La vaca

La vaca


Capítulo dos

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CAPÍTULO DOS

No todas las vacas mugen como vacas

«Como muchas personas en mi país, actualmente estoy desempleado. Al leer el libro me di cuenta del corral de vacas que venía cargando: “El mercado está duro”, “Hay demasiada competencia”, “No tengo capital de trabajo”, “A esta edad es difícil cambiar” y otra serie de vacas que me tenían atado a la mediocridad. Gracias a esta lectura he visto una luz al final del túnel y poco a poco he echado a andar mi creatividad. —Oh sorpresa— finalmente, otra vez estoy trabajando en mi futuro en lugar de quejarme de mi pasado».

José Carlos González, Perú

Al igual que con muchos otros malos hábitos, la gran mayoría de nuestras vacas suelen pasar inadvertidas, y gracias a ello ejercen un enorme poder sobre nosotros. Pocas personas admiten que dan excusas. Increíblemente, no son conscientes del sinnúmero de pretextos y justificaciones que utilizan a diario, ya que, para ellas, sus razonamientos, lejos de ser disculpas, son explicaciones legítimas de circunstancias que —curiosamente— parecen siempre estar fuera de su control.

Para algunos, por ejemplo, no es que ellos «lleguen consistentemente tarde a todo», sino que prefieren «llegar con un pequeño retraso», para evitar ser los primeros; para otros, ellos extrañamente, son siempre las víctimas del «tráfico impredecible».

¿Ves la manera tan fácil como racionalizamos nuestros malos hábitos? Los pretextos los convertimos en «explicaciones lógicas»; los miedos preferimos llamarlos «precauciones acertadas» y las pobres expectativas han pasado a ser «una manera más realista de ver la vida».

Nos negamos a aceptar que estemos conformándonos con segundos lugares, y preferimos pensar que lo que estamos haciendo es «ser prácticos para evitar decepciones mayores». Nunca admitiremos ser mediocres; preferimos pensar que lo que estamos haciendo es «establecer niveles más aceptables de rendimiento».

Ésta es la razón por la cual a muchos les es difícil aceptar que estén cargando alguna vaca. Para ellos, sus justificaciones no suenan a excusas. ¿Por qué? Es sencillo, no todas las vacas mugen como vacas; ellas vienen disfrazadas de diferentes formas que las hacen menos reconocibles y más aceptables.

Después de compartir esta historia con cientos de miles de personas de todas partes del mundo, y de escuchar sus «explicaciones lógicas y razonables», he llegado a la conclusión que muchos de nosotros simplemente no estamos dispuestos a considerar la idea de deshacernos de nuestras vacas. Preferimos llamarlas de mil maneras más tolerables y que produzcan menos remordimientos, y eso es justamente lo que las hace tan peligrosas.

Sin duda, suena un poco violento pedirte que «mates tus vacas». Seguramente preferirías que te solicitara que «realizaras un cambio de actitud», que «trataras de modificar tu comportamiento», o que «buscaras eliminar tus malos hábitos». Sin embargo, si quieres triunfar, debes ser totalmente honesto contigo mismo, y referirte a las excusas por sus verdaderos nombres y no por sustitutos más tolerables.

En esta metáfora, la vaca representa todo pretexto, justificación, mentira, racionalización, miedo o falsa creencia, que nos mantienen atados a la mediocridad y nos impiden lograr la calidad de vida que merecemos. En general, toda vaca pertenece a una de estas dos categorías: las excusas y las actitudes limitantes.

En la categoría de excusas se encuentran las justificaciones, pretextos, evasivas, explicaciones racionales, disculpas y las llamadas «mentirillas blancas». De otro lado, la categoría de actitudes limitantes, de la cual hablaremos en el siguiente capítulo, está conformada por los miedos, inseguridades, dudas, temores, limitaciones y falsas creencias.

En general, las excusas son simples salidas, escapatorias, que utilizamos en nuestro afán por explicar la desidia y falta de acción; evasivas que, en la mayoría de los casos, ni nosotros mismos creemos. Sabemos que no son ciertas y que sólo son una manera fácil de justificar nuestra mediocridad y tratar de quedar bien al mismo tiempo. «Siento haber llegado tarde, el tráfico estaba horrible». Sin embargo, no fue el tráfico lo que hizo que llegásemos tarde. Sencillamente no hicimos un esfuerzo por llegar temprano, y para cubrir este desatino o evitar las críticas, tomamos el camino más fácil: inventamos una excusa. Así que como ves, es claro que dar una excusa significa ser deshonesto con uno mismo o con alguien más.

Sin embargo, por alguna absurda razón, excusas como ésta son socialmente más aceptables que la verdad. Culpamos al tráfico porque no quedaría bien decir que la verdadera razón de la tardanza es que no queríamos perdernos los últimos quince minutos del noticiero o el partido de fútbol. De la misma manera que no llamaríamos a la oficina a decir: «No voy a trabajar el día de hoy porque le prometí a mi hijo que iría a la reunión de padres de familia». En lugar de esto, simplemente llamamos y decimos que estamos enfermos.

No obstante, al igual que con cualquier otra vaca, estamos pagando un precio muy alto por estas excusas socialmente aceptables: saber que no somos lo suficientemente seguros e íntegros como para enfrentar las consecuencias de hablar con la verdad.

¿Excusas yo? ¡Nunca!

Las excusas son las vacas más comunes. Son una forma cómoda de eludir nuestra responsabilidad, encontrando culpables por todo aquello que nunca estuvo bajo nuestro control.

Las excusas son una manera de decir: «Yo lo hice, pero no fue mi culpa».

«Reprobé el examen, pero la culpa fue del maestro que no nos dio suficiente tiempo para estudiar».

«No he avanzado en mi trabajo, pero la culpa es de mi jefe que no aprecia mi talento».

«Fracasé en mi matrimonio, pero la culpa fue de mi esposa que no hizo un esfuerzo por comprenderme».

Es posible que lo que estemos tratando de justificar con cualquiera de estas excusas, sea una mala nota en la escuela, un rechazo en una relación, un conflicto en el trabajo, o una crítica. Ahora bien, es natural el tratar de evitar estas situaciones poco placenteras. Sin embargo, debemos entender que evadirlas con una excusa no nos permite enfrentar y corregir el problema subyacente que las ha originado.

Lo triste es que, mientras pensemos que somos las víctimas y que alguien más es el culpable, no haremos nada para remediar dicha situación. Después de todo, no es nuestra culpa.

Hay sólo tres verdades incuestionables en lo que a las excusas se refiere: la primera es que, si verdaderamente quieres encontrar una disculpa para justificar cualquier cosa, ten la plena seguridad que la hallarás sin mayor dificultad.

Cuando Samuel tuvo que confrontar la difícil realidad de cambiar drásticamente su dieta alimenticia e implementar un riguroso plan de ejercicio físico para lidiar con la diabetes con la cual fue diagnosticado, encontró suficientes razones para no hacerlo. A pesar que era su vida la que estaba en peligro, se rehusaba a cambiar sus hábitos: «Infortunadamente no tengo suficiente tiempo para ejercitar todo lo que debiera», «Esta es la manera como siempre he comido», «Trabajo hasta muy tarde, lo cual me impide levantarme temprano para ir al gimnasio», «Si comiéramos sólo aquello que es bueno para nuestra salud nos moriríamos de hambre de todas maneras. —Samuel llegó al punto de utilizar el insolente adagio que dice—: De algo tenemos que morirnos, ¿no es cierto?». El problema es que ninguna de sus justificaciones le estaba ayudando a controlar su diabetes. Afortunadamente reconoció su falla —mató su vaca— y tomó la decisión de cambiar sus hábitos para lograr una salud óptima.

Infortunadamente, no todas las personas logran hacerlo a tiempo. Recuerdo el caso de un empresario con quien tuve la oportunidad de trabajar hace ya varios años. Era uno de esos fumadores empedernidos que finalmente terminó por aceptar su mal hábito como una de esas situaciones sobre las cuales simplemente no tenía ningún control. Poco antes de morir, víctima de un enfisema pulmonar dijo: «No puedo creer que permití que este absurdo hábito me matara».

Estas dos historias de vida nos muestran que algunas personas están dispuestas a emplear el doble del tiempo en buscar una excusa que las exima de realizar una tarea, que el que realmente les tomaría realizarla.

La segunda verdad sobre las excusas, es que una vez comiences a utilizarlas, ten la plena seguridad que encontrarás aliados. No importa qué tan increíble y absurda sea tu pretexto, vas a encontrar quien lo crea y lo comparta. Tanto así, que las escucharás decir: «Yo sé cómo te sientes porque a mí me sucede exactamente lo mismo».

Estoy convencido que la razón por la cual muchos tienen el descaro de dar ciertas excusas es porque están absolutamente convencidos que tarde o temprano encontrarán a alguien que las creerá y validará su posición.

Finalmente, la tercera verdad acerca de las excusas, es que una vez las utilices, notarás inmediatamente que nada habrá cambiado. El problema que estabas evitando enfrentar mediante el uso de la evasiva continuará igual. No habrás avanzado hacia su solución, sino que, por el contrario, habrás retrocedido. Peor aún, cada vez que utilizas dicha justificación, la llevas un paso más cerca de convertirse en realidad.

Cada vez que dices «no tengo tiempo» buscando justificar el no hacer lo que sabes que debes hacer, pierdes un poco más de control sobre tu tiempo. Pronto comienzas a notar que estás viviendo de manera reactiva, de urgencia en urgencia, sin tiempo para hacer aquello verdaderamente importante para ti. Con cada uso que le des, tu excusa adquiere mayor validez, hasta que termina por ser parte de tu realidad.

Lo interesante es que cuando nos detenemos a evaluar si ideas como el infame «no tengo tiempo» y otras por el estilo, son ciertas o no, descubrimos que son falsedades que han perdurado gracias a que nunca cuestionamos su veracidad. Pero la realidad es que tanto el triunfador como el fracasado cuentan con veinticuatro horas en su día —ni un minuto más, ni un minuto menos—, la única diferencia entre ellos es la manera como eligen utilizar su tiempo.

Indudablemente, las excusas son una manera simple que nos evita enfrentarnos al peor enemigo del éxito: la mediocridad. Así que olvídate de las excusas: tus amigos no las necesitan y tus enemigos no las creerán de todas maneras.

Como dice el dicho…

Un gran número de excusas termina por convertirse en adagios y aforismos que adoptamos como si fueran fórmulas infalibles de sabiduría. La obstinada frecuencia con que se usan y el paso del tiempo las transforman en dichos populares, a pesar de no ser más que mentiras revestidas de una fina capa de algo que se asemeja a la verdad.

Dichos como: perro viejo no aprende nuevos trucos —o loro viejo no aprende a hablar, como se conoce en otros países—, o árbol que crece torcido jamás su rama endereza, popularizan dos ideas equívocas y absurdas: hacernos creer que existe una edad después de la cual es imposible aprender algo nuevo, y que hay ciertos hábitos o comportamientos imposibles de cambiar.

Estas dos ideas no sólo nos hacen sentir impotentes, sino que terminan por cegarnos ante la grandeza de nuestra propia capacidad para aprender y cambiar. Lo más curioso en torno a esta clase de vacas, es que muy pocas veces cuestionamos la supuesta enseñanza y sabiduría que encierran. Asumimos que si se han convertido en dichos populares debe ser porque guardan una profunda verdad. No obstante, muchas veces lo que los ha convertido en populares dichos es que son vacas compartidas por un gran número de personas.

¿Te has preguntado si los siguientes refranes encierran alguna verdad, o si sólo son vacas que oportunamente utilizamos para justificar una situación de conformismo que parece afectar a muchos?

Es mejor malo conocido que bueno por conocer

.

Unos nacen con buena estrella y otros nacimos estrellados

.

Lo importante no es ganar o perder sino haber tomado parte en el juego

.

Ojos que no ven, corazón que no siente

.

Más vale poco que nada

. (¡Qué mejor ejemplo de conformismo!)

En boca cerrada no entran moscas

. (Es decir, que quien no habla no yerra. Lo que no te dice es que de boca cerrada tampoco sale ninguna idea).

Examinemos más de cerca algunos de estos populares refranes para apreciar cuál es el verdadero precio que estamos pagando por su uso. Imagínate, por ejemplo, lo ilógico de decir «no» a una nueva oportunidad profesional, prefiriendo mantenerte en un trabajo del cual no disfrutas y que no te está llevando a ningún lado, simplemente porque es mejor malo conocido que bueno por conocer. Absurdo, ¿no es cierto? Sin embargo, tan insensato como pueda parecerte, muchos utilizan este viejo adagio para justificar su desidia u ociosidad, así el precio por su falta de acción sea una vida de mediocridad.

Ahora, ¿qué piensas de la idea de que para evitar sufrir es mejor vivir en la ignorancia? Porque eso es lo que pregona el abusado refrán: ojos que no ven, corazón que no siente. No te imaginas cuántas personas prefieren no ir al médico, a pesar de las dolencias que les están aquejando, por miedo a lo que puedan escuchar por parte de su doctor; o padres que no se atreven a preguntarles a sus hijos si algo anda mal, por temor a lo que vayan a descubrir. Así que optan por vivir en la oscuridad hasta cuando ya es demasiado tarde.

De manera que antes de apresurarte a utilizar cualquiera de estas supuestas «joyas de la sabiduría popular», asegúrate de no estar perpetuando vacas que lo único que logran en tu vida es hacer más llevadero tu conformismo. Después de todo recuerda que mal de muchos… consuelo de bobos.

PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO DOS

1. Son pocas las personas que admiten dar excusas. La inmensa mayoría no es consciente de la cantidad de pretextos y justificaciones que utiliza a diario. Identifica las tres excusas a las que recurres con mayor frecuencia:

2. Muchas de las excusas más comunes se disfrazan de adagios y refranes populares que adoptamos como si fueran fórmulas infalibles de sabiduría. Sin embargo, muchos no son más que evasivas con las que, convenientemente, encubrimos nuestra propia mediocridad. Identifica tres dichos o aforismos que utilizas con el único fin de justificar un mal hábito:

3. Ahora que sabes cómo se manifiestan en tu conducta diaria y en tu lenguaje algunas de tus excusas, determina qué acciones tomarás a partir de este momento para erradicarlas de una vez por todas:

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