La flecha negra

La flecha negra


Libro tercero. Lord Foxham. » 3. La Cruz de Santa Brígida

Página 21 de 42

3. La Cruz de Santa Brígida

A ESPALDAS de Shoreby, en los límites del bosque de Tunstall, elevábase la Cruz de Santa Brígida. Dos caminos se cruzaban allí: uno era el de Holywood, atravesando el bosque; otro, el de Risingham, por el cual vimos huir en desorden a los vencidos partidarios de Lancaster. Allí se juntaban ambos y descendían por la colina hasta Shoreby, y un poco antes del punto de unión coronaba la cima de un montículo la vieja cruz, maltratada por los embates del tiempo.

Las siete de la mañana serían cuando Dick llegó a aquel lugar. El frío era vivísimo; la tierra aparecía grisácea y plateada por la blanca escarcha; ya apuntaba el día por oriente, luciendo vivos colores purpúreos o anaranjados.

Dick se sentó en el primer escalón de la cruz, se envolvió bien en su tabardo y escudriñó por todos lados con vigilante mirada. No tuvo que esperar mucho. Por el camino de Holywood descendía un caballero, con rica y brillante armadura, cubierta con una sobrevesta de las más raras pieles, marchando al paso sobre un magnífico corcel. A unos veinte metros de distancia le seguía un pelotón de lanceros; pero éstos, tan pronto como divisaron el lugar de la cita, hicieron alto, mientras el caballero de la sobrevesta de piel seguía avanzando solo.

Llevaba levantada la visera y era su continente autoritario y noble, como correspondía a la riqueza de su atavío y de sus armas. No sin cierta confusión se levantó Dick al verle, y descendió del pie de la cruz para ir al encuentro de su prisionero.

—Os doy las gracias, milord, por vuestra puntualidad —dijo, haciendo una profunda reverencia—. ¿Quisiera su señoría echar pie a tierra?

—¿Estáis solo, joven? —preguntó el otro.

—No iba a ser tan cándido —repuso Dick—, y para ser franco con su señoría, os diré que los bosques que se extienden a ambos lados de esta cruz están llenos de hombres honrados que me acompañan, apostados ahí junto a sus armas.

—Habéis hecho bien —replicó el lord—. Y tanto más me place saberlo cuanto que anoche os batisteis temerariamente, más como un salvaje sarraceno loco que como guerrero cristiano. Pero no está bien que me queje, siendo yo quien llevó la peor parte.

—En efecto, milord, salisteis peor librado, puesto que caísteis —repuso Dick—. Pero si no llegan a ayudarme las olas, yo hubiera sido el vencido. Os complacisteis en dominarme, mostrando vuestra superioridad, por medio de numerosas señales que me hizo vuestra daga y que aún llevo. En fin, milord, sospecho que fui yo quien corrió todo el riesgo y sacó todo el provecho de aquella refriega de ciegos que tuvimos en la playa.

—Veo que sois lo bastante astuto como para tomarlo a broma —replicó el forastero.

—No, milord; astuto, no —repuso Dick—; no pretendo con eso sacar ventaja alguna. Pero cuando, a la luz del nuevo día, veo cuán grande es el caballero que se ha rendido, no sólo a mis armas, sino a la suerte, la oscuridad y la resaca… y cuán fácilmente podía la batalla haber tomado bien distinto giro, tratándose de un soldado tan inexperto y rústico como yo… no os extrañe, señor, que me sienta confundido con mi propia victoria.

—Decís bien —respondió el forastero—. ¿Cómo os llamáis?

—Me llamo Shelton —contestó Dick.

—Lord Foxham me llama a mí la gente —añadió el otro.

—Entonces, milord, con vuestra venia, sois el tutor de la más adorable doncella que existe en Inglaterra —exclamó Dick—. Y por lo que toca a vuestro rescate y al de los que con vos quedaron prisioneros en la playa, ninguna duda habrá ya respecto a las condiciones. Os ruego, señor, y a vuestra benevolencia y caridad apelo, que me concedáis la mano de mi señora, Joanna Sedley, y os daré, a cambio, vuestra libertad y la de vuestros seguidores; si la aceptáis, podréis contar con mi gratitud y servicio hasta la muerte.

—Pero ¿no sois vos pupilo de sir Daniel? Sí, sois el hijo de Harry Shelton, que así lo oí decir —dijo lord Foxham.

—¿Quisierais concederme, milord, el favor de desmontar? Desearía explicaros detalladamente quién soy, cuál es mi situación y por qué soy tan atrevido en mis demandas. Os ruego, milord, que os sentéis en estos peldaños, que me oigáis hasta el fin y me juzguéis después con benevolencia.

Diciendo así, Dick tendió una mano a lord Foxham para ayudarle a desmontar, le condujo por el montículo hasta la cruz, le instaló en el sitio en que antes había estado sentado él y, quedándose respetuosamente en pie ante su noble prisionero, le contó la historia de sus andanzas hasta los acontecimientos de la noche anterior.

Lord Foxham le escuchó gravemente, y cuando hubo terminado Dick, dijo:

Master Shelton: sois el joven caballero más afortunado y más desdichado a un tiempo; pero cuantas veces os sonrió la fortuna, fue, por cierto, bien merecidamente; en cambio, cuando os acompañó la desgracia, no lo merecíais. Pero levantad el ánimo, porque habéis sabido conquistaros un amigo que no está, en verdad, desprovisto de poder y de influencia. En cuanto a vos, aunque no siente bien a una persona de vuestra alcurnia andar asociado con forajidos, he de confesar que sois valiente y honrado, muy peligroso en la batalla y cortés en la paz, joven de excelentes condiciones y valerosa conducta. En cuanto a vuestro patrimonio, no volveréis a verlo hasta que cambien de nuevo las cosas; es decir, que mientras sea el partido de Lancaster el que domine, gozará de lo vuestro sir Daniel como si suyo fuera. Mas por lo que se refiere a mi pupila, ésa ya es otra cuestión; la había prometido yo a un caballero de mi propia familia: un tal Hamley… Vieja es la promesa…

—Sí, milord, y ahora sir Daniel la ha prometido a lord Shoreby —interrumpió Dick—. Y como esta promesa es la más reciente de las dos, es la que mayor probabilidad tiene de cumplirse.

—Ésa es la pura verdad —observó lord Foxham—. Y teniendo, además, en cuenta que soy vuestro prisionero, sin que admitáis más condiciones que el concederme sencillamente la vida, y que, por otra parte, la doncella, por desgracia, está en otras manos, consentiré. Ayudadme vos con vuestra buena gente…

Milord —exclamó Dick—; son los mismos forajidos con quienes hace poco censurabais que me uniese.

—Que sean lo que quieran; el hecho es que saben luchar —replicó lord Foxham—. Ayudadme, pues, y si entre los dos recuperamos a la doncella, ¡juro por mi honor de caballero que se casará con vos!

Dobló Dick la rodilla ante su prisionero; mas éste, levantándose de la cruz, alzó al muchacho y lo abrazó como a un hijo.

—Vamos —dijo—, si vais a casaros con Joanna, debemos ser ya buenos amigos.

Ir a la siguiente página

Report Page