Josefina

Josefina


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INDUDABLEMENTE, el verano ha llegado; el sol brilla de la mañana al atardecer. No hay ni una sola nube en el cielo.

«Es maravilloso», piensa Josefina.

Pero todas las personas mayores menean la cabeza y dicen que está demasiado seco. Lo que se necesita es lluvia, muchísima lluvia. No ha caído una gota desde el día en que Josefina fue a pasear con papá-padre para ver el arco iris. Y pasó hace mucho tiempo. Tantas cosas han pasado desde entonces… Tantas…

Agneta se ha casado con Eric, y se han ido a vivir a la ciudad.

Josefina fue dama de honor y llevó el ramo de Agneta. Para desearle suerte, escondió entre los lirios tres mariquitas y una gran araña de la suerte.

Y le dieron suerte, aunque Agneta no apreció mucho que pusiera la araña. El animalito no sabía cómo comportarse, pero se salió del ramo y se puso sobre Agneta. Se movió mucho y le hizo cosquillas al correr. De cualquier manera, apareció en la foto de la boda. Se ve sobre el velo, junto al cuello. Josefina se siente enormemente orgullosa de eso.

Durante los días que precedieron a la boda hubo mucha gente en la vicaría; todos sus hermanos y hermanas con sus hijos y mucha más gente. Luego, cuando terminó la boda, Agneta y Eric se fueron y todo parecía vacío.

Sí, cómo estaba de vacío…

Durante un mes, Agneta y Eric no aparecieron porque se marcharon de viaje. Pero ahora han empezado a venir para ver a su gatito, como prometieron. Aunque Agneta ya no vive en casa, viene a menudo sin Eric.

Es una buena cosa que Josefina tenga los gatitos porque de otra manera se sentiría aún más sola. Ya son grandes. Uno ha tratado incluso de lanzarse contra los pájaros. Ahora los tres tienen que llevar una campanilla colgada del cuello para que los pájaros los oigan.

A veces, Josefina se baña en el lago cuando mamá tiene tiempo para acompañarla. También recoge flores y hace recados en la aldea.

Hay muchos niños en la aldea, pero ninguno juega con ella. Simplemente se cruzan corriendo, como si no la vieran. O se quedan quietos, formando pequeños grupos, y la miran como si fuese un monstruo.

Lo entiende: no sabe lo suficiente para que pueda estar con ellos. ¡Conocen tantos juegos! Montan en bicicleta y juegan a la pata coja y a las canicas. Una vez, Josefina jugó con ellos a la pata coja, pero se equivocó en todo y, naturalmente, ahí terminó la experiencia.

Otra vez le dieron una bolsa de canicas para que fuera a jugar con los niños de la aldea, pero las perdió inmediatamente, porque no sabía cómo jugar. Cuando se quedó sin canicas, nadie quiso jugar más con ella.

Esos chicos de la aldea deben de conocerlo todo. Será muy interesante empezar a ir a la escuela. Entonces quizá también aprenda ella. Comen helados y mascan chicle. Ellos siempre tienen dinero, pero Josefina nunca tiene.

En casa nadie tiene tiempo para estar con ella.

Hace muchísimo tiempo que papá-padre y ella no salen a dar un paseo. Ahora está muy ocupado. Hay bodas casi todos los días, y tiene que estar con todos los chicos y chicas mayores que serán confirmados en el verano. ¡Y además también hay funerales! Sí, la gente también se muere en verano; aunque eso no puede ser muy divertido, piensa Josefina. Si uno tiene que morirse, al menos debería ser en invierno, cuando está oscuro afuera y el tiempo es malo.

La vieja Mandy está agobiada de trabajo en la cocina. Sin embargo, es la que más tiempo tiene para Josefina.

A mamá nunca le queda tiempo. Siempre tiene muchas cosas que hacer y que recordar, y es tan olvidadiza…

Se hace curiosos nudos en el pañuelo y en las batas, pero luego se olvida igualmente de todo y su moño se balancea arriba y abajo. Josefina la ayuda a hacer nudos, pero a veces ambas se hacen un terrible lío y entonces mamá se lleva una mano a la frente y se echa a reír:

—¡Oh, querida Josefina, estoy perdiendo la cabeza!

Mamá va por todas las habitaciones. Lleva unos zapatos flexibles y relucientes que es imposible no admirar porque no hay zapatos o pies más silenciosos: jamás resuenan. Absolutamente mudos, se mueven más rápidos que el viento. ¡Pueden incluso cruzar sobre la gravilla del paseo sin que se oigan! Los pies de Josefina nunca podrían hablar con los pies de mamá de la forma que lo hace con los de papá-padre.

Por otro lado, no tiene que estar callada cuando hay alguien con mamá. Siempre puede hablar. Mamá habla con la misma rapidez con que camina, y casi tan bajo. Pero mamá casi siempre está cansada. A menudo, cuando se sienta a leer o a coser algo, se queda dormida. Por esta razón nunca acaba su mantelería para la tómbola.

Todos los años hay una tómbola en otoño y otra en primavera. Mamá empieza a trabajar en su mantelería una semana antes. Una vez la ayudó Josefina, pero no sirvió de mucho. Ahora han pasado ya seis tómbolas sin que estuviera terminada la mantelería, y se irrita mucho.

Transcurren los días —largos y maravillosos días—, pero Josefina no siempre sabe qué hacer. A veces se siente un poco aburrida, no hay por qué negarlo. Por esa razón se pone tan contenta cuando mamá dice una mañana:

—Hoy llega Anton Godmarsson. Es nuestro nuevo jardinero.

Josefina afirma que Godmarsson le parece un nombre raro aunque le viene bien al jardinero de una vicaría[1].

—Sí, quizá sea así —dice mamá—. Godmarsson es un buen hombre y conoce su oficio, aunque resulte un poco extraño. Recuerda que debes ser amable con él porque lo necesita.

—¿Qué resulta extraño? —pregunta Josefina.

—Ya lo verás por ti misma —replica mamá, que está muy atareada—. Pero ¡recuerda lo que estoy diciéndote! Nada de risitas ni de las tonterías que a veces hacen las niñas pequeñas. ¿Me oyes?

—Hum —murmura Josefina, ofendida.

Mamá siempre teme que haga alguna tontería. Constantemente dice lo mismo.

—¿Cuándo viene? —pregunta Josefina, mientras mamá ya se marcha.

—No lo sé, supongo que hoy; pero no sé a qué hora —replica mamá.

Y se va precipitadamente.

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