Jane

Jane


Capítulo 13

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Capítulo 13

Traducido por Kyria

Corregido por Ángeles Rangel

 

Esa noche me quedé dormida con facilidad pero me desperté abruptamente unas pocas horas después. El día de nubes y tormenta se había disipado y mi habitación parecía inundada de la luz de la luna a pesar de las persianas venecianas. Me senté en la cama, levanté uno de los listones y observé una enorme luna llena, su luz transformaba la familiar vista desde mi ventana en algo hermoso y extraño.

En ese momento un grito perforó el silencio. Lo suficientemente fuerte para despertar a toda la casa, parecía venir de encima de mí.

Me congelé y por un momento hubo un ominoso silencio. Pero entonces empecé a oír sonidos: una especie de lucha encima de mi cabeza, un crujido como de una pieza de mobiliario que se vino abajo y a continuación cristales rotos. Luego una voz ronca de un hombre gritó.  —¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Ayuda! —Después de una breve pausa, gritó de nuevo—.  ¡Nico, Nico! Por favor… ven aquí.

Oí pasos, alguien corriendo por el pasillo. Había más pisando fuerte sobre mi cabeza. Algo pesado cayó, luego silencio. Corrí a la habitación de Maddy para ver cómo estaba. Increíblemente, seguía durmiendo, así que volví a mi habitación.

¿Alguien en la casa lo había oído? Maddy y yo éramos las únicas con habitaciones en esa ala. La sala amplia de juegos se interponía entre nosotros y las paredes de la casa eran gruesas y muchas insonorizadas. Aun así, Linda y Amber, que dormían en el piso de abajo, debían de haber oído pasos. Pensé en Bianca en el lado de la casa del Sr. Rathburn y todos los demás en la casa de huéspedes y me pregunté si el grito había despertado a alguno de ellos. Me senté en el borde de mi cama preguntándome qué hacer a continuación cuando oí voces que venían del final del pasillo. Una de ellas era la de Bianca y la otra pertenecía al Sr. Rathburn. Al parecer, Linda y Amber estaban allí también.

—No es nada. Una de mis amas de llaves ha tenido una pesadilla —dijo—.  Deberías volver a la cama.

Brenda, me dije a mí misma. Pero no había soñado todo lo que había ocurrido en el piso de arriba. Mis nervios vibraron y mis manos temblaron. —No podría volver a dormirme —dijo Bianca—. Quienquiera que haya sido, yo le despediría si fuera tú.

—Yo me encargo de todo —respondió el Sr. Rathburn—. Linda, ¿podrías ir a la casa de huéspedes? Si están despiertos, hazles saber que no era nada. Amber, puedes volver a la cama. No hay nada que ver aquí —se rió secamente—. Adelante.

La voz de Bianca se elevó de nuevo. La podía oír decir algo en señal de protesta, aunque no podía distinguir las palabras.

—Estarás bien —oí que le dijo el Sr. Rathburn—. Te prometo que no habrá más emociones esta noche.

Luego todo se quedó en silencio por el pasillo y en el tercer piso. Pensé que todo el mundo había oído el grito, pero al parecer solo el Sr. Rathburn y yo habíamos oído el forcejeo y la lucha. Algo me dijo que el Sr. Rathburn podría necesitar mi ayuda después de todo. Me puse unos vaqueros y una camiseta, me puse los zapatos y me senté a esperar hasta que el golpe en mi puerta por fin llegó.

—¿Jane? —Era  el Sr. Rathburn. Abrí la puerta. Se metió dentro y cerró detrás de él—. ¿Recuerdas que me dijiste que me ayudarías si lo necesitaba?

Asentí con la cabeza.

—Tenemos que ser silenciosos —dijo—. ¿Tenemos un botiquín de primeros auxilios?

—Hay uno en el baño de abajo, fuera de la cocina.

—¿Puedes ir a buscarlo? ¿Y tenemos trapos limpios? —Asentí—. Bien. Tráelos a la tercera planta. Todo lo que puedas encontrar. Pero se lo más silenciosa que puedas.

—¿No necesito una llave?

—Toca suavemente en la puerta en la parte superior de las escaleras. Estaré escuchando.

Comencé a ir hacia la cocina, pero me llamó con un susurro urgente.

—¡Jane! ¿Tienes miedo de la sangre?

—No sé, no creo.

La pregunta me debería haber aterrorizado, pero en cambio me sentía extrañamente fría y competente, la sensación solo la había tenido una vez. Cuando recibí la llamada del accidente de mis padres. Esa calma que me había acompañado en el tren de regreso a Filadelfia, a la morgue del hospital donde había tenido que identificar sus cuerpos.

Me habían permitido planear el funeral mientras mi hermana yacía en la cama llorando y mi hermano estaba ausente, fuera con sus amigos durante una borrachera de dos días. Me había durado en el funeral y en la lectura de la voluntad y sólo me abandonó cuando regresé al campus, de repente estaba débil por el dolor y sola en un dormitorio lleno de gente.

Actué rápida, recogí los suministros, cuidando de hacer el menos ruido posible. Cuando no pude encontrar trapos limpios, asalté mi habitación a por camisetas de algodón recién lavadas. Subí las sonoras escaleras lo más silenciosamente que pude. Tan pronto como llamé a la puerta baja y negra, se abrió y entré en una habitación iluminada sólo por la luz de la luna que se derramaba en torno a las persianas cerradas.

 —Espera aquí un momento —dijo el Sr. Rathburn y desapareció por la puerta en el lado opuesto de la habitación. Le oí decir algo en tono agudo; una voz baja murmuró unas cuantas silabas en respuesta. Luego oí otra puerta detrás abrirse y cerrarse y después una risa ahogada. Debía de ser Brenda.

—Estoy aquí. —El Sr. Rathburn me llamo a la habitación interior, donde se encontraba al lado de una cama con ruedas de gran tamaño. Estaba oscuro en esa sala también, a excepción de una linterna de emergencia situada en la mesita de noche. Su luz cayó sobre una figura estirada sobre la cama. Di un paso más cerca. Era Ambrose Mason, con los ojos abiertos con dolor, sus labios completamente blancos y temblando. Su camisa blanca estaba empapada en sangre por un lado filtrándose en la colcha de abajo—. Dame los trapos —ordenó el Sr. Rathburn. Obedecí, el apretó varios de ellos contra la parte más sangrienta de su pecho.

Mason gimió y golpeó su cabeza de lado a lado. Su respiración venía en rápidas ráfagas. —El doctor está en camino —le dijo el Sr. Rathburn—. Vas a estar bien.

—¿Ha perdido mucha sangre? —le pregunté al Sr. Rathburn, susurrando para que Mason no entrara más en pánico—. La herida se ve peor de lo que es.

Toqué la mejilla de Mason y su piel estaba húmeda. —Podría estar en Shock. Había tomado una clase de primeros auxilios para obtener mi licencia de niñera y algo de lo que había aprendido llegó de golpe—. Va a necesitar una manta para abrigarse…  y una para elevar sus pies.

—Busca alguna —dijo el Sr. Rathburn—. Debe de haber mantas aquí. —Él se quedó al lado de Mason, presionando sobre los trapos con una mirada profunda de concentración.

En un aparador cercano, me encontré varios edredones, enrollé uno y lo puse bajo sus pies, luego cubrí con el otro la mitad inferior de su cuerpo.

—¿Hay alguna gasa en el botiquín de primeros auxilios? —Preguntó el Sr. Rathburn—.  ¿O una venda? ¿Y un poco de cinta?

Saqué un rollo de gasa fuera de la caja. —No parece suficiente para envolver su cuerpo —dije.

 —No importa entonces. Necesito que te hagas cargo. Ven aquí. Recoge un par de trapos. No quites los que ya están, solo pon los frescos sobre ellos y presiona como estoy haciendo. Tan fuerte como puedas. —Cumplí, inclinándome con todo mi peso. Mason se quejó otra vez—. Tengo que ir abajo y esperar al doctor —me dijo el Sr. Rathburn—. No quiero verle llamar al timbre y que despierte a toda la casa. Mantente presionando la herida.

Asentí.

—Aunque yo me vaya, Mason no te atrevas a decir una palabra. ¿Y jane?

—¿Si?

—Tú tampoco hables con él. No le hagas preguntas. Y hagas lo que hagas, aléjate de esa puerta. Señaló la pesada puerta de madera en la parte posterior de la habitación que estaba asegurada con un cerrojo. Aunque había estado demasiado ocupada para notarlo, ahora oí murmullos y sonidos que venían de detrás de la puerta.

Los minutos pasaron agonizantemente lentos. El Sr. Mason parecía más somnoliento y menos agitado. De vez en cuando, me gustaría intentar esa sonrisa tranquilizadora que significaba que el doctor estaba en camino e iba a cuidar de él muy pronto. A pesar de que quería mantener las manos constantes, podía sentir que mi compostura desertaba. La sangre brotó a través de los trapos bajo mis palmas. ¿Qué pasaba si Mason se había desangrado hasta la muerte? ¿Y si no podía detenerlo por estar en shock? Peor, justo detrás de la puerta de madera estaba la mujer que le había hecho esto. Esos extraños sonidos procedentes de detrás de la puerta, gruñidos y alguna risita ocasional, me dijeron que Brenda estaba esperando en el otro lado la oportunidad de liberarse y hacer más daño. ¿Qué era? Era difícil imaginar a cualquier humano siendo tan ordinario por el día y tan mortal por la noche.

Un trapo fresco yacía en la cama. Con una mano aún en la herida de Mason, lo agarré y lo extendí sobre los demás. Por más que traté, no pude encontrar una respuesta lógica a las preguntas que me atormentaban. ¿Por qué el Sr. Rathburn arriesgaba su propia seguridad, por no mencionar la de Maddy, conservando a alguien tan peligroso encerrado en el tercer piso? ¿Y qué otros secretos estaba guardando?

Sentí que pasaron horas antes de que el doctor llegara, pero no debían de haber sido más de treinta minutos. Copilot ladró y pronto oí al coche arrastrarse hasta camino de la entrada y detenerse a un lado de la casa. Momentos más tarde, el Sr. Rathburn llegó en compañía de un hombre con el pelo corto, gris, despeinado. Reconocí al médico que había llegado a la casa una vez cuando Maddy tenía fiebre y dolor de oído.

—Hazte a un lado —me dijo. Se inclinó sobre Mason y revisó bajo los trapos—. El sangrado casi de detuvo —dijo. Luego envolvió el manguito de presión arterial alrededor del brazo del paciente. En silencio esperamos por el resultado—. Está en el extremo más bajo de lo normal.

—¿Me estoy muriendo? —preguntó Mason. Me di cuenta de que era la primera vez que escuchaba su voz. Tenía un acento que no pude precisar, español tal vez—. Debería estar bien con algunos antibióticos y suturas. El medico miró hacia el Sr. Rathburn—. Es una herida fea, ¿dice que ella usó un cuchillo de carne para hacer esto?

—Trató de hacerlo —dijo el Sr. Rathburn—. Lo alejé de ella, pero no antes de que hubiera hecho algo de daño. Había otro corte en su hombro, cerca del cuello.

El médico se movió para ver mejor, haciendo a un lado la camisa rota de Mason. —Esto no fue hecho con un cuchillo. Parecen ser marcas de dientes —sonaba horrorizado.

—Ella me mordió —murmuró Mason—. Nico consiguió alejarla del cuchillo y vino a por mí con sus dientes —sonaba agitado—. No sabía cómo detenerla. No quería herirla. Me cogió por sorpresa. Cuando entré, parecía tan pacífica. —El doctor trabajaba, quitándole la camisa, limpiando las heridas con solución antiséptica y envolviendo el pecho de Mason con gasa.

—¿Te lo advertí, no es cierto? —dijo el Sr. Rathburn—. No tenías que haber entrado solo: deberías haber esperado hasta la mañana y llevarme contigo.

—No podía dormir, en todo lo que podía pensar era en ella aquí arriba, en lo sola que podía estar.

—¡No está sola! —gritó el Sr. Rathburn—. Hago lo posible para que no esté sola, me hago cargo bien de ella.

El doctor lo miró. —No lo excites —dijo. Sólo dame un minuto o dos y estaré listo para conducirlo al hospital. Hay una tercera herida aquí en su hombro. Otro mordisco, parece ser.

—Trató de succionarme la sangre. Dijo que iba a sacarme el corazón y comérselo.

—Es suficiente —el Sr. Rathburn torció la cara—. Para de hablar. —Miró hacia mí y luego a Mason—. Te lo advertí…

—Prométeme que la cuidarás bien —dijo Mason con una voz entrecortada.

El tono del Sr. Rathburn estaba tranquilo. —Siempre me he ocupado bien de ella. Tú has visto que está bien. Ahora puedes ir a casa y dejármelo todo a mí. —Se volvió hacia mí por primera vez desde que volvió a entrar en la habitación—. Jane es mejor que vayas abajo y te laves las manos de la sangre. Estaré abajo en un minuto. Llamaré a tu puerta.

Accedí y tomé una rápida ducha caliente, agradecida por estar limpia me vestí con ropa limpia y esperé en la silla al lado de mi cama. En poco tiempo, el Sr. Rathburn tocó la puerta. Le dejé entrar y la cerré detrás de nosotros para que nuestras voces no se oyeran.

—¿Cómo estás? — me preguntó—. ¿Además de exhausta?

—Estoy bien —dije—, pero estaba aterrorizada allí arriba cuando me quedé sola con el Sr. Mason. Pensé que Brenda podía romper la puerta o la cerradura.

—Es una puerta muy gruesa. Reforzada con acero y las cerraduras son “state-of-the-art”. Además del cerrojo que puedes ver, hay cuatro cerraduras  más. No te habría dejado subir si pensara que ibas a estar en el más mínimo peligro.

 —¿Todavía va a vivir ahí? —pregunté—.  ¿Y si encuentra otra manera de salir? Podría herirle, o a Maddy.

 —No hay otras salidas. Estamos a salvo. Y me aseguraré de que nada te pase, nunca. ¿Me crees, verdad?

Le dije que sí y me tomó de la mano. —Tus dedos están todavía helados —dijo—.  ¿Cómo es posible? —Él presionó la palma de su otra mano contra mi frente—.  ¿Estás enferma?

—No lo creo.

Había tantas preguntas que quería hacerle sobre qué había sucedido. ¿Por qué Mason se preocupaba tanto por Brenda? ¿Y por qué había aparecido en Thornfield Park? Pero no podía concentrarme. La mano del Sr. Rathburn era agradable,  larga y ligeramente áspera. Podía percibir un leve olor de su aftershave —ahora familiar—  con su toque de humo de madera. Cerré los ojos—. Tu frente está caliente. Creo que tienes fiebre.

—Estoy segura de que no. Yo solo… —Me interrumpí sin saber cómo terminar la frase. Cuando abrí los ojos, él seguía mirándome. Mareada y asustada de lo que pudiera decir, di un paso atrás.

Después de un largo momento, me miró con curiosidad y luego rompió su mirada con una sonrisa distraída.

—Así que dime, Jane. ¿Qué te parece mi nueva novia? ¿Nos vemos bien juntos?

Me acerqué a la esquina de mi tocador para prepararme hasta que el mareo se me pasara. —Sí —dije después de un momento—. Se ven bien.

¿Por qué me estaba preguntando ahora por Bianca, después de todo lo que acababa de pasar? ¿Cómo podía parecer tan cuidadoso en un momento y al siguiente tan insensible? Moví mi cabeza de un lado a otro, tratando de aclarar mis pensamientos.

—¿No es todo lo que puede desear una mujer? ¿Magnífica y sofisticada, con talento? Ella es todas esas cosas.

—¿No crees que seremos felices juntos?

No podía pensar en una respuesta que fuera sincera y educada, así que guardé silencio.

—Quiero tu opinión sincera. ¿Debo pedirle que se case conmigo? He estado solo demasiado tiempo, ¿no crees?

 —No lo sé Sr. Rathburn.

—Querrías hacer un brindis en la recepción de la boda? O podrías decir unas palabras en la ceremonia. A lo mejor leer un poema. ¿Harías eso por mí?

—Haré cualquier cosa que necesite. Cerré mis ojos un segundo. Se sentían tan pesados, apenas tenía fuerzas para volver a abrirlos.

—Voy a dejarte dormir —dijo el Sr. Rathburn—. El sol saldrá pronto y voy a tener que darles muchas explicaciones a nuestros huéspedes. Dulces sueños.

Y me dejó con sueños que eran de todo menos dulces.

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