Kraken

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Segunda parte » 13

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—Pues estupendo, ¿no? Maldita sea, Es perfecto, maldita sea. —Baron se estaba recorriendo el apartamento de Billy a pisotón limpio. Agitaba la cabeza con la mirada puesta en las paredes, cruzándose de brazos una y otra vez—. Esto es justo lo que tenía que pasar. Es genial.

Pasó hecho una furia junto al equipo que buscaba huellas dactilares. Collingswood les daba la espalda, pero desde donde se encontraba, examinando la puerta del piso de Billy, le llegaban ráfagas de su inquina.

No podía oír pensamientos. Por lo que ella sabía, nadie podía hacerlo: fluían de la cabeza de cada individuo en una serie de corrientes superpuestas y contrapuestas, y las palabras que se constituían en parte algunas de esas corrientes resultaban contradictorias y engañosas. Pero una irritación de esa magnitud se transmitía y, sabedora de que constituiría una mala traducción, automáticamente (al igual que hacían todos los que le habían cogido el tranquillo) lo transcribía.

d q va sta subnor

sos soplapollas tndrían q irse a tomar x culo i djar trabajar a los polis d verda

xq djamos fumar a esa zorra?

Se volvió para hablar con el pensador de aquel último fragmento.

—Porque te han ordenado que nos dejes hacer lo que nos dé la gana, ¿o no? —le espetó viendo como el tipo se quedaba lívido. Fue tras Baron pisando libros caídos. Cogió el correo de encima de la mesa.

—¿Y bien? —preguntó Baron—. ¿Alguna idea?

Collingswood lo desoyó, concentrándose en los rastros de billydad. Pasó la punta del dedo por el marco de la puerta, donde las manchas de la atención de Billy se manifestaban ante ella como mensajes vistos de soslayo a través de una pantalla rota.

i q s eso q a exo esa xik?

no puede ntrar

no sta mal, no mimportaria

—¿Qué leches le hace tanta gracia? —dijo Baron—. ¿Tiene algo?

—Nada, jefe —respondió ella—. ¿Sabe una cosa? No. Me ha pillado. Esta cosa seguía instalada cuando he llegado, ¿sabe? Por eso he tenido que dejarlos entrar. Nada de entrar sin invitación, y ya vio al bueno de Billy, estaba demasiado cagado como para dejar entrar a nadie que no conociera después de lo que le contamos.

—Entonces, ¿qué ha pasado? No me creo que haya salido nada más que a dar un paseíto, ¿no?

—Ni de coña. —Se encogió de hombros ante los signos de refriega—. Alguien se lo ha llevado.

—Alguien que no pudo entrar.

Ella asintió.

—Alguien que no entró —apuntó.

Vardy salió del dormitorio, donde había estado examinando las cosas de Billy. Se reunió con ellos en la cocina.

—Hay más —añadió Collingswood. Esbozó varios gestos con las manos, trazó cortes en el aire—. Algo gordo ha pasado esta noche. Gordo como cuando se llevaron al kraken. No sé lo que es, pero hay algo rondando ahí fuera.

Baron asintió lentamente.

—Profe —dijo Baron—, ¿tendría la amabilidad de contribuir con alguna idea? ¿Desea reformular su opinión acerca de la improbabilidad de que sus teuthistas perpetren algún ataque?

—No —dijo Vardy escuetamente. Se cruzó de brazos—. No lo deseo. ¿Le importaría moderar su tono? No puedo decirle lo que ha sucedido aquí, ni quién ha hecho qué a quién, pero ya que lo pregunta, no. A mí esto no me suena a teuthismo.

Cerró los ojos. Sus compañeros lo vieron canalizar lo que fuera que canalizaba cuando hacía lo que hacía.

—No —concluyó—, no parece cosa suya.

—Bueno —dijo Baron. Dejó escapar un suspiro—. Damas y caballeros, aquí estamos en desventaja. Nuestro testigo principal y pretendido colega se ha ausentado sin permiso. Sabemos que el sistema de vigilancia está a pleno funcionamiento. Cumpliendo con su cometido. Pero también sabemos que ha sido activado y que al mismo tiempo no lo ha sido. ¿Lo he entendido bien?

—Más o menos —dijo Collingswood—. Se disparó al revés. Me despertó. Al principio no supe lo que era.

—¿Cubría también las ventanas? —preguntó Vardy. Ella se lo quedó mirando. Vardy respondió—: Vale. Tengo que preguntar.

—No, no tiene por qué —dijo ella—. Ya se lo he dicho. No podía entrar nadie.

—¿Nadie?

—¿Adónde quiere llegar? No digo que ahí fuera no haya nadie más fuerte que yo, ya sabe que sí. De haber entrado alguien, se habría disparado y yo lo sabría. Nadie entró por la fuerza…

Se quedó callada. Miró el correo carta a carta. Reparó en la caja de cartón.

—Nadie entró por la fuerza —dijo—. Alguien le envió algo. Miren. No lleva sello, lo entregaron en mano.

Lo sopesó. Lo olió.

Vardy descruzó los brazos. Collingswood movió los dedos por encima del papel, murmuró algo, llevó a cabo sus pequeñas rutinas y subrutinas.

—¿Qué pasa? —quiso saber Baron.

—Vale —dijo por fin. Oyeron e hicieron caso omiso de las protestas que les llegaban desde la estancia contigua—. Todas las cosas tienen el recuerdo de cómo fueron antes, ¿vale? Es como que esto…

Agitó el contenedor.

—Esto recuerda cuando pesaba más. Era un paquete lleno y ahora está vacío, ¿vale? Recuerda que pesaba más, pero ese no es el tema, no es lo raro.

Volvió a mover los dedos, sonsacando al cartón. De todas las destrezas necesarias en su trabajo, tal vez lo que peor se le daba era tratar con delicadeza los objetos inanimados.

—Lo raro es que recuerda haber pesado menos de lo que debería. Jefe —le dijo a Baron—, ¿a usted de qué le suena…?

Abrió las manos y luego las entrelazó.

—¿Cómo embutir cosas grandes en algo pequeño?

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