Kasandra

Kasandra


Capítulo 28

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Capítulo 28

Kasandra

—Feliz cumpleaños.

No abro los ojos, pero sonrío al oír aquella voz. Mi primer cumpleaños con Adrián. Muevo mi pierna metiéndola entre la suyas, mi cuerpo se aferra al suyo, siento su calor.

Adrián me besa en la frente y mueve mi cabello con sus dedos, liberando mi rostro. —Despierta, princesa.

Abro los ojos con calma. La luz es molesta, no estoy preparada para despertar, pero obligo a mi mente y mi cuerpo a conectarse y reaccionar.

—Buenos días —digo con voz ronca.

Dios, es asqueroso, tengo un sabor horrible en la boca, como si… —Dime que fue un sueño lo que pasó anoche en aquel bar. —Escondo mi rostro en el hueco de su cuello y respiro hondo.

Le escucho reír.

—No es gracioso.

Con sus dedos levanta mi barbilla obligándome a mirarlo a los ojos. —¿Qué parte no es graciosa? —Me vacila. Besa mis labios con ternura y luego los suelta, mientras yo me pierdo en el color avellana de sus ojos.

—¿Exactamente en qué momento de la noche entraste en aquel bar?

Dime que al final de la canción, te lo ruego.

—Vi a mi mujer subir al escenario tensa y luego la vi relajarse y divertirse. No tienes por qué avergonzarte, puedes romper las reglas, aunque preferiría que lo hicieras en mi compañía.

Su boca se posa en la mía. Me agarra por las caderas colocándome sobre él, mi cuerpo está presionado contra el suyo y observo que no estoy usando nada más que la fina tela de mis braguitas.

Parece darse cuenta de mi perplejidad y me sonríe para tranquilizarme. —La camiseta era lo más destacado, lástima que vomitaras en mi coche de camino a casa.

Disgustada conmigo misma trato de liberarme de su agarre, pero él no me deja, me sostiene firmemente contra él.

—Debes amarme tanto por cuidarme borracha, por verme vomitar en tu auto y por quitarme la ropa sucia —digo con mucha vergüenza.

—Después de lo que dijiste anoche, estoy seguro de que también debes amarme mucho —responde con una luz que brilla en sus ojos. Me besa en el cuello, su aliento caliente me pone la piel de gallina—. Tengo un regalo para ti —susurra suavemente, extendiendo la mano hacia la mesita de noche. Coge un saquito de terciopelo que reconozco como los del taller, los mismos que elegí yo.

—No deberías ... —Avergonzada, me acerco a él y deslizo el contenido de la bolsa en mi mano. El resultado es un colgante de oro blanco con una esmeralda engastada entre dos ramas delgadas.

—Esmeralda como tus ojos. —Me dice.

Si esto es un sueño, no quiero despertar. Tengo novio, me quiere, en mi cumpleaños me despierto junto a él y ahora miro su regalo emocionada. ¿Se puede morir de tanta felicidad?

—Es precioso. —No consigo ni hablar, me gustaría decirle muchas cosas, pero no puedo. Una parte de mí quisiera saltar a sus brazos, besarlo hasta que ambos nos quedemos sin aliento. En cambio, como buena cobarde, me siento y miro el colgante con una sonrisa en mis labios.

—Te sacaré esta noche. Ponte un bonito vestido para mí y espérame.

Apoyo mi mano en su mejilla y me sonríe. —Te amo.

Con él no tengo miedo, sé que puede percibir lo que no digo con palabras. Nunca se rendirá, siempre luchará por nosotros, esto es una certeza.

Alguien llama a la puerta de casa y Adrián esconde su rostro en el hueco de mi cuello. —No puedo creerlo, ya están aquí —resopla.

Divertida por su reacción, lo abrazo con fuerza y rodamos en la cama. Mi familia estará esperando en la puerta, seguro que son ellos, porque como todos los años, vienen temprano en la mañana para felicitarme.

—Voy a abrir. —Adrián se levanta de la cama, se pone los pantalones murmurando palabras incomprensibles. Sale de la habitación poniéndose la camiseta y dejándome con una sonrisa en el rostro. Me volé, no puedo bajar de la nube donde Adrián me permitió estar.

Ruedo un poco más en la cama, escuchando las voces que provienen de la otra habitación e intento que mi cuerpo se levante. Anoche fue una de esas noches que nunca olvidaré y que probablemente querré volver a vivir. Lo disfruté, un poco menos cuando me desperté esta mañana. Nunca me había pasado beber más de mi límite, de lo que me había marcado. Pero por una vez me dije que podía dejarme llevar; después de todo, estaba en compañía de mis amigas y celebraba mi cumpleaños. Lástima que esta mañana no recordé mucho del final de la noche y espero no haber hecho el ridículo cuando Adrián apareció en el club, nunca me lo perdonaría.

—Si no quieres recibirlos en tu habitación, será mejor que te muevas —dice Adrián en voz alta.

—Está bien, entendido. —Voy al armario y cojo la primera camiseta que encuentro, me la pongo y me endoso unos pantalones cortos. Con el pelo despeinado, el aliento apestoso y la cara descompuesta, salgo de la habitación.

Nunca hubiera pensado que un día no me importaría un carajo que mi familia me viera en estas condiciones. Al parecer, muchas cosas pueden cambiar en la vida.

—Feliz cumpleaños —grita Jennifer.

Dios, te ruego, no puedo con esto. —No grites por favor —digo masajeando mis sienes. En la cama realmente no me había dado cuenta de mi estado, pero ahora que estoy de pie, mi cabeza está pesada, mis sienes palpitan y no es nada agradable.

Carlos me mira con aquella actitud que ya conozco bien. Está molesto. —Felicidades —dice apenas, dándome un beso en la mejilla—. Estás en forma esta mañana.

—Muy divertido —contesto.

—Entonces, ancianita, ven y déjate apretar —dice Damián mientras se acerca a mí y Carlos se hace a un lado.

—Siempre soy más joven que tú —murmuro divertida. En un momento me encuentro en sus brazos y en los de Blanca. —Felicidades fiestera.

Justo, yo una chica fiestera. Apenas puedo creerlo, pero eso es lo que fui anoche.

—Kris llega por la tarde —me informa Carlos mientras todos nos dirigimos hacia la cocina. No sé por qué, pero mis ojos están inmediatamente en los de Adrián. Todavía no ha superado el tema Kris.

—Bien. —Rebusco en los armarios y saco unas galletas mientras Jennifer prepara el café.

Siento la presencia de Adrián a mi lado, su mirada está en mi cuerpo.

—No estás usando sostén —señala. No me doy la vuelta, pongo las tazas en la encimera de la cocina maldiciéndome mentalmente. Por la prisa y la confusión, no presté mucha atención a mi ropa. Para ser honesta, todavía tengo que despertarme por completo. Sus manos se deslizan sobre mis caderas, aplasta su cuerpo contra el mío y presiona sus dedos contra mi piel. —La próxima vez ten cuidado. —Aguanto la respiración cuando su mano se desliza por debajo de mi camiseta y con sus dedos me hace cosquillas en el vientre—. No debes distraerme cuando tu familia está cerca —continúa hablando, pero no lo escucho porque estoy luchando con sensaciones que explotan dentro de mí como fuegos artificiales.

—Hum, no quiero estropear el momento idílico, pero el café está listo —comenta Jennifer.

Salto como un resorte y de repente aparto la mano de Adrián. ¿Qué demonios es lo que me pasa?

Lo noto reír en mi cuello y luego se aleja. Lo hizo a propósito, sabe el efecto que tiene en mí. Intento recuperarme y servir las tazas de café que hizo Jennifer. El ambiente es alegre. Carlos habla con Damián y Adrián, mientras Blanca nos mira a Jennifer y a mí; cuando estoy lo suficientemente cerca me susurra al oído: —Estuviste increíble anoche.

Niego con la cabeza divertida. —Experiencia para repetir, pero con esos tres tenemos serios problemas —digo tomando un sorbo de café—. Tenemos que inventar algo, establecer algunas reglas.

Jennifer frunce el ceño. —¿Qué quieres decir?

—Quiero decir, querida —me inclino hacia ella y Blanca hace lo mismo para escuchar—, una regla que nos permita salir, no digo mucho, al menos una vez al mes. Solas las tres.

Blanca se ilumina cuando Jennifer vuelve la vista hacia Carlos, lo mira fijamente y luego devuelve su atención a mí. —No será fácil convencerlo —suspira—, pero puedo intentarlo.

—Podemos ofrecerles algo a cambio —sugiere Blanca.

—Buena idea. Un compromiso, concedemos algo que les interesa y a cambio pedimos nuestra salida. ¿Para ti hay problemas de organización? —pregunto mirando a Blanca.

—Bueno o malo venimos a Cuba cada dos semanas, intentaré planificar el trabajo para poder organizar una velada que se adapte a las tres.

—Pronto llegará el bebé también —dice Jennifer—. El primer año no creo que sea factible.

Levanto la vista al cielo. —¿De qué sirve tu esposo si no puede quedarse con su hijo por un par de horas?

Ella se ríe y gira la taza en sus manos: —Mi marido es Carlos Gardosa, no un hombre normal que se pone las zapatillas por la noche y se sienta en el sofá. A veces me duermo sin él y muchas veces cuando me despierto encuentro la cama vacía, no creo que después de tener al bebé la situación vaya a cambiar. —Noto cierta amargura en sus palabras y lo lamento. Sé lo que significa, a menudo pienso en cómo sería mi vida si algún día tuviera una familia. No podría hacer lo que hago ahora, no tendría tiempo, al final crearía descontento y como en el caso de Jennifer, amargura.

—Cualquier cosa que estéis planeando, la respuesta es no —dice Carlos con dureza.

Pilladas en el acto, las tres nos volvemos hacia él. —No estamos planeando nada —dice Jennifer casualmente—. ¿Por qué siempre piensas mal?

Coloca las manos en las caderas inclinando la cabeza hacia un lado con la mirada fija en ella: —Porque te conozco, y a mi hermana y desde anoche tengo entendido que Blanca también es de la misma pasta.

Contengo la risa. —¿Sigues enojado, hermano mayor? —Me burlo de él, pero no parece estar de humor para bromear.

Me lanza una mirada sombría. —No uses esa carta conmigo, señorita

—¿Alguna vez os dije que será un gran padre? —digo riendo—. Ya ha tenido su parte de experiencia conmigo.

Carlos sonríe, pero trata de mantener su rostro duro. Camina hacia la mesa, toma su taza de café y luego mira a su esposa Jennifer. —¿Pero el café no es malo para el bebé?

Ella hace un sonido de quien no puede soportarlo más. —No, no hace daño si tomo uno de vez en cuando.

No parece convencido, pero tampoco parece dispuesto a continuar la discusión.

—Deberías revisar el pedido y si tienes tiempo puedes echar un vistazo al nuevo club, quién mejor que tú nos puede asesorar —escucho decir a Damián.

Adrián asiente. —Si Carlos no me necesita, puedo salir de inmediato. Esta noche no vengo —expone volviendo su atención hacia mí.

—Nosotros también vamos —interviene Carlos—. Os quedaréis en casa, ¿verdad? —pregunta volviéndose hacia Jennifer, Blanca y yo.

—Está bien, no nos moveremos de aquí —contesto—. Anoche nos interrumpiste en el mejor momento.

Adrián niega con la cabeza divertido, pero Damián y Carlos no comparten su reacción.

—Jennifer —advierte su marido—. Juro por Dios que si sacas tu trasero de esta casa no lo pasarás bien.

Ella no parece intimidada en absoluto. —Si no, ¿qué? —exclama irritada—. Relájate, no iremos a ningún lado. Hoy es el cumpleaños de Kasandra, vosotros podéis ir y terminar lo que tengáis que hacer, nosotras tendremos una agradable charla y cuando volváis, iremos todos a almorzar juntos.

Se acerca a ella, la besa en la frente y finalmente se rinde y le sonríe. —Está bien, espina en el costado. Nos vemos más tarde.

Siempre he visto su historia con admiración, a veces me he preguntado cómo Jennifer logró conquistar a un hombre como Carlos y dónde encuentra la paciencia para seguirle el ritmo. Ella también tiene buen temperamento, tal vez eso le ayude a mantener el equilibrio.

Dos manos fuertes descansan sobre mis hombros, el calor de Adrián me invade y cuando inclino mi cabeza hacia atrás encuentro sus ojos en los míos: —Nos vemos luego, ¿de acuerdo?

Asiento y sonrío avergonzada. Noto que todos nos miran, pero no tengo el valor de comprobar si es sólo mi impresión.

No hace nada más, no me besa, como si hubiera captado mi vergüenza. Va hacia la puerta y cuando, viendo a Blanca besar a Damián, algo se rompe dentro de mí. No puedo esperar a que él siempre dé el primer paso y estoy segura de que espera que yo tome la iniciativa de vez en cuando, haciéndole entender lo importante que él es. Siempre tengo miedo de equivocarme, pero si sigo reprimiendo mis sentimientos e ideas, no podré seguir adelante, tengo que tomar una decisión, decidir vivirlo, sin miedo, sin vergüenza, sólo él y yo.

—Adrián.

Se da vuelta, su mano está en el pomo de la puerta. Me mira mientras me acerco, sonríe cuando envuelvo mis brazos alrededor de su cuello.

—Nos vemos luego, amor —digo sin vergüenza y lo beso. Se envuelve alrededor de mi cintura mientras sus labios prueban los míos y mi loco corazón late sólo para él.

—Vaya, eso sí que es un beso —escucho comentar a Blanca.

Me alejo y mis manos se deslizan, mientras él acaricia mi rostro, se vuelve y sale de la casa.

Las emociones se mezclan y no dejan tiempo para tener miedo, puedo vivir con Adrián y el amor que sentimos el uno por el otro.

—Te prefería amargada y rompepelotas —dice Damián al pasar a mi lado—. Tendré pesadillas esta noche.

Me río y le doy una palmada juguetona en la espalda, pero cuando veo la figura de Carlos entrar en mi campo de visión, no sé por qué, me pongo seria.

Me mira. —Es bueno verte finalmente feliz —dice mientras sale de la casa. Cierro la puerta, me apoyo en ella y aprieto los ojos. Estoy locamente enamorada de Adrián y hoy es el mejor cumpleaños de mi vida porque me siento completa.

—Bien, señoras, tomen sus cafés y todas al sofá para una buena charla sobre la vida amorosa de Adrián y Kasandra —grita Jennifer.

Abro los ojos de golpe, aterrorizada. ¿Hablar de mi vida amorosa? ¿No he dicho y mostrado ya lo suficiente? Jennifer me agarra de la mano, me guía hasta el sofá y me obliga a sentarme empujándome sobre mis hombros: —Ánimo, habla.

Blanca me entrega mi taza, se sienta a mi derecha y Jennifer a mi izquierda. Dios, me siento atrapada.

Esperan en silencio, siguen observándome y es absurdo que me sienta incómoda. Al fin y al cabo son mis amigas, dispuestas a escucharme y creo que me vendría bien sacar a relucir todas las dudas y miedos sobre la relación con Adrián.

—¿Por dónde puedo empezar? —suspiro. La mano de Jennifer acaricia mi espalda y le sonrío tratando de hacer que el miedo de abrirme desaparezca—. Empecemos desde el principio... todo empezó hace tres años.

 

 

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