La vaca

La vaca


Capítulo seis

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CAPÍTULO SEIS

Cuando nuestras vacas son obsequios de otras personas

«Toda mi vida he estado rodeado de personas que han buscado influir en mis decisiones personales. En principio uno entiende que ellas desean lo mejor para uno. El problema es que sus consejos se convierten en reproches, sus reproches en críticas y sus críticas en vacas que no te dejan salir adelante. En ocasiones la situación llega al punto que literalmente debes alejarte de ellas. Por esta razón decidí mudarme a otra ciudad. Suena un tanto drástico, pero llega un momento en que tienes que decidir si vas a escuchar a los demás o vas a aceptar un 100% de la responsabilidad por tus decisiones. Mis amigos piensan que estoy loco, pero ya estoy empezando a ver los cambios positivos que vinieron como resultado de esta decisión».

Enrique, Estados Unidos

Seguramente habrás escuchado el viejo adagio que dice: a caballo regalado no se le mira el diente. Este popular refrán que nos recuerda que no debemos andar mirando defectos ni ser malagradecidos con aquello que nos regalan, tiene sus orígenes en el hecho que mirando los dientes de un caballo se calcula su edad y presuntamente su valor. Y pese a que ésta es una práctica común al comprar un caballo, hacerlo con uno que te estén obsequiando se considera imprudente. Después de todo, es un regalo. Deberíamos aceptarlo con agradecimiento y sin ninguna clase de cuestionamientos.

Hasta ahí todo va bien, a menos que lo que quieran regalarte sea una vaca.

Al buscar de dónde provienen muchas de nuestras vacas, he hallado que una gran cantidad son obsequios que hemos recibido de otras personas. Después de todo, ¿qué es lo que más le gusta regalar a la gente? —Te voy a dar un minuto para que lo pienses— si respondiste: «Consejos», acertaste.

Todos amamos dar consejos gratuitamente, inclusive cuando no nos los han solicitado. Si no lo crees, la próxima vez que te encuentres con un grupo de amigos, compárteles alguna idea sobre un nuevo proyecto que estás pensando realizar y observa lo que sucede.

Si hay seis personas presentes, recibirás seis opiniones distintas acerca de tus planes, acompañadas de sus respectivas recomendaciones y consejos personales —así en ningún momento hayas solicitado su opinión—. Cada una de ellas quiere hacerte un regalo: obsequiarte un trozo de su extensa sabiduría con las mejores intenciones. Es su manera de mostrarte todo lo que te aprecian y cuánto les interesa que triunfes en lo que sea que vayas a emprender.

Sería ofensivo rehusarse a aceptar sus sabios consejos. De manera que haces lo único admisible en tales circunstancias: escuchas con paciencia. Sin importar qué tan poco informados, calificados o totalmente errados sean sus consejos, tú haces lo que cualquier amigo haría en la misma situación, oyes con cortesía y pretendes estar interesado en sus puntos de vista y sus «críticas constructivas».

Sin embargo, ten mucho cuidado. No te sorprenda que, en algún momento, a lo largo de la conversación, algunas de estas opiniones no calificadas comiencen a tener sentido. De repente, ya no estás tan seguro de tu plan, te creas alguna confusión y hasta comienzas a dudar de tus propias habilidades. Treinta minutos más tarde, tus amigos, conocidos o inclusive perfectos extraños, se han marchado y tu plan de éxito yace en el suelo hecho trizas.

Media hora antes estabas totalmente seguro de tu plan de acción y tu capacidad para llevarlo a cabo. Sin embargo, ahora, no dejas de pensar en los pronósticos pesimistas y las bajas expectativas que tus amigos sembraron en tu mente. Y entre más te empeñas en ignorarlos, más sentido parecen cobrar. En el establo de tu mente subconsciente, ahora hay seis nuevas vacas que no existían antes.

No hace mucho tiempo, me ocurrió algo muy similar a lo que acabo de describir. Por supuesto, yo ya he aprendido a no recibir ningún «caballo regalado» sin asegurarme de mirarle el diente antes. Aquella vez compartía con un amigo un nuevo proyecto en el cual estaba a punto de embarcarme cuando de repente él me interrumpió abruptamente y me dijo: «Camilo, sé que no me estás preguntando, pero déjame darte un consejo».

—¡Un momento! —Anteriormente hubiese escuchado sin interrumpir— antes que me digas cualquier cosa, déjame asegurarme de algo.

—Bueno, ¡pregunta! —respondió mi amigo, un tanto sorprendido por mi rápida reacción—. Así que procedí con mi estrategia de las tres preguntas, la primera de las cuales es:

—El consejo que me vas a dar, ¿es producto de tu experiencia personal en este campo? —Mi razón para indagar a este respecto es que muchas veces hablamos como si tuviésemos experiencia en lo que estamos diciendo cuando en realidad es sólo el producto de fragmentos de conversaciones y recuerdos vagos de ideas que alguien más nos compartió—. Sólo si la respuesta es afirmativa paso a la siguiente cuestión:

—¿Tuvo tu experiencia resultados positivos? —Algunos comparten sus fracasos, frustraciones y desengaños como si contuvieran grandes enseñanzas, lo cual no siempre es cierto—. Si la persona pasa esta segunda prueba, prosigo con la última consulta:

—¿Estás seguro que la experiencia que estás a punto de compartir me ayudará a afrontar mejor este proyecto? —Es importante que el otro sepa que lo que está a punto de expresar tiene la posibilidad de influir significativamente en mi visión y expectativas—. Tristemente, el interés de muchos no es ofrecer un consejo pertinente y provechoso, sino contaminar nuestra mente con dudas, sarcasmos o prejuicios que no sirven a ningún propósito. Quizás fue esto lo que dio origen a aquella sabia sentencia que indica que si no tenemos nada bueno que decir es mejor no decir nada.

Después de escuchar los tres interrogantes, mi amigo lo pensó por un minuto y luego dijo:

¡Olvídalo!

Es posible que pienses que fue un poco rudo de mi parte no permitirle que diera su opinión o expresara sus ideas. Después de todo, pude prestarle atención en silencio, aparentando estar interesado, e ignorar sus consejos posteriormente. Sin embargo, no voy a asumir el riesgo de exponer mi mente a las opiniones y expectativas negativas de los demás.

El peligro está en que una vez esa idea ha sido plantada en tu mente, te conviertes en su esclavo. Es como una pequeña semilla que cae en el jardín del subconsciente. No le prestas atención porque no crees que te vaya a hacer ningún daño, pero si germina, y resulta ser una idea errada e imprecisa a la que le has permitido que crezca y se desarrolle, propagará temores, dudas e inseguridades que afectan tu visión, expectativas y creencias acerca de tus propias habilidades. Puede llegar inclusive a arruinar tu vida. Por eso debes tener cuidado, no sólo con lo que dices, sino también con lo que escuchas. Nunca te expongas a ideas negativas, creyendo que estás siendo un oyente pasivo y que lo que escuchas no te está causando daño alguno.

De hecho, la gran mayoría de las vacas que hoy nos atan a la mediocridad comenzaron como ideas, aparentemente inofensivas, que nos fueron obsequiadas por otros. Con frecuencia caemos víctimas de las influencias negativas de los demás porque aceptamos sus críticas y opiniones negativas sin cuestionamientos, y así permitimos que siembren en nuestra mente falsas creencias que nos limitan física, emocional e intelectualmente.

Estas ideas, que nos llegan de padres, profesores, familiares, amigos e, inclusive, de perfectos desconocidos, terminan por hacernos creer que somos personas sin mayores habilidades o talentos, y no seres con capacidades extraordinarias. Por ello hoy nos resulta difícil creer que poseemos el potencial necesario para triunfar y alcanzar grandes metas.

Otro tipo de idea, igualmente devastador, es cuando permitimos que las experiencias negativas del pasado determinen nuestro futuro. Por supuesto que es importante aprender de los errores, pero no debemos permitir que los fracasos y las caídas del pasado cierren para siempre las puertas de la oportunidad de éxitos futuros. ¿Qué importa que hayamos fracasado cinco veces en nuestros intentos por lograr una meta? Lo único que eso significa es que ahora conocemos cinco maneras de no volverlo a hacer. No es que el universo esté conspirando para que desistamos. No es el destino ensañándose con nosotros, ni es nuestra «característica» mala suerte. Recuerda que el éxito es la consecuencia de las buenas decisiones y éstas son el resultado de la experiencia, que muchas veces se deriva de las pobres decisiones. Todo es parte del proceso; la clave del éxito es no darte por vencido.

Éste es quizás uno de los principios de éxito más importantes que he aprendido: el futuro no tiene por qué ser igual al pasado. Siempre estamos en posición de cambiar, aprender y crecer. Todos tenemos la capacidad de darle un vuelco total a nuestra vida en cualquier momento. Nadie está condenado a la mediocridad. Si hemos fracasado en el pasado, eso no quiere decir que siempre vayamos a fracasar.

No debemos olvidar que todo lo que programemos en la mente determinará si triunfamos o fracasamos. Las creencias, valores y convicciones que recojamos a lo largo del camino y reforcemos con nuestras acciones, forjarán la persona en la cual nos convertiremos. Tristemente, cuando la mayoría de nosotros nos graduamos de la escuela secundaria, ya hemos sido programados casi totalmente para la mediocridad. Sé que suena un tanto áspero, pero es cierto.

En su libro Aprendizaje acelerado para el siglo XXI, Colin Rose y Malcolm J. Nicholl presentaron los resultados de un estudio que mostró que más del 82% de los niños que entran a la escuela entre los cinco y los seis años de edad, tiene una gran confianza en su habilidad para aprender. Sin embargo, a los 16 años el porcentaje que aún muestra este mismo nivel de confianza en sus propias habilidades se ha reducido a tan sólo el 18%. Es inconcebible que, durante los años de formación escolar, cuando deberíamos desarrollar nuestro potencial al máximo, adquiramos tantas limitaciones y falsas creencias acerca de nuestras propias habilidades. Lo peor de todo es que de ahí en adelante nos acompaña una tendencia casi inalterable a aceptar la mediocridad en todas las áreas de nuestra vida.

«Tengo una relación infeliz, pero yo creo que así deben ser todas las parejas», «Quisiera empezar una nueva carrera, pero ya estoy demasiado viejo para cambiar. Además, jamás hice otra cosa», «Tengo un pésimo estado físico, pero según escucho en los medios, así está la mayoría de las personas». Éstas y muchas otras expresiones denotan una aceptación de la mediocridad como alternativa viable.

Terminamos por aceptar relaciones que andan más o menos bien, en lugar de buscar una relación de pareja extraordinaria, ya que desde jóvenes hemos aprendido que los matrimonios extraordinarios no existen, son casi imposibles o, si se dan, otra cosa seguramente andará mal. Y así, muchas parejas viven durante años y hasta décadas, en matrimonios mediocres porque no creen que puedan cambiar esa realidad.

He aquí otro ejemplo. Si desde temprana edad escuchábamos en casa que querer ganar mucho dinero era señal de codicia y producía infelicidad y que lo más prudente era contentarse con lo poco que uno tenía, porque es mejor tener poco y ser feliz, que querer tener mucho y ser infeliz, pues no nos debería sorprender que hoy tengamos apenas lo suficiente para sobrevivir.

La repetición constante de expresiones como éstas, pronto las conviertes en programas mentales que nos dicen cómo pensar y actuar. Con el tiempo, estas acciones se vuelven hábitos que poco a poco moldean nuestro destino.

¿Vas a permitir que sean estas vacas las que labren tu porvenir?

Recuerda el hermoso poema de Amado Nervo que dice:

«… Porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino; que si extraje la miel o la hiel de las cosas fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: cuando planté rosales, coseché siempre rosas…».

El mensaje de Nervo es simple: si siembras un pensamiento negativo, cosecharás un pobre hábito. Siembra un pobre hábito y, en el mejor de los casos, cosecharás un futuro incierto.

PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO SEIS

1. Muchas de nuestras limitaciones son regalos que hemos recibido de otras personas a manera de consejos o juicios. Identifica tres opiniones o advertencias que hayas recibido en algún momento acerca de tus capacidades y que el tiempo te ha mostrado que no fueron más que ideas erradas sobre tu verdadero potencial, pero que por alguna razón aún permites que reposen en tu interior:

2. Otra fuente de grandes limitaciones es cuando permitimos que las experiencias negativas, los fracasos y las caídas del pasado determinen nuestro futuro y nos cierren para siempre las puertas de la oportunidad de nuevos éxitos. Determina qué fracasos has experimentado en el pasado que te han detenido de intentar algo nuevo:

3. Ahora que has identificado la fuente de algunas de tus limitaciones, determina qué acciones tomarás a partir de este momento para erradicarlas y no permitir que vuelvan a tomar control de tu futuro:

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