Jane

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Capítulo 12

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Capítulo 12

Traducido por Kyria

Corregido por LadyPandora

 

Una tormenta se trasladó por la mañana del día siguiente instalándose en Thornfield Park. Los ensayos se hicieron de todos modos, a pesar del frío, la lluvia torrencial y el foso de barro que se había formado alrededor del granero. A la hora del almuerzo, Amber y Linda llevaron un recipiente con cafés y una bandeja de sándwiches al granero, su pelo estaba aplastado por la pequeña carrera desde la casa. Me hubiera gustado quedarme en casa con Maddy otra vez ese día, ella le había contado a su padre lo del asunto antes del desayuno y le había dado permiso para quedarse en el granero. Después del almuerzo, colocó sus figuritas en un rincón y escuchó a la banda mientras comenzaba una de sus prolongadas actuaciones. Puse mis manos alrededor de mi taza de café, tratando de entrar en calor y escuchaba lo que parecía ser la centésima reiteración de una canción cuando Yvonne se me acercó.

—¿Todavía te aburres? —me preguntó—. ¿Por qué hace que te sientes aquí hora tras hora?

—No pretendo entender su lógica.

Los ensayos no parecían ir particularmente bien y el Sr. Rathburn había estado demasiado preocupado por la mañana, incluso para prestar mucha atención a Bianca. Ella continuó robando fotografías, rondando por dondequiera que la acción estuviese, pero creí detectar un brusco y un poco contrariado aire en ella.

—Bueno, lo que sea —dijo Yvonne—. Cuando él no esté mirando, escápate. Necesitas llevar a Maddy fuera para su siesta de todas formas, ¿verdad? Una vez que estés fuera del granero ven a la casa de huéspedes. Tengo mis cartas del tarot. Voy a leerte tu fortuna.

La oportunidad para alejarme de los ensayos fue un alivio, aunque corría el riesgo de la censura del Sr. Rathburn. Menos de una hora después, llamé a la puerta de la casa de invitados. Incluso con mi paraguas, estaba bastante calada. 

—Quítate los zapatos. —Ordenó Kitty—. Ponte cómoda.

Nunca había tenido una razón antes para estar en la casa de invitados. La sala de estar era alegre, blanca y amarilla, con un fuego en la chimenea. Me acomodé en el sofá y Kitty me entregó una manta roja de lana y la envolví alrededor de mis hombros.

—¿Te han hecho antes alguna lectura? —curioseó—. Yvonne es increíble.

—Las cartas son increíbles. —La corrigió Yvonne—. Yo solo sé cómo interpretarlas. Solía tirar las cartas para mí todos los días, pero me detuve. Fueron tan certeras que me asusté.

—Así que ahora tenemos miedo —dijo Kitty con un pequeño escalofrío.

—Deberías tener miedo después de la lectura que hice esta mañana. Tendremos a la Srta. Cosa bajando de su habitación a husmeando por aquí durante un tiempo.

Me acordé de que había habido un breve período de la mañana cuando Bianca no había estado presente. También me di cuenta de que ni a Kitty ni a Yvonne les gustaba particularmente Bianca. ¿Y por qué debería? En sus días en Thornfield Park, nunca la habían visto hablar con ninguna mujer, toda su atención se centraba en la banda.

—¿Le leíste las cartas a Bianca? —pregunté—. ¿Qué decían?

—Oh, ella sacó la torre —dijo Yvonne bruscamente—. Digamos que la lectura se centró alrededor de un fuerte golpe a su ego.

—No estoy segura de que quiera saber qué dice mi fortuna —le dije—. Si la mala suerte acecha a la vuelta de la esquina, prefiero no saberlo.

Yvonne cortó y barajó las cartas.

—Oh, las cartas no te dirán el futuro, cariño. Sólo te dicen cosas acerca de ti misma, te dan consejos sobre cómo conseguir lo que sea que desees. Comienzas por presentarte con una pregunta. ¿Qué es lo que quieres saber?

Dudé. Hubiera sido tonta y poco profesional compartiendo el tema que más me preocupaba. ¿Y qué iba a hacer de todos modos? Incluso si las cartas pudiesen predecir el futuro, sabía que el mío no me diría la única cosa que más quería saber. No tenía sentido preguntar cómo hacer que el Sr. Rathburn me amase, estaba más allá de mi poder. Además, ¿realmente era tan tonta como para creer que una carta elegida de una baraja podría decirme algo útil?

—Creo que deberías saber que soy una escéptica —dije.

Yvonne se encogió de hombros.

—Eso no importa. Es posible que tú no creas en las cartas, pero ellas creen en ti. Tiene que ser algo que quieras.

Pensé un momento.

—¿Voy a volver a la universidad?

—¡Aburrido! —dijo Kitty en voz alta—. ¿Eso es lo mejor que puedes hacer?

—Pregunta por el amor —demandó Yvonne—. ¿Tienes novio?

—Oh, no.

—¿Hay alguien que te guste? —insistió—. ¿Alguien en quien hayas puesto el ojo?

—Mira cómo se sonroja —dijo Kitty—. Ahí está tu respuesta, Vonnie. ¿Quién es?

—Nadie lo sabe.

— ¡Es Dennis! —supuso Yvonne.

 —Sólo lo conozco tres días —dije—. No, no es Dennis. Es alguien de mi otra vida. Antes de que viniera aquí.

¿Era incredulidad lo que vi cruzarse por la cara de Yvonne? En cualquier caso, dejó de presionarme para sacarme información.

—Piensa en él mientras barajo las cartas. ¿Qué es lo que quieres saber? —Cerré los ojos y pensé en el rostro del Sr. Rathburn, un poco sorprendida por lo fácil y vívidamente que podía evocar la imagen de sus ojos color humo y su sonrisa torcida—. ¿Qué quieres saber?

Traté de formular vagamente la pregunta como pude.

—Hay… no sé. ¿Hay esperanzas?

Abrí los ojos y vi un abanico de cartas extendidas a un par de centímetros de mi cara.

—Una de estas cartas está gritando tu nombre —dijo Yvonne. —Así que escoge.

Hice mi elección y puse la carta boca arriba, sobre la mesa. Se presentó un dibujo colorido de una mujer desnuda apoyada en una rodilla al lado de un arroyo, el agua manaba de los cántaros que sostenía en cada mano. Una enorme estrella de ocho puntas ocupaba la mayor parte del cielo nocturno por encima de ella.

—Es la estrella —exclamó Yvonne.

—¿Eso es bueno? —preguntó Kitty.

—Por supuesto —dijo Yvonne—. La estrella es la carta de la esperanza y la curación.

—¿Por qué está desnuda? —pregunté.

—Está desprotegida, completamente vulnerable. Y el agua que está derramando simboliza las lágrimas que has estado guardando.

—¿Has estado conteniendo las lágrimas? —preguntó Kitty.

—Bueno, no exactamente.

Eso era verdad, ayer había sido incapaz de contenerlas. El recuerdo de cómo me había venido abajo delante del Sr. Rathburn todavía dolía.

—Bueno, anímate —dijo Yvonne—. Lo que quieres está ahí fuera. Sólo tienes que ir y encontrarlo a medio camino. Eso no lo digo yo, cariño. Es la carta.

Negué con la cabeza.

—Estoy bastante segura de que no es el caso —les dije—. No tengo nada en contra de tus habilidades de lectura de cartas pero...

—Puede que no lo veas ahora —dijo Yvonne—. Pero tienes que estar atenta a las oportunidades.

Saqué la mantita de mis hombros.

—Gracias a las dos. Esto fue muy amable por vuestra parte. Probablemente debería regresar al granero.

—¿Qué, estás preocupada por el grande y malvado Nico? —dijo Kitty—. Déjale que se pregunte dónde estás. Espera un rato. Vonnie va a leerme las cartas. Haré un poco de café, que nos calentará. Y si Nico dice algo, sólo dile que te secuestramos.

—Él es un blandengue debajo de toda esa fanfarronería —dijo Yvonne—. ¿Pero ya lo sabes, verdad?

Y antes de que pudiera responder se giró hacia Kitty.

—Así que, ¿qué quieres saber?

Me quedé con ellas un rato más antes de volver a casa para echarle un vistazo a Maddy. Ella ya estaba levantada y fuera de la cama y estaría probablemente corriendo sola por el granero y yo probablemente tendría problemas por salir fuera de los ensayos y no prestar mis servicios adecuadamente. De hecho ya debería estar en problemas. Estaba pensando en cosas tristes cuando el intercomunicador de la puerta principal sonó. Habría esperado a que Lucía contestara, pero debía de haber salido a hacer un recado. Sonó una segunda vez y luego una tercera. Corrí hasta la puerta de entrada y presioné el botón para contestar.

—¿Sí?

—Soy Teddy, de la caseta de vigilancia. Hay un tal Ambrose Mason aquí para ver a Nico. No puede esperar, dice que es importante y que Nico sabrá de qué se trata.

Me ofrecí para correr hacia el granero y transmitir el mensaje, ya que me dirigía allí para encontrar a Maddy de todos modos. Efectivamente, estaba sentada en el sillón que quedaba justo enfrente del micrófono de su padre, mirándolo con ojos somnolientos y una figurita apretada en cada mano.

El Sr. Rathburn estaba intercambiando una guitarra por otra cuando me subí al escenario para llamar su atención. Miró distraídamente.

—¿Jane? —Parecía sorprendido, incluso feliz, al verme allí de pie—. ¿Qué pasa?

Le transmití el mensaje. Cuando pronuncié el nombre del visitante, la sonrisa en sus labios se desvaneció.

—Vuelvo enseguida —anunció a la banda—. Cinco minutos.

Bianca, que estaba sentada justo fuera del escenario revisando las fotos que había almacenado en su cámara, se levantó como si fuera a ir con él.

—No, quédate aquí —le ordenó.

—Jane, ven conmigo.

Esperaba que se diera prisa para ir a la caseta de vigilancia o por lo menos al intercomunicador. Pero para mi sorpresa, en el momento en que salimos del granero, me sacó a un espacio entre los árboles. Todavía estaba lloviznando, podía sentir la humedad de la ropa contra mi piel.

—¿Ambrose Mason? ¿Estás segura de que escuchaste correctamente el nombre? —Le aseguré que no había manera de que me pudiera haber confundido con un nombre como ese—. ¿Le has visto? ¿Te ha dicho algo? —Su rostro estaba más pálido de lo que jamás lo había visto antes.

—Está abajo, en la caseta de vigilancia. No lo he visto. ¿Qué va mal? ¿Está bien?

—Jane, no tienes ni idea.  —Aflojó un poco su apretón en mi mano—. Esto es una pesadilla.

Caminamos hacia la casa de la piscina. Miró a ambos lados, entró y mantuvo la puerta abierta para mí. Una vez dentro, se dejó caer sobre la silla más cercana. Me senté a su lado.

—¿Quién es? —No pude evitar preguntarlo.

—Era mi amigo. —Su voz era severa—. Hace mucho tiempo.

—¿No puede simplemente decirle que se vaya? —pregunté—. Teddy le enviará lejos si no lo quiere aquí.

—No, Teddy no puede ayudarme con esto.

—¿Y yo? ¿Puedo ayudarle?

Se acercó, tomó mi mano entre las suyas y la frotó.

—Tu mano está fría —dijo—. Es una lástima que no podamos huir juntos a alguna parte, pero dime —preguntó con urgencia en su voz—. Si todo desapareciera mañana… —Soltó mi mano y señaló hacia la casa—, si la prensa amarilla inventara un escándalo sobre mí y mi nombre se fuera a la mierda, si nadie comprara mis discos y la discográfica me dejara… si no tuviera nada y volviera a ser Nick Rathburn de Wichita, ¿te quedarías a mi lado? ¿Seguirías siendo mi amiga?

—Por supuesto que sí —le dije en voz baja.

—Te creo.

—Déjeme ayudarle. Haré cualquier cosa que necesite.

—Nadie me puede ayudar, ni siquiera tú. No con esto. Esto necesito manejarlo yo solo.

Me dijo que regresara a la casa y comenzó a bajar el largo camino hacia la puerta principal. Una vez dentro, me senté en la sala y esperé lo que parecieron ser horas, aunque debieron ser sólo unos minutos. Justo cuando me preguntaba si debería haber insistido en ir a la caseta de vigilancia con el Sr. Rathburn, la puerta principal se abrió. Corrí a la entrada para encontrarle con un hombre que rondaba los treinta y guapo de una manera femenina. Llevaba lo que parecía un traje caro y cargaba una maleta.

—Jane —dijo el Sr. Rathburn en voz baja—. ¿Tenemos una habitación libre?

—Creo que todavía queda una vacía en su ala. No sé si está preparada para un invitado.

—¿Podrías sacar algunas toallas y cualquier cosa que necesite la habitación? Solamente déjalas fuera.

Él miró más allá de mí, al pasillo de detrás.

—¿Hay alguien más en la casa?

—Alguien del personal, a lo mejor —le dije—. Walter pasó por la cocina hace un rato. No he visto a nadie desde entonces. Lucía está fuera y todos sus invitados están todavía en el granero y en la casa de invitados.

 —Bien, bien. —Parecía serio—. Una vez que te hayas encargado de las toallas, sal al granero y échale un vistazo a Maddy. Dile a todo el mundo que pronto estaré allí. Mantenlos fuera de la casa. Y hagas lo que hagas no menciones a Mason a nadie.

Luego el Sr. Rathburn se fue con Ambrose Mason apresurándose para seguirle el ritmo.

Después de encargarme de las toallas y de mantas adicionales, corrí hacia el granero y encontré a Maddy justo donde la había dejado. La banda estaba alrededor de la mesa del buffet, todos levantaron la vista cuando entré. Detrás del escenario, Bianca caminaba de un lado a otro. La mirada que me lanzó fue más fría que la de un tigre de bengala mirando a un humano al otro lado de unos barrotes.

 —¿Dónde está? —preguntó Tom—. ¿Por qué tarda tanto?

 —Ha dicho que volverá en cualquier momento —le dije—. Tenía algunos asuntos urgentes que atender.

—Nos hemos quedado sin café —dijo Lonnie—, y quedan pocos sándwiches.

Les aseguré que se lo diría al cocinero y les repetí que el Sr. Rathburn estaría de vuelta en breve. Esto pareció calmar a los miembros de la banda, pero no a su agitada fotógrafa. ¿Por qué era tan obvio que yo no le gustaba?, realmente no tenía ni idea y no era momento de juntar las piezas. Me aseguré de que Maddy estuviese felizmente ocupada y luego corrí a la cocina a buscar a Walter. Cuando regresé, el Sr. Rathburn había vuelto y el ensayo se había puesto de nuevo en marcha.

La música duró hasta el atardecer. Durante el resto del día, durante la cena y en la fiesta de esa noche en la sala de estar, no vi ni rastro de Ambrose Mason. Y aunque lo observaba atentamente, el Sr. Rathburn no miró en mi dirección ni una sola vez.

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