La Dalia Negra

La Dalia Negra


IV. Elizabeth » Capítulo 36

Página 47 de 50

36

Un mes después recibí una carta de Kay.

Sioux Falls, D. S.

17/8/49

Querido Dwight:

Ignoro si has vuelto a la casa, de modo que no sé si esta carta te llegará. He buscado los periódicos de Los Ángeles en la biblioteca y sé que ya no estás en el departamento, así que ese es otro sitio al que no puedo escribirte. Me limitaré a enviar la carta y esperar a ver qué ocurre.

Estoy en Sioux Falls, viviendo en el hotel Plainsman. Es el mejor de la ciudad, y desde pequeña siempre había querido alojarme aquí. Por supuesto, no era así como me lo había imaginado. Lo único que quería era quitarme el sabor de Los Ángeles de la boca, y Sioux Falls es lo más distinto a Los Ángeles que puedes encontrar sin viajar a la luna.

Mis amigas de la escuela están todas casadas y con niños, y dos de ellas son viudas de guerra. Todo el mundo habla de la guerra como si aún continuara, y las inmensas praderas a las afueras de la ciudad están siendo preparadas para construir casas. Las que han edificado hasta ahora son muy feas y llamativas, de colores chillones. Me hacen echar de menos nuestra vieja casa. Sé que la odias, pero fue un santuario durante nueve años de mi vida.

Dwight, he leído todos los periódicos y ese asqueroso artículo de la revista. Debo de haber contado al menos una docena de mentiras. Mentiras por omisión y mentiras flagrantes. No dejo de preguntarme qué pasó, aunque en realidad no quiero saberlo. No dejo de preguntarme por qué nunca se mencionó a Elizabeth Short. Debería sentirme bien por lo que hice, pero ayer me pasé toda la noche en mi habitación contando mentiras. Todas las mentiras que te dije y las cosas que nunca te conté, ni siquiera cuando todo iba bien entre nosotros. Me da demasiada vergüenza decirte hasta qué número llegué.

Siento mucho haberte mentido. Y admiro lo que hiciste con Madeleine Sprague. Nunca supe lo que significaba para ti, pero sé lo que te costó su arresto. ¿Mató en realidad a Lee? ¿O no es más que otra mentira? ¿Por qué soy incapaz de creerlo?

Tengo un poco de dinero que Lee me dejó (ya lo sé, una mentira por omisión), y dentro de unos días me iré al este. Quiero estar lejos de Los Ángeles, en algún lugar fresco, bonito y antiguo. Quizá Nueva Inglaterra, los Grandes Lagos tal vez. Solo sé que, cuando vea ese lugar, lo sabré.

Con la esperanza de que esto te llegue,

Kay

P. D.: ¿Sigues pensando en Elizabeth Short? Yo pienso en ella continuamente. No la odio, solo pienso en ella. Resulta extraño, después de todo este tiempo.

K. L. B.

Conservé la carta y la releí como unas doscientas veces por lo menos. No pensaba en su significado o en las implicaciones que podría tener respecto a mi futuro, o al de Kay, o al de los dos juntos. Lo único que hacía era volver a leerla y pensar en Betty.

Tiré el archivo de El Nido a la basura y pensé en ella. H. J. Caruso me ofreció trabajo como vendedor de coches, y pensaba en ella mientras ensalzaba las maravillas de los modelos de 1950. Pasé junto a la Treinta y nueve con Norton, vi las casas que estaban construyendo en el solar vacío, y pensé en ella. No me cuestionaba la moralidad de haber dejado libre a Ramona, no me preguntaba si Betty lo aprobaría o no. Solo pensaba en ella. E hizo falta que Kay, siempre la más lista de los dos, me ayudara a verlo todo con claridad.

Su segunda carta tenía remite de Cambridge, Massachusetts, y venía en un sobre del Harvard Motor Lodge.

11/9/49

Querido Dwight:

Sigo siendo una mentirosa, una cobarde que no se atreve a afrontar la realidad. Lo he sabido desde hace dos meses y solo ahora he reunido el valor suficiente para contártelo. Si esta carta no te llega, tendré que telefonear a la casa o a Russ Millard. Pero es mejor que antes pruebe con esto.

Dwight, estoy embarazada. Tuvo que ocurrir aquella horrible vez, más o menos un mes antes de que te fueras. Espero la criatura para Navidad, y quiero tenerla.

Aquí está la huida hacia delante marca Kay Lake.

Por favor, ¿me llamarás o me escribirás? ¿Pronto? ¿Ya?

Esa es la gran noticia. En cuanto a la P. D. de mi última carta, ¿te pareció extraña? ¿Elegíaca? Pues bien, ha ocurrido algo realmente curioso.

No paraba de pensar en Elizabeth Short. En cómo trastornó todas nuestras vidas sin ni tan siquiera conocerla. Cuando llegué a Cambridge (¡Dios, cómo adoro las comunidades académicas!), recordé que se había criado cerca de aquí. Fui a Medford, me quedé a cenar y empecé a charlar con un ciego que estaba sentado en la mesa de al lado. Tenía ganas de conversar y mencioné a Elizabeth Short. Al principio el hombre se puso triste, luego se animó. Me habló de un policía de Los Ángeles que fue a Medford hace tres meses para encontrar al asesino de «Beth». Describió tu voz y tu forma de hablar hasta la última coma. Me sentí orgullosa, pero no le dije que ese policía era mi marido, porque no sé si aún lo eres.

Llena de preguntas,

Kay

No llamé ni escribí. Puse en venta la casa de Lee Blanchard y tomé un vuelo a Boston.

Ir a la siguiente página

Report Page