La vaca

La vaca


Capítulo cinco

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CAPÍTULO CINCO

Mamá, ¿de dónde vienen las vacas?

«Siempre supe que necesitaba hacer más ejercicio, pero invariablemente encontraba una excusa para no hacerlo. Mi favorita era: “No tengo tiempo”. Con frecuencia me hallaba explicándoles a otros sobre cómo mi horario, mi escuela y otras actividades sociales, consumían cada minuto de mi día —aunque sabía que estaba exagerando—. Contaba con toda una colección de vacas muy creíbles: “No es que yo sea totalmente sedentaria; no tengo cómo pagar la membresía de un gimnasio; estoy tan fuera de forma que antes de comenzar tengo que ir al médico para que me sugiera una rutina de ejercicio segura…”. Finalmente me di cuenta que sólo me engañaba. Al decir que no tenía tiempo para el ejercicio estaba anunciando que mi estado de salud no era una prioridad lo suficientemente importante como para incluirla en mi lista diaria de actividades. Me sentía cansada constantemente, así que decidí matar esta vaca y sacar el tiempo. Ahora, después de varios meses de caminar, montar en bicicleta e ir al gimnasio, tengo más energía, he perdido peso, y lo más importante, me siento bien conmigo misma, no sólo por el ejercicio, sino por haber tenido el valor de deshacerme de mis excusas y mantenerme firme en mi decisión».

Helen, Canadá

Nunca es nuestra intención dedicar toda una vida al cuidado y mantenimiento de las vacas que otros nos han regalado, o aquellas que hemos recogido a lo largo del camino. Tampoco adoptamos deliberadamente actitudes y comportamientos mediocres con el único propósito de hacernos daño. Tan absurdo como suena, la gran mayoría de las excusas y creencias limitantes que adoptamos, son el resultado de intenciones positivas. Detrás de todo comportamiento, sin importar qué tan autodestructivo sea, subyace una intención positiva con nosotros mismos. No hacemos nada simplemente por causarnos daño sino porque creemos que, de alguna manera, obtenemos un beneficio de ello.

La persona cuya vaca es: «El día que decida dejar de fumar, lo dejo sin ningún problema… Lo que sucede es que aún no he tomado la decisión de dejarlo», utiliza esta forma de autoengaño para proteger su baja autoestima y ocultar su incapacidad para deshacerse de su adicción. Su vaca le da la sensación de estar en control y la resguarda de tener que ver que es el mal hábito quién la controla a ella. ¿Te das cuenta del peligro de una vaca como ésta? Literalmente cargas con ella toda tu vida, sin sentirte mal por tu impotencia, ni hacer nada para remediar la situación.

Como ésta, muchas otras creencias limitantes que arrastramos con nosotros, son el resultado de buenas intenciones. Las utilizamos para salvaguardar la autoestima. Una de ellas es la tan común idea de: yo no sirvo para esto. No te imaginas el número de personas para quienes esta idea se ha convertido en una respuesta casi automática, ya sea en el trabajo, la escuela o el hogar.

 

¿Te suenan familiares algunas de las siguientes conversaciones?

– Carla: José, haz una presentación de cinco minutos frente a la clase sobre el tema que prefieras.

– José: No, por favor, cualquier cosa menos eso. Soy pésimo hablando en público. Soy muy tímido.

– Jorge: Mónica, llama a este cliente y le informas sobre nuestro nuevo producto.

– Mónica: No, yo no sirvo para esas cosas. Soy terrible para vender. Eso no es lo mío.

– Amanda: Bueno Carlos, tú estarás encargado de escribir el informe.

– Carlos: ¿Estás bromeando? Yo tengo cero habilidades para escribir. Toda mi vida he sido malo para eso.

 

Lo más triste es que muchos de los que aceptan sus debilidades con demasiada prontitud, lo hacen sin saber a ciencia cierta si son reales o no. Hace un par de años, durante una presentación que realizaba en Venezuela, conocí a Francisco, uno de los asistentes a la conferencia, donde participarían más de cinco mil personas. Recuerdo que tuvimos la oportunidad de departir antes del evento sobre algunas de las debilidades que en ocasiones nos limitan. Con obvia dificultad, me confesó que su extrema timidez no le permitía hablar cómodamente en público ante un grupo, por pequeño que fuera, y que la posibilidad de superar esta gran limitación era lo que lo había motivado a atender la charla.

Según Francisco, la ansiedad y el temor eran tan fuertes que comenzaba a sudar inmediatamente, no lograba enfocar sus pensamientos y en ocasiones no era capaz de pronunciar una sola palabra. Y aunque estos casos son algo inusual, para quienes los sufren, suelen representar una vida llena de torturas y frustraciones.

Después de escucharlo, le dije que necesitaría su ayuda un poco más tarde, y aunque no le expliqué de qué se trataba, él accedió con gran amabilidad. Sin entrar en más detalles, le solicité que se sentara en la primera fila durante el evento.

Unos minutos después de haber comenzado mi presentación anuncie que iba a necesitar un voluntario de la audiencia. Algunas personas levantaron rápidamente la mano, pero inmediatamente llamé a Francisco, quien, sin duda alguna, pensó que estaba viviendo su peor pesadilla. ¿Cómo me atrevía a llamarlo frente a toda esta gente después de lo que me había confesado sólo unos minutos antes? Con gran dificultad caminó los pocos metros que lo separaban del escenario. Debo confesar que sentí algo de compasión al verlo así, pero estaba seguro que era la única manera de ayudarlo a matar su vaca.

Mi objetivo era demostrar el poder de la persuasión con un simple ejercicio, para lo cual le pedí a él que hiciera una presentación sobre su negocio y sus ambiciones profesionales frente a toda la audiencia.

Empezamos despacio. Su primer intento fue terrible. A duras penas pude escucharlo yo, que me encontraba a sólo unos pasos de distancia, así que estaba seguro que la audiencia ni siquiera se había percatado de que Francisco ya había empezado a hablar. El segundo intento no fue mucho mejor que el primero, aunque fue lo suficientemente audible como para que produjera un murmullo general y algunas risas que se hicieron sentir en todo el auditorio. Como estaba seguro que esto no había hecho mucho por fortalecer su confianza, decidí darle algunas ideas para inyectar un poco más de entusiasmo en su presentación. Vino otro intento, un par de sugerencias más, y una cuarta oportunidad.

Lo que sucedió después fue poco menos que milagroso. Diez minutos más tarde, Francisco, quien por más de cincuenta años había sido víctima de una timidez excesiva, estaba riéndose, haciendo bromas con la audiencia y realizando una presentación sobre su empresa que generó una multitud de aplausos. Incrédulos, muchos de los espectadores no se explicaban cómo era posible que tal cambio hubiese ocurrido en el transcurso de sólo unos minutos.

Después del evento, tuve la oportunidad de compartir impresiones nuevamente con Francisco. Obviamente emocionado, lo único que fue capaz de decirme fue: «No tenía ni idea que esa capacidad se encontraba dentro de mí».

¿Cómo es posible que interioricemos creencias tan limitantes y nunca nos detengamos a examinar si tales juicios son reales o no? ¿Cómo llegamos a convencernos de poseer ciertas debilidades y desventajas que, después, como en el caso de Francisco, descubrimos que no son ciertas? ¿Cómo se apoderan de nuestra mente estas absurdas ideas de lo que podemos o no hacer?

Es increíble la manera tan sencilla y casi inconsciente como nos adueñamos de estas excusas. La persona aprende a hacer bien una tarea, una profesión o un oficio. Disfruta haciéndolo, desarrolla un talento especial para ello y después de algún tiempo piensa: «Para esto es para lo que yo sirvo».

¿Te das cuenta de lo que acaba de suceder? Al llegar a esta conclusión y admitirla como cierta, la persona sin quererlo comienza a pensar que quizás ése es su único talento, su llamado en la vida, su verdadera y única vocación. Asume que en ninguna otra área podrá ser tan efectiva como en ésa y deja de intentar el desarrollo de otros talentos e inteligencias. Comienza a ofrecer todo tipo de excusas —vacas—, encuentra múltiples razones —más vacas— para tratar de explicar sus limitaciones y hace afirmaciones tales como:

Yo siempre he sido así.

No nací con talento para dicha profesión.

Yo no tengo el cuerpo ni las habilidades que se requieren para ese deporte.

Yo nunca he sido buena para eso.

Mi problema es que yo no poseo la personalidad adecuada.

Y así, inadvertidamente, esa persona crea limitaciones que no le permiten expandir su potencial. Sin embargo, la verdadera dificultad está muy lejos de ser física, congénita o de personalidad. El problema real son los programas mentales que ha guardado en el archivo de su subconsciente y que actúan como mecanismos de defensa que la ayudan a salvaguardar la imagen que tiene de sí misma. No obstante, todas son vacas, porque, aunque no es que crea que es un «bueno para nada», llega a convencerse de que sólo es buena para una cosa y que lo demás es algo para lo cual no posee ningún talento. Su vaca de: para esto es para lo que yo sirvo le da cierta tranquilidad, ya que le deja ver que por lo menos para una cosa es buena. Y para reforzar aún más esa idea, repite con frecuencia que no todo el mundo puede ser bueno para todo.

No obstante, la verdad es que todos tenemos la capacidad de ser buenos para muchas cosas a la vez. Muchas más de las que estamos dispuestos a aceptar. Sin embargo, nunca lo descubriremos si antes no matamos nuestra vaca de para esto es para lo que yo sirvo.

De acuerdo con el doctor C. R. Snyder, profesor de Psicología Clínica de la Universidad de Kansas, en los primeros años de formación escolar, cuando los niños empiezan a preocuparse sobre lo que los demás piensan de ellos, comienzan a asociar la crítica con el rechazo. De esta manera adquieren el hábito de dar excusas en un esfuerzo por proteger su ego y su autoestima.

A lo mejor, cuando tenías seis años te pidieron que pasaras a recitar un poema frente a la clase y tu profesor se rió, o algunos compañeros se burlaron de ti, lo cual, como es de esperarse, te hizo sentir mal y desde ese momento dejaste de recitar frente a otras personas o de hablar en público. De esta manera evitabas pasar por más vergüenzas frente a tus compañeros de clase y te escapabas a las críticas de los demás.

Después de muchos años de permitir que esta vaca creciera y engordara en el establo de tu mente, llegaste a aceptar que hablar en público no era una de tus aptitudes, que simplemente no tenías el talento para hacerlo. Y cuando escuchas que no eres el único afligido por este mal, te da tranquilidad saber que no estás solo.

Hoy, con cuarenta o cincuenta años de edad, cuando alguien te pide que realices una breve presentación en tu trabajo o que hables cinco minutos del proyecto en el cual estás trabajando, respondes: «Mira, pídeme que haga cualquier otra cosa: si deseas lo escribo y lo imprimo, o si quieres me encargo de toda la investigación necesaria, pero no me pidas que me pare frente a toda esa gente —que a lo mejor no son más de seis personas— y hable, así sólo sean cinco minutos, porque en ese campo mis habilidades son cero».

Es posible que lleves más de treinta años sin intentar hacerlo, pero asumes que tus aptitudes para esto deben ser las mismas que cuando tenías seis años, lo cual es absurdo, por supuesto. Así permitimos muchas veces que una vaca que se encuentra en nuestra mente desde hace muchos años y que hoy posiblemente ha perdido toda validez, nos diga qué podemos hacer y qué no.

Lo que quiero que entiendas es que muchas de las limitaciones que cargas actualmente no son físicas, ni tienen que ver con tu capacidad mental, tus dotes o tu talento, sino con creencias limitantes que, en su mayor parte, son ideas erróneas acerca de tu verdadero potencial y de lo que te es o no posible.

Recuerda que toda idea errada que mantengas en tu subconsciente por largo tiempo y que valides con tus acciones, funciona como una forma de autohipnosis. Esto es precisamente lo que le impide a muchas personas triunfar. A través de esta manera de autosugestión han archivado en su mente una serie de falsas creencias e ideas que, quizás en cierto momento tuvieron alguna validez, pero ya no. Sin embargo, como aún no han sido desechadas, continúan ejerciendo su efecto limitante desde lo más profundo de su mente subconsciente.

Ten presente que te convertirás en aquello en lo que pienses constantemente. He ahí el riesgo de permitir que pensamientos equívocos y errados encuentren cabida en tu mente. La buena noticia es que tú decides qué entra y que no.

PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO CINCO

Muchos aceptamos nuestras debilidades con demasiada prontitud, sin saber a ciencia cierta si son reales o no, sin detenernos a analizar cómo podemos convertir estas aparentes desventajas en fortalezas. En los siguientes renglones identifica las que consideras tus tres mayores debilidades en las áreas asignadas y posteriormente selecciona una acción contundente que te permita convertir esta carencia en una fortaleza:

 

Mi debilidad en el área de las relaciones personales:

Fortaleza correspondiente:

Mi debilidad en el área de la salud:

Fortaleza correspondiente:

Mi debilidad en el área del manejo del tiempo:

Fortaleza correspondiente:

Mi debilidad en el área de las finanzas:

Fortaleza correspondiente:

Mi debilidad en el área profesional:

Fortaleza correspondiente:

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