Kasandra

Kasandra


Capítulo 19

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Capítulo 19

Adrián

La última vez que estuve en el fragor de la acción, la adrenalina me fue a mil. Salvar a Kasandra era mi única prioridad y no me importaba cometer delito, lo habría sacrificado todo por ella, incluso a mí mismo.

Durante el almuerzo, no hice nada más que pensar en Kris y en lo que siente por Kasandra. No tengo el valor de contarle lo que está pasando porque tengo miedo de perderla. Debería estar seguro de lo que sentimos el uno por el otro, nada podría separarnos, pero él tiene ventaja porque la conoce de toda la vida, sabe todo sobre ella; yo no y supongo que estuvo cerca en la mayoría de los momentos más sombríos.

¿Cómo puedo competir con él? Es imposible.

Sostengo la mano de Kasandra firmemente en la mía, mientras descendemos a las mazmorras siguiendo a Carlos y a Damián.

Kris no ha entrado nunca en escena, siempre tuvo el papel del que actúa en la oscuridad. Nunca entendí por qué decidió mudarse a otro estado, al igual que no entiendo por qué ahora mismo sale a la luz lo que siente por Kasandra. Ha tenido muchos años y oportunidades para hacerse notar. La idea de que pueda alejarla de mí me persigue.

Cuando bajo del último escalón, escucho a Kas suspirar profundamente mientras mira la celda donde Julián está encerrado.

—¿Estás segura de que es lo que quieres? —Damián pregunta volviéndose hacia ella.

Asiente con la mirada fija en los barrotes y avanza con firmeza. Tiene una misión, no sé qué le pasa por la cabeza ahora, pero me supongo que nada bueno.

Su mano deja la mía mientras da un paso hacia la celda de Julián y mira adentro.

—Pero mira quién está aquí, Kasandra Reyes. Cuánto honor. —La voz de Julián es molesta, especialmente cuando escucho pronunciar el nombre de la mujer que amo.

—¿Cómo se está del otro lado, Julián? —pregunta ella sarcástica.

Mierda. Tiene la intención de vengarse. Lo entiendo por su mirada indiferente y su postura rígida y firme.

Kasandra está en modo dama de hielo. Pero ¿hasta dónde puede llegar?

—Puta —murmura él. Escupe en el suelo y se acerca a los barrotes. Todos estamos en alerta, pero Kasandra no parece molesta, permanece en la misma posición, ninguna agitación. Sus ojos están fijos en los de Julián.

—Juguemos un juego Julián —dice ella con una sonrisa malvada.

Me encuentro con la mirada de Carlos y parece tan sorprendido como yo. Nadie esperaba que Kas quisiera un enfrentamiento con Julián y mucho menos tener el coraje de provocarlo y escuchar la inmundicia que sale de su boca.

—Kas —Damián la llama, pero ella levanta la mano para silenciarlo.

—Te daré tres oportunidades, como querías darme tú —continúa dando un paso adelante, pero no llega ni a un metro de los barrotes porque mi brazo se interpone ante ella bloqueándola. —¿Qué estás haciendo? —pregunto preocupado.

Mi Kasandra no está en este momento, la mujer frente a mí sólo se parece a ella, sus ojos están vacíos y... vengativos. Ignora mi pregunta y mira a Julián de nuevo.

—Primera oportunidad. Bebe el cianuro y acaba con esto —dice.

Venganza. En su mirada no hay nada más y lo entiendo.

—Segunda oportunidad —continúa levantando los dedos—. Dejar que una serpiente se te meta dentro. —Ella inclina la cabeza hacia un lado mientras Julián la está acribillando con los ojos—. Pero como me dijiste en aquella habitación yo decido por dónde entra.

Planea torturarlo y matarlo lentamente.

La crueldad pertenece a Julián, la crueldad pertenece al hombre que la destruyó cuando era sólo una niña, no a ella. Pero hoy decidió devolverle a Julián con su propia moneda y nadie la va a detener.

—Pasemos a la tercera posibilidad. Mi favorita. —dice con un guiño.

—Lo tuya era que uno de tus hombres me follara —afirma con dureza.

La escucho y lo único que quiero es llevármela, matar personalmente a Julián y borrar todo lo que le ha pasado hasta la fecha.

—La mía, en cambio, prevé una muerte lenta y dolorosa, hay muchos instrumentos de tortura, pero no hay nada peor que quemarse vivo. La vida pasa frente a ti, en la medida en que puedas ignorarla, te acuerdas de todo y eres consciente de que te estás muriendo.

Ella trata de dar un paso hacia él, pero mi brazo la toma alrededor de la cintura sujetándola fuerte. No quiero que se acerque.

Julián se ríe como un loco y se golpea la frente con las barras de hierro, repetidamente.

—¿Por qué no vienes aquí dentro? Así te mostraré cómo es estar follada, putilla.

Joder, esa duele. Me adelanto, mi mano agarra el cabello de Julián, no me doy cuenta de lo que estoy haciendo, mis movimientos están fuera de control. Le golpeo la cabeza violentamente contra los barrotes varias veces, partiéndole la frente y haciéndole sangrar.

—¡No te atrevas a hablar así, gilipollas!

Sigo golpeando su cabeza con el hierro, mi ira explota incontrolada.

—¡Adrián! —grita Kasandra tratando de tirar de mí.

No puedo escucharla, sólo estoy concentrado en el dolor que quiero causarle a Julián.

Ha pegado a mi mujer.

Quería que la violaran.

Quería matar a mi Kas.

¡A la mierda! Nadie tiene que hacerle daño. Con mi otra mano le golpeo en la cara. Los nudillos se rompen por el fuerte impacto, pero me importa una mierda. Tiene que agradecer que está encerrado ahí, de lo contrario...

—Adrián, por favor. —La desgarradora súplica me petrifica, devolviéndome a la realidad.

El cuerpo de Julián se balancea y cae al suelo. Mi mano está manchada de sangre y los ojos de Kasandra incrédulos, fijos en los míos. Tiembla como una hoja apretando sus brazos contra su pecho. —Adrián. —Sigue llamándome, pero no entiendo por qué, estoy aquí, frente a ella.

Miro mis manos y miro a Kas.

Parece preocupada, veo una luz extraña en sus ojos que parece miedo.

—Kas —siseo tratando de acercarme, pero ella retrocede.

—Deberías curar tus heridas —responde con voz apagada.

¿Me tiene miedo?

Sigue mirando mis manos. —Tus manos están ensangrentadas —suspira y vuelve su atención a Carlos y a Damián. Kas acaba de meterse en su escondite y ha dado paso a la máscara que usó durante años—. No me importa cómo, pero quiero que Julián sufra lo suficiente como para suplicar que le maten. —Se vuelve hacia mí y me sorprende la forma en que me mira. Hay confusión en sus ojos y no me gusta.

Murmura algo sobre su horario del día y se aleja como si no pudiera esperar para alejarse de mí.

—Te conviene seguirla, creo que se dio cuenta de que Adrián no es sólo bondad y amor —dice Carlos dándome una palmada en el hombro.

Lo miro confundido. —¿Qué significa eso?

Damián resopla mirando al cielo y abre los brazos con exasperación. —Descubrió que su príncipe azul también puede convertirse en una bestia si lo cabrean.

¡Ah! ¿Qué esperaba que hiciera? Mi reacción también fue violenta, no podía pensar, pero nadie puede tratarla de esa manera.

—Nos vemos más tarde —digo subiendo dos escalones a la vez y luego me vuelvo hacia Carlos—: Él es mío, volveré pronto —digo señalando la celda mientras me voy. Haré sufrir a Julián personalmente, nadie puede detenerme, me prometí que le haría pagar por lo que le hizo a Kas y así será.

—Kas.

No se da la vuelta, sigue caminando.

Corro tras ella, casi la alcanzo, pero abre la puerta y se lanza al pasillo, logrando ganar metros de distancia entre nosotros. A paso rápido, atraviesa el atrio y sale por la puerta.

Está huyendo, está huyendo de mí. ¡Mierda!

—¡Kasandra! —grito.

Esta vez se vuelve, me mira como si no me conociera y comienza a correr hacia su casa.

¡Me tiene miedo!

—Maldita sea —estallo corriendo tras ella, pero no en serio ya que voluntariamente le di alguna ventaja.

Llegada frente a la puerta de la casa la abre rápido y cuando intenta cerrarla ya la he alcanzado, la empujo con el hombro, impidiendo que me mantenga fuera de su mundo.

—¡Vete! —trina.

—Ya vale —afirmo severo. Abro la puerta con prepotencia y una vez dentro, cierro. Ella retrocede, yo avanzo. Como un depredador, tomo su rostro entre mis manos y apartando los mechones que caen sobre su rostro, la beso. También he aprendido a amar sus muros defensivos, pero no me gusta verla escapar por mi culpa. Parece asustada, veo ansiedad en sus ojos y no entiendo qué la causó.

—¿Por qué estás huyendo de mí? —pregunto mirándola directamente a los ojos.

—Yo... No... Es que...

Suspiro. Debo mantener la calma, aunque en los últimos días he estado experimentando tantas sensaciones contrastadas que ya no tengo paciencia. He intentado por todos los medios infundirle serenidad, pero no puedo controlar mis emociones cuando se trata de ella y la amenaza de que alguien pueda dañarla.

—¿Tú qué, Kasandra? ¡Habla, carajo!

Estoy cansado de hacer lo imposible y al final ella cierra la barrera y me deja fuera de su mundo. Esta vez no se saldrá con la suya, tiene que aprender a hablar, prefiero sus arrebatos que sus silencios. Si se cierra, tengo miedo de perder todo el progreso de lo que hemos hecho; tengo miedo de que deje de interesarse por mí.

Se muerde el labio nerviosa con los ojos fijos en los míos y finalmente explota. —Yo no te hago bien —expone—. Te hice que te volvieras como nosotros, tú... no eras violento, nunca le has pegado a alguien así. —Sus ojos brillan, Dios está a punto de llorar—. Yo infecté tu maravillosa vida. Tienes una madre que te ama, un hermano que te ve como su ídolo, eres un hombre de principios sólidos, pero yo soy todo lo contrario. Mi vida es podrida, triste, ilegal.

Intento calmarme y reflexionar sobre sus palabras porque creo que lo he entendido mal. Sus pensamientos son absurdos.

—¿Crees que es tu culpa?

Ella asiente. Apoya las manos en el borde del armario junto a la puerta del dormitorio y trata de sostenerse, parece que está a punto de colapsar en cualquier momento.

—No es tu culpa —específico eliminando la distancia entre nosotros—. Esa reacción se debe al hecho de que Julián secuestró a mi mujer, la tocó... la golpeó. —Sigo poniendo mis manos cerca de los lados de su cuerpo, pero no la toco, todavía no—. Y te juro, Kasandra, que no he terminado con él.

Su labio inferior está temblando, me gustaría sostenerla en mis brazos y tranquilizarla, pero necesito aclarar la situación y revelar también ese lado de mí. —Te mostré dulzura porque te la mereces, te mostré mi amabilidad porque te la mereces, pero nunca dije que soy un santo —abre la boca para hablar, pero mi mirada sombría la silencia—. Contigo soy el hombre que te mereces y lo que realmente soy pero como te dije en el pasado... mataría por ti.

Acerco mi cara a la suya, rozo su nariz con la mía mientras sostiene mi mirada. —No me mires con miedo en los ojos, Kas. No soy un monstruo.

Sus ojos se llenan de lágrimas, cayendo lentamente sobre su hermoso rostro, partiéndome en dos, matando incluso mi parte dura y controlada. Tal vez ella no estaba preparada para ver ese lado de mí, pero no puedo contenerme cuando se trata de ella.

—Por favor, no llores —suplico.

Toma mis manos entre las suyas y las mira. —No quiero que te hagas daño, no puedo soportarlo —aguanta la respiración y luego deja salir el aire—. Tengo que curarte, te arriesgas a pillar una infección. —Su mano se envuelve alrededor de mi muñeca y suavemente me lleva al baño—. Siéntate —ordena apuntando el borde de la bañera. Me da la espalda, abre el armario junto al lavabo y saca el botiquín de primeros auxilios.

Me siento y examino su figura. La postura rígida ha dado paso a la más relajada, se siente segura en su casa, pero todavía hay algo que la molesta.

Vuelve a mí y coloca los elementos en un mueble cercano, luego sin decir nada y sin mirarme abre el agua y comienza a llenar la tina.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto.

Me mira. —Necesitas un baño, tienes sangre por todas partes —suspira. Su tono es delicado, pero también exhausto—. Mientras tanto, lávate las manos en el lavabo.

Desearía estar en su cabeza para saber lo que está pensando, desearía poder liberar su mente y dejarla sólo con buenos recuerdos.

Me lavo las manos, quitando también la sangre de mis brazos y miro la camiseta manchada con aquel líquido rojo reflejado en el espejo. Parece que salí de una película de terror.

—Pediré a alguien que traiga ropa limpia mientras te bañas.

Vuelvo a su lado y me siento donde estaba antes. —Podrías darte un baño conmigo —propongo.

Su mirada es cautelosa. —No es lo suficientemente grande para dos personas.

Qué tontería, hasta dos pueden dormir en su bañera.

Le sonrío débilmente: —Si quieres, el espacio se busca.

Me mira fijamente esperando que haga algún movimiento, pero esta vez tiene que ser ella la que decida.

Pasan varios minutos, el sonido del agua se detiene y su voz rompe el silencio: —Dame tu mano, tengo que curarte.

No me gusta la distancia que está tratando de poner entre nosotros, es frustrante. Levanto ambas manos sosteniéndolas suspendidas en mi pecho y dejo que las cure, mirándola con atención.

Ni una palabra.

Ningún intercambio de miradas.

¿Por qué cuidarme si quiere evitarme?

Varios minutos después, sus ojos se encuentran con los míos.

—Terminé.

Ni media sonrisa. Sólo hay tormento. Es frustrante lo que siento, tengo la impresión de no hacer nunca lo suficiente o no hacer nunca lo correcto. Con ella siempre debo tener cuidado, porque podría perder todo el progreso que hemos hecho.

Miro la gasa que envuelve mis nudillos. —No podré lavarme solo —comento con la esperanza de ver su reacción.

La obtengo. Se sonroja mientras su mirada rebota de mí a la bañera: —Tienes razón, no había pensado en eso.

Satisfecho, espero a ver cómo pretende salir de la situación que ella misma ha creado.

Sólo ahora observo que también su ropa está manchada con mi sangre. La camiseta tiene varias manchas mientras que los pantalones de chándal están casi intactos, si no fuera por dos gotas que seguramente cayeron sobre ella durante la cura.

—Tú también estás sucia —señalo su ropa—. Necesitas un baño tanto como yo.

Me mira amargada. —Me gustaría, pero... todavía no estoy preparada para eso.

Me quedo en silencio y reflexiono. ¿Cómo puedo hacerle saber que conozco su pasado sin decírselo directamente?

—¿Aún confías en mí?

No lo piensa y asiente.

Bueno, al menos eso no ha cambiado.

—Te propongo el juego del silencio. —Descanso mis manos en sus brazos—. Si confías en mí ciegamente, me dejarás hacer.

No dice nada. Ni siquiera cuando mis manos bajan y tomo el dobladillo de su camiseta entre mis dedos.

Puedo sentir su tensión, pero estoy prestando atención, seré cauteloso y no me esforzaré más si ella no quiere.

—Levanta los brazos.

—Adrián —susurra—. No creo...que —No consigue hablar, traga.

—Juego de silencio. —Le recuerdo—. Confía en mí y escucha lo que no te diré en voz alta.

Vacilante, aguanta la respiración mientras levanto el fino tejido para revelar su plano vientre.

Caigo de rodillas y beso aquel espacio abierto que nunca antes había visto.

Besos lentos y suaves que la hacen temblar.

Siento sus dedos en mis brazos deslizándose hasta que llegan a mis manos, apoyadas ahora en sus caderas.

Escucha lo que vivo.

Siénteme, Kas.

Me levanto y ella eleva los brazos mientras sigo levantando su camiseta quitándosela por completo.

El sujetador azul retiene dos pechos perfectos, ni demasiado pequeños ni demasiado grandes. No me detengo mucho en esta parte del cuerpo que volvería loco a cualquier hombre, esta noche la mía es una misión difícil. Si quiero hacerla sentir bien y si quiero que confíe en mí totalmente, tengo que darle la oportunidad de dar pasos lentamente, el contacto físico llegará de forma gradual, cuando esté lista, quiero sin embargo guiarla por el camino correcto sin invadir demasiado el espacio seguro que se ha creado.

Tomo sus manos y las coloco en el borde de mi camiseta sin dejar de mirarla a los ojos.

Desnúdame. Es lo que le digo sin hablar.

Ojalá ella amase cada centímetro de mí, como yo amo cada centímetro de ella.

Siento el contacto de sus dedos en mi piel mientras toma el tejido y lo levanta para revelar mi abdomen.

Sus ojos dejan los míos y se enfocan en mi cuerpo. Imitándome, se inclina hacia adelante y con suaves besos dibuja un círculo alrededor de mi ombligo.

Se necesita mucha fuerza de voluntad para mantener el control, no es nada fácil mantenerse concentrado.

Sube por mi pecho, empujando la camiseta hacia arriba hasta que la quita por completo y la tira al suelo.

Sus besos no paran, continúan su camino, torturándome. No puedo tocarla de repente, se asustaría y lo arruinaría todo.

Cierro los ojos, contando mentalmente para no moverme. No puedo decir lo que me gustaría hacerle, escaparía.

Aprieto la mandíbula cuando llega a mi cuello y posa sus manos sobre mi pecho.

¡Mierda! No puedo cohibirme hasta este punto. Si no la toco inmediatamente, me volveré loco.

Con cuidado, coloco una mano en su espalda, la siento estremecerse, pero nada más. Se empuja hacia mí haciendo que nuestros cuerpos se adhieran, dándome así el golpe de gracia.

Kasandra Reyes es la responsable de la erección que apenas puedo mantener en mis pantalones.

Continúa besando mi cuello y se frota contra mí, sin darse cuenta de lo que me está causando.

—Kas. —Mi voz transmite demasiada excitación, pero no puedo ocultarlo, no después de lo que está haciendo.

—Yo también, Adrián —responde haciéndome entender que siente lo mismo—. Quítame los pantalones. —Su voz es exigente y me sorprende.

Mis manos bajan al elástico del traje y con mis dedos le tiro los pantalones hacia abajo. Primero levanta un pie, luego el otro y la libero de aquella tela que cubre sus delgadas piernas. Paso mis dedos lentamente por su cuerpo comenzando desde los tobillos. Subo de nuevo continuando, deslizándolos sobre su piel y vuelvo a ponerme de pie esperando que ella haga lo mismo conmigo. Estoy un poco preocupado por la reacción que podría tener al notar el bulto debajo de los calzoncillos; justo mira hacia abajo en ese punto y le resulta difícil bajar mis jeans.

Se aclara la garganta avergonzada. —Creo que necesito ayuda— dice moviendo un mechón de cabello detrás de su oreja.

Lo que está pasando es paradójicamente excitante y divertido a la vez; para no prolongar la vergüenza, me deshago de los jeans rápidamente. Nos quedamos sólo en ropa interior, uno frente al otro, estoy feliz porque ella ha elegido exponerse por mí y conmigo.

Desnudarla por completo es lo que quiero, pero después de saber por Carlos el pasado de Kasandra, no quiero apurar los tiempos, prefiero hacerlo todo con calma para que tenga un buen recuerdo de nuestro encuentro.

—Ven —digo tomando su mano. Sumerjo un pie en el agua caliente, luego el otro y me estiro con cuidado. Una vez que me he calmado, separo las piernas y le dejo suficiente espacio.

Ella mira mi cuerpo sumergido en el agua, luego vuelve su atención a mi cara. Frunce los labios y parece a punto de decir algo, pero se lo piensa. Entra en la bañera y se acuesta entre mis piernas dándome la espalda.

Su dorso descansa cautelosamente sobre mi pecho y su cabello se esparce sobre mi piel haciéndome cosquillas. Todo mi cuerpo se relaja disfrutando del contacto. De su calidez.

Dejo ir un largo suspiro y cierro los ojos mientras acaricio su cabeza con movimientos lentos.

Las manos de Kas descansan en mis piernas, siento su cuerpo relajarse a medida que pasan los minutos.

—No es lo mejor tener un tronco presionándote la espalda baja —comenta—. No estoy cómoda.

Me echo a reír, mi pecho vibra. Es sorprendente lo tímida y descarada al mismo tiempo. También la amo por eso.

—Si te sientas sobre mí, verás que es más cómodo.

Mi risa es aparentemente contagiosa, ambos reímos.

—¿Estás intentando algo Herrera? —pregunta inclinando su rostro hacia mí. Su mirada está llena de deseo, pero tal vez lo estoy imaginando porque es lo que yo quisiera.

—Siempre lo intentaré contigo —respondo con sinceridad.

De repente el ambiente cambia, la risa deja paso al deseo. Kas se pone de pie y sorprendiéndome, cambia de posición, realmente está considerando mi consejo. Ella pone sus rodillas a los lados de mis piernas y tranquilamente se inclina sobre mí, sus pechos presionando mi pecho, su intimidad presionando la mía.

¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!

—Tengo que admitir que tienes un excelente autocontrol —comenta desafiante, colocando su mejilla en mi hombro.

Mi miembro palpita, patalea por lo que ambos anhelamos. A ella.

—Si continúas así, será difícil controlarse.

Traga. —¿Y si eso es justo lo que quiero?

—Te daría lo que quieres —respondo envolviéndola en mis brazos.

Cierra los ojos y se relaja, su mano acaricia mi rostro con una ternura que desarma. Si ella nunca ha tuvo una relación, yo nunca tuve la atención que Kas, sin saberlo, consigue darme.

—¿Cómo suele funcionar? —pregunta.

—¿El qué?

—Nunca he tenido relaciones íntimas —confía en mí y está tranquila. —Parece imposible, pero...

Le tapo la boca, colocando mi dedo índice en sus labios.

—Cuando te vi por primera vez, supe de inmediato que eras diferente. Siempre te he visto por lo que eres y no por lo que muestras.

Sonríe tímidamente y mira sus dedos que bajan por mi cuello y continúan en mi pecho.

Con movimientos lentos y elegantes, que sólo ella puede hacer, roza mis labios con sus dedos húmedos, los desea con los ojos.

—La primera vez que te vi pensé que tú eras todo lo que yo imaginaba. Encantador, divertido, sencillo. Estaba enojada conmigo misma, no quería aceptar la verdad e hice todo lo posible para ignorarte —suspira —. No te merezco, pero no puedo detener lo que siento.

—¿Por qué no deberías merecerme?

—Porque mi vida no es para todos y si hubiera tenido otra opción no habría elegido esta —responde con calma.

—Siempre estás a tiempo para hacer una elección diferente. Carlos lo entendería si supiera lo infeliz que eres en lo que haces.

Incapaz de sostener mi mirada, me abraza y permanece con la mejilla presionada contra mi pecho.

—Amo mi trabajo y Carlos me lo ha dado todo, no puedo darle la espalda —murmura. —Hizo tantos sacrificios por mí y por los chicos.

—Lo sé —digo. Pero si no eres feliz, deberías decírselo. No creo que él prefiera tenerte aquí sabiendo que te gustaría vivir en otro lugar y tener una vida diferente —agrego.

Conozco a Carlos, si supiera la verdad la entendería. Le dio a Kas una dirección a tomar, pero no creo que la obligaría a seguirla si supiera lo que piensa.

—Si pudieras elegir, ¿a dónde irías? —pregunto, aunque puede que no me guste su respuesta.

—Me gustaría tener una pequeña joyería, no me quiero ir de Cuba, me gusta estar aquí. No sé si lo entenderás. Soy una persona bastante aburrida, me gusta una vida tranquila y no demasiado movida.

Contengo la risa. —¿Tú, aburrida?

—¡Sí!

—No, creo que eres la persona más sorprendente que conozco, nunca sé qué esperar de ti —digo levantando su barbilla con mi dedo índice.

—¿Y si algún día te cansas de mí? —pregunta examinándome cuidadosamente—. Puedes descubrir que tengo razón.

—Bueno, me arriesgaré. —Presiono mis labios contra los de ella.

—Tu juego del silencio ha fallado estrepitosamente, no hemos hecho más que hablar. —Me recuerda intentando retirarse.

—En realidad era una táctica, sabía que no podrías mantener la boca cerrada —respondo en tono de broma.

—Podría sentirme ofendida. —Se haca la susceptible.

Siento una sensación de alivio al verla a gusto, abrazándome, dentro de una bañera.

—Debes lavarte antes de que el agua se enfríe.

No tengo ganas de moverme, estoy bien en esta posición. Cierro los ojos y dejo que mi cabeza se apoye en el reposacabezas.

—¿Adrián? —musita.

—¿Sí?

Silencio. Siento su respiración corta. Puedo notar su tensión.

Apenas abro un ojo y la miro con interés. Está reflexionando sobre algo importante porque su mirada está angustiada.

—¿En qué está pensando esa cabecita?

Me mira y se sonroja: —En ti.

Kas se desliza hacia abajo y se aleja de mí, pero no voy a romper el contacto entre nosotros, así que me pongo un poco más recto, envuelvo mis brazos alrededor de su cintura y la arrastro entre mis piernas presionando su espalda contra mi pecho.

—¿Por qué pensar en mí cuando me tienes aquí? —digo abrazándola más—. Vamos, dime qué te molesta, ojos hermosos.

Su pecho vibra levemente. —¿Ojos bonitos? Esto es nuevo— comenta con diversión—. Creo que me llevará algún tiempo acostumbrarme a ti.

Mis manos suben por su espalda y masajeo sus hombros.

—¿Te sientes atraído por mí? —pregunta de repente.

—¿Quieres la respuesta del caballero o el pensamiento de Adrián? —pregunto.

Se lo piensa y vuelve un poco la cara para mirarme: —Quiero arriesgarme, dime lo que piensas.

Sonrío. —Creo que mi pene duro, presionado contra tus nalgas, demuestra ampliamente lo atraído que estoy por ti. —La veo hundir la cara de vergüenza, pero no puedo detener mi lengua—. Eres una mujer hermosa y no siempre tengo pensamientos puros y delicados cuando te miro.

Abre la boca para hablar, pero lo piensa y vuelve a cerrarla. Sus ojos verdes me miran con determinación.

—Por alguien como tú vale la pena esperar —declaro sincero—. No hay prisa.

Sonríe y besa mi mano apoyada en su hombro: —Gracias.

Toma la esponja de la canasta en el soporte de madera al lado de la tina y la sumerge en agua.

Su mano acompaña la esponja por mi brazo, luego pasa al otro, mientras yo sigo disfrutando de la vista de la mujer que amo mientras me lava.

Ninguna mujer me había cuidado jamás, aparte de mi madre.

Extiendo la mano y tomo la otra esponja de la canasta. Después de remojarla, la pongo en la base de su cuello y la arrastro hacia abajo. Miro su sostén y creo que me gustaría verla desnuda, tocar cada parte de ella, pero me abstengo de quitárselo.

Kas mueve su cabello, ahora húmedo, hacia un lado, dejando al descubierto su cuello: —¿Puedes quitarme el sostén?

Sorprendido por sus palabras detengo mis movimientos, es como si hubiera leído mis pensamientos. —¿Estás segura?

Asiente y me mira por el rabillo del ojo.

—No tienes que hacerlo, puedo esperar —aclaro, pero mis manos están listas para quitar el poco tejido de su piel.

—Estoy bastante segura de que por la forma en que te comportas, sabes de mi pasado, Carlos debió habértelo contado. Gracias por tu delicadeza y paciencia, pero ahora mismo estoy bien, quiero continuar y no permitiré que el miedo lo arruine todo —suspira—. Ayúdame a hacerlo.

Quiero verla desnuda, quiero sentirla bajo mi roce, pero tengo miedo de que se me escape de las manos y desaparezca de mi vida sólo porque he tenido demasiada prisa.

Mis dedos bajan a sus hombros, alcanzan los ganchos de su sostén y los suelto mientras beso su cuello. Un movimiento decisivo pero no apresurado y el sujetador le libera la espalda.

Kas no dice nada, se lo quita y toma la tela que cubría sus pechos en sus manos, la mira y luego la deja caer al piso.

No sé qué hacer, pero sé lo que me gustaría hacer.

Tocarla.

Toma mis manos, las mueve colocándolas sobre sus pechos: —Tócame como quieras, sé que no me harás daño.

Suspira y sigo ese sonido sufriendo por ambos. La deseo, no puedo negarlo ni pretender que sentir sus pechos en mis manos no me causan nada. La excitación es evidente, mi miembro debajo de los calzoncillos presionado contra sus nalgas lo evidencia.

—¿Qué estás pensando? —pregunta volviéndose para mirarme sólo con el rabillo del ojo. Podría decirle que pienso en otras cosas, pero la verdad es que sólo pienso en ella y en lo mucho que me gustaría hacerla mía.

—Creo que me gustaría hacer el amor contigo.

Silencio. Ninguno de los dos se mueve.

Llevo mis labios a su oído. —Pero puedo esperar.

No quiero que ella se esfuerce en ofrecerme algo que no está preparada para darme. Sé que un día, cuando le haga el amor, será especial y Kas lo recordará muy bien.

—Espérame —susurra en un tono cálido poniendo sus manos en mis piernas; apoya su cabeza en mi pecho y cierra los ojos, respirando profundamente—. Se está bien, incluso si el agua ya está helada.

Me río envolviéndola con mis brazos: —Si quieres podemos salir.

—Prefiero quedarme en esta posición un poco más, si no te importa.

Me quedaría dentro de esta bañera para siempre, si eso significa verla a gusto.

—Todo el tiempo que necesites —contesto.

Cierro los ojos escuchando nuestras respiraciones.

Dejo el mundo afuera, disfruto de ella y de todo lo que ella puede darme.

 

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