Jared

Jared


Capítulo 14

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Capítulo 14

Me encontraba bastante incómoda en aquella mesa cuadrada, bajo la atenta y fiera mirada de Jaden.

Las miradas matasen, estaría rozando las puertas del infiernos.

Era una mirada de asco, como me miraba Harper. Pero, ¿qué iba a hacer? Sofía era una joya de mujer, me había ofrecido asilo durante la tormenta y un plato en su mesa. J estaba incómodo y cuidaba cada cosa que decía, se notaba que aún no confiaba plenamente en mí. Sin embargo, me sonreía y hacía que la velada fuese más llevadera. Y, por supuesto, la péquela Janira. Aquella niña de pelo negro y rizado me tenía enamorada.

―¿Estás estudiando algo, Meghan? ―me preguntó Sofía.

Sonreí sin enseñar los dientes y asentí.

―Estoy estudiando psicología en la universidad privada de Manhattan.

―Eso está genial ―me sonrió de vuelta ―. Jared siempre ha querido ser boxeador profesional.

Supuse que se estaba refiriendo a J. la verdad es que nunca pronunciaban su nombre y alguna que otra me pregunté a qué nombre pertenecía la J. Ahora lo sabía, su madre lo había delatado.

Jared.

Pensarlo hacía que mi piel se erizase. Era un nombre muy bonito a mi parecer. Masculino, sexy y fuerte en su pronunciación.

No pude evitar mirarlo de refilón, él estaba pensativo, mirando el pan que descansaba en la cestilla.

Jared.

Realmente, le quedaba bien aquel nombre. Parecía una tontería, pero soy de las que piensan que a cada persona le queda bien un nombre y a él le quedaba de lujo.

―¿Por qué miras así a mi hermano? ―la ligera voz de Janira me sacó de mis pensamientos. Me miraba con un brillo de ilusión en sus bonitos ojos marrones.

―¿Cómo qué por qué lo miro así? ―pregunté extrañada ―. Lo estoy mirando normal.

Escuché reír a Sofía, Jared seguía en su mundo.

―Lo miras raro ―me dijo Janira haciendo reír aún más a su madre ―como si estuvieses embobada. ¿A qué es guapo? Mamá siempre dice que es el hijo más guapo del mundo, aun que ―la niña pareció duda ―eso también se lo dice a Jaden ―hizo una mueca de asco ―y mamá sabe que eso no es verdad.

Me eché a reír. ¿Cómo era posible que una niña tan pequeña llegase a esas conclusiones? Cada minuto que pasaba con ella, me demostraba que era una chica lista y observadora. No obstante, tenía una labia que te hacía degustar cada conclusión que pensaba y expresaba.

―¡Cállate, enana! ―Jaden le tiró un trozo de pan a Janira.

―¡No se juega con la comida! ―exclamó Jared, volviendo a la Tierra ―. ¿Estabais hablando de mí? ―preguntó, frunciendo las cejas.

―Pues… ―fue a hablar Janira.

―No, hijo ―la interrumpió Sofía levantándose para recoger la mesa.

Inmediatamente, me levanté y la ayudé. Janira y Jared también ayudaron, sin embargo, Jaden se quedó en la mesa, mirando muy fijamente mi móvil.

―¿Pasa algo con mi móvil? ―pregunté.

―¡Hija de puta! ―gritó, agarrando el teléfono.

―¡Jaden! ―gritó Sofía ―. ¿A qué viene eso? ¡Devuélvele el móvil a Meghan inmediatamente!

Pero no lo hizo.

Fue corriendo hacia su madre y le enseñó la pantalla encendida. Alguien me estaba llamando y dicha llamada había dejado a la mujer sin vida.

Me quedé parada en el salón, de pie, mirando fijamente a la mujer que tenía mi teléfono en la mano. Janira no paraba de preguntar qué estaba pasando. El ambiente se había cargado de un silencio sepulcral e incómodo. Entonces, fue cuando Jared fue al lado de su madre. Su cara se desfiguró en cuanto vio la pantalla. Me miró tristemente, agarró el teléfono y me lo devolvió.

Bajé la mirada hacia la pantalla y lo que vi fue en inicio de una batalla de gritos hacia mi persona que acabó consumiendo mi cordura y paciencia.

 

 

 

Siempre he sabido que Susan Collins, alias mi madre, era alguien ruin y cruel que no tenía corazón. Una mujer que simplemente se fijaba en los millones que su vecino tenía en el banco o en el vestuario de sus allegadas. La simple mención del nombre de Susan Collins en casa de Jared fue sinónimo de conflicto con Jaden.

¿Y cuál fue mi sorpresa?

Susan Collins era quien había intentado quitarle la custodia a Sofíapara meter a Jadenen un correccional por diferentes delitos menores.

Ahora entendía el escándalo que Jaden había montado a la hora de la cena. Un escándalo que acabó conmigo. Lo único racional que pude hacer fue irme corriendo de aquella casa. Aún así, pienso que no merecía tal trato.

¡Yo no tengo que ver nada con ella!

Recordar los crueles gritos de Jaden sobre mí, llamándome de todo, me hacía daño. Aún podía sentir a la pequeña Janira con lágrimas en los ojos, a la pobre Sofíaintentado calmar a la bestia y a un Jared que dejaba de destacar por su ligereza en una conversación dejando paso a un chico serio y sin una pizca de diversión en sus ojos.

Un escalofrío me recorrió de arriba abajo.

El tiempo parecía empeorar y no vacilé en levantarme y asegurar la ventana de mi habitación. Desde la altura de mi edificio, pude ver la nieve caer con furia. El viento se había apoderado de las calles y sufría sabiendo que quizá Jaden se había escapado para hacer alguna de sus gamberradas.

De súbito, me llegó un mensaje al buzón. Agarré el móvil y lo miré. Era de un número desconocido.

« ¿Has llegado bien a casa?»

« ¿Quién eres? », tecleé rápidamente.

Me hacía una ligera idea de quién podía ser, pero quería confirmarlo.

« Soy J »

Volví a teclear: «He llegado bien, gracias por preocuparte »

Dejé el móvil en mi mesita de noche, pasé mis manos por mi cara, intentando buscar consuelo.

Estaba acongojada por lo ocurrido, nunca antes había pasado por una situación similar y me descolocaba el odio que Jaden demostraba hacia mí.

Sorbí mi nariz, comenzando a llorar.

Sintiendo ese dolor en mi pecho que tanto había intentado reprimir durante años, fui cayendo contra la almohada.

Siempre era lo mismo.

Siempre me juzgaban por quien era mi madre y no por mí o mis méritos.

Había descubierto a la verdadera Susan Collins, a aquella que todo Bronx odiaba. Esa mujer que, por mucho que me pese, empezaba a odiar.

―¿Meghan? ―escuché que decían desde la puerta.

No contesté a la llamada de Charlize, no me salían las palabras. Simplemente, de mis labios salían ligeros y tenues sollozos. Lo único, y reconfortante a la vez, que sentí fue el abrazo demoledor que hizo que comenzase a llorar con más fuerza. Caricias en mi pelo, susurros en mi oreja, achuchones más fuertes... Charlize si sabía lo que necesitaba en este momento.

Consuelo.

Ella entendía mi situación y estoy segura que estaba enterada de lo ocurrido. Su gesto alicaído me lo confirmaba, me confirmaba lo obvio.

―Ya está, cariño... ya está... ―me susurraba ella.

Sin darme cuenta, mi llanto había cesado hasta transformarse en leves sollozos. Mordía mi labio para no dejarlos escapar, sentía un ligero hinchazón por los mordiscos.

―¿Por qué? ―solté con la voz ronca de llorar.

―Porque son todos unos gilipollas, ¿no lo ves?

―¿Incluso Simone? ―pregunté, alzándome para verla a los ojos, Charlize resopló.

―Por mucho que me guste, sí, él también ―frunció sus labios.

Se escuchó una queja desde la habitación abierta de Charlize, seguramente Simone estaba allí. Ambas, ante aquella queja bastante infantil, nos linchamos a carcajadas.

―¿Cómo te has enterado? ―pregunté, rascándome los ojos.

―Cuando te escuchamos entrar, nos preocupamos mucho ―confesó ―. Es extraño que luego de decirme que te quedarías en casa de J, volvieses y más con la tormenta que está cayendo, que de eso hablaremos mañana, por cierto. Podría haberte pasado algo. ―comentó con un reproche hacia mi persona ―. Pero la cosa es que le insistí a Simone para que llamase a J y nos dijese que había pasado.

―Lo sospechaba ―hablé, frunciendo los labios.

Una de las manos de Charlize agarró la mía con fuerza y decisión, dándome un apretón. Subí mi mirada instantáneamente para verla sonreír en mi dirección, ella era una de las razones por la que cada día me levantaba. Sin Charlize, mi mejor amiga y hermana del alma, la vida sería mucho más dura.

―Descansa, ¿vale? ―me dijo, levantándose de la cama.

Asentí y me metí entre las sábanas, se me escapó un bostezo.

―Gracias por todo, Charlize ―le susurré.

―No me las des, corazón. Buenas noches.

―Buenas noches.

Repentinamente, el cansancio y la fatiga llegaron a mí en largas oleadas de bostezos. Me abracé a mi almohada y, sintiendo como una salada lágrima caía desde mis ojos hasta la cúspide de mi barbilla, perdiéndose por la inmensidad de la almohada blanca, caí en un profundo y pesado sueño.

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