La Dalia Negra

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II. Treinta y nueve con Norton » Capítulo 19

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Lee seguía desaparecido y Madeleine continuó siendo Betty, sin que yo pudiera hacer nada respecto a ninguno de esos cambios. Haciendo caso a la advertencia de los tipos duros de la metropolitana, me mantuve al margen de su investigación, aunque no podía dejar de preguntarme si el señor Fuego había desaparecido de forma premeditada o accidental. Revisé sus cuentas bancarias y descubrí que disponía de ochocientos dólares de los que no había retirado nada recientemente. Cuando me enteré de que se había emitido una orden de búsqueda contra Lee y su Ford del 40 por todo el país y por México, sin resultado alguno, mi instinto me dijo que había huido al sur de la frontera, donde los rurales usaban los boletines policiales de los gringos como papel higiénico. Russ Millard me contó que dos mexicanos, ambos conocidos traficantes de droga, habían sido arrestados en Juárez por el asesinato de Bobby De Witt y Félix Chasco, lo cual me tranquilizó un poco, ya que los de la metropolitana no podrían endosarle las muertes a Lee; pero más tarde empezaron a llegar rumores procedentes de las más altas instancias policiales. El jefe Horrall había suspendido la orden de búsqueda y captura, decretando: «Más vale dejar las cosas como están». La secretaria de Thad Green le contó a Harry Sears que, según había oído, Lee sería expulsado del cuerpo de policía de Los Ángeles si no daba señales de vida en los treinta días siguientes a su desaparición.

Enero fue agonizando poco a poco, días lluviosos con solo un chispazo de emoción. Llegó un sobre por correo a la Central. La dirección estaba compuesta por letras recortadas, al igual que el mensaje escrito en una hoja de papel sin marcas:

HE CAMBIADO DE OPINIÓN.

NO ME DARÍAN UN TRATO JUSTO.

ASESINATO DE LA DALIA JUSTIFICADO.

–EL VENGADOR DE LA DALIA NEGRA.

Pegada a la hoja con cinta adhesiva, aparecía la foto de un hombre bajo y corpulento vestido con un traje formal y con el rostro borrado. Ni en la foto ni en el sobre se encontraron huellas u otro tipo de pistas, y puesto que, a fin de eliminar sospechosos, no se había comunicado a la prensa que se esperaba otra misiva, sabíamos que la carta número dos era auténtica. La opinión reinante en la Central era que la foto pertenecía al asesino, que se eliminaba así simbólicamente del «panorama» general.

Después de que las pistas de la película y la carta de la muerte no condujeran a nada, pronto empezó a cobrar fuerza una segunda opinión generalizada: jamás pillaríamos a aquel cabrón. Las apuestas a favor de «Sin resolver» aumentaron de tal modo que pronto se pagaban a la par; Thad Green les dijo a Russ y al capitán Jack que el 5 de febrero Horrall echaría el freno a todo aquel desbarajuste de la Dalia, haciendo que un gran número de policías volvieran a sus puestos habituales. Según los rumores, yo sería uno de ellos, con Johnny Vogel como compañero. No me hacía gracia lo de «Mal Aliento» Johnny, pero volver a la Criminal sería como recobrar el paraíso. Entonces Betty Short solo existiría en el único sitio donde yo deseaba que lo hiciera: como el desencadenante de mi imaginación.

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