La vaca

La vaca


Capítulo siete

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CAPÍTULO SIETE

Cómo deshacernos de nuestras vacas

«Después de leer La vaca, comencé un proceso de reflexión. Soy profesor y estoy casado desde hace treinta años, tengo tres hijos exitosos: una hija de 29 años, ingeniera química; un hijo de 27 años, oficial de la Fuerza Aérea y un hijo de 15 años que acaba de terminar su educación secundaria. Sin embargo, me he dado cuenta que me preocupé más por mis alumnos que por mi familia. Mi vaca fue creer que ya les había dado a mis hijos lo necesario, en la medida de lo posible, pero olvidé lo más importante, la parte afectiva, el área espiritual, así como darles el tiempo necesario para escucharlos. Esta lectura me enseñó que nunca es tarde para empezar. No sé qué tanto vaya a vivir, pero el tiempo que me quede lo voy a vivir bien, con mi familia y conmigo mismo, porque si no trabajo en mí mismo primero, cómo voy a ayudar a los demás».

Ernesto, México

Empecemos por entender que las vacas no existen en la realidad, sólo están en nuestra mente. Tan reales y ciertas como parecen, no son circunstancias actuales (los problemas de mi empresa son el resultado de la pobre economía), ni limitaciones físicas (lo que me ha detenido de triunfar en los deportes es mi estatura), ni otras personas (mi problema es la falta de apoyo por parte de mi esposa).

Tus vacas son creencias que albergas en tu pensamiento. Pero estas ideas son sólo eso: ideas, no hechos reales y definitivos. Imagínate que tienes el sueño de ser un gran empresario, pero al mismo tiempo piensas que sólo una persona con estudios universitarios tiene la opción de llegar a ser presidente de una multinacional. El que lo creas no lo hace verdad. Ciertamente, tú tienes la opción de creerlo, de hacerlo tu realidad, lo cual, sin duda, afectará tus expectativas, pero estarás viviendo guiado por una mentira, ya que hay miles de ejemplos que demuestran que no es así.

De hecho, no importa que la mayoría de la gente crea que algo es imposible. Eso no significa que no sea realizable: todas estas personas pueden estar equivocadas. Recuerda que por muchos años la inmensa mayoría de los seres humanos pensaba que la tierra era plana. Así que no confundas opiniones con hechos. Además, ten presente que lo realmente importante no es si éstas son ciertas o erradas, sino más bien, si te fortalecen o te limitan.

Ahora, examinemos más las tres áreas que mencioné al comienzo del capítulo: las circunstancias, las limitaciones físicas y las demás personas y veamos cuál es la diferencia entre un hecho real y una simple excusa.

Viendo más allá de nuestras aparentes desventajas

Empecemos con las circunstancias. Frecuentemente creemos que los fracasos y frustraciones son el resultado de circunstancias adversas, fuera de nuestro control. Sin embargo, los desastres naturales, los cambios súbitos en las condiciones económicas, las calamidades y tragedias personales, nos presentan retos que forjan el carácter. Aunque todas estas circunstancias también tienen el potencial de convertirse en vacas grandes y robustas.

Lo cierto es que las circunstancias no hacen a la persona —como muchas veces solemos creer—, éstas sólo se encargan de dejar al descubierto su verdadero carácter. Todos llevamos en el pensamiento una idea de quienes creemos ser; los problemas y los incidentes difíciles simplemente se encargan de revelarnos y mostrarnos nuestro yo auténtico. Es ahí cuando descubrimos quiénes realmente somos.

Quizá hayas escuchado alguna vez una de las hermosas composiciones de Jorge Federico Handel, uno de los grandes compositores de todos los tiempos. Cuando oigas el resto de la historia, te será imposible escuchar su música sin pensar en ella.

A pesar de no recibir ningún apoyo por parte de sus padres, Handel fue un prodigio musical. A los doce años de edad ya era asistente de organista en la catedral de su ciudad natal. Antes de cumplir veintiún años, ya había compuesto dos óperas y en 1725, a sus cuarenta años, era mundialmente famoso.

Fue entonces que las circunstancias comenzaron a cambiar. En varias ocasiones estuvo al borde de la bancarrota, y como si eso no fuera suficiente, sufrió un derrame cerebral que le dejó su brazo derecho paralizado y le causó la pérdida del uso de cuatro dedos en su mano. A pesar que logró recuperarse físicamente, estaba tan deprimido y consumido por las deudas que simplemente se dio por vencido. Dejó de componer y se dispuso a enfrentar un futuro miserable y nada prometedor.

Podríamos decir que, ya sea como resultado de circunstancias desafortunadas o decisiones poco acertadas, Handel se hizo a un gran número de vacas que lo habían condenado a una existencia mediocre. No obstante, en el punto más bajo de su vida, cuando estaba devastado física, emocional y financieramente, le fue ofrecida la oportunidad de escribir la música para un nuevo libreto basado en la vida de Jesucristo.

Handel tenía la opción de negarse con un simple: «Estoy terminado» o «Es demasiado tarde». Tenía la alternativa de utilizar cualquiera de los muchos pretextos que estaban a su alcance para justificar el no hacer nada. Sin embargo, en lugar de optar por el camino más fácil, tomó la decisión de no permitir que las circunstancias adversas continuaran dirigiendo su vida. En otras palabras, decidió matar la vaca que lo había mantenido atado a la mediocridad. Con renovado entusiasmo comenzó a escribir nuevamente. Un mes más tarde ya había terminado un manuscrito de 260 páginas. Lo llamó: El Mesías; no sólo su obra más conocida, sino que, en opinión de muchos, el oratorio más hermoso que jamás se haya compuesto.

La lección es simple: o nos convertimos en víctimas de las circunstancias adversas que estemos enfrentando, o triunfamos a pesar de ellas. Es nuestra decisión.

Cuatro minutos que le dieron alas al hombre

Ahora hablemos de las limitaciones físicas. En mis presentaciones cito con frecuencia el siguiente ejemplo, ya que ilustra perfectamente este punto.

Durante más de cinco décadas de competencia olímpica, ningún atleta se había acercado a la marca impuesta en 1903 para la carrera de la milla. En aquella ocasión, Harry Andrews, entrenador olímpico del equipo británico profetizó: «El récord de la milla de 4 minutos, 12.75 segundos, nunca será superado». Esta marca había sido impuesta por el corredor británico Walter George en 1886, y por los siguientes 17 años, ningún atleta se acercó a menos de dos segundos de ella.

Existían aún menos posibilidades de correr algún día dicha prueba en menos de cuatro minutos. De acuerdo a muchos, ésa era una hazaña imposible de realizar.

Los deportistas escuchaban de los llamados «expertos» una multitud de razones que respaldaban a la afirmación hecha por Andrews. Inclusive la comunidad médica advertía a los atletas sobre los peligros asociados con intentar la absurda proeza de correr una milla en menos de cuatro minutos.

Fue solo hasta 1915 que finalmente cayó el récord que se había mantenido por 29 años. Sin embargo, la nueva marca de 4 minutos, 12.6 segundos estaba aún muy lejos de los cuatro minutos. De hecho, quien más cerca estuvo fue Gunder Hägg, de Suecia, quien en 1945 cruzó la línea en 4 minutos, 1.3 segundos. Este nuevo resultado se sostendría por casi una década. Los mejores atletas del mundo llegaron muy cerca de esta marca, pero ninguno logró superarla. ¿Por qué? Nadie creía que fuese posible. Los médicos y científicos concluyeron que era físicamente imposible para un ser humano pretender correr una milla en menos de cuatro minutos, que el cuerpo no soportaría tal esfuerzo y que el corazón literalmente explotaría.

Todo cambió el día en que el joven corredor británico Roger Bannister hizo un anuncio público: él correría la milla en menos de cuatro minutos.

En realidad, la decisión de lograr tal hazaña era algo que le venía dando vueltas en su cabeza desde hacía ya dos años. En 1951, Roger capturó el título británico en la carrera de la milla y sintió que estaba preparado para la competencia olímpica. Infortunadamente, cambios de último minuto en el horario de las competencias de los Juegos Olímpicos de 1952 lo forzaron a competir sin suficiente descanso entre sus dos eventos y terminó en cuarto lugar. Como era de esperarse, el joven atleta debió soportar todas las críticas de la prensa deportiva británica, la cual tildó su estilo de entrenamiento como poco ortodoxo por su pobre actuación.

Al ver la multitud de críticas de las que fue objeto, el joven atleta resolvió reivindicar su nombre anunciando públicamente que rompería la aparentemente imposible barrera de los cuatro minutos. Todo el mundo pensó que había perdido los estribos: la prensa deportiva, la comunidad médica, ¡todos!

Su oportunidad llegó el seis de mayo de 1954, después de varias caídas y decepciones, en una carrera en la Universidad de Oxford, donde Bannister corría en representación de la asociación británica de atletas aficionados. Ese día logró lo imposible: corrió la milla en menos de cuatro minutos y sobrevivió. El mito se había roto —una vaca acababa de morir—.

Cuando la noticia le dio la vuelta al mundo algo sorprendente sucedió: en menos de un año, 37 atletas superaron esta misma marca. El siguiente año, más de 300 atletas registraron tiempos por debajo de los cuatro minutos. Hoy, inclusive estudiantes de escuela secundaria rompen con facilidad el récord de los cuatro minutos para la carrera de la milla.

Cuando la competencia comenzó, Chris Basher se posicionó rápidamente al frente del grupo, con Bannister pisándole los tobillos y su amigo Chris Chataway en tercer lugar. Llegaron a la media milla en 1 minuto y 58 segundos. Basher comenzó a cansarse, y Chataway aprovechó esto para tomar la delantera. Bannister respondió sobrepasando a Basher para mantenerse en segunda posición. A la altura de los tres cuartos de milla el esfuerzo era casi imperceptible; cuando sonó la campana, anunciando la última vuelta, el cronómetro marcaba, 3 minutos 0.7 segundos, y la multitud comenzó a gritar para alentarlos.

Bannister sabía que si quería lograr su meta tenía que correr la última vuelta en 59 segundos. Llegando a la penúltima curva Chataway continuaba al frente y fue ahí que Roger Bannister aceleró para pasarlo antes de entrar en la recta final. A menos de 300 metros de la línea de meta, ya no corría impulsado por la energía de su cuerpo sino por la fuerza que le daba la meta que se había propuesto. Su mente pareció adueñarse de la situación, haciendo que sus piernas se movieran hacia delante por inercia. Sabía que el momento más importante de su vida atlética había llegado; el mundo pareció detenerse. La única realidad eran los 150 metros que aún le quedaban por correr. Aceleró, empujado por una combinación de miedo y orgullo, animado por los gritos de aliento de la fiel fanaticada de Oxford.

Cuando tomó la última curva y no restaban más que cuarenta metros, ya había gastado todas sus energías, pero aun así continuaba corriendo. Lo único que lo impulsaba a seguir era su deseo de triunfar. A sólo cinco metros de la línea de llegada, ésta parecía estar alejándose.

En su libro, La milla de los cuatro minutos, Bannister describe el increíble esfuerzo que esta meta requirió:

«… Esos últimos segundos parecieron eternos. Los brazos de todo el mundo estaban esperando para recibirme, sólo si lograba llegar a la meta sin disminuir mi velocidad. Si fallaba, no habría brazos que me sostuvieran y el mundo sería un lugar frío y esquivo, al haber estado tan cerca de concluir la hazaña. Di el salto final hacia la línea de llegada como quien da su último esfuerzo para salvarse de las garras que tratan de atraparlo. Lo di todo y caí casi inconsciente, con los brazos abiertos a cada lado de mi cuerpo. Sólo entonces fue que comencé a apreciar el verdadero dolor. Sentí que mi cuerpo explotaba; la sangre circulaba precipitadamente por las venas de mis brazos y piernas, que estaban encalambradas. Supe que lo había logrado inclusive antes de oír el tiempo oficial. Había estado demasiado cerca para no lograrlo, a menos que mis piernas me hubieran jugado una mala pasada al final, reduciendo la velocidad sin dejárselo saber a mi cerebro».

El cronómetro tenía la respuesta. Norris McWhirter, encargado de anunciar el resultado oficial por los altoparlantes, bromeó con la audiencia, tomándose todo el tiempo para hacerlo: «… Señoras y señores, aquí está el resultado de la carrera de la milla. Roger G. Bannister, miembro de la Asociación Atlética Amateur y graduado de la Universidad de Oxford, con un tiempo récord para esta pista y esta modalidad, ha impuesto un nuevo récord mundial para la carrera de la milla. El tiempo oficial es… tres minutos…».

El resto del anuncio se perdió entre los gritos de entusiasmo y algarabía de todo el estadio.

¡Lo había logrado!

La marca de 3 minutos 59.4 segundos, impuesta esa tarde, no duró mucho tiempo. Un mes más tarde el corredor australiano John Landy rompía el récord. No obstante, Bannister tendría la satisfacción de derrotar a Landy en los Juegos Olímpicos de Canadá ese mismo año.

Cuando le preguntaron a Bannister cómo era posible que tantas personas hubiesen aprendido a correr tan rápido en tan poco tiempo, él respondió: «Nada de esto ocurrió porque de repente el ser humano se hiciese más rápido, sino porque entendió que no se trataba de una imposibilidad física sino de una barrera mental». Lo único que hicieron estos atletas fue desalojar de su mente las creencias limitantes —vacas— que los habían detenido para utilizar su verdadero potencial durante más de cinco décadas.

Todos tenemos muchas de estas barreras mentales. Muchos simplemente decidimos deshacernos de ellas en algún momento, con la esperanza de descubrir nuestro verdadero potencial. Tú tienes la opción de hacer lo mismo. Lo único que necesitas es identificar las falsas creencias que te han venido limitando hasta ahora y reemplazarlas por ideas que te fortalezcan y te permitan utilizar el poder que ya reside dentro de ti y que sólo espera ser utilizado para ayudarte a alcanzar tus metas más ambiciosas.

¡Auxilio! Mi vaca es mi marido

Finalmente, examinemos la tercera categoría: las demás personas.

Si piensas que lo que te está deteniendo para utilizar el máximo de tu potencial o alcanzar tus metas es otra persona, estás absolutamente equivocado.

Es indudable que los demás juegan un papel, en ocasiones trascendental, en el logro del éxito. No obstante, ellos no son la fuente de las limitaciones. A pesar que muchas veces quisiéramos creer lo contrario, la gente que nos rodea no es el problema. Un esposo desconsiderado, una madre criticona, un jefe poco placentero o una amiga confusa, no son nuestra vaca. Ellos no tienen la culpa de nuestra mediocridad. El problema real es una falsa creencia, una idea o un concepto errado que involucra a esa persona.

Aclaro esto, porque en una conferencia que realizaba en República Dominicana frente a un grupo de mujeres empresarias, una señora se me acercó y me dijo:

—Dr. Cruz, acabo de confirmar mis sospechas, ya sé quién es mi vaca. ¡Mi vaca es mi esposo!

Inmediatamente proseguí a explicarle que los demás nunca son las verdaderas vacas. Me disponía a darle un ejemplo cuando ella me interrumpió nuevamente:

—Ya sé Dr. Cruz que en la mayoría de los casos las vacas no son personas, pero en mi caso particular estoy totalmente convencida que mi marido es mi vaca.

Le pregunté cómo había llegado a esta conclusión, a lo que me respondió con gran seguridad:

—Hace un año comencé mi propia empresa. Pero no me ha sido posible lograr que mi negocio prospere, y estoy segura que es debido a la falta de apoyo por parte de mi esposo. Él no me apoya en nada, y lo que es peor, ni siquiera me anima para seguir adelante. Estoy convencida que ésta es la razón por la cual mi empresa se está yendo a pique…

—¿Ya ves? Te dije que él no es tu vaca —le dije interrumpiendo lo que prometía ser una larga explicación—. Tu vaca es esa idea que se te ha metido en la cabeza de creer que sin el apoyo de tu esposo no serás capaz de triunfar en tu empresa, lo cual es absurdo.

Al parecer, no le gustó mucho mi respuesta. Es más, ella parecía estar más conforme cuando creyó encontrar el culpable de su fracaso en los negocios, aunque finalmente entendió lo errado de su posición.

Es simple. Tu éxito es 100% tu responsabilidad. Sería fantástico contar siempre con el apoyo y entusiasmo de los demás, pero no es absolutamente necesario. Tu decisión de salir adelante y triunfar no debe depender de que otros resuelvan apoyarte o no. Ya sea que ellos aprueben tus decisiones o que estén entusiasmados con el camino que has escogido, tu decisión de triunfar no puede, ni debe, depender de eso. La única persona que necesita estar entusiasmada con tus metas y tus decisiones eres tú. Si lo que decides hacer con tu vida, depende de que cuentes o no con el apoyo de otros, vas a lograr muy poco. Lo único que requieres para empezar el camino hacia la realización de tus sueños es tu propio compromiso, fe y determinación para triunfar.

¿Ves la enorme diferencia? Para esta señora, su vaca no sólo le proporcionaba una excelente disculpa, sino que la colocaba en el papel de víctima. Cuando caemos en esta trampa solemos escoger uno de los siguientes dos caminos, ambos errados:

Nos damos por vencidos y continuamos viviendo como víctimas, o nos damos a la tarea de tratar de cambiar a quien nos ha negado su apoyo. Buscamos convertirla a nuestra causa, lo cual suele volverse una labor frustrante y agotadora que pocas veces produce los resultados deseados.

Por esto es importante entender de una vez por todas que las vacas sólo existen en el pensamiento. Cuando hablo de matar la vaca, me refiero a eliminar una excusa, cambiar un hábito, modificar un patrón de conducta o establecer un nuevo comportamiento en nuestra vida. En otras palabras, lo que buscamos es cambiar nuestra manera de pensar y actuar, y no tratar de cambiar la forma de ser de los demás. Es más, una de las peores vacas es creer que a menos que otros cambien, tú no podrás triunfar. Recuerda, la única persona a la quien puedes cambiar es a ti mismo.

¿Cómo deshacernos de nuestras vacas? Es simple, lo único que necesitamos hacer es despertar a la realidad de que quizás los programas y creencias que han guiado nuestras acciones y decisiones hasta ahora no son los correctos. Debemos ser conscientes que así hayamos sido programados para aceptar la mediocridad, hemos sido creados para la grandeza; y aunque en ocasiones, subestimamos las habilidades y talentos que poseemos, podemos lograr cosas extraordinarias. Sólo es necesario abrir nuestra mente a la posibilidad de cambiar, crecer, y entender que el futuro no tiene porqué ser igual al pasado; siempre es posible construir un nuevo mañana libre de vacas.

PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO SIETE

1. Frecuentemente creemos que nuestras caídas y frustraciones son el resultado de circunstancias adversas, fuera de nuestro control. Sin embargo, las circunstancias no hacen a la persona; lo realmente importante es cómo respondemos a las situaciones adveras que se nos presentan. A continuación, identifica las maneras negativas en que sueles responder a los problemas e identifica también maneras más positivas en que responderás a dichas situaciones de ahora en adelante:

 

Primera manera negativa de reaccionar:

Nueva respuesta positiva:

Segunda manera negativa de reaccionar:

Nueva respuesta positiva:

Tercera manera negativa de reaccionar:

Nueva respuesta positiva:

2. Identifica tres hábitos de éxito que te ayuden a eliminar tus excusas y comenzar a tomar control de tus acciones. ¡Sé específico!

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