Jared

Jared


Capítulo 13

Página 17 de 42

Capítulo 13

Un disparo.

Dos disparos.

Tres disparos.

Atónita, sin entender que es lo que estaba pasando, corrí al lado de J hasta entrar a un edificio y subir corriendo las escaleras.

―¡Mamá, cierra la puerta, rápido!

Entramos a una vivienda que supuse que era la suya con el miedo haciendo meya en cada fibra de nuestro ser.

Una mujer salió corriendo de un pasillo estrecho y cerró la puerta de golpe, escuché como pasaba cada pestillo que había en ella.

J le pasó a Janira y nos hizo una señal para que nos callásemos. Se acercó a la ventana y miró disimuladamente. De repente, otro disparo volvió a resonar junto a gritos de puro terror.

Con la boca seca, me acerqué a la ventana. De entre las cortinas pude ver el panorama que se cernía en la calle.

Bajo de nosotros, como si se tratase de una película, se presentaba un tiroteo entre bandas. Los gritos, insultos y los disparos resonaban por todos lados. Janira había comenzado a llorar y yo estaba a punto de sollozar ante la vista de un hombre hispano apuñalado. Sin embargo, me contuve.

Súbitamente, un brazo me separó de la ventana y me abrazó, tapándome la vista de aquel horroroso desastre provocado por dos bandas callejeras.

J me estaba abrazando de una forma protectora, algo que agradecí en aquel momento. Su abrazo de acero era como un salvavidas en plena tormenta.

―Mamá, haz que Janira se calme ―dijo él ―. Los he escuchado entrar al edificio...

De nuevo, el terror volvió a hacerme temblar. Los oídos comenzaron a pitarme y me negué a escuchar más de lo que decía.

¿Y si entraban a la vivienda? ¿Y si nos mataban a todos?

¡Estaba cagada de miedo!

La madre de J, aquella de la que desconocía nombre, calmó a Janira. La pobre niña estaba enconada llorando. No podía imaginar una infancia así de dura, teniendo que soportar este tipo de conflictos.

―Relájate ―susurró él en mi oído ―, no te va a pasar nada.

Asentí, estando aún entre sus brazos y con la cabeza apoyada en su pecho. Janira se encontraba acongojada en brazos de su madre, quien me miraba con muchísima intriga.

Debía decir que la mujer era toda una belleza sureña. Su piel negra estaba extremadamente cuidada, quizá no tendría más de cuarenta años. Era ancha de caderas y su pelo rizado y negro caía por sus hombros como la melena de un león. Sin embargo, sus ojos me hacían ver que el paso de los años no había sido fácil para ella. Estaban cansados.

Súbitamente, comencé a escuchar pisadas, insultos y maldiciones.

Estaban cerca.

Me tensé.

Otro disparo.

Gritos de una mujer y llantos de una niña.

¿Dónde estaba la Policía cuando se necesitaba?

Los cuatro guardamos silencio, pero comencé a escuchar las esperadas sirenas de los coches patrulla. Una vez más volví a rodearme de disparos.

Vi a la pequeña Janira demasiado asustada, no había derecho a vivir esto. No merecía esto, nadie merecía presenciar dicho caos y que esto aún ocurriese no era, para nada, un buen augurio.

Deseaba, tan dentro de mí, acabar con la situación precaria que había en esta parte de Nueva York. Deseaba que niños como Janira creciesen en un hogar confortable, sin temer que los matasen o entrasen a sus casas para destrozar sus vidas. Porque, aquel llanto y esos gritos desesperados, debían ser de la mujer e hija del hombre apuñalado.

Lo supe en cuanto la Policía las soltó de las garras de aquella banda.

Cohibida, tensa, descolocada por lo vivido, decidí mirarlo por primera vez desde que me había abrazado.

Creo que nunca había pasado tanto miedo, el moreno se encontraba mirando a la puerta con la ira chispeando sus dos iris negros. Comprendí ese brillo en sus ojos, un brillo de pura brutalidad. Una ira que lo desencajaba y que, estoy segura, utilizaría para proteger a su familia de hombres como los que acababan de matar al pobre padre de familia hispano.

Lentamente, fui soltándome del fuerte agarre de J. Él me miró, sus ojos me preguntaban si estaba bien. Le di una sonrisa triste, más bien una mueca, para que se asegurase de que yo estaba perfectamente, algo descompuesta, pero bien al fin y al cabo.

Tan pronto como se aseguró de que todos estábamos bien y el peligro había pasado, fue hasta el cuarto de baño para asearse.

―¿No estás acostumbrada a esto, verdad blanquita?

Me giré de inmediato viendo a un chico de unos doce o trece años mirarme con una sonrisa cínica en sus labios. La desfachatez de ese apodo me hizo visualizar al desconocido, me veía con asco.

―¡Jaden! ―gritó la madre de J.

Me sentí, respecto al apodo despectivo de Jaden, atacada. No le había hecho nada como para que me tratase así. Si quiera me había dado cuenta de que estaba en la casa. 

―Pues no, ¿sabes? ―arremetí, nerviosa, contra el hermano de J ―. No estoy acostumbrada a presenciar tiroteos o asesinatos con arma blanca.

Lo último que iba a hacer era callarme delante de aquel niño insolente. ¿Quién se habría creído? ¡No tiene derecho a hablarme así!

―Entonces no sé qué haces aquí, los que son como tú no merecéis la hospitalidad de gente como mi madre ―dijo, lanzando dagas envenenadas hacia mi ser.

―¡Jaden, a tú cuarto! ― gritó la madre de J. 

―Si te crees que yo disfruto viendo a gente morir o que niños como tú y Janira presenciéis esto ―me callé y lo miré seria ―estás más que equivocado. No me juzgues sin conocerme.

Jaden rio, provocando aún más a su madre. Sin embargo, decidió irse. Aunque, como regalo de bienvenida me enseñó el dedo corazón de su mano.

Bufé, no iba a pelearme con un niño.

―Meghan ―escuché que decían.

Miré hacia abajo y me encontré con los dulces ojos de Janira rojos.

―Dime, corazón.

―¿Quieres jugar conmigo a las muñecas? ―preguntó la niña.

Sonreí con ternura. ¿Se podía ser más mona?

―Claro que sí ―respondí alegre.

No debía ser muy tarde cuando me di cuenta que el cielo se ennegrecía y de las nubes comenzaban a caer finos copos de nieve.

Janira fue muy emocionada a ver caer la nieve, dejando a las muñecas de lado. Reí internamente por la emoción de aquella niña pequeña. Mientras tanto, la madre y yo comenzamos a recoger lo que habíamos utilizado. La voz de ella me sustrajo.

―Siento lo ocurrido con mi hijo Jaden, está en una edad difícil.

―Lo entiendo, todos hemos pasado por esa edad― comenté, intentando quitarle hierro al asunto.

―Jaden ha tenido problemas con gente como... tú. ― intentó no ofenderme, no lo hizo en absoluto― Desgraciadamente, no se fía de casi nadie. A veces pienso que mi niño se ha ido y ha dejado a ese adolescente malhumorado....

―No tiene que darme explicaciones, señora ―le dije, amablemente ―, comprendo que habéis pasado por mucho y siento todo lo que ha pasado, de verdad que lo siento. Jaden está en una mala edad, pero volverá. 

La mujer me sonrió dejando resplandecer unas ligeras arrugas en sus ojos.

―Esa es la cruda realidad, hija ―me dijo ―. Aquí las cosas son complicadas, me siento tan mal de que hayas presenciado algo así. ¡Ah! Y no me llames señora, me haces sentir vieja ―rio ―. Soy Sofía.

―No ha sido tu culpa.

En ello, escuchamos como alguien se dirige a donde estamos nosotras. Entonces, Janira salió corriendo hasta volar a brazos de su hermano mayor.

―¡Jarry, mira, está nevando! ―gritó, emocionada.

―Ya veo, ya. ―rio él, pero su cara cambió a una de seriedad ―. ¿Dónde está Jaden, mamá? ―preguntó ―Lo he escuchado decir cosas poco agradables hacia Meghan. ¿Qué se ha creído ese sin vergüenza?

―No tienes que enfadarte ―comenté ―, está en una edad complicada. No se lo tomes en cuenta, yo no lo hago.

J dudó, pero dejó el tema  parte.

―Está bien, ¿nos vamos Meghan? ― preguntó.

―¡No vais a ir a ningún sitio! Hace frío, en las noticias han dicho que va a caer una tormenta de nieve ―dijo Sofía ―. Además, la zona está llena de policías y me da miedo que salgas estando el panorama asó.  Lo mejor es que os quedéis aquí. Meghan, hija, es mejor que te quedes esta noche aquí. No queremos que ocurra nada.

En el fondo sabía que lo decía por el altercado. Agradecí su hospitalidad, Janira comenzó a chillar diciendo que esa noche iba a hacer una fiesta de pijamas conmigo. 

¿Cómo negarme a ello?

Ir a la siguiente página

Report Page