Kraken

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Segunda parte » 26

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—O sea, que Wati está cabreado contigo.

—Hay una huelga —dijo Dane—. Un paro total de artería. Por eso han puesto piquetes en los sitios donde las condiciones son malas.

—¿Y en la BB son malas?

Dane asintió.

—Ni te lo imaginas.

—¿De qué va?

—Empezó por una tontería —dijo Dane—. Estas cosas siempre van así. Algo sobre unas horas que un mago estaba haciendo trabajar a sus cuervos. No parecía que fuera a arrancar, pero entonces va el menda y se pone a jugar sucio, con lo que se monta una huelga por solidaridad en una fábrica de cajas donde los robots están sindicados (consiguieron cerebro con una maniobra de magia impecable, hace unos años), y lo siguiente de lo que te enteras…

Dio un manotazo contra el salpicadero.

—La ciudad entera está en la calle. Es la primera gorda desde la Thatcher. Y no hay nada que ponga más nerviosos a los conjuristas. Los de la UAM están todos fuera, la cosa es seria. Y entonces tuve una emergencia. Sabía que te estaban vigilando. Lo sabía seguro, y tenía que seguirte la pista, porque no sabía qué tenías que ver con todo el asunto del dios. Con el robo del kraken. Ni siquiera sabía de qué parte estabas, no sabía si estabas metido en algo, o si tenías un plan o qué. Pero sabía que tenías alguna relación. Y yo no podía estar pendiente de ti las veinticuatro horas del día los siete días a la semana, así que tuve que organizar un vínculo a corto plazo con esa hija de puta.

—¿La ardilla?

—El familiar. —Dane torció el gesto—. He reventado la huelga. Y Wati se ha enterado. No lo culpo por estar cabreado. Si no puede confiar en sus amigos, ¿sabes? Hay toda clase de trucos chungos. Hay gente que está saliendo malparada. Han matado a uno. Un periodista escribió sobre eso. Nadie está seguro de que esté relacionado, pero ya te digo que está relacionado. ¿Sabes? Así que Wati está tenso. Tenemos que resolver esto. Lo quiero en nuestro bando. No nos interesa estar en la lista negra de todos los cabreados de la UAM de Londres.

Billy lo miró.

—Pero no se trata solo de eso.

Se quitó las gafas y volvió a ponérselas.

—No, no es eso —dijo Dane—. No soy un esquirol. No tenía tiempo…

Se hundió en su asiento.

—De acuerdo. No fue solo eso. Me preocupaba que el sindicato me denegara una exención si se la pedía. Podían considerar que no era lo suficientemente grave. Y yo lo necesitaba. Tenía que tener más ojos, y algo que pudiera moverse con rapidez. Y deberías alegrarte de que lo hiciera, o te habrían llevado al taller del Tatuaje.

»Lo jodido es que yo nunca uso familiares. —Negó con la cabeza una y otra vez—. Fue solo que tuve una suerte de mierda. Una suerte de mierda, en el momento más inoportuno.

* * *

Wati se desplazaba saltando de un sitio a otro de un modo sobrenatural, de estatua en estatua, de figura en figurilla, con una consciencia momentánea en cada una de ellas. Lo justo para mirar a través de los ojos de piedra de un jinete del parque; los ojos de madera de un Cristo a la entrada de una iglesia; los ojos de plástico de un maniquí desechado; orientándose, a tientas hasta el límite de su capacidad, metros y más metros, considerando brevemente las posibilidades de cada figura que veía en un radio cercano, escogiendo las más apropiadas según su criterio, transfiriendo su nudo de pensamiento a la siguiente cabeza de hechura humana.

Se reunió con Dane y Billy en el café de las callejuelas cercanas a Holborn, donde había una estatua de yeso de un orondo chef que llevaba años formando una «O» con los dedos, en un signo que prometía delicias, junto a una mesa de la entrada, de manera que, si Dane y Billy aguantaban el fresco, acurrucados frente a una taza de café, Wati podría estatuarse lo bastante cerca como para conversar con ellos. Se encogieron para combatir el frío y para evitar ser vistos. Dane miraba constantemente a su alrededor.

—Como decía, Dane, será mejor que valga la pena —dijo el chef Wati, a través de una estática sonrisa abierta. Mantenía su acento (¿cockney con una pizca de Imperio Nuevo egipcio?), pero ahora la voz era ahogada y sincopada.

—Wati, este es Billy —dijo Dane.

Billy saludó a la estatua. Saludó a una estatua, disfrazando su desconcierto.

—Él es la causa de todo esto. —Dane se aclaró la garganta—. Lo percibes, ¿verdad, Wati? El cielo, el aire, toda esta mierda. La historia no está funcionando. Algo va a pasar. De eso se trata. Me juego lo que sea a que tú lo notas. Entre estatua y estatua.

Hubo un silencio.

—Tal vez —dijo Wati. ¿Serían ráfagas lo que notaba? Billy no sabría decir. ¿Un trastorno? ¿Algún presagio en aquel no espacio interefigial?—. Tal vez.

—De acuerdo. Entonces. ¿Te has enterado… de que se llevaron al kraken?

—Pues claro que sí. Los ángeles no saben callarse esas cosas. Incluso fui al museo —dijo Wati. Allí no faltaban cuerpos en los que meterse. Podía recorrerse el interior del vestíbulo a toda velocidad, en un torbellino de entidades, deslizándose, saltando de animal en animal pétreo—. El phylax va gritando por los pasillos. Está saliendo, ¿sabes? Va buscando algo, siguiendo una pista. Se le oye por la noche.

—¿Qué es eso? —dijo Billy.

—Los ángeles de la memoria —contestó Dane.

—¿Qué son…? —dijo Billy, pero se detuvo al ver que Dane movía la cabeza. De acuerdo, pensó, ya volveremos sobre ese tema.

—Se ha ido todo al carajo —dijo Wati.

—Pues sí —dijo Dane—. Tenemos que encontrar al kraken, Wati. Nadie sabe quién se lo llevó. Yo pensaba que había sido el Tatuaje, pero entonces… Se llevó a Billy. Iba a apañarlo. Y por cómo hablaba… La mayoría piensa que fuimos nosotros.

Hizo una pausa.

—La congregación. Pero no fueron ellos. Ni siquiera lo están buscando. Cuando el kraken desapareció, eso que había por debajo empezó a subir.

—Háblame de reventar huelgas, Dane —dijo Wati—. ¿Acaso voy a tener que hablar con tu teuthex acerca de todo esto?

—¡No! —gritó Dane. La gente se volvió a mirar. Él se hundió en su silla, volvió a hablar en voz baja—. No puedes. No puedes decirles dónde estoy. Estoy fuera, Wati.

Miró fijamente el rostro inmóvil de la estatua.

—He desertado.

El yeso del chef, sin alteración aparente, asimiló el revés.

—Dioses míos, Dane —dijo Wati por fin—. Había oído algo, alguien dijo algo, pero pensé que era un montón de chorradas falsas…

—No van a hacer nada —dijo Dane—. Nada. Necesitaba ayuda, Wati, y rápido. Iban a matar a Billy. Y quienquiera que se lo haya llevado está haciendo algo con el kraken que está sacando a la superficie esta maldad. Fue entonces cuando empezó. Es la única razón de que hiciera lo que hice. Tú me conoces. Haré lo que sea para solucionar esto. Lo que estoy diciendo es que lo siento.

* * *

Dane le contó a Wati la historia.

—Ya bastante duro fue cuando esa chusma lo sacó, cuando lo metieron en su tanque.

Billy se quedó atónito al comprobar la rabia con la que Dane lo miró de pronto. Nunca antes lo había visto así. Pensaba que os gustaba el tanque, pensó. El teuthex dijo…

—Pero desde que ha desaparecido es aún peor. Tenemos que encontrarlo. Billy sabe cosas. Tenía que sacarlo de allí. Wati, eran Goss y Subby.

Se produjo un largo silencio.

—Ya me he enterado —dijo la estatua—. Alguien dijo que habían vuelto. No sabía si era verdad.

—Goss y Subby han vuelto —dijo Dane—. Y trabajan para el Tatuaje. Esos no paran. Están haciendo su trabajo. Iban a llevar a Billy al taller.

—¿Quién es? ¿Quién eres tú? —le preguntó Wati a Billy—. ¿Por qué te persiguen?

—Yo no soy nadie —dijo Billy. Se vio a si mismo hablando con un pizzero de plástico o de yeso. Casi podía haber sonreído.

—Él fue el que conservó al kraken —dijo Dane—. Lo puso detrás de un cristal.

—No soy nadie —dijo Billy—. Hasta hace un par de días…

Cómo empezar siquiera.

—Le gusta decir que no es nadie —dijo Dane—. El Tatuaje y Goss y Subby no piensan lo mismo. Sabe cosas.

Hubo unos segundos de pausa. Billy jugueteó con su café.

—Pero ¿una ardilla? —dijo Wati.

Dane miró el jovial rostro petrificado del chef, se arriesgó, riéndose con un bufido.

—Tío, estaba desesperado —dijo.

—¿No podías haber conseguido, no sé, una lagartija, o una grajilla o algo?

—Estaba buscando a alguien a tiempo parcial —dijo Dane—. Los mejores familiares están sindicados, no tenía muchas opciones. Deberías estar contento. Tú eres serio. Tenía que arreglármelas con la escoria que quedara por ahí.

—¿Pensabas que no me iba a enterar?

—Lo siento. Estaba desesperado. No debería haberlo hecho. Tendría que haber preguntado.

—Sí, tendrías —dijo Wati. Dane suspiró—. Solo te voy a pasar una cagada como esta una vez. Y solo porque te conozco desde hace tiempo.

Dane asintió.

—¿Por qué has venido a verme? —dijo Wati—. No has venido solo a disculparte, ¿verdad?

—No solo para eso —dijo Dane.

—Menudo morro, cabrón —dijo Wati—. Vas a pedirme ayuda.

Hizo amago de echarse a reír, pero Dane lo interrumpió.

—Sí —dijo, sin verle la gracia—. ¿Sabes qué? Que eso es a lo que he venido, y no pienso disculparme. Necesito tu ayuda de verdad. La necesitamos. Y no me refiero solo a Billy y a mí, me refiero a todo el mundo. Si no encontramos al dios, sea lo que sea que lo que se avecina va a llegar bien pronto. Alguien está haciendo con ese kraken algo que no debería.

—Estamos parados, Dane —dijo Wati—. ¿Qué es lo que quieres de mí?

—Lo entiendo —dijo Dane—. Pero tú también tienes que entenderlo. Sea lo que sea… Si no lo paramos, dará igual que ganes o no la huelga. No te digo que la canceles. Nunca te pediría eso. Lo que te digo es que no te puedes permitir el lujo de pasar de esto. Tenemos que encontrar a Dios. No somos los únicos que lo están buscando. Cuanto más tiempo esté por ahí, más significado cobrará, y eso significa que cada vez será más poderoso. Y entonces habrá cada vez más gente detrás de él. Imagínate lo que puede pasar si el Tatuaje le pone las manos encima. —En el cuerpo, corpus, de un dios cría emergente, viajero de abajo arriba.

—¿Qué plan tienes? —dijo Wati.

Dane sacó su listado.

—Según tengo entendido, en Londres, estos son todos lo que podrían portear algo tan grande como el kraken. Podríamos seguirles la pista para ver quién lo sacó.

—Enséñamela —dijo Wati.

Dane, asegurándose de que nadie lo estaba mirando, levantó la lista a la altura de los ojos de la estatua.

—Aquí hay… ¿Qué? ¿Veinte personas? —dijo Wati.

—Veintitrés.

—Vas a tardar lo tuyo. —Dane no dijo nada—. ¿Tienes una copia? Espera.

Hubo una ráfaga, una ausencia palpable. Dane empezó a sonreír. Al cabo de un minuto un gorrión llegó volando y se posó sobre la mano de Billy. Él se quedó mirándolo. Ni siquiera su sobresalto desbancó al pájaro. Lo miró a él y a Dane de arriba abajo.

—Adelante, pues, dale la lista —dijo Wati, de nuevo en la estatua—. Ella no es tu familiar, ¿te enteras? Ni siquiera temporalmente. Es amiga mía, y me está haciendo un favor. A ver qué averiguamos.

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