La vaca

La vaca


Capítulo cuatro

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CAPÍTULO CUATRO

Vacas de diferentes colores

«Mi vaca era: “No quiero empezar hasta no estar totalmente seguro”. Esta vaca me daba la tranquilidad de creer que estaba siendo responsable, pero lo que en realidad hizo fue impedirme realizar numerosos proyectos, esperando el momento propicio, o que se dieran todas las condiciones. Ahora me doy cuenta que si espero las circunstancias ideales para hacer las cosas, nunca emprenderé nada nuevo, así que he aprendido a actuar».

Daniel, Argentina.

Hace algún tiempo, un viejo amigo que creció en una granja situada en el oeste del estado de Pennsylvania, compartió conmigo la descripción más gráfica y exacta que he escuchado sobre el porqué muchas personas no son conscientes de sus excusas. En un lenguaje digno de todo un granjero me dijo: «El problema Camilo, es que los cerdos no saben que ellos huelen mal». —Supongo que las vacas tampoco—. Creo que su observación no requiere de más explicaciones.

De vez en cuando, alguien se me acerca durante una de mis presentaciones, y con gran seguridad y una sonrisa amplia me dice: «Dr. Cruz, he estado pensando acerca de lo que usted acaba de decir y he llegado a la conclusión de que yo no tengo ninguna vaca». Siempre que escucho esto recuerdo la coloquial expresión de mi amigo el granjero, y procedo a compartir con esta persona algunas ideas para asegurarme que no se le hayan quedado escondidas algunas vacas en algún lugar recóndito de su mente.

Eso es precisamente lo que quiero hacer en este capítulo: compartir contigo algunas de las vacas más comunes que otras personas me han participado. No las menciono para que te las apropies, sino para que aprendas a reconocerlas y te deshagas de ellas, ya que como verás, las vacas vienen en una gran diversidad de colores.

1. Las vacas del «Yo estoy bien»:

Yo estoy bien… Hay otros en peores circunstancias.

Odio mi trabajo, pero hay que dar gracias que siquiera tengo algo.

No tendré el mejor matrimonio del mundo, pero por lo menos no nos peleamos todos los días.

No poseeremos mucho, pero al menos no nos acostamos con hambre.

Apenas pasé el curso, pero siquiera no lo perdí. Quizás es hora de aceptar que no soy tan inteligente como los demás.

El gran peligro con la vaca del «Yo estoy bien» es que quien piensa que está bien y se encuentra a gusto de esa manera, no ve ninguna razón para mejorar su vida. No obstante, recuerda la idea mencionada en el capítulo anterior: el mayor obstáculo para lograr lo extraordinario es contentarnos con lo bueno.

Cuando encuentras cómo justificar tu mediocridad, terminas por aceptar condiciones de vida que jamás hubieras permitido si no contaras con dicha excusa. Para Laura Dante, quien reside en los Estados Unidos, su vaca era: «No puedo dejar este trabajo, empezar de cero nuevamente y arriesgarme a no encontrar nada mejor».

Según ella, este temor la mantenía atada a un empleo mediocre, plagado de problemas y peligros para su salud física y mental. Lo peor de todo era que, después de diez años en aquella empresa, había comenzado a aceptar que quizás ese trabajo sería su futuro para el resto de sus días.

«Cuando me di cuenta que mi vaca era el miedo —dice Laura recordando aquel momento en que tomó una decisión que cambiaría su vida— me convencí que el trabajo que tenía se había convertido en una atadura que no me permitía explorar nuevos horizontes y decidí renunciar. Sabía que si no lo hacía estaría atrapada en aquel callejón sin salida por siempre. No fue fácil tomar la decisión, no estaba 100% segura que fuera la mejor manera de proceder, pero a pesar de todo renuncié. Fue lo mejor que hice, hoy soy una persona feliz, estoy bien de salud y el estrés que sufría ha desaparecido casi por completo. Pero lo más interesante es que me he dado cuenta que mis temores no tenían ningún fundamento. De hecho, he recibido mejores ofertas de trabajo e incluso logré tomarme un mes de vacaciones, cosa que no había hecho en largo tiempo por temor a tener problemas económicos».

La historia de Laura es un ejemplo de cómo una sola vaca puede generar toda una serie de emociones negativas que pueden paralizarte y sabotear tu éxito. La buena noticia, y quizás la lección más significativa, es saber que cuando te deshaces de tu vaca logras cosechar, no uno, sino múltiples resultados positivos.

2. Las vacas de «La culpa no es mía»:

Mi mayor problema es la falta de apoyo por parte de mi esposo.

Si mis padres no se hubiesen divorciado, quizás yo no tuviese tantos complejos.

Mi problema es que mi esposa es muy negativa.

Es que en este país no hay apoyo para el empresario.

Yo tengo buenas intenciones, pero con ésta economía pues… ni modos.

Lo que sucede es que no tuve profesores que me motivaran para salir adelante.

La vaca que más estorbaba a Luis Fernando Vanegas, un joven empresario colombiano, era creer que necesitaba el apoyo incondicional de su familia para salir adelante. «Siento como si siempre hubiera estado sometido a la voluntad de mis padres, familiares y amigos —dice Luis Fernando refiriéndose al hecho de que muchas de sus vacas fueron obsequios de otras personas—. Siempre que iba a comenzar un proyecto, estaba seguro de recibir las críticas, consejos y sugerencias —vacas— de estos “expertos”».

«No sea torpe, ¿cómo va a dejar ese trabajo que tiene para aventurarse a algo nuevo? No sea desagradecido, piense en todas las personas desempleadas que hay. ¿Cómo va a mantener a sus hijos? ¿Usted qué sabe de negocios? Es mejor un trabajo aburrido que no tener empleo.

¿Se imagina recibir todas estas vacas de manera constante?

Yo siempre había querido tener mi propio negocio. Pero como si no fuera suficiente con todas las vacas que recibía de mi entorno, tenía una situación que pudo convertirse en el peor de todos los obstáculos: tenía un trabajo aceptable —una vaca mayor— que me proveía estabilidad, un buen salario y un jefe inigualable. Sin embargo, mis aspiraciones eran mucho mayores a lo que ese empleo me brindaba, así que maté a mi vaca y me lancé a crear mi propia empresa, haciendo oídos sordos a las críticas de los demás.

Todo salió mejor de lo proyectado, al punto que muchos de los mismos amigos que quisieron disuadirme de empezar esta aventura, ahora me animan a seguir adelante y expandir la empresa. Supongo que hay cosas que nunca descubrirás a menos que tomes ciertos riesgos».

3. Las vacas de las falsas creencias:

Como mi papá era alcohólico, con seguridad yo también voy para allá.

Yo no quiero tener mucho dinero porque la riqueza corrompe.

Entre más tiene uno, más esclavo es de lo que adquiere.

Como no fui a la universidad seguramente no lograré mucho en la vida.

Éstas suelen ser vacas muy peligrosas, ya que las falsas creencias son mentiras que por alguna razón hemos aceptado como verdades.

Después del gran éxito de su película Rocky, durante una entrevista que le hicieron al actor Sylvester Stallone, le preguntaban acerca de una frase en particular en la película. En esta escena Rocky dice: «Mi padre, quien la verdad no era demasiado inteligente, solía decirme: “Como Dios no te dio mucho cerebro, vas a tener que aprender a utilizar el resto de tu cuerpo”».

Stallone, quien escribió el guion para la película, decía que esto fue algo que él mismo escuchó de su padre muchas veces, y que por muchos años lo frenó para ver su verdadero potencial. Él cuenta que sólo comenzó a triunfar cuando logró deshacerse de esa creencia limitante y empezó a confiar en sí mismo.

Curiosamente, en esta misma escena, Adriana, su futura esposa en la película, le responde: «Mi mamá solía decirme lo contrario: “Como Dios no te dio mucho cuerpo vas a tener que aprender a utilizar el cerebro”».

Creer en sí mismo no es más que darnos cuenta de potencial que se encuentra en nuestro interior, declararlo, aceptarlo y comenzar a utilizarlo. Eso es precisamente lo que espero que tú hagas al leer este libro. Las falsas creencias nos condenarán a la mediocridad si permitimos que crezcan y se desarrollen sin que las cuestionemos. Si creemos que valemos poco o que no merecemos mucho, ten la seguridad que la vida se encargará de permitir que recibamos exactamente lo que creemos merecer. Cuando desechamos esta idea y reconocemos nuestro valor real todo comienza a cambiar.

Roxana Reyes, una joven costarricense que me escribió después de leer el libro, no creía que mereciera el trato que recibía de su pareja. «Cuando leí que las vacas no eran personas, creí que mi caso era la única excepción. La actitud negativa de mi pareja —con quién llevaba poco menos de un año— me causaba mucho daño. Mi autoestima estaba muy baja en esa época.

Finalmente, comprendí que la verdadera vaca era creer que me hallaba condenada a esta relación, así que decidí terminarla y seguir adelante. He decidido nunca volver a conformarme con menos de lo que creo merecer».

4. Las vacas del perfeccionismo:

Me gustaría hacer más ejercicio, pero lamentablemente no hay gimnasios cerca de donde vivo.

No quiero empezar nada nuevo hasta no estar totalmente segura que podré dar el 100%.

Quisiera leer más, pero no tengo tiempo, y para hacer algo a medias mejor no hacerlo.

No he querido comenzar hasta que no sepa cómo hacerlo perfectamente.

Siempre he creído que el perfeccionismo es una de las peores vacas que existen. La razón es muy simple, es una de esas vacas que vienen disfrazadas de virtud, lo cual la hace parecer más un don que un mal hábito. Escucha como suena la vaca del perfeccionismo:

«¡Si vamos a hacer algo, o lo hacemos bien o mejor no hacemos nada…! ¡Ésa es la clase de persona que yo soy!».

¿Quién va a discutir con eso?

Por el contrario, esta afirmación suena a persona responsable, a entrega y excelencia. El problema es que usualmente termina convirtiéndose en una excusa que nos limita y nos paraliza, ya que nunca parecemos estar totalmente preparados para actuar con el grado de perfección que desearíamos.

La única manera de matar esta vaca es entendiendo que para aprender a hacer algo bien debemos atrevernos a comenzar cuando aún no tenemos ninguna experiencia. En otras palabras, el verdadero dicho debe ser: «Si vamos a hacer algo, vale la pena comenzar a hacerlo, aunque sea rudimentariamente hasta que aprendamos a hacerlo bien, pero empezar a hacerlo ya mismo, con lo que tenemos hoy».

José Miguel Rodríguez, quien me escribió desde México, se considera una persona perfeccionista. «Siempre exijo calidad en todo, en las cosas que compro, los servicios que contrato y el comportamiento de las demás personas. Y con quien soy más exigente es conmigo mismo, aunque siempre demandé el mismo nivel de excelencia de mi esposa y mis hijos. En una época, llegué a presionar tanto a mi hijo para que hiciera todo tan perfecto que la única retroalimentación que recibía de mi eran mis regaños, críticas y comentarios ásperos sobre sus faltas y errores. Todo esto comenzó a afectar nuestra relación, ya que yo lo mantenía en un constante estado de estrés.

Finalmente comprendí que no necesito de la vaca del perfeccionismo para que mis hijos entiendan la importancia de hacer todo con excelencia. Ellos han comenzado a aprender por sí mismos que nunca deben contentarse con la mediocridad y ésa es la mejor lección de todas».

5. Las vacas de la impotencia:

Lo que sucede es que yo nunca he sido bueno para eso.

Seguramente el éxito no es para todo el mundo.

Lamentablemente, mi gordura es un problema genético. No hay nada que yo pueda hacer.

Lo que uno no asimila de niño es muy difícil aprenderlo de adulto.

Mi problema es que soy muy tímida. Creo que esto es de familia ya que mi madre también era así.

La gran mayoría de las limitaciones que creemos tener son ideas absurdas acerca de nuestras propias habilidades. Uno de los primeros testimonios de superación que recibí después de la publicación de la primera edición de este libro fue de Rodrigo, un joven que me escribió desde Argentina para compartir su historia personal de éxito. Es posible que su vaca no parezca tan significativa o trascendental para alguien que esté buscando sobreponerse a una adicción, o tratando de dejar una relación abusiva, pero quiero compartirla porque creo que es un gran ejemplo de lo que sucede cuando permitimos que la vaca de la impotencia tome control de nosotros.

La vaca de Rodrigo era: «Soy un pésimo bailarín —según él, bailar no era una de sus habilidades naturales—. Después de leer el libro me di cuenta que a menos que hiciera algo, mi destreza para el baile nunca iba a mejorar. Así que tomé la decisión de registrarme en una clase de salsa, un ritmo totalmente nuevo para mí. Debo confesar que las primeras clases fueron bastante incómodas. Me tomó un tiempo relajarme y soltar las piernas, pero una vez lo hice, comencé a disfrutar esta actividad como nunca pensé que fuera posible. Ahora creo que lo hago bastante bien».

Si algo debe enseñarte la historia de Rodrigo es a no aceptar ninguna limitación sin cuestionarla.

En cierta ocasión estaba hablando con un grupo de jóvenes sobre este tópico, y para asegurarme que la idea quedaba totalmente clara, le pregunté a uno de ellos qué tan bueno era él con los lanzamientos desde la línea de tiro libre. Sin siquiera pensarlo, él respondió: «No, no yo. Yo no soy bueno para el basquetbol».

—¿Has jugado mucho? —le pregunté intuyendo su respuesta.

—No. ¡Nunca!

—Entonces cómo sabes que no eres bueno para eso. A lo mejor tienes una habilidad natural para ello, o es posible que sea mucho más fácil de lo que piensas.

Todos entendieron la idea. No podemos asumir que no somos buenos para algo, simplemente porque nunca lo hemos hecho. Sólo aprendemos y adquirimos experiencia cuando hacemos, no cuando pensamos en hacer, planeamos hacer o hablamos sobre lo que debemos hacer, sino cuando hacemos. La única manera de matar la vaca de la impotencia es actuando, convirtiéndonos en personas de acción.

Cuando estaba escribiendo esta sección, y pensaba acerca de Rodrigo y de su pobre destreza para el baile, o en el joven estudiante que no confiaba mucho en sus habilidades para el basquetbol, me encontré con un proverbio que creo, es la raíz de muchas de nuestras bajas expectativas. A pesar de su cinismo, este proverbio inglés nos deja ver cómo aquellos que no están dispuestos a asumir riesgos y permiten que la vaca de la impotencia los ciegue ante su propio potencial. Dice: «Es mejor permanecer callado y dejar que los demás piensen que somos unos tontos, que hablar y borrar toda duda al respecto».

Lo trágico acerca de esta idea, por supuesto, es que asume que no tenemos ningún talento; que nada bueno va a resultar de intentar, y que lo único que vamos a lograr es hacer el ridículo y quedar mal ante los demás. Esto era lo que no le permitía a Rodrigo actuar, hasta que finalmente decidió deshacerse de su vaca y decir: ¿Y por qué no?

6. Las vacas filosofales:

Lo importante no es ganar sino competir —¡qué vaca!

Si Dios quiere que triunfe, él me mostrará el camino. Hay que esperar con paciencia.

¿Qué le vamos a hacer? Unos nacieron con buena estrella y otros nacimos estrellados.

El problema en esta empresa es que no es lo mucho que uno sepa sino a quien conozca. Y yo sé mucho pero no conozco a nadie.

El rico siempre es más rico y el pobre siempre es más pobre.

Yo las llamo vacas filosofales porque son un extraordinario ejemplo del esfuerzo tan grande que los seres humanos realizamos para asegurarnos que nuestras excusas no suenen demasiado a… excusas.

Conozco a alguien que constantemente usa la famosa vaca: No es lo que uno sepa sino a quién conozca. Él utiliza con frecuencia esta excusa para justificar por qué no ha ascendido rápidamente en su trabajo. Y esta idea no le deja ver que quizás la verdadera razón es que no se ha preocupado por mantener sus conocimientos profesionales al día, o que nunca toma la iniciativa para realizar actividades que estén fuera de la descripción de su puesto de trabajo, o que siempre es el primero en salir de la oficina todas las tardes. Para él, su estancamiento profesional es el resultado de no conocer a las personas apropiadas en su empresa y de no tener ningún «padrino» que le ayude a ascender.

A Carla Ceballos, una joven salvadoreña, su vaca lo importante no es ganar o perder sino competir, no le parecía una mala filosofía de vida. Y es que, a menos que la examines con cuidado, esta vaca tiene rasgos nobles. Sin embargo, ¿te imaginas las implicaciones de cargar con ella?

¿Cómo lograrás aprender a utilizar tu potencial al máximo si piensas que no hay mayor diferencia entre ganar o perder? En cierta ocasión, un asistente a una de mis charlas me reconvino por el hecho de hacer tanto énfasis en la importancia de triunfar. Lo curioso es que su reproche encontró la aprobación de otros —no me sorprendió ya que en nuestra sociedad no todos ven con buenos ojos la actitud de querer triunfar y ser cada vez mejor—. Recuerdo que entonces decidí preguntarle a la audiencia: «Si lo importante no es en realidad ganar o perder, ¿a cuántos de ustedes no les molestaría demasiado perder en el juego de la vida?». Sobra decir que ninguna persona levantó la mano, ni siquiera la que había hecho el comentario.

¿Si ves? Si todo lo que estamos perdiendo es una partida de ajedrez, quizás eso no tenga mayor importancia, pero cuando son tus sueños y tu felicidad los que se encuentran en juego, no creo que deberíamos aceptar tan tranquilamente la posibilidad de perder.

El mayor problema con este tipo de ideas es que una vez que las aceptamos en cualquier área, pronto tendemos a adoptarlas en otras áreas. Además, antes de apurarnos a adoptar cualquier idea o doctrina, debemos considerar la fuente de la cual provino. Quién crees tú que fue la primera persona que utilizó el famoso: lo importante no es ganar o perder sino competir. Supongo que un perdedor. Sin lugar a dudas, esta idea es un monumento a la mediocridad.

Sin quererlo, Carla había caído víctima de una vaca que le daba el consuelo de saber que el verdadero mérito estaba en haber intentado algo, lo cual, como ella misma lo anota: «Limitaba mi esfuerzo y espíritu de lucha». Hoy Carla ha matado su vaca del conformismo. Cuando los resultados no son los que ella espera, lo intenta de nuevo, cambia de estrategia, pide ayuda o hace lo que sea necesario para lograr los objetivos que se ha propuesto. ¡Bravo!

7. Las vacas del autoengaño:

El día que decida dejar de fumar, lo dejo sin ningún problema. Lo que sucede es que no he tomado la decisión.

No es que me guste dejar todo para el último minuto, lo que ocurre es que yo trabajo mejor bajo presión.

Yo no soy gordo, simplemente soy de contextura gruesa.

No creo que esté abusando físicamente de mis hijos, lo que ocurre es que en estos días hay que tener mano dura para criarlos bien.

¿Cuál alcoholismo? Son sólo unos tragos de vez en cuando.

¿Encuentras un denominador común entre todas esas expresiones? Todas ellas son maneras de engañarnos a nosotros mismos, haciéndonos creer que todo está bajo control, que no tenemos ningún problema o que, si existe, es algo menor o que está fuera de nuestro control. Muchas de estas excusas reflejan una falta de voluntad para eliminar malos hábitos como el cigarrillo, el alcoholismo, la drogadicción o comer compulsivamente.

Desde México, Carmen Martínez nos cuenta cómo para ella su problema era la gordura. Para evadir esta realidad, Carmen se había inventado toda una serie de vacas que la ayudaban a no sentirse tan mal: «Yo no soy una persona obesa, sólo un poquito pasada de kilos», «Lo mío es genético», «No hay nada que pueda hacer, vengo de una familia gorda y por lo tanto ésa es mi tendencia».

Sin embargo, ninguna de estas justificaciones lograba hacerla sentir mejor. Carmen entendió que mientras tuviera a quien o a que echarle la culpa por su gordura, no iba a perder los kilos necesarios para sentirse bien y gozar de un mejor estado físico. Así que decidió actuar.

«Decidí eliminar esa vaca para siempre y hoy estoy haciendo natación y gimnasia acuática. También estoy comiendo de forma balanceada y sé que lograré mi objetivo. Me siento mejor físicamente y estoy segura que pronto luciré como yo quiero».

Vacas a la carta

A lo largo de todo el libro he compartido algunas de las más de diez mil historias que recibí de personas que finalmente eliminaron sus vacas. Ellas quisieron que su experiencia personal de superación les sirviera de ejemplo a otros y accedieron a que éstas fueran publicadas con su nombre y país de origen. No obstante, muchas otras prefirieron permanecer anónimas, pero igualmente deseaban que su decisión de matar sus vacas sirviera de inspiración a otras personas. Por eso he querido terminar este capítulo compartiendo algunas vacas más, enviadas por latinoamericanos residentes en distintas partes del mundo; vacas que murieron como resultado de la lectura de esta metáfora.

Espero que estas historias te motiven a deshacerte de tus propias vacas y a vivir libre de limitaciones.

Vaca mexicana: «Yo cargaba con la terrible vaca del “no me merezco tener nada”. Una vaca que había heredado de mi madre. Ella nació pobre, vivió pobre y siempre será pobre. Mi padre, por el contrario, nació pobre, pero se superó muchísimo, lo cual, como era de esperarse, siempre creó muchos conflictos entre ellos. Mis hermanos y yo crecimos pensando que lo mejor era no aspirar a tener mucho. Este año, después de matar mi vaca de la pobreza, compré un automóvil, obtuve un crédito para la compra de una casa nueva y estoy considerando iniciar un negocio. Me aterra pensar que esta vaca me pudo mantener atada a la pobreza toda mi vida».

Vaca española: «Por alguna razón, siempre creí que el destino era algo que le sucedía a uno y sobre lo cual no tenía ningún control. Después de leer esta historia he comprendido que soy el dueño de mi destino, que tengo capacidad de elegir en cualquier momento. Esto me ha permitido ser más tolerante en mis relaciones personales, disfrutar mi presente a plenitud y encarar el futuro con una visión más optimista».

Vaca estadounidense: «Mi vaca era mi buena posición laboral. Un trabajo que cualquiera envidiaría. Sin embargo, a pesar que ya no me entusiasmaba, durante un largo año cargué con las siguientes vacas: “Pero si éste es el mejor trabajo”, “¿Qué más quiero?”, “Aquí está mi futuro”. Sin embargo, nada de esto me llenaba y cada vez me sentía más vacía interiormente. Un buen día, cansada de cargar con estas vacas, decidí renunciar a mi empleo y empezar mis estudios de postgrado, algo que siempre había soñado hacer. Hoy, estoy aprendiendo inglés y tengo frente a mí un futuro lleno de posibilidades y, por supuesto, me ocupo de continuar matando las demás vacas que van apareciendo en el camino».

Vaca japonesa: «Soy extranjera viviendo en un país extraño para mí. Uno de mis mayores obstáculos ha sido el no dominar aún el idioma. Algunas personas a mi alrededor me dicen que ya es tarde para aprenderlo y que, dada esta limitante, lo mejor es trabajar en lo que sea para sobrevivir. Después de leer el libro me doy cuenta que yo acepté esta vaca por no llevarle la contraria a mis mayores y por evitar problemas con mi familia. Esta historia es una joya que me ha ayudado a reflexionar mucho acerca de cómo sacar a relucir a la persona que en verdad soy».

Vaca puertorriqueña: «Curiosamente, mi vaca —el alcoholismo de mi padre— no era en realidad mía, era una vaca adoptada. Sin embargo, este vicio de mi padre me hizo crecer con muchos complejos. Siempre lo culpé a él por mis fracasos. Afortunadamente me di cuenta a tiempo que el único responsable por mi vida soy yo. Decidí asumir esa responsabilidad, dejar de buscar culpables por mis caídas y salir tras mis metas».

Vaca ecuatoriana: «Yo era de las personas que solía decir: “Fumar no me hace adicta, yo este mal hábito lo dejo cuando quiera, lo que pasa es que no he tomado la decisión de dejarlo. Eso es todo”. Ésa era mi vaca. Pero no era así. La verdad es que todos los días encontraba una excusa para no hacerlo. Después de leer esta historia entendí que la vaca del autoengaño me estaba proporcionando la falsa idea de que yo tenía el control. Afortunadamente, encontré la fuerza necesaria para dejar esta adicción y ya llevo un par de meses sin fumar».

Vaca venezolana: «La vaca de la falta de tiempo, es sin lugar a dudas, una de las más comunes. Siempre que dejaba de hacer algo importante, afirmaba que era por falta de tiempo. Esta vaca me robó un gran número de oportunidades que me pasaron de largo. Maté mi vaca aprendiendo a planear y programar bien el día. De esta manera realizo todo aquello que deseo y necesito hacer. Como resultado de esta decisión, hoy gozo de la paz interior y la tranquilidad de saber que he llevado a cabo aquellas actividades prioritarias en mi vida».

Vaca colombiana: «Mi vaca era bien específica: “¡Yo no sirvo para las ventas! Soy ingeniera; eso fue lo que estudié y es en lo que siempre me he desempeñado”. Esta vaca no había sido mayor problema hasta que se presentó una excelente oportunidad en el departamento de ventas de la empresa donde trabajaba. Sin embargo, hablé con el gerente y le informé que estaba dispuesta a aprender lo que fuera necesario. Y a pesar de mi inexperiencia en el área comercial, acepté el reto de esta nueva posición. Hoy, no sólo he descubierto que soy excelente para las ventas, sino que creo que encontré mi verdadera vocación».

Recuerda que lo único que tienen en común todas las vacas a las cuales nos hemos referido en este capítulo, es que perpetúan el conformismo y te mantienen atado a la mediocridad. Matar tus vacas comienza por eliminar todas estas expresiones de tu vocabulario y sobre eso tú tienes control absoluto. Es tu decisión.

PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO CUATRO

Como ves, nuestras excusas y limitaciones se manifiestan de diferentes maneras. Sin embargo, todas ellas tienen algo en común: perpetúan el conformismo y nos mantienen atados a la mediocridad. Identifica tu vaca más común en cada una de las siete categorías y toma la decisión de eliminar todas estas expresiones de tu vocabulario:

 

1. Las vacas del «Yo estoy bien»:

2. Las vacas de «La culpa no es mía»:

3. Las vacas de las falsas creencias:

4. Las vacas del perfeccionismo:

5. Las vacas de la impotencia:

6. Las vacas filosofales:

7. Las vacas del autoengaño:

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