas a partir de premisas equívocas que acepta como ciertas. Observa la manera tan sencilla como esto ocurre:

Primera premisa: Mis padres nunca fueron a la escuela.

Segunda premisa: Mis padres no lograron mucho.

Conclusión: Como yo tampoco fui a la escuela, seguramente tampoco lograré mayor cosa con mi vida.

 

¿Ves los efectos tan devastadores que tienen estas generalizaciones que nosotros mismos nos hemos encargado de crear con el diálogo que ocurre en el interior de nuestra mente? Creamos uno de los círculos viciosos más autodestructivos, ya que entre más incapaces nos veamos nosotros mismos, más inútiles nos verán los demás. Nos tratarán como incapaces, lo cual sólo confirmará lo que ya sabíamos de antemano, que éramos unos buenos para nada.

Sin embargo, el hecho que tus padres no hayan logrado mucho, quizá no tenga nada que ver con que ellos hayan o no hayan ido a la escuela. Inclusive, aunque así fuera, eso no significa que contigo vaya a suceder lo mismo.

A José Luis Ferrer, un joven latinoamericano residente en Australia, siempre le embargó el temor de trabajar en una profesión distinta a aquélla para la cual se preparó. A pesar que existía poca demanda para sus habilidades en su nuevo país, él solo pensar en aventurarse en un campo totalmente diferente para él, era suficiente para crear gran ansiedad y temor acerca del futuro que le esperaba. Por largo tiempo, esta vaca le impidió aprender cualquier disciplina que se encontrara en un área distinta a aquella que estudió. José Luis había caído víctima de la tan conocida vaca: zapatero a tus zapatos, que perpetúa la idea de que cada cual debe dedicarse a lo que estudió o aprendió y punto.

Por supuesto que había otras profesiones y trabajos que le atraían, pero ¿qué iban a pensar sus padres, su familia o amigos si se enteraban que había abandonado su profesión original? Hacer esto era admitir que todos esos años invertidos en sus estudios universitarios habían sido una pérdida de tiempo. ¿Qué iban a pensar los demás si él tomaba la decisión equivocada? ¿Qué sucedería si después de hacer tal cambio descubría que no contaba con las aptitudes y habilidades necesarias para triunfar en su nueva profesión? Todas estas dudas lo mantenían preso, paralizado e incapaz de tomar cualquier determinación. Cabe anotar que ésta es una vaca particularmente peligrosa en el mundo actual, ya que, según algunos estudios, debido a la globalización, las nuevas tecnologías y la alta competitividad, toda persona debe estar dispuesta a desenvolverse en por lo menos siete áreas distintas a lo largo de su vida profesional.

Afortunadamente, José Luis decidió aceptar el reto de iniciar estudios en un campo totalmente nuevo para él. Hoy, no sólo se ha dado cuenta que realmente ama su nueva carrera, sino que disfruta su profesión más que nunca.

Al igual que José, muchas personas permiten que el miedo a lo nuevo o a lo desconocido les impida actuar. En ocasiones, el temor de aquello que no es totalmente familiar para nosotros, nos roba la oportunidad de disfrutar inclusive de las cosas más básicas. Evitamos probar nuevas comidas, explorar diferentes culturas o tratar nuevos pasatiempos, sin darnos cuenta que el querer «ir siempre a la segura» crea miedos irracionales y limita nuestro potencial de crecimiento.

Es mejor aferrarse a lo que uno conoce, ¿para qué cambiar lo que está bien? No trate de arreglar lo que no se ha roto o, es mejor malo conocido que bueno por conocer —refrán del que ya hablamos—, son todas, expresiones que buscan disuadirnos de salir de nuestra zona de comodidad. El problema es que muchas veces esa aparente seguridad que nos provee el mantenernos dentro de esta zona cómoda y conocida para nosotros, nos impide realizar importantes cambios profesionales o abandonar relaciones de pareja abusivas, por temor a terminar en peores circunstancias.

Haciendo referencia a las palabras de Charles Dubois, Hannes, un ejecutivo de negocios a nivel internacional que me escribió: «… lo importante es tener la capacidad para dejar de lado lo que somos en pos de trabajar en lo que podemos llegar a ser. Parece fácil y obvio, sin embargo, lograrlo es con frecuencia muy difícil. En el mundo corporativo, diariamente necesitamos adaptarnos a nuevos retos. Al igual que muchos otros gerentes, yo también me di cuenta que la mayoría de los integrantes de mi equipo de trabajo tenían dificultades para adaptarse al cambio. Con frecuencia escuchaba argumentos como: “Ésta es la forma en que lo hemos venido haciendo. ¿Por qué cambiar ahora?”. El problema es que, si no aceptamos el cambio como parte de la ecuación, si no nos actualizamos y nos adaptamos, corremos el riesgo de volvernos obsoletos. Cuando nos comprometimos a deshacernos de nuestras vacas organizacionales, nos dimos cuenta que la mayoría de los temores que teníamos con respecto al cambio, eran irracionales y absurdos».

¿Cuál es la lección? Necesitas cuestionarte muchas de las creencias que hoy existen en tu mente, y no aceptar limitaciones sin preguntarte si son válidas o no. Recuerda que siempre serás lo que creas ser. Si crees que triunfarás, seguramente lo harás. Si crees que no triunfarás, ya has perdido. Es tu decisión.

Cuando el conformismo toma posesión de nuestra vida

No debe sorprendernos que mientras encontremos la manera de justificar un mal hábito o una pobre actitud, lo más seguro es que no hagamos nada para cambiarlos. La razón es sencilla: en la medida en que logremos convencernos que, «así son las cosas y no hay nada que podamos hacer» o que algo está «totalmente fuera de nuestro control», no habrá necesidad de tomar ninguna medida para remediar dicha situación.

Las personas utilizan un gran número de justificaciones para explicar su mala salud, una pésima relación, o el pobre trabajo que realizan en la crianza de sus hijos. Muchos nos contentamos con quejarnos y lamentarnos por aquello que nos molesta, pero no hacemos nada para cambiar nuestro comportamiento. En lugar de proceder, buscamos una buena excusa que nos ayude a explicar por qué no podemos actuar.

Para quien busca desesperadamente una manera de justificar ante los demás su pobre salud, cualquier pretexto da lo mismo: «No sabes cómo quisiera cuidarme más, pero simplemente no tengo tiempo», «Los gastos médicos están tan altos que no me puedo dar ese lujo», «Lo que sucede es que yo no confío en los doctores». El problema, obviamente, es que ninguna de estas excusas aliviará sus quebrantos físicos ni mejorará su salud.

Lo mismo suele ocurrir en otras áreas de nuestra vida. Por ejemplo, considera el siguiente razonamiento que algunos padres utilizan en un esfuerzo por justificar el poco tiempo que les dedican a sus hijos: «Yo sé que debería compartir más tiempo con mis hijos, pero la verdad es que llego demasiado cansado del trabajo. Además, trabajo para proveerles una mejor vida y con ello les estoy mostrando que los amo».

A simple vista, parece una justificación real, pero lo cierto es que no es más que una vaca, ya que todos estamos en posición de dedicarles más tiempo a nuestros hijos.

Si ésta es tu vaca, sé creativo e ingéniate diferentes maneras para involucrar a tus hijos en tus actividades y compartir más con ellos. Interésate en sus pasatiempos favoritos, habla más con ellos durante las comidas, dedica un tiempo cada noche para preguntarles sobre su día antes que se vayan a dormir, ayúdales con sus tareas y deberes escolares, organiza actividades recreativas durante los fines de semana que te permitan crear una relación de mayor cercanía y amistad con ellos. No basta con satisfacer sus necesidades básicas a costa de privarlos de tu afecto.

Otra excusa que algunos padres utilizan para justificar esta situación es la siguiente: «Lo importante no es la cantidad de tiempo que pase con mis hijos, sino la calidad». ¿Qué te parece esta vaca? Suena tan bien que, literalmente, remueve por completo la necesidad de pasar más tiempo con ellos. Después de todo, mientras estemos convencidos que les estamos proporcionando «calidad» de tiempo —independientemente de lo que esto quiera decir—, «la cantidad» no tiene mayor importancia. ¿Te das cuenta lo peligrosa que es esta vaca? Porque lo cierto es que, en la relación con nuestros hijos, la cantidad de tiempo que pasemos con ellos es tan importante como la calidad.

Cuando escucho a algún padre utilizar la excusa de la «cantidad versus calidad» en referencia al tiempo que emplea con sus hijos, les comparto el siguiente escenario para que establezcan un punto de comparación:

Imagínate que entras a un restaurante con un amigo y los dos piden un filete de pescado. A tu amigo le traen un enorme filete, grueso y jugoso, mientras que a ti te traen uno pequeño que no es ni la quinta parte del que le correspondió a tu amigo. Al hacer el reclamo, el mesero te responde: «Ah, señor, la explicación es muy sencilla, su filete es de mejor calidad». No sé qué responderías en tal situación, pero sin duda, yo le dejaría saber al mesero que para mí la cantidad es tan importante como la calidad y demandaría una porción más grande.

Como padre de tres hijos, he llegado a entender que en la gran mayoría de los casos nuestros hijos siempre aceptarán sin mayores quejas el tiempo que decidamos darles. Si no dedicamos suficiente tiempo para jugar con ellos, por ejemplo, seguramente encontrarán un amigo u otra actividad con la cual distraerse. Si nunca nos hallan cuando necesitan ayuda con sus tareas, simplemente harán lo mejor que puedan por sí solos. Y si no estamos disponibles para ellos cuando estén enfrentando problemas serios o situaciones difíciles, ellos simplemente escucharán a cualquiera que sí esté dispuesto a prestarles atención.

Una cosa es segura, las actitudes, autoestima y carácter que desarrollen nuestros hijos, serán el resultado de la calidad y la cantidad de tiempo que decidamos dedicarles. La elección está entre tener un impacto positivo en ellos que perdure por siempre, o permitir que la vaca del «no tengo tiempo», continúe controlándonos.

Como ves, es fácil apropiarnos de un sinnúmero de vacas que lo único que logran es limitarnos e impedirnos vivir al máximo. ¿Qué hace que un ser humano, voluntariamente, lleve una vaca a cuestas a pesar de saber que ésta le priva de llevar una vida plena y feliz? Parece ilógico cargar con algo que va en detrimento de nuestra propia felicidad.

Sin embargo, tan absurdo como parece, muchas personas han tomado la decisión consciente de permitir que estas falsas ideas saboteen su éxito.

Un enemigo llamado «promedio»

Alguna vez escuché a un entrenador técnico proclamar con ímpetu a su equipo: «Lo bueno es enemigo de lo extraordinario». Después de reflexionar por un momento acerca de esta idea, logré apreciar la gran sabiduría contenida en esa simple frase. Mientras que estemos satisfechos con ser «buenos» nunca seremos «extraordinarios. —Sommerset Maugham, escritor británico de drama y ficción dijo—: Lo interesante acerca del juego de la vida es que, si decidimos aceptar sólo lo mejor de lo mejor, generalmente lo conseguiremos». Lo opuesto es igualmente cierto. Aquellos que deciden contentarse con una vida de resultados promedio o una existencia mediocre, generalmente también lo logran.

Muchos no son conscientes de las vacas que llevan a cuestas; otros lo son, pero continúan cuidándolas y alimentándolas, porque éstas les proveen una zona de comodidad en la cual la mediocridad es aceptable. Ellos tienen una excusa para cada estación, ocasión, o día de la semana. La culpa de su pobre suerte es de otras personas, de las circunstancias o del destino —mientras haya a quien culpar, todo está bien—.

Considera que en ausencia de una vaca que nos ayude a justificar la mediocridad, sólo tendríamos dos opciones: aceptar la total responsabilidad por nuestras circunstancias y cambiar —lo cual nos conduce al éxito—, o aceptar que somos incapaces de controlar nuestra vida y resignarnos —un camino seguro al fracaso—. Si éstas fueran las dos únicas opciones, todos tomaríamos la primera: la decisión de triunfar, ya que el dolor asociado con la segunda alternativa es una carga demasiado pesada para cualquiera.

Sin embargo, las vacas agregan una tercera opción a esta ecuación, aún peor que la segunda: nos convierten en personas con buenas intenciones, a quienes infortunadamente la suerte no les ha sonreído —¡mediocridad!—. Queremos llegar lejos pero no hemos podido; deseamos lograr grandes metas, pero por alguna razón nos ha sido imposible. No se nos presentan las oportunidades que a otros sí; no tenemos buenos genes, no heredamos el talento o no hemos tenido buena fortuna. Y puesto que somos las pobres víctimas de un cruel destino que parece haberse ensañado con nosotros, debemos aprender a contentarnos con lo poco que tenemos.

La mediocridad es peor que el fracaso total. Éste al menos te obliga a evaluar otras opciones. Cuando has tocado fondo y te encuentras en el punto más bajo de tu vida, la única opción es remontar —¡ascender!—. La miseria absoluta, el fracaso total, el tocar fondo, te obligan a actuar. No obstante, con el conformismo sucede todo lo contrario, engendra mediocridad, y ésta a su vez perpetúa el conformismo. El gran peligro de la mediocridad es que es soportable, logramos vivir con ella.

Hace algún tiempo escuché una historia que ilustra este punto a la perfección:

Un forastero llegó a la casa de un viejo granjero, y junto a la puerta se encontraba sentado uno de sus perros. Era evidente que algo le molestaba al animal, no estaba a gusto, algo lo tenía irritado ya que ladraba y se quejaba sin parar. Después de unos minutos de ver el evidente estado de incomodidad y dolor que exhibía el animal, el visitante le preguntó al granjero qué le estaría sucediendo al pobre animal.

—No se preocupe ni le preste mayor atención —respondió el granjero sin mostrar ninguna preocupación—. Ese perro lleva varios años en las mismas.

—Pero… ¿nunca lo ha llevado a un veterinario a ver qué le estará sucediendo? Mire que puede ser algo grave —señaló el visitante visiblemente consternado por el lamentable estado del animal.

—Oh no, no hay nada de qué preocuparse; yo sé qué es lo que le molesta. Lo que sucede es que es un perro perezoso.

—Pero ¿qué tiene eso que ver con sus quejas? —Sin entender la relación entre su flojera y sus lamentos.

—Ocurre que justo donde está acostado —le explicó el granjero— se encuentra la punta de un clavo que sobresale del piso, y lo pincha y lo molesta cada vez que se sienta ahí; de ahí sus ladridos y quejas.

—Pero… y ¿por qué no se mueve a otro lugar?

—Porque seguramente lo molesta lo suficiente como para quejarse, pero no lo suficiente como para moverse.

Éste es el gran problema con el conformismo y la mediocridad: suelen molestarnos e incomodarnos, aunque no lo suficiente como para que decidamos cambiar. ¿Conoces a alguien que esté en esta situación? O acaso ¿es esta tu realidad? ¿Tienes un clavo que te esté molestando y que no te ha permitido alcanzar lo que verdaderamente deseas, pero continúas quejándote de tu mala suerte sin hacer nada al respecto? Si es así, decide hoy mismo deshacerte de todas las vacas que te están robando la posibilidad de vivir plena y felizmente.

PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO TRES

1. Sin duda, las limitaciones más peligrosas que existen, y las que peores resultados nos traen, son las falsas creencias sobre lo que podemos o no hacer y lograr; limitaciones que nosotros mismos nos encargamos de adoptar acerca de nuestros talentos y habilidades. Identifica tres creencias que tengas acerca de tus propias capacidades que te están deteniendo para alcanzar tus metas:

2. El temor es una de las actitudes más limitantes que existe. Lo peor de todo es que, en muchas ocasiones, aquello que tememos carece de bases y no es más que una mentira que aparenta ser real. No obstante, el miedo que nos produce es tal que logra paralizarnos. Identifica los tres temores que con mayor frecuencia experimentas en tu diario vivir:

3. Los temores y limitaciones que acabas de identificar te debilitan y te cohíben de utilizar tu verdadero potencial. Determina qué acciones tomarás a partir de hoy para eliminar estas actitudes limitantes:

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