Kasandra

Kasandra


Capítulo 27

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Capítulo 27

Kasandra

Después de pasar un día con su familia, Adrián me llevó a Hacienda Esperanza a última hora de la tarde. Recibí una llamada de Gracia, necesitaba mi opinión sobre la decoración del ala oeste que recién se ha terminado. Durante el próximo mes, podremos acoger a más niños y eso tan solo puede hacerme feliz. Vi la decepción en los ojos de Adrián mientras hablaba con Gracia por teléfono. Creo que esperaba pasar la noche conmigo y aunque me gusta la idea, tengo responsabilidades. A veces pienso que sería mejor reducir la velocidad porque vamos demasiado rápido. Si bien para él todo es normal, para mí es la primera vez y hay momentos en los que no puedo respirar por la intensidad de las sensaciones.

—¿Cómo vuelves a casa?

Abro el portón y me vuelvo hacia él. —Le pediré a Víctor que envíe a alguien. —Insinúo una sonrisa—. ¿Hablamos mañana?

Él asiente y me mira con atención. Parece a punto de decirme algo, pero lo piensa. Mueve su mirada hacia la puerta.

—Adrián.

Se da la vuelta.

—Gracias por el día tan agradable. Tu madre es un amor y tu hermano es simpático. Tienes una familia amorosa.

La expresión de su rostro se suaviza. —A ellos también les gustas mucho. —Suspira y se pone triste—. Tengo que hablar contigo sobre un asunto que he pospuesto demasiado. Esta noche esperaba pasar tiempo contigo, pero entiendo que hay otras prioridades en este momento.

—Te ves preocupado. —No sé qué está pasando, pero no es el Adrián habitual.

—No es nada, hablemos de eso en otro momento.

Pongo mi mano en su pierna inclinándome hacia él y lo beso suavemente.

—Buenas noches —susurro y luego salgo del coche.

Lo veo irse con la mente que sigue soñando y no quiere ralentizar. La felicidad que estoy sintiendo me asusta, tengo miedo de que en cualquier momento se desvanezca y vuelva a encontrarme en aquel limbo sin emociones, en el que viví hasta hace un tiempo.

Estamos juntos.

Él y yo; existe un nosotros.

Lo repitió varias veces frente a su madre, creo que no hay duda. Somos pareja.

Tomo una profunda bocanada de aire fresco y me encojo de hombros mientras veo que la puerta se cierra. Tengo que recuperarme, no puedo seguir pensando en Adrián, será mejor que me concentre en otra cosa esta noche.

—Kas —grita una voz familiar.

Me vuelvo sorprendida hacia la puerta principal y veo a Jennifer. —¿Y tú, qué estás haciendo aquí a esta hora?

Ella sonríe, se acerca a mí abriendo los brazos. —Feliz cumpleaños mi amor.

Frunzo el ceño mientras me aprieta con sus brazos. —No es hoy —especifico.

Ella ríe: —Lo sé, no me equivoqué, pero Blanca y yo hemos decidido anticipar tu fiesta a esta noche.

Se abre el portón y entra un coche que no pertenece a seguridad.

—¿Qué está pasando?

No responde a mi pregunta. —Dame tu teléfono —dice entusiasta.

Se lo paso y ella lo apaga. —Bueno. Este es el plan —comenta mirándome a los ojos—. Para Carlos, Damián y Adrián pasaremos todo el tiempo aquí, pero tenemos una noche realmente loca por delante. —Me toma del brazo—. Blanca, vamos, ha llegado el coche. —Me lleva al coche y abre la puerta trasera—. Las tres nos divertiremos esta noche —exclama feliz.

Veo aparecer a Blanca, lleva un vestido corto azul y la miro con la boca bien abierta: —¿Qué diablos está pasando?

—Feliz cumpleaños, Kas. —Blanca me besa en las mejillas y se sube al auto. No tengo más remedio que seguirlas aturdida.

—Elegí un lugar fuera de la ciudad, leí excelentes críticas en la web —Jennifer explica, arreglando con las manos los volantes de su vestido negro hasta la rodilla. Con ese vestido, la barriga se nota menos y me pregunto si lo eligió a propósito.

Blanca le sonríe y se acerca a ella susurrándole. —¿Apagaste tu teléfono?

—¡Ya basta, decidme qué está pasando! —estallo.

Jennifer acaricia su vientre y me sonríe: —Puede que accidentalmente te haya organizado una fiesta fuera del control de nuestros hombres.

Respiro hondo. Bueno, creo que esta es una de esas situaciones en las que Carlos se cabreará mucho. Damián también. Y Adrián también, creo. Claramente me mostró lo celoso que puede ponerse.

—Nuestros respectivos compañeros creen que pasaremos la velada en la Hacienda, pero en realidad vamos a salir y esperamos que te diviertas mucho —continúa Blanca.

No puedo creerlo, nadie ha hecho nada así por mí. Tal vez porque no tenía amigas antes que ellas.

Sonrío, insegura: —Entonces… ¿me estáis diciendo que mañana por la noche, en la cena familiar, vuestros compañeros y… el mío, tendrán algo por lo que estar cabreados? ¿Sabéis que se darán cuenta de nuestra ausencia de la Hacienda en una hora?

Ambas asienten. —Pero será demasiado tarde para saber dónde estamos —dice Jennifer feliz.

Y al final me rindo, río, las abrazo fuerte y me relajo. —Os adoro chicas.

El automóvil se detiene frente a la pequeña casa de madera en las afueras de Hacienda Esperanza. —Vamos, tienes que cambiarte —ordena Blanca mientras baja del coche.

—¿Cómo, perdón?

Jennifer se ríe: —Yo decidí el lugar, ella decidió la ropa.

Las miro aturdida mientras me toman de la mano y me llevan dentro de la casa de madera. Una vez allí, me encuentro frente a algo de ropa en una silla.

Me acerco, tomo los jeans en la mano y los examino. Luego tomo la remera negra y entonces lo entiendo. La inscripción: “I am the best” nunca la olvidaré. Sonrío, moviendo mi mirada primero hacia Jennifer y luego a Blanca.

—Adrián llevaba una camiseta similar la primera vez que lo vi —dije como si no lo supieran—. Gracias.

Me cambio, me quito la ropa y me pongo la que me prepararon las chicas. Levanto el cabello atándolo en una cola y me giro hacia ellas. —¿Y bien? ¿Dónde es la fiesta? —Me regocijo.

Estamos de nuevo en el auto, Jennifer le pide al conductor que inicie la recopilación de canciones que le dio y comienzan a cantar.

Pensé que tenía un día ajetreado, pero aparentemente estaba equivocada y las sorpresas no han terminado.

El auto sigue hacia el norte, dejando atrás La Habana y los lugares seguros que siempre hemos frecuentado, se aleja al ritmo de la música, en medio de la risa de tres mujeres, tres amigas, tres personas que quieren ser ellas mismas, al menos por una noche.

Pasa una hora antes de que el coche se detenga. Jennifer le pide al conductor que espere, toda la noche si es necesario. El hombre asiente, parece casi impaciente, pero guarda silencio.

—Bien chicas, este es uno de esos lugares que Carlos llamaría “lo peor de lo peor” y es exactamente por eso que lo elegí. —Jennifer se para frente a la entrada del local anónimo y nos mira—. Esta noche somos Thamara —dice señalándose—. Tú eres Lisa —continúa señalando a Blanca y cuando su atención se desplaza hacia mí, sonríe burlonamente. Oh, no me gusta esa expresión en absoluto—. Y tú, querida, eres María.

Levanto la mano y una ceja. —No es que tenga algo que decir sobre el nombre, es bonito, pero no entiendo por qué elegiste nombres wow y yo uno clásico.

Blanca se echa a reír y Jennifer hace lo mismo. —Estás demasiado seria Kas, relájate y disfruta de la noche.

Mmh, demasiado seria, ¿eh? Bueno, significará que esta noche la María que hay en mí, se rinda y se divierta.

Mis brazos se extienden, apoyándome en los hombros de cada una, mientras mi mirada permanece fija en la puerta del local anónimo. —Jurad que nunca contaremos a nadie lo que sucederá esta noche.

—Puedes apostar, baby —comenta Jennifer.

Entramos al local con la sonrisa en los labios. En cuanto cruzamos el umbral, todos y repito, todos los hombres presentes en la sala se vuelven a mirarnos.

—Dios mío —susurra Blanca—, ¿Estamos en el planeta de los super cool?

Trago saliva mirando a mi alrededor y finalmente también veo a algunas mujeres sentadas en las mesas cerca del escenario. La sala es bastante oscura, unas luces tenues en el techo permiten ver diferentes áreas del entorno.

Jennifer me toma de la mano, se acerca a la barra y le pregunta al chico tatuado en el mostrador qué mesa ha reservado. Me río cuando la escucho decir que se llama Thamara y me aprieta la mano con más fuerza. Todo esto es absurdo, pero muy divertido.

—Soy Adrián, puedes pedirme cualquier cosa —dice el barman.

Nuestras bocas se abren de par en par, la mía impresionantemente. —No puedo creerlo, aquel hombre me persigue incluso sin saberlo —comento divertida por la casualidad.

—Gracias cariño, prepáranos los tres mejores cócteles que tengas, pero el mío sin alcohol —responde Jennifer con indiferencia.

—¿Pero lo habéis visto? —Blanca suspira, comiéndoselo con los ojos mientras nos sentamos en nuestra mesa.

—Damián es el amor de tu vida. Repite conmigo —bromea Jennifer, pero ella también admira al barman.

—Carlos es el amor de tu vida. En tu útero está su bebé. Repite conmigo. —Esta vez soy yo quien se burla de ella.

Frunce los labios y mira su vientre. —Lo siento amor, pero si eres niña, mamá te explicará que hay una ley: se mira, pero no se toca.

Pongo mi mano frente a mi boca y me río como nunca antes. Jennifer es un puntazo, Carlos tiene razón.

Después de cinco minutos en la mesa, el barman super cool nos trae personalmente nuestras bebidas. Observo que hay varias meseras, sin embargo nos está sirviendo en la mesa, creo que quiere ligar, pero podría estar equivocada ya que no soy una gran experta en este tipo de cosas.

—La casa ofrece esta ronda —dice el cantinero Adrián con una cálida sonrisa.

—Gracias —responde Jennifer rápidamente, mirando los tres vasos en la mesa—. ¿El mío es sin alcohol como te pedí?

El hombre asiente y mueve sus ojos hacia el vientre de Jennifer: —¿Cuánto tiempo falta?

—Unos dos meses, si todo va bien.

Miro la escena con admiración. Esperaba que él flirteara, pero sólo está siendo amable con una mujer embarazada y Jennifer se siente cómoda.

—¿A qué hora empieza el karaoke? —pregunta Blanca, mirando hacia el escenario.

Levanta el brazo y mira la hora: —Pronto. —Hace una pausa y mira a Blanca—. Espero escucharte cantar, Lisa —dice con un guiño y se va.

Me equivoqué, está coqueteando con Blanca. Dejo de lado mis pensamientos sobre los posibles avances del hombre por un minuto y me concentro en la pregunta de Blanca al cantinero. Karaoke. Gente cantando en el escenario. Mmm, no sé por qué, pero tengo miedo de preguntar cuál de las tres se levantará a cantar.

Jennifer toma un sorbo de su cóctel sin alcohol mientras mira desde mí hacia Blanca y creo que acabo de tener la respuesta a la pregunta que no me atrevía a hacer.

—Lo que sea que se os haya metido en la cabeza, olvidadlo. No canto en público.

Jennifer y Blanca levantan sus copas. —Feliz cumpleaños, Kas. —Me animan dulcemente.

—Gracias chicas. —Brindamos haciendo tintinear nuestros vasos.

Mi mirada vaga por el local mientras bebo mi cóctel. Un pequeño grupo de chicas se sienta en la mesa contigua a la nuestra. Las miro con curiosidad mientras se ríen entre ellas. Nunca pensé en mí con un grupo de amigas, crecí en un mundo de hombres y ahora, estar aquí con dos mujeres que me aman, se me hace extraño. Se supone que debo divertirme, Jennifer tiene razón, es mi cumpleaños y relajarme me haría bien. Sigo bebiendo. El escenario se ilumina y un hombre se acerca al micrófono, saluda a todos los presentes y comienza a cantar con la música de fondo.

Está desafinado, pero no parece importarle. Mira a una chica sentada sola en la mesa y le envía un beso al son de “La Vida Es Un Carnaval”.

Ella sonríe y le corresponde. Son realmente dulces.

Muevo el pie debajo de la mesa al ritmo de la música y sigo bebiendo. Mi cuerpo se relaja, mis hombros ya no están rígidos.

—¿Qué tal si cantamos juntas? —sugiere Blanca hablando en voz alta para ser escuchada.

Jennifer asiente y apuro el líquido que queda en mi vaso. No creo que pueda hacerlo, pero no puedo evitar recordar que me organizaron todo esto, incluso yendo contra Carlos y Damián, sabiendo que cuando regresen se encontrarán con dos hombres muy enojados.

Me pusieron en primer lugar.

No puedo defraudarlos.

—Necesito una bebida fuerte y luego podemos ir a ese escenario —digo colocando el vaso sobre la mesa.

—Adrián, necesitamos cosas fuertes, muy fuertes aquí —Jennifer grita riendo.

El hombre levanta el pulgar y le devuelve la sonrisa. Jesús, si Carlos viera esta escena, Jennifer estaría en un gran problema y el barman desaparecería de la circulación.

Respiro profundamente, diciéndome a mí misma que nadie sabrá nunca lo que está pasando esta noche. Puedo relajarme y divertirme, no pasará nada malo.

Varios tragos después alcanzo el nivel máximo de tolerancia.

—Está bien, estoy lista para cantar —grito levantando ambas manos en el aire. Todo va bien, me estoy divirtiendo y… estoy borracha. No del todo, puedo ponerme de pie, pero ya no tengo la tensión sobre mí. La noche de chicas avanza de la mejor manera, nos reímos y bromeamos y esto me está haciendo ver lo que me he estado perdiendo en estos años.

—Vamos, el escenario está libre. —Blanca me toma de la mano y sin previo aviso me arrastra hasta el mencionado lugar.

—Espera —digo entre risas, pero ella no se detiene. Miro detrás de mí y Jennifer abre los brazos en señal de rendición antes de unirse a nosotros en el escenario.

—Hola —dice Blanca en el micrófono, sofocando la risa. —Somos Lisa, Thamara y María.

Jennifer se acercó al computador para elegir la canción y entonces el pánico me asalta. Mierda. Si elige algo que no conozco ¿qué hago? Aprieto el brazo de Blanca y en ese momento, la música invade el lugar y sonrío.

La conozco, la amo.

Jennifer se acerca rápidamente, Blanca coloca el micrófono para que las tres podamos cantar.

Respiro. Miro la pequeña pantalla con las palabras y me lanzo. No hay nadie más en el club, sólo nosotras tres y una canción para cantar.

—La Habana, ooh na-na. La mitad de mi corazón está en La Habana, ooh-na-na. Me llevó de regreso al este de Atlanta, na-na-na. Oh, pero mi corazón está en La Habana. Hay algo especial en su forma de hacer. La Habana, ooh na-na (uh).

Muevo las caderas mientras cantamos, no importa si lo hacemos bien o no, ahora nos estamos divirtiendo. El público silba, se regocija, se divierte con nosotros, mientras Jennifer aplaude al ritmo de la música.

—¿No se presentó con aquel “¿cómo va todo?”. Dijo que hay tantas chicas con las que podría estar... Lo conocí del todo en un minuto. Aquella noche de verano, en junio.

No sé cómo pero nos encontramos bailando en el escenario, riendo como nunca antes, mientras Blanca continúa un coro sola. Jennifer me hace girar y luego coloca el micrófono en mi mano.

—Canta chica —grita balanceándose a mi lado.

Trago saliva. Miro al público, luego a las chicas.

Necesito divertirme y dejarme llevar.

Al diablo, esta noche se puede todo.

Aprieto el micrófono en mi mano y lo acerco a mi boca. Canto el último estribillo imaginando que estoy en casa, lejos de miradas indiscretas.

—La Habana, ooh na-na. La mitad de mi corazón está en La Habana, ooh-na-na. Me llevó de regreso al este de Atlanta, na-na-na. Oh, pero mi corazón está en La Habana.

Blanca baila a mi alrededor señalándome con sus dedos índices y Jennifer, que se mueve tranquilamente, me guiña un ojo.

—Mi corazón está en La Habana. La Habana, ooh na-na...

La canción termina, las chicas me abrazan gritando y me siento feliz, me siento yo misma.

La multitud aplaude mientras salimos del escenario riendo, pero cuando miro hacia nuestra mesa la diversión deja espacio a la vergüenza. Carlos, Damián y Adrián están de pie al otro lado de la sala, con sus ojos fijos en nosotras.

—¡Oh, mierda! —exclama Blanca detrás de mí sin dejar de reír, una de esas risas contagiosas.

Miro a los tres hombres y no puedo evitarlo. —¿Crees que están enfadados? —pregunto a Jennifer riendo.

Se encoge de hombros, se acaricia la barriga y se acerca con indiferencia a los tres. Blanca y yo la seguimos, pero caminamos muy despacio. Creo que el efecto del alcohol está completamente involucrado. No puedo permanecer seria y no entiendo por qué sigo riendo.

—¡Ehi! —Sale de mi boca mientras les hago un gesto con la mano. Soy patética, lo sé, pero es gracioso. La mirada de Adrián se enfoca en la mía y un torbellino de emociones incontrolables me abruma. Me lanzo a sus brazos, envuelvo los míos alrededor de su cuello y lo beso.

—Mi novio vino a buscarme —comento divertida. Froto mi nariz contra la suya, mi cuerpo envuelto alrededor de él.

—¿Cuánto bebió, carajo? —Carlos exclama—. ¿Puede saber que está pasando por tu cabeza? —continúa dirigiéndose a Jennifer.

—Malo, Carlos. No se trata así a una mujer embarazada —intervengo volviéndome hacia él—. Deberías aprender modales del camarero Adrián, fue muy dulce con ella. —Me doy cuenta de lo que he dicho demasiado tarde. Carlos mira hacia la barra con ira en los ojos.

—No quise decir... es decir, él... ella... quería sin alcohol —suspiro incapaz de hablar—. Le ha preguntado cuánto tiempo le queda de embarazo —concluyo escondiendo mi rostro en el pecho de Adrián.

—No te enojes, me lo pasé bien —murmuro con la cara escondida.

Los brazos de Adrián me rodean, su mano acaricia mi cabello. —La llevo a casa. Hasta mañana —oigo decir.

Sonrío. Hogar. Él y yo.

Percibo muchas voces, pero no logro escuchar, mi cabeza está aturdida. Adrián me levanta y mis brazos continúan envolviéndose alrededor de su cuello.

—Me he divertido —digo sin mirarlo.

Siento que su pecho vibra, se está riendo: —También disfruté viéndote cantar.

Quisiera que me tragara la tierra por lo que vio, pero ahora no puedo hacer nada. Cierro los ojos y sonrío. —El camarero se llama como tú, pero nunca será como tú. Eres mi camarero sexy. Eres sólo mío, para siempre. —Froto mi cara en su camiseta—. Un día me gustaría tener hijos con tus mismos ojos. Si es hombre, le enseñarás a amar como me amas a mí. Si es mujer, le enseñarás a ser valiente como has hecho conmigo.

Bostezo y me quedo dormida con una sonrisa en mi rostro. Un día tendré la familia con la que siempre soñé, con el amor de Adrián puedo tenerlo todo. No sé si es el efecto del alcohol, pero me gusta esta certeza.

 

 

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