Joy

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1975 » Capítulo 43. Junio 22, domingo

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Junio 22, domingo

Aquel vuelo nocturno de BOAC llega los domingos a Nueva York a las nueve de la mañana. Eddy A. es el tercero en bajar por la escalerilla del avión. Gordo, calvo, irreconocible para cualquiera de sus contemporáneos de Detroit, pisa territorio estadounidense como un ciudadano más, muy seguro de sí mismo, o mejor dicho, de su otro yo.

Nacido en 1935 en La Habana, vivió desde 1936 hasta 1955 en Detroit. En 1956 se incorporó de lleno a la lucha clandestina en la ciudad de La Habana. Capturado en julio del 58, soportó torturas en los calabozos del SIM. El 1ro. de enero de 1959 el Ejército Rebelde y el pueblo de Cuba lo rescataron medio muerto de una de las mazmorras más sórdidas de la dictadura.

En 1960 ingresó en la Seguridad del Estado. En 1961 matriculó en la Universidad de Yale, con el nombre de James O’Farrell. En 1966 obtuvo el título de licenciado en Ciencias Biológicas y desde 1968 trabajaba en un organismo internacional, dentro del cual, en más de una oportunidad, actuó como informante de la CIA, por supuesto con la aprobación de sus superiores del SCC.

En 1970 se le nombró subdirector de una sección en Londres y tenía relativa facilidad para desplazarse dentro del hemisferio occidental. En aquella oportunidad no le fue fácil encontrar un pretexto para viajar a los Estados Unidos, pues una semana antes había regresado de una gira de tres semanas por Colombia, Panamá y México.

El día 21, Sylvia Purcell le hizo llegar a Londres un telegrama que decía: «Tía Margaret muy enferma pide verte». El jefe de Eddy comprendió la situación, le autorizó el viaje, y hasta le encomendó realizar ciertas gestiones en las oficinas centrales del organismo, en Nueva York.

Eddy M. bajó por la escalerilla entre los últimos. Era tres años mayor que su tocayo. Había nacido en 1932, en Milán, de padre italiano y madre cubana, que siempre le habló en español. Era hija y nieta de mambises. Mujer sensible, cantaba con gracia, se acompañaba al piano, y supo inculcar en el hijo un gran amor por Cuba. En su imaginación infantil se grabaron como un mural, los vívidos relatos de su madre sobre la Guerra del 95 y aprendió de memoria pensamientos y poemas del Apóstol.

Los cielos cerúleos, la imagen de la palma real, el ansia de la tibieza tropical contrastaban en su infancia con los grises inclementes del invierno lombardo.

A su padre casi no lo conoció. Compañero de Palmiro Togliatti desde comienzos de la década del 20, los fasci di combatimento de Mussolini lo obligaron a vivir escondido desde el 35. En 1938 pasó una noche junto a Eddy y su madre en Milán, y al día siguiente entró en Francia a pie, por los Alpes Savoyanos.

En plena guerra, en 1943, cuando Eddy ya tenía once años, volvió a verlo. Un camión los llevó, a Eddy y su madre, hasta un pueblecito de las afueras de Génova, y a la madrugada bajó su padre, acompañado de otro partiggiano de luengas barbas. Pasaron juntos aquel día inolvidable, escondidos en un granero. Su padre le enseñó una canción y le pidió que no la cantara en voz alta hasta después de la guerra.

Fischia il vento,

infuria la buffera;

scarpe rote, pur bisogna andar

sventolando nostra rossa bandiera…

Siempre la llevó en su corazón. La cantaban los combatientes del Partido con la música de la Katiusha.

En 1945 llegó a Cuba con su madre, pero no pudo entregarse a aquella felicidad con que tanto soñara desde su infancia. Se lo impedía la tristeza por la muerte de su padre, caído en marzo del 45 en las calles de Torino. Tenía, además, muy frescos en la memoria los horrendos recuerdos de la guerra. Fue un adolescente taciturno. En Cuba pasaron solo un mes y luego se fueron a vivir en los Estados Unidos, con un primo de su madre.

Hasta que murió ella, en 1955, Eddy vivió a su lado, en Boston. Allí había completado el high school y luego trabajó, durante cinco años, en una empresa turística. Era rubio, bien parecido y su apellido piamontés sonaba lo bastante afrancesado como para darle un aire chic y preservarlo de la discriminación a la que lo habría condenado su origen italocubano en la rancia Boston.

A Cuba llegó para quedarse en el 55. Tenía veinticuatro años. Hablaba sin acento el inglés bostoniano, además del español, italiano y lombardo. No le fue difícil encontrar trabajo. En el mismo año 55 ingresó como empleado administrativo en la empresa telefónica y como militante en el Partido Socialista Popular. El Partido lo mantuvo en el anonimato, y a medida que escalaba posiciones dentro de la empresa, prestaba al Partido y luego a la Revolución, servicios cada vez más importantes, que le valieron su ingreso en la Seguridad del Estado en 1961.

En 1962 se inscribió en la Universidad de Chicago, bajo el nombre de Peter Lindsay, de veintidós años, aunque en realidad ya tenía treinta, pero no los representaba. En 1966 obtuvo el título de ingeniero agrónomo y en 1968 hizo un posgrado en Bacteriología. Para la Contrainteligencia cubana, era el primer teniente Eduardo Volonté, alias el Milanés, residente en Zurich, director técnico de la rama de plaguicidas en una firma norteamericana que elaboraba productos químicos para la agricultura.

A las cinco de la tarde de aquel domingo 22 de junio de 1975, Peter Lindsay se paseaba por el zoológico del Central Park, cuando desde unas mesas al aire libre, oyó una voz femenina que lo llamaba, y al volverse, ¡qué agradable sorpresa! ¡Pero si allí estaban nada menos que Sylvia Purcell y James O’Farrell!… What a coincidence! Wasn’t it marvellous? ¿Y qué iba tomar Peter? Peter tomaría una cerveza Tuborg, please. ¿James y Sylvia habían tenido noticias de Warren? No, aún no; pero estaban esperándolas de un momento a otro. ¡Qué lindo era el comienzo del verano en Nueva York! ¿Cuánto era la cuenta, camarero? No, que Peter no pagara. James lo había invitado, y además, aquel encuentro había que festejarlo y cenar juntos, ¿verdad?

Cenaron en un restaurante alemán de Yorktown. Sylvia se había aficionado demasiado a la comida alemana en Bonn y aquella noche tenía antojo de tomar un poco de vino del Mosela y comerse unos Wienersschnitzel, unos Kartoffelknödeln y un Apfelkuchen. ¡Vaya pa’l carajo! ¡Cómo se cuida la muchacha! El gordo Eddy A. envidiaba de todo corazón a una mujer capaz de comer tanto y de conservar a su edad aquella silueta tan esbelta.

Durante la cena, Sylvia explicó el plan de entrevistas y discutieron cómo se repartirían entre los tres, los treinta y un casos escogidos. El sábado 21, por la noche, ella comunicó a Warren el plan trazado y esperaba su visto bueno a través de Denis.

Decidieron utilizar la mañana del día siguiente para que cada uno se ocupase de sus asuntos personales. Convinieron encontrarse a la una y treinta en el apartamento de John, un miembro del equipo de Denis, que sería su enlace en Nueva York.

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