Kasandra

Kasandra


Capítulo 21

Página 24 de 43

Capítulo 21

Kasandra

El interior del Boeing es espectacular, amplios espacios, cuidado y con un mobiliario moderno en tonos suaves.

—Felicitaciones, Iván, puedes impresionar a cualquiera con tu jet —comento enfocando mis ojos en la gran mesa de madera lacada en el centro de una espaciosa sala.

La presencia de Iván la noto detrás de mí. —445 metros cuadrados transitables —dice moviéndose a mi lado—. Una cabina personal, la sala de estar, la oficina y el comedor. 367 millones de dólares bien gastados —concluye orgulloso.

No me derrumbo, pero estoy sorprendida. No creí que el costo del jet excediera con mucho la inversión total de Hacienda Esperanza.

—Toma asiento —dice en un tono amistoso, señalando una silla de cuero blanco de aspecto cómodo. La idea de estar de pie no me emociona, quizás relajarme y dejar que la velada termine tranquilamente sea la solución más plausible. No creo que Iván quiera dar pasos en falso, obviamente intentará retomar la cuestión de nuestra unión, pero es un hombre lo suficientemente inteligente como para entender que en determinadas situaciones es mejor mantener un comportamiento adecuado. Una vez que me siento, observo que tenía razón, la silla es condenadamente cómoda.

Dejo las carpetas sobre la mesa, colocada entre los dos sillones, mientras él toma dos copas de champán que una azafata sostiene en la bandeja.

La chica mantiene la mirada baja, su rostro se ve tenso, como si tuviera miedo. No puedo culparla, la sola presencia de Iván es intimidante.

—Brindemos. —Me entrega el vaso y quizás por primera vez, veo una sonrisa espontánea.

—Por el acuerdo. —Levanto la copa y tomo un pequeño sorbo. Su mirada intensa está fija en la mía y es como una campana de alarma.

El lobo está de caza otra vez.

Se confirma que consigo meterme en situaciones singulares, impulsada por la rabia y las ganas de rebelarme puedo llegar a estropear mi vida. Ya me imagino a Carlos cuando le hable de la velada. “Te dije que no te encontraras con él.” Será una de las primeras frases que me dirá. Y no puedo sino darle la razón.

Alejo mis pensamientos y abro la carpeta con el pacto, leo atentamente lo que está escrito. Todo parece regular. Todo perfecto, hasta que mi mirada se posa en el cheque en blanco de la última página.

—¿Qué es esto? —pregunto mirándolo.

Inclina su cabeza: —Un regalo para Hacienda Esperanza. Tú decides la cantidad.

Está tratando de comprarme. Está realmente dispuesto a hacer cualquier cosa por tenerme, tengo que felicitarlo.

—Hasta donde sabes, podría escribir una cantidad que exceda tu fortuna.

Bebe de su copa y la coloca en la bandeja que la azafata le ofrece puntualmente.

—¿Me serviría toda mi fortuna para tenerte?

No sé qué decir. ¿Renunciaría a todo por mí? Me parece imposible, sólo está fanfarroneando.

Sonrío burlonamente. Si queremos jugar a este juego, puedo fingir en grande.

—Depende de cuánto hablemos.

Se inclina lentamente hacia adelante apoyando los codos en las piernas y une las manos llevando los dedos índices frente a su boca. Está reflexionando mientras me observa con interés.

—Dime cuánto vales.

Cualquier mujer en este momento debería sentirse ofendida. ¿Cómo se puede preguntar cuánto vales? No hay vara de medir. Sin embargo, encuentro todo esto muy divertido, me hace entender que tengo el poder en mis manos y que puedo tener lo que quiero, aunque no quiera nada de él en particular.

Con indiferencia, cruzo las piernas y le sonrío. —No puedes permitirte a alguien como yo.

Quizás sea una frase presuntuosa, pero la velada está resultando muy estimulante y no voy a parar.

Parece divertido. —¿Y tú, puedes permitirte a alguien como yo? —rebate con una provocación.

A ratos también puede resultar divertido si le pone empeño y no puedo negar que esto lo vuelve más humano.

—¿Quién dice que quiera a alguien como tú? —pregunto provocándole.

Se levanta bruscamente y se sienta en la mesa de café frente a mí. Mi cuerpo se pone rígido cuando su rodilla me roza. Pero el peor momento que amenaza con arruinarlo todo llega cuando me pone la mano en la pierna.

—Tu cuerpo lo dice Kasandra. —Sube con sus dedos sobre mi muslo. Con un brusco movimiento de mi mano, los aparto, eliminando el contacto.

—No quiero que me toquen —susurro.

Me sorprende cómo mantuve el control y no me asusté. En el pasado, tal gesto me habría hecho entrar en pánico. Cambio mi atención hacia esto, porque por momentos, estoy sorprendida. He mantenido el control. Aunque mi corazón se está volviendo loco, no entré en pánico y él no notó nada.

—¿En qué está pensando mi reina?

La voz de Iván me despierta del entumecimiento momentáneo.

—Creo que eres un hombre polifacético, Iván Volkov. Y es una pena que no esté interesada en nuestra unión. —Respiro hondo y continúo—. No me malinterpretes, realmente aprecio tu perseverancia y franqueza, pero eso no es lo que quiero.

Se ríe de buena gana. —¿Franqueza? Cariño, si quisiera ser franco te hubiera dicho que desde el primer momento en que te conocí no puedo esperar para follarte y hacerte gritar mi nombre.

Mi boca se abre de par en par con horror. Dios, que asco. No debería sorprenderme, la gente como él tiene un lenguaje colorido, pero de todos modos no me gusta que me hablen así.

—Tienes un cuerpo que libera sensualidad. Cada vez que escucho tu voz, sólo pienso en el efecto que tendría en mí oírte gritar mi nombre...

—Basta —digo haciendo un movimiento seco con la mano—. He entendido. —Presiono mi cuerpo contra el respaldo de la silla tratando de poner distancia—. Si no te importa, me gustaría hablar de trabajo —digo con tono indiferente—. ¿Cuándo crees que podré visitar la mina?

Su mirada se ilumina, como si hubiera pensado en algo brillante. —Estamos en mi jet —me recuerda—, podemos ir allí ahora.

—¿Ahora? —Mi reacción de asombro lo satisface.

—Ahora mismo. Por qué perder el tiempo.

No, no y no. Es una mala idea, no tengo protección. Estaría a merced de Iván y considerando las libertades que se está tomando, imagino que seguirá sin inmutarse si sigo a solas con él. Su oferta, sin embargo, es tentadora, llevo meses siguiendo la negociación y finalmente tengo la oportunidad de tocar de primera mano lo que será un proyecto a largo plazo y que llevará a mi familia a otro nivel.

—Tu oferta es irresistible, pero tengo algunos compromisos inderogables para mañana.

La llegada de Adrián, por ejemplo.

No veo la hora de pasar tiempo con él y después de su mensaje, estoy emocionada de poder pasar unos días juntos lejos de todos.

—Lástima —dice aparentemente entristecido—. Podemos sentarnos a cenar. —Señala la mesa perfectamente puesta y espera a que me levante de la silla. Como un verdadero caballero mueve mi silla antes de que me siente, noto su mirada en mí, su respiración demasiado cerca y cada momento que paso estoy en alerta.

Iván Volkov es un hombre que no debe ser subestimado, nunca.

—Les pedí que prepararan platos típicos de mi país, me gustaría conocer tu opinión —dice sentado frente a mí.

—Gracias por el detalle. —Esbozo una sonrisa y miro el primer plato.

—Eso es okróshka —explica—, una sopa fría.

Interesante. Tomo la cuchara mientras examino el contenido del plato. No puedo esperar para probarlo, tengo curiosidad por saber a qué sabe. Uno de mis muchos deseos siempre ha sido viajar, conocer diferentes culturas y degustar los platos típicos de cada país.

El sabor de la sopa es picante y refrescante, creo que hay algunos pepinos dentro.

—Me gusta mucho —digo mirando a Iván.

—A mí me complace ver lo entusiasmada que comes los platos de mi país —responde con satisfacción antes de meter la cuchara y empezar a comer.

Curiosa miro una canasta con pequeños discos que se asemejan a las focaccias degustadas en Toscana.

—¿Qué son? —pregunto tomando uno.

Llena nuestras copas de vino. —Vatrushki. Están llenos de ricota.

Muerdo un cuarto y la suavidad explota en mi boca. Dios mío, sabe muy bien. Cierro los ojos con la dicha que me mueve el mundo culinario, y observo que no estoy sola y abro los párpados. Iván me mira con curiosidad, pero al mismo tiempo demasiado tenso.

—Eres un descubrimiento agradable, Kasandra.

No sé qué decir cuando recibo cumplidos. Sobre todo sabiendo que el hombre frente a mí está interesado en tener algo más y no se trata de asuntos laborales.

La cena transcurre en silencio, hay varios intercambios de miradas entre nosotros, parece estar estudiándome y rezo para que termine lo antes posible.

—Hay una piedra muy rara que me gustaría agregar a mi colección, estaría dispuesto a pagar cualquier cantidad por ella.

Me limpio las comisuras de la boca con el rectángulo de tela marfil. —¿Qué tipo de piedra?

—Ya tiene dueño y por lo que sé no lo va a ceder —explica.

—¿Me estás preguntando si también robamos piedras de otras personas en nuestro tiempo libre? —pregunto sarcástica.

La comisura de su boca se levanta, insinuando una media sonrisa. —No, te estoy preguntando si puedes interceder por mí.

Apoyo las manos en mis piernas debajo de la mesa y miro con decisión a Iván. —¿De qué piedra estamos hablando?

Toma un sorbo de vino y luego se lame el labio inferior. —Painita.

Enderezo mi espalda. —Es muy rara, pero no imposible de encontrar.

Todo se puede tener, excepto la que tengo yo, pero él no puede saberlo.

Teníamos un trato con el cartel mexicano cuando tuve la oportunidad de poner mis manos en aquella piedra. Si no eres un experto, es posible que no sepas que hay un número limitado de Painitas con la transparencia adecuada para convertirla en joya. Cuando vi las piedras no quise creer que yo también tenía aquella en mis manos. Nadie entendió que era Painita, sólo yo. Quizás el origen de los productos no era legal, tenían demasiada prisa por vender una carga de piedras en bruto de diferentes tipos. Había actuado como si nada al comprarlas a su valor normal, pero en realidad una, en particular, valía mucho más. Le pregunté a Carlos si podía guardarla para mí y agregarla a mi colección privada. No tenía nada de qué quejarse, pero ni siquiera él conocía su valor real.

—La piedra que quiero no es como las demás, tiene una luz diferente, es un rojo particular.

Me aterroriza que esté describiendo mi piedra a la perfección.

¿Cómo puede ser que de repente Iván se haya convertido en un experto?

—Te contaré una historia, Kasandra —descansa los codos sobre la mesa—, creo que la encontrarás muy interesante.

Estoy esperando. Me temo que no me va a gustar lo que va a decir.

—Antes de conocer a Carlos, estaba haciendo negocios con un político mexicano con el comercio de piedras, pero un día recibí una llamada desagradable que arruinó nuestra relación —hace una pausa y me inmoviliza con la mirada—. Mi carga fue robada. Millones de dólares se esfumaron, pero lo que más me cabreó y arruinó nuestros acuerdos fue que entre tantas piedras había una que iba a completar mi colección, una Painita muy rara, de las que sólo quedan diez ejemplares en el mundo. Su mirada me prende fuego y me siento acorralada.

—Cuando atrapé a los hombres que habían robado mis pertenencias, mi cargamento ya no estaba en su poder. Os habían vendido mis piedras, así supe de Carlos y sus actividades.

¡Mierda! Tengo su piedra. La situación es más complicada de lo que podría haber imaginado.

—Nunca te interesó nuestro negocio, sólo querías lo que te robaron.

Mantengo una actitud relajada, como si nada de esto me preocupara.

—Estoy realmente interesado, pero tú tienes algo que me pertenece Kasandra y haré todo lo que esté en mi mano para recuperarlo —amenaza.

Creo que me metí en un gran problema y me temo que no podré manejar la situación.

Respiro, mantengo la calma y me levanto como si nada. Tomo las dos carpetas y le sonrío porque tengo que ser creíble.

—No tengo tu piedra, pero si crees que puedes amenazarme, te equivocas. —Me doy la vuelta y camino hacia la salida.

Se fanfarronear, se fanfarronear. Me repito para no mostrar mi tensión.

Desciendo la escalera del jet con confianza, sin mirar nunca atrás.

—¡Kasandra! —grita Iván detrás de mí—. Si no me das lo que es mío yo tomaré lo que es tuyo.

Mis zapatos tocan el suelo y me vuelvo hacia él.

—No tengo nada mío, Iván. —miento.

Llego hasta el mismo coche con el que nos trajeron aquí, el conductor me mira y luego mira a Iván.

—¿Señor?

—Iván, dile a tu chófer que me gustaría que me llevara a casa.

Me alcanza, su mano descansa sobre la puerta. —No te vayas. Quiero encontrar una solución. Esa piedra es importante, no tiene valor económico. —explica en un tono más suave.

Sorprendida por su cambio de humor, doy un paso atrás. —No tengo esa piedra —insisto exasperada.

Está demasiado seguro de que tengo su Painita, pero nadie lo sabe excepto yo.

—No puedes entenderlo. Había buscado esa piedra porque me recordaba un período importante de mi pasado —dice desplazándome.

El deseo de irme se está desvaneciendo, la curiosidad por saber qué impulsa a un hombre como Iván Volkov a querer esa Painita es más fuerte. Impongo a mi cuerpo a irse, pero no se mueve. Me quedo clavada donde estoy, mirándolo.

—Dirías cualquier cosa para conseguirla —comento.

La expresión dura da paso a una melancolía que se refleja en su mirada. —No estoy acostumbrado a hablar de mi vida privada, me cuesta mucho explicar por qué esa piedra debe ser mía. Eres una mujer inteligente y lo que haces por la Hacienda Esperanza es admirable, te hace mejor persona que yo —su tono es tranquilo—. Tienes un cheque en blanco, puedes escribir lo que quieras en él, usar aquel dinero para los niños que tanto quieres, pero devuélveme lo que significa tanto para mí.

¿Iván realmente me está rogando? Por un momento decido quitarme la máscara y tratarlo como a un ser humano con necesidades. Conseguí esa piedra por casualidad y la guardé para mí, pero si tiene un valor emocional para él, el asunto cambia.

—¿Por qué debería confiar en tus palabras? —insisto. No me fío de él.

—Porque soy un hombre sincero y de palabra. ¿Quieres que te deje en paz? Lo haré. ¿Quieres que Carlos se encargue de mis asuntos de ahora en adelante? Sera hecho. Pero necesito que me des mi Painita.

Entonces, si le doy la piedra, dejará de molestarme y como bonificación, tendré un cheque para usar en la Hacienda. Evalúo su propuesta, reflexiono sobre lo que supondría admitir tener esa piedra, pero ahora está claro que cree que está en mi poder.

—¿Puedo saber lo que significa para ti? No quiero ser entrometida, pero estás dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirla y eso me despierta curiosidad.

Mira a su alrededor y luego le hace un gesto al conductor para que se vaya. Una vez sola, acerca su cuerpo al mío, su rostro casi me roza: —Cuando era niño, mi madre solía contarme la historia de un mago y su gema Painita, que era mágica. Fueron los mejores años de mi vida, era un niño feliz que soñaba despierto. Esa piedra me recuerda mi infancia, mi madre, mi felicidad. Por eso la quiero.

Por mucho que no apruebe la vida que lleva y las decisiones que toma, en mi corazón sé lo que significa tener una infancia feliz y no querer renunciar a ella. Los recuerdos son importantes. Los guardamos celosamente en nuestro corazón y cuando los necesitamos, los sacamos pieza a pieza para sentirnos vivos. No se puede rebobinar el tiempo, pero sí que los recuerdos pueden revivirse cuando uno lo desee.

—Llévame a casa, Iván. Creo que te debo algo que te pertenece —digo simplemente en el momento antes de subir al coche.

Se sienta a mi lado. —Gracias.

Una palabra que calienta el corazón y me hace comprender que tomé la decisión correcta. Renunciaré a la piedra, no por él, sino por sus recuerdos, para que no se pierda por completo convirtiéndose en un hombre desprovisto de sentimientos.

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page