Ira

Ira


CAPÍTULO VII

Página 37 de 47

—Al respeto me estás faltando tú, idiota. Lo ves, eres igual que él. Cometes el mismo error que los demás. Pensáis que tratándonos mejor desaparece el machismo. —E ironizo—: Pobrecitas ellas, tan oprimidas, tan relegadas a planchar, a limpiar y a cocinar… Pues te equivocas. Lo tuyo es la misma cantinela de siempre, un vano intento de ponernos a vuestro nivel, con lo cual, solo conseguís admitir y redundar en lo mismo: en que somos débiles. Y ese es un concepto equivocado, primo. Las mujeres no necesitamos subir a vuestro nivel, sois vosotros los que necesitáis bajar al nuestro, y con ello no me refiero a que os rebajéis ni nada parecido, sino a que para evolucionar, tenéis que lograr poneros a nuestra misma altura.

—Tranquila prima…

—¡No tranquila, no! Mira cómo es Diego… Para completar la misión tengo que rebajarme a la altura del betún. Toda mi seguridad y mi autoestima ¡a tomar por el culo! Esta mierda en la que las débiles y vulnerables damitas somos objetos de explotación y disfrute no deja de ser más que un jodido obstáculo para la evolución.

—¡Hey!, que yo no tengo la culpa.

—Luis, tú tienes tanta culpa como él. —Y bebo un poco más de vino—.

Él desde su posición de semidiós narcisista y violento pretendiendo eliminar de raíz mi personalidad para ponerla al servicio de su lujuria y tratando de convencerme de que, encima, todo es bueno y natural; y tú desde tu visión hipermasculina manteniendo erróneamente la idea de que las mujeres somos frágiles cristalitos que en cualquier momento podemos rompernos.

—¡Ya sé que no sois débiles, joder! No me muerdas. No soy yo el que te está degradando ni humillando ni torturando ni tampoco soy el que está abusando de ti.

—Ya, para relegarme está él, ¿no? Para cegarme con su bravuconería hercúlea, para ofrecerme su tentador atractivo decorado de poder y lujo como una puerta de escape a mi cruda realidad que, por lo visto no debe de ser otra, más que una cárcel desprovista de amor, compasión y empatía. ¡Venga! A dejarme caer en su sueño autodestructivo de mierda y en sus empecinadas relaciones violentas, que ya contribuiré yo con mi sumisa disposición para que el erotismo sádico de su bestia sexual relaje toda su energía incontrolada entre los pliegues de mis piernas.

—Joder, prima. No será para tanto.

Suspiro hondo tratando de controlar la ira.

—¿Qué no? Soy yo la que tiene que ceder al señor Dios de la Seducción, experto en llevarme a la cama para hacerme lo que le da la gana mediante juegos calculados y vacíos emocionales, fruto de su psicopática vida. Yo, Luis, nadie más que yo.

—No te ofendas, pero creo que en el fondo te gusta.

¡Agh! Me hierve la sangre.

—Sí, me gusta —reconozco—. Pero el problema no es que me guste o no, el problema es que no sé si me gusta porque en realidad me gusta o me gusta porque ya me ha convencido de ello.

—Pues no te enfades.

—¡Que no lo estoy!

—Pues nadie lo diría. Estás al borde de un ataque inminente.

—Me pregunto por qué será.

—¡Mierda! —exclama de repente evaporándome de un plumado la mala leche y con ella los pensamientos ácidos.

—¿Qué pasa ahora? —pregunto dejando sobre la mesa el teléfono apagado y la copa de vino vacía.

—Tu poderoso novio nos está bloqueando los archivos. Ha contactado con el BSI alemán y con el departamento de asistencia técnica del BND. Está cegando infinidad de archivos.

—¡No! —exclamo—. Si perdemos las vinculaciones con los bancos no podré encontrar lo que me pidió, ni sabré si puede o no jodernos.

—Tranquila, tengo un strick.

—¿Qué hostias es eso?

—Una soga.

—¿Y?

—Rápido. Registra toda la información antes de que la perdamos.

Y me pongo manos a la obra. Cuando terminamos, Luis se levanta y me sonríe.

—Ahora ya puedes seguir por tu cuenta y riesgo. Ya tienes todo lo que necesitas. Yo voy ponerme un rato con lo de la UKUSA. Todavía no tengo nada del tal Miguel. No tardes. Pronto comenzará a llegar la gente para la fiesta. Te veo luego en la terraza.

—¿No necesitas el ordenador?

—No. Estoy trabajando con uno de los técnicos de Diego.

—No lo sabía.

—Ya te lo contaré luego.

Luis me da un beso en la sien y desaparece por la puerta. Me levanto, camino de aquí para allá pensativa, y me vuelvo a sentar. Diego ha insinuado que mi hermano tiene algo que ver con…

con… ¿con qué? Me echo otro poco de vino en la copa y bebo. Necesito más de media hora para serenarme y asimilar todo esto. Está claro que no tengo ni idea de con quién estoy follando y ni mucho menos cuál es el trasfondo real de mi misión. Aunque ahora tengo una cosa clara: Diego sería capaz de liquidarme a la primera de cambio. Sacudo la cabeza tratando de evaporar la inquietud y compruebo, para mi horrenda desgracia, que mi hombre ha averiguado lo de la cuenta que tengo en el BAER. El cabrón la ha enviado a analizar al CNI. Río para mis adentros: no van a encontrar nada. Es tan opaca como sus secretos. Tomo aire y lo suelto de golpe. Me acomodo en la silla y crujo el cuello a derecha e izquierda. Pienso: un fusil, un fusil. Esta gente tiene un fusil. Y si tienen un fusil, tienen acceso a la empresa, y si tienen acceso a la empresa, tienen los contactos adecuados, y si tienen los contactos adecuados, tienen por narices que tener alguna cuenta bancaria relacionada con la Chec.

Introduzco una serie de codificaciones algorítmicas y obtengo un montón de datos dispares, pero también dos cuentas bancarias vinculantes. Una opera desde Madrid, la otra desde Suiza a través de… ¿Córdoba? ¿De qué me suena Córdoba? «A. Roth. Nombre civil: Diego Amon. Alias: “Villar”.

Treinta y un años. Natural de Córdoba. España» . ¡No puede ser una simple casualidad! Es evidente que, sea quien sea el cabrón que nos tiene en jaque, tiene que estar vinculado con Diego. Estudio con detenimiento ambas cuentas buscando entre ellas una correlación. La primera me lleva a Colombia.

Al analizarla me encuentro con una desgarradora y cruel sorpresa, la cuenta está relacionada con mis tíos. En concreto con su ruina económica. Los padres de Marta y de Luis se dedicaron un tiempo al tráfico de drogas hasta que alguien “anónimo” les robó todos sus ahorros y les cortó su vinculación con el cártel colombiano con el que operaban. Aún les deben dinero, motivo por el cual llevan escondidos desde entonces. Cojo el teléfono y llamo a Lucas.

—Lo acabo de ver —me dice—. No hables con Luis ni con Marta todavía. Déjamelo a mí.

Esto es delicado. ¿Tienes algo en mente?

—Vengarme. —Y quizá empiece vengándome de ti, pienso. Antes de hablarle de la misteriosa insinuación de Diego quiero tantearlo.

—Cuidado con lo que haces —me advierte—. Puede ser peligroso para nuestros tíos.

Asegúrate bien antes de dar un paso en falso, ¿vale?

—Vale. —Y se lo pregunto porque no aguanto más—: Diego ha insinuado que tú y él…

Lucas suspira al otro lado de la línea telefónica.

—Leia, diga lo que te diga te está confundiendo, ¿no lo ves?

—No, no lo veo. ¿Por qué no te creo, Lucas?

—Porque lo hace muy bien, mejor que nosotros. Tengo la biografía que pediste de Christopher y Elisabeth, ¿te las envío? —pregunta cambiando de tema.

—¿Algo que destacar?

—Christopher es biólogo. Tiene un curriculum de envidia, ya lo verás; y a Elisabeth podrían darle el Novel de Economía. Lo suyo es acojonante.

—¿Has dicho Economía?

—Sí, ¿por qué?

—No sé, me pica la garganta.

—Hostia. Entonces pasa algo.

Cuando cuelgo el teléfono estoy casi segura de que en toda esta historia hay gato encerrado.

Sacudo la cabeza tratando de apartar de la sesera esta sensación y, antes de irme por los cerros de Úbeda, la centro en lo que me traía entre manos. Por lo que veo, ese alguien “anónimo” tiene nombre y apellidos. Consulto con rapidez el listado de llamadas que ha realizado Diego estos últimos días.

Francisco Salcedo Ansúa. Salcedo, Salcedo, Salcedo... Oh, sí ambos han estado asiduamente en contacto. Pero, ¿quién es el tal Salcedo? Introduzco sus datos en el ordenador y espero, golpeando con los dedos en la mesa y los ojos fijos en la pantalla, a que me llegue la información. Descubro que el hijo de puta es, nada más y nada menos, que el puñetero jefe de la Contrainteligencia Española.

Me reclino sobre la silla y cruzo los brazos sobre el pecho. Ahora lo empiezo a entender todo un poco mejor. Comienzo a analizar su cuenta bancaria. Enseguida me doy cuenta de la clase de tipejo que es. Ha usado el dinero que robó a mis tíos para comprar droga al cártel de los faom. Droga que ha vendido a cambio de dinero blanqueado. Dinero blanqueado que ha invertido para traficar ilegalmente en Ucrania —¡ha estado haciendo negocios con Poroshenko durante años!—. El cabrón se ha hecho de oro con la venta ilegal de armas. Me pregunto si será él, la persona que está detrás de la modificación del jodido fusil. Estiro la mano y bebo un poco de vino. ¡Qué asco! El Pingus estaba mejor. Mmm… pero si aquí hay muchas más cosas. Para empezar, otro número de cuenta. Lo inspecciono y me lleva de viaje a Copenhague donde observo que el cabronazo tiene un sospechoso negocio de divisas del todo lucrativo, otro de opciones en Oslo, y otro más en París. Cotilleo lo que guarda en París y me topo con un enjambre multicolor de más de ochenta sociedades sin oficio ni beneficio que marean a simple vista por lo dormiditas que están. ¿Empresas tapadera? ¿Tapadera de qué? Suspiro y me levanto de la silla. Camino de aquí para allá otro buen rato. Estoy por apostar que todo esto no me va a llevar a ninguna parte. Lo que necesito es encontrar una vinculación con Córdoba, si es que la hay. Me vuelvo a sentar y bebo otro trago de vino. Introduzco algoritmos y algoritmos, y espero y espero... Al final encuentro lo que me imaginaba: sociedades, valores, cuentas, fondos, opciones, obligaciones, acciones, participaciones, intereses por préstamos, por ingresos, depósitos, transferencias… ¡Menudo mafioso! De repente: ¡ Sacomy S.A!, y se me detiene el corazón. Me quedo estática con los ojos clavados en la pantalla.

 

Sacomy S.A. Domicilio Fiscal: Córdoba. Nombre del titular: Lucía Amon de Villar.

 

¡Joder! ¡Lucía! ¡La hermana de Diego!

Economista…

¡La pillé!

Corroboro la información unas cuantas veces sin llegar a creérmelo del todo y averiguo que es la persona encargada de gestionar algunas de las empresas de Diego y que, además, está robándole información privilegiada sin que él lo sepa. ¿Por qué? ¿Qué es lo que le ocultas a tu hermano, Lucía? ¿Qué es lo que sabes que ninguno de los dos sabemos? Me inclino hacia delante.

¿Qué hago? ¿Se lo digo a Diego o no se lo digo? Me lo pienso un momento. ¡Y una mierda se lo voy a decir! Si él no me dice qué es lo que tiene que ver Lucas en toda esta historia, yo tampoco.

El sistema Nightstand opera en un radio de doce kilómetros a la redonda, necesito algo diferente para entrar en el ordenador de la tipeja. Pienso, pienso, pienso... Necesito ideas fresquitas y relucientes. Puedo preguntar a Luis, pero opto por llamar otra vez a Lucas.

—Ya veo lo que has encontrado —me dice nada más descolgar.

—Mierda, Lucas, esto es algo que no me esperaba. ¡Se trata de su hermana!

—Ya —me dice—. Es obvio que la fulana es la que está detrás de nuestras operaciones fallidas. Tiene que haber alguien cercano a nosotros ayudándola.

—¡No puede estar vinculada con ER! —le digo todavía sin poder creérmelo—. ¿Cómo lo habrá hecho?

—No es tan descabellado. Se lo he preguntado a papá. Me ha dicho que no sabe nada pero no me ha gustado su gesto. He tenido la sensación de que la conocía.

—¡No me jodas, Lucas! ¿Papá?

Mi hermano guarda silencio.

—Es lo que estoy tratando de averiguar. Leia, tengo la impresión de que en toda esta historia hay algo que desconocemos. Algo importante —insinúa en voz baja.

—¿De qué hablas?

—Hablo de que papá puede que nos haya involucrado en esta aventura por algún motivo que desconocemos, pero no sé cuál.

—¿Te dio esa impresión? —Mi hermano guarda silencio y no dice nada—. Lucas… —le apremio al borde de un ataque de histeria—… ¿Te dio esa impresión?

—Sí —afirma al cabo de un buen rato, y de inmediato cambia de tema—. Quizá cuando Diego te habló de mí, se refería a esto. Me he fijado que quieres entrar en el ordenador de la pava.

Usaremos un capador. Tiene un portátil, un Apple. Trasferiré toda la información de su disco duro a mi servidor. Voy a instalarle un programa invisible para controlarlo. Enviaré a alguien de confianza para que le pinche los cables. Puede llevarnos un par de días, pero se pondrá a funcionar en cuanto lo encienda. Ni se enterará de lo que he hecho.

—¿Cuándo me enviarás el duplicado de su disco duro?

—Cuando empiece a recibir los primeros datos. ¿Qué es lo que más te interesa?

—Su correo. ¿Puedes hacerte con el código de acceso de su cuenta y descargar los mensajes de los últimos dos meses? ¿Puedes enviarme al móvil todo lo que reciba o envíe a partir de ahora?

—Claro que sí. Pero te llevará mucho tiempo leer sus mensajes. Deja que me encargue yo de eso. Tengo más tiempo que tú y que Luis.

Suspiro.

—Vale, pero si la tipeja habla con el tal Salcedo quiero saberlo. Y si habla con Diego, también.

—Hablando de tu novio. ¿Qué tal te encuentras?

Resoplo.

—No es mi novio y me va mal. Tengo fiebre, temblores y vómitos, y no sé cuántas cosas más. Todo empezó en cuanto me alejé de él. Me ha debido envenenar con…

—¿Y él? —me corta Lucas antes de dejarme terminar la frase.

Cómo que ¿y él?

—Él no me importa un carajo —le digo enfadada.

—Yo creo que sí —me dice serio, y se me ponen los pelos de punta—. A mí no me engañas.

Te has enamorado de él, Leia.

Puta hostia.

—Mierda, Lucas. No empieces con lo mismo, ¿vale? Me siento como el puñetero culo por su culpa. Ya lo has visto. Has visto cómo es y hasta donde llega su poder. —Cambio rápidamente de tema antes de que empiece a filosofar—. Los Roth… ¿Qué sabes de este clan? ¿Te suena? ¿Has podido averiguar algo más?

Se descojona.

—¿Qué?, ¿no puedes asumir que tu Adonis amoroso pueda descender de los dioses llegados del espacio exterior? —me dice con guasa.

—¡Qué espacio exterior y qué narices! Averigua algo más, coño, y llámame en cuanto tengas algo.

—Está bien. Pero tienes que aprender a decirle cómo te sientes. Ayudará.

No hay manera con mi hermano.

—Lucas. Él me quiere mansa y dócil como una perrita melosa y ya sabes que yo no soy así.

Me cuesta ceder. Cuando estoy con él nunca sé a qué atenerme. Es un hombre muy desconcertante y…

—… Y eso te irrita. Pues cede, Leia, cede y gánatelo.

—Tengo miedo.

—¿A qué? ¿A traicionarnos? Lo harás. ¿A que te pegue? Lo dudo. ¿Lo ha hecho alguna vez?

—Pegarme lo que se dice pegarme, así, sin más, con saña y todo eso, no la verdad.

Me ha pegado de otra manera, una más sensual.

—Y nunca lo hará. Su actitud fría se transformará cuando obtenga de ti lo que quiere.

—¿Y qué quiere de mí, según tú, monstruo adivino?

Se ríe.

—Tu sumisión y de paso tu amor. Cuando se asegure de que lo quieres realmente, será otro hombre, créeme. Ahora está fingiendo.

—¿Cómo hemos podido desviarnos tanto, Lucas? Tendríamos que haber sabido todo esto mucho antes. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo nos hemos equivocado tanto con él?

Lucas se calla.

—Partimos de los datos que papá nos aportó. Dimos por sentado que sus informes eran verídicos. No los comprobamos.

—¿Piensas que nos ha engañado a propósito?

—No lo sé, pero pienso averiguarlo.

—¿De verdad piensas que Diego está fingiendo?

—Sí. Con total seguridad.

Sacudo la cabeza y desvío la mirada hacia la ventana. Iñigo me dijo lo mismo. Recorro la calle con los ojos sin ver nada. ¿Y si resulta que Diego en el fondo es una buena persona y la élite es otra cosa?

Cuando cuelgo el teléfono estoy más tranquila.

Antes de ponerme a desvariar, me concentro en la información que he conseguido hasta el momento: empresas dueñas de empresas que a su vez son dueñas de otras miles de empresas más; la Sacomy por un lado; mi padre, mis tíos, Salcedo y Lucía por otro; y una cuenta vinculante que me mosquea sobremanera. La analizo a fondo. ¡Joder!, tengo delante de las narices el documento que confirma que Salcedo le ha vendido el fusil a Lucía. ¡La pillé! ¡Hija de la gran puta! No solo está detrás del asesinato de Sidi Nan, sino también del de Nemstov y del de otros muchos opositores...

Oh, Oh, Oh… cambiando de óptica… Por lo que veo, el maldito Salcedo no solo es un puñetero magnate del tráfico ilegal de armas, sino que también está metido en todo lo chungo que uno pueda imaginar: conexiones con la mafia rusa, con la china, con la latinoamericana, trata de blancas, complejos hoteleros de BDSM por medio mundo, latifundios en África y en la Patagonia, burdeles en Europa, Asia y América del sur; tráfico de órganos, secuestro de niños saharauis, tráfico de elementos químicos poco móviles… Y la lista continúa. ¡Menudo panorama! ¡Pero si también ha vendido uranio a los iraníes! Me reclino sobre la silla y sacudo la cabeza. Tengo multitud de balances económicos con fondos que oculta en más de una treintena de bancos… Pero hay más: acuerdos secretos con diversas instituciones europeas, extractos de chantajes, amenazas, coacciones a empresarios… Es más que definitivo que lo decapitaré económicamente. Observo la dirección bancaria donde Lucía le ha enviado el dinero de la compra del fusil y la rastreo: el dinero va de Mónaco a Suiza, de Suiza a Nueva York y de Nueva York a Belice —territorio offshore y reino de cobijo para evasores de impuestos de todo el mundo—. Obtengo los datos de la cuenta y, como suponía, un ochenta por cien de todos los beneficios de sus oscuros chanchullos van a parar ahí.

Mmm… por lo que veo tiene retrasos en el cumplimiento de sus transacciones con los narcos. ¡Mi madre!, ¡les debe nada más y nada menos que doce millones de euros! Me pregunto qué le harían los colombianos si no consigue pagarles todo este pastón. Ideo un plan y lo pongo en marcha. Puede ser peligroso para mis tíos, pero me tengo que arriesgar. Robo los códigos bancarios de todas sus cuentas y comienzo a sustraer la totalidad del dinero y a transferirlo a mi cuenta del Baer. Llamo a Lucas otra vez.

—¿Qué?

Le explico el plan.

—¿Qué te parece?

—Es un riesgo muy alto, Leia, no sé. Dame unas horas parar pensar en ello.

—No. Asegúrate de enviar a alguien a la casa de ese hijoputa para que borre todo lo que haya de los tíos. No quiero que pase lo mismo que con lo de la psicóloga. ¿Has encontrado más sobre los Roth?

—¿Qué ha pasado con la psicóloga?

—Diego sabe lo de nuestra inteligencia.

—¿Me tomas el pelo?

—No. Y ahora al grano: los Roth.

—¿Estás sentada?

—¿Qué? Venga ya, suéltalo de una maldita vez.

Escucho que suspira.

—Está bien. Partiendo de que el secretismo es su forma natural de actuar y de que solo se filtra lo que ellos quieren que se filtre, he encontrado algo muy interesante sobre su oligarquía. Es todo muy confuso. No lo entenderemos hasta que no estemos dentro, pero no por ello deja de ser interesante.

—¡Déjate de rollos y desembucha, Lucas! —le digo al borde de un ataque a lo Almodóvar.

—De momento, te hago un resumen. Ya te enviaré cuando pueda el documento encriptado para que lo leas con calma. Antes tengo que advertirte que estábamos en lo cierto. Son trece familias.

Se denominan a sí mismos «clanes». —Y me recita unos cuantos—: Lanzaríes, Morg, Warbu, Modeifies, Leh, Gold, Kuhnitas, Roth… Nunca hemos oído hablar de ellos, Leia. En cuanto a la descripción de la línea generacional que se les ha conferido, no hay nada claro. Por lo visto, el estado de liderazgo elitista se fundamenta en “Los Descendientes” o “Child”, como los rusos los llaman. Estos derivan de líneas sanguíneas reales antediluvianas. Hay linajes más recientes (los Bruce, los Cavendish, Rothschild, Hanover, Krupp, Sinclair, Windsor…), vamos, los que conocíamos, pero no son tan importantes como los anteriores.

—¿Antediluvianos? ¿Me tomas el pelo?

—Para nada —me responde, y continúa—. El término «real» se refiere a una heredad oculta desconocida. Por lo visto hay dos versiones diferentes de «realeza», una menor, que es la que conocemos, o sea, la que nos es visible; y otra mayor, de linaje puro y extremo poder, de la cual no teníamos ni puñetera idea de su existencia. Los Roth forman parte de esta última.

—¿Realeza? ¡Mi madre! Ahora entiendo por qué son tan intocables.

—Exacto. Otra cosa, respecto a los Roth: se sabe que controlan el proceso estructural de los gobiernos, la seguridad y el flujo de capital, pero también se tiene constancia de que una pequeña rama familiar controla el sector religioso. Según los documentos, los Roth tienen un asiento generacional permanente en el Consejo Supremo , más conocido como el Consejo de los Siete, que es el organismo que rige el verdadero Orden Mundial. Este Consejo está formado por siete miembros o gobernadores a la espera de que los elegidos por Numm tomen el mando.

—Espera, espera ¿qué has dicho? ¿Los elegidos por… Numm?

—Sí, Numm. ¿Te suena de algo?

—He oído hablar a Diego de ello.

—¡No jodas! —exclama mi hermano.

Mierda. Me está poniendo súper nerviosa.

—¿Qué pasa con Numm, Lucas?

—He investigado. Se trata de una leyenda. Para ellos es sagrada. Por lo visto Numm es una fuerza superior, una especie de conciencia o algo así. “Cuando Numm toque con su dedo a los elegidos, los elegidos gobernarán el mundo”. Por lo visto se refiere a fuerzas gemelares. Dos gemelos y sus respectivas parejas asumirán la regencia suprema del Consejo de los Siete. Leia… — me dice, y mi corazón se acaba de quedar vacío llenándose de miedo por lo que esto significa—.

¿Sabes algo de esto?

—Lucas, ¡Iñigo y Diego son gemelos! —le digo apenas sin voz. Y me callo. Soy incapaz de continuar aclarándole más cosas. Mi cabeza es un torbellino.

—Antes de seguir hablando de lo de Numm, déjame aclararte algo. Los siete miembros que conforman el Consejo son los verdaderos cabecillas del gobierno mundial. Y tienen su base en Europa. Representan a los “Lords”. Los Lords son los gobernantes de los trece clanes y su jerarquía se extiende alrededor del mundo. Cada Lord gobierna un área concreta del mapa y cada uno representa a una antigua línea dinástica. Líneas sanguíneas que se mantienen por medio de matrimonios concertados. Llevan siglos casándose entre ellos. Al parecer no les afecta genéticamente; aunque cada cierto tiempo depuran la sangre casándose con simples mortales.

Respecto a sus características… por lo visto cada clan es diferente. Los Roth tienen los sentidos agudizados, una capacidad física superior, no enferman y su longevidad se incrementa con el paso de las generaciones.

¡Mi madre bendita!

—¡Un momento! —le detengo otra vez—. ¿No enferman?

—Es lo que pone en el documento de los rusos. ¿Qué ocurre?

—Luis me acaba de decir que Diego ha venido hace unos días a verme totalmente jodido.

—Espera, espera… Diego es un Roth, Leia, no puede enfermar a no ser que…

—Dios, Lucas. ¿A no ser qué? Me va a dar un ataque al corazón.

—¡La leyenda Numm!

—¿Qué pasa con la jodida leyenda? Acláramelo de una maldita vez.

—Los elegidos de los que te hablé antes. ¿Has dicho que Iñigo y Diego son gemelos? —me pregunta excitado.

—Sí.

—¿Seguro?

—Joder, Lucas, sí.

Se calla y el silencio se hace eterno.

—Los elegidos por Numm son los únicos que enferman… —me suelta de golpe—. Verás, cuando Numm los elige, tanto ellos como sus parejas no pueden separarse a más de unos metros de distancia porque enferman. Vamos que se ponen a morir. Al parecer no pueden separarse hasta que se completen los Siete Sellos. ¿Llevas días enferma, no?

Se me ha quitado el color de la cara.

—Lucas, he estado a punto de morirme. Te juro por Dios que estos días han sido un infierno para mí. No puedo dejar de pensar en él, no duermo ni soy capaz de probar bocado ni de concentrarme en nada. Todos mis instintos le necesitan cerca. ¡Es desesperante! Es como si una fuerza desconocida me empujara hacia él sin que yo pueda hacer nada para evitarlo. Me duele no estar a su lado; pero lo que más me duele es que me haya hecho sentir así, que me haya castigado con tanta deliberación. Lucas, Diego sabía que me iba a poner así de mal y de todas formas me ha permitido irme nada más que para darme una lección. Todos estos días han sido un calvario insoportable.

—¿Lo deseas?

Suspiro. No me queda más remedio que reconocerlo.

—Lo deseé desde la primera vez que lo vi. Mejor dicho, desde que lo escuché hablar. Ese maldito elitista me tiene cautivada. Conocerlo ha sido como introducir la conmoción en mi vida. Es fuerte, listo, seductoramente rudo y cálido a la vez; la lista es larga, Lucas. —Me concedo un momento para repasar su perfil: nariz lobuna, labios perfectos, pelo negro, ojos mutantes… Se me seca la boca y me revuelvo en el asiento frunciendo el ceño—. Y luego tiene ese puntito psicopático tan rico… ¡Lo deseo tanto!... —Suspiro y añado—: Pensar que no quiere tener nada tierno conmigo y que no puedo tocarlo, me desarma.

—Espera, ¿no puedes tocarlo?

—No me deja tocarle la espalda, como en Grey. Ya te lo contaré con más detenimiento, pero tiene que ver con un castigo brutal que le dio su padre cuando fue pequeño. Y ha estado con otra chica, Lucas, con una tal Laura.

—Y eso te hace sentir como si te arrancaran las uñas de las manos.

—Ella sí que podía tocarlo, Lucas, pero yo no. Dice que puede matarme.

—Te está poniendo celosa adrede.

—No, no lo creo. No creo que sea por eso.

—Te está manipulando. Escúchate, estás que te subes por las paredes. Tranquila, lo hace en tu beneficio y en el suyo. —Me quedo callada. Mis ojos se escapan a través de los cristales donde se ve desaparecer el reflejo del sol—. ¿Qué es lo que quieres de él? Dímelo. ¿Qué necesitas?

Ay, Dios…

—Lo que deseo es que no finja cuando me dice que me quiere. Necesito que sea verdad — me sincero. Y cambio de tema antes de ponerme a llorar—: Numm.

—Numm elige a personas con un componente genético excepcional.

—Explícate.

—Leia, hay diez cadenas etéricas adicionales a la doble hélice de ADN, cadenas que, por lo general, están dormidas, salvo en determinadas personas que cuentan con talentos especiales y el poder de transformar la sociedad, de guiarla hacia una nueva fase. ¿Te suena?

—… Una nueva fase evolutiva —agrego yo.

—Sí, exacto —dice él, y continúa—: Estas personas destacan por su sabiduría y sus capacidades extraordinarias. Como tú.

—¿Cómo yo? No me hagas reír. ¿Y qué me dices de ti?

Pasa de mí como de la mierda.

—¿Crees que es una casualidad que tu novio sea un experto en genética molecular y que su hermano lo sea en biología celular?

—No, no lo creo.

—Numm es una fuerza cósmica, algo tan poderoso como el Amor, si es que no es lo mismo —explica—: Todo empieza la primera vez que se folla. ¿Confirmas este dato?

Que si lo confirmo…

—Solo te queda por decirme que la ley de la gravedad es la responsable de que la gente se enamore.

—Pues igual. Date cuenta que la gravedad es una costumbre difícil de olvidar.

—No me cites a Terry Pratchett. —Y antes de que Lucas continúe turrándome la cabeza con el tema del amor, le pregunto—: ¿Qué son esos sellos de los que hablaste? ¿Por qué se tienen que completar?

—No lo sé —responde—. En los documentos no pone nada más al respecto. Solo menciona que hace milenios que ningún elitista es elegido por Numm, nada más. ¡Milenios, Leia! Numm se manifiesta cuando se va a producir un cambio evolutivo importante. Es una fuerza imparable, arrolladora. Une a las verdaderas parejas. Según la leyenda: «Aquellas que son eternas a lo largo de las edades». Es como el ying y el yang, pero a lo bestia.

¡El ying y el yang! ¡Joder con la cursilada! Así que es cierto. ¡Soy su puñetera mitad de verdad!

—Dios mío, Lucas, dime que no sabías nada de esto cuando cambiaste los planes de la misión.

—Te juro por Dios que no tenía ni idea. Pero de todas formas, él te hubiera encontrado. El amor es la fuerza más poderosa del universo, hermana. Te lo dije. Te dije lo que ocurriría.

Mierda. Mierda puta. Y de pronto me viene a la cabeza el grafiti de los Sterophonics: «¡CÁSATE CONMIGO!». Me niego a aceptar algo así. En Diego no hay amor, en la élite no hay amor.

—¿Que me lo dijiste? —prorrumpo enfadada hasta el infinito—. Vamos a ver, Lucas, ¿puede un enamorado volar alrededor de la Tierra con una capa roja, hacerla girar a la velocidad de la luz, y salvar a su amada? ¿Puede hermano?

—No, Leia, pero…

—Pero nada, no puede. Así que cierra el pico de una vez. Te lo he dicho muchas veces, en Diego no hay amor ni ternura ni cariño ni nada de nada, solo destrucción.

—La vida real es mucho más compleja que un cómic de DC; y ya te lo dije antes, en cuanto obtenga de ti lo que quiere, su actitud fría cambiará. ¿Verificas algo de todo esto?

—¡Todo! Lo de Numm, lo de su relación con la Union Western, lo de la Security Agency, lo de sus estudios en neurología, lo de su capacidad de manipulación…, todo, Lucas, todo; los Roth también tienen la capacidad de leer los pensamientos. No sé si en todas las ocasiones, pero en algunos momentos son jodidamente perceptivos. Diego me ha dicho que es debido a su código genético. ¿No es increíble?

—¿Increíble? Lo increíble viene ahora. Todos los clanes comparten una característica concreta. Los linajes están ligados a animales concretos. El lobo es el que representa a los Roth.

Desde el punto de vista genético han logrado adquirir las características intrínsecas de algunos de ellos sin que se vea afectada su condición humana. Vamos, que de existir un hombre lobo en la Tierra, tu hombre sería lo más parecido. Y hay más: cuando son niños son sometidos a un rito de iniciación. A partir de dicho momento se ven afectados por una cosa que denominan «Bestia interior». Es una especie de don que adquieren y que les permite dominar los estados de ira y de miedo. Cuando esto ocurre entran en una especie de letargo y pierden su humanidad quedando bajo el control de esa supuesta Bestia. Cuando lo hacen…

—… se comportan como auténticos animales, sin moral ni remordimientos, no son capaces de sentir cosas como la piedad o el dolor, se quedan vacíos, como sin vida. Lo he visto en Diego. Es terrorífico que te cagas. Él dice que es una habilidad.

—¿Lo verificas también?

—Por desgracia sí. Diego lo usa como método de persuasión. Te dije que era un jodido verdugo.

—La persuasión explicaría muchas cosas, pero no todas. Les ayuda a controlar las cabezas de las personas. Algunos, los más fuertes, lo logran a costa de vaciarse por completo. Pero otros, la mayoría, se limitan a aceptarla o, como mucho, a adoptarla en su forma de vida como algo normal, lo cual les hace perder su capacidad de humanidad. De ahí que muchos se nos antojen como auténticos psicópatas sin conciencia. Por lo visto a estos últimos les resulta complicado mezclarse con el resto de humanos o pasar por tales.

—¿Tienes algo más concreto, Lucas? —pregunto sin poder sacarme las imágenes del chico torturado por Diego: los pedazos carbonizados de su cuerpo, el olor de la carne quemada, sus manos cortadas a hachazos, las descargas eléctricas en sus genitales, los clavos incrustados en los músculos de sus piernas, la sangre...

—Los Roth son intelectuales, reservados. Su actitud suele ser fría e impertérrita. Controlan los tempos de la tortura y del sufrimiento, tanto ajeno como propio. La mayoría tienen estudios superiores, son científicos…

—Diego es neurólogo, eso ya lo hemos hablado.

—Son el clan más poderoso y disciplinado de todos. También el más hermético. Como sabemos, aprovechan su atractivo físico e intelectual para alterar la conciencia de las personas de la forma que les da la gana. Pero tienen algo más inquietante aún.

Dios infinitesimal, en algún lugar perdido y recóndito de mi cerebro los Rolling Stone están cantándome el Sympathy For The Devil.

—¿Algo más? ¿Qué más puede haber, Lucas?

Y me dice de pronto:

—Nunca dejes que la sangre de un Roth te toque.

—¿Cómo? Yo he bebido de él.

«¡Bébeme!», recuerdo.

—Pues ahí tienes muchas de las explicaciones de por qué estás tan jodida. Una vez que su sangre entra en ti, todo empeora para el bebedor. Es la manera que tienen de controlar los miedos y las paranoias ajenas. En cuanto entras en contacto con su sangre, no tienes nada que hacer, les perteneces por completo.

***

Dos horas después de colgar continúo igual, sintiendo como si el pánico me ahorcara. Diego acude una y otra vez a mi cerebro como una caricia, y cada vez que lo hace, la marca de mi hombro prende en llamas.

Al poco escucho el tono que confirma la trasferencia del capital de Salcedo a mi cuenta del Baer, y las características de los Roth se evaporan de mis pensamientos como gotas de agua disueltas en el mar. Me centro en la investigación. Es bueno tener una distracción con la que alejarme de mis propios demonios.

Paso uno: convierto todo el dinero de Salcedo en obligaciones privadas anónimas que ingreso de inmediato en dos de mis cuentas de las Islas Caimán. La fortuna personal de este tío me da auténtico vértigo. Es superior a la de Roig y Escarer juntas. ¿Cómo puede ser que un pájaro de esta calaña no haya sido catalogado como uno de los tíos más ricos del planeta? Setenta y dos millones de dólares o lo que es lo mismo, cincuenta y dos mil ciento setenta y cuatro millones de euros.

Paso dos: convierto todas las obligaciones en dinero que divido en franjas de cinco millones. Cada franja la agrego a varias cuentas diferentes que manejo desde casa y que tienen como titular tres sociedades anónimas, también oscuras. Las transacciones no me llevan más de un par de horas. Se realizan de manera automática. Consulto la hora. Son las nueve y veintitrés minutos de la noche. Llevo trabajando sin descanso desde las doce.

Capital transferido…

Paso tres: el más fácil. Vacío todo el dinero de las cuentas en otra que tengo en Luxemburgo, lo divido de nuevo en pequeñas cantidades, que envío a otra cuenta del mismo banco. El proceso ya está listo también. Ahora el dinero está asegurado, está totalmente oculto y es imposible de rastrear.

Paso cuatro: este ya no depende de mí. Marta y mi hermano comenzarán a invertir y a especular con una buena parte del capital.

“Por el pueblo, para todos, hasta el final”

¡Fin!

Acabo de dejar en la ruina más absoluta al tal Salcedo. Bueno, aún dispone de un veinte por cien de margen de maniobra. Pero no creo que pueda tocar ni un solo euro, dado que le he borrado todos los códigos bancarios de sus cuentas. Espero que los haya anotado en alguna parte y que tenga dinero en efectivo en casa, porque no podrá operar con ningún banco a no ser que se personifique en cuerpo y alma en la propia sucursal. De paso bloqueo y vacío todas sus tarjetas de crédito para que no pueda ni comprarse un billete de tren.

Venganza realizada.

Ahora toca Lucía. A esta la quiero para mí solita. Voy a convertirme en tu mejor amiga, guapa.

32

Anochece, refresca y hay mucha gente borracha. A medida que las horas van pasando, la bebida encargada para la fiesta se va consumiendo a un ritmo cada vez mayor. Es curioso esto de las borracheras, siempre me hacen pensar en probabilidades matemáticas. Calculo que si tradujera a litros de agua la cantidad de alcohol que he ingerido esta noche, podría subsistir en el desierto de Atacama por lo menos tres días, y también calculo que me queda poco menos de diez minutos para desplomarme. Bueno, al menos llevo un par de horas sin pensar en él.

Estamos en la terraza con la música a tope. Sobre nuestras cabezas un montón de nubes rosadas se desplazan rápidamente mezclando sus colores con el de otras mucho más amenazantes y negruzcas. Miro hacia arriba pensando que, de un tiempo a esta parte, llueve mucho en Sevilla y observo que son nimbostratos metálicos que casi siempre terminan por precipitar. Detrás de sus capas uniformes, el sol se ha ido poniendo y, en lo alto, aparece ahora una luna blanca y muy luminosa que decora un cielo cada vez más purpúreo. Precioso advierto, y asemejo el color del cielo a la sangre. Sangre… ¡uf!, tengo que pensar en otra cosa. Bebida, oh sí, pero o dejo de tragar todo lo que encuentro o reviento. Es imposible seguir dándole al codo toda la noche y mucho menos seguirle el ritmo a Carlos. Ahí está mi amigo, trabajándose a una morena despampánate y a un par de cerebritos que nos vendrían geniales para la organización.

Zayn me canta algo revelador. Me dice que cabreemos a los vecinos en el lugar donde el miedo se pierde, donde se puede ser malo; un lugar que es puro, sucio y sincero, en el que podemos pasar el día en la cama follando y peleándonos. Nuestro paraíso y nuestro campo de batalla. Luego me dice que beba. Y bebo. Y vuelvo a beber. Tengo que parar. Aunque, pensándolo bien, ¿quiero parar? No, no quiero. Además, me aterra demasiado que, con la abstemia alcohólica, me llegue la certeza de encontrarme ante otro brote psicótico de lamentable melancolía: según el resquemor que siento en la garganta hay una alta probabilidad de que pueda comenzar a retorcerme de dolor de un momento a otro. Así que bebo otro trago de ron con el firme propósito de perder el poco juicio que me queda para, de paso, ponerlo junto con la pericia, al servicio del olvido. Aunque no sé si funcionará.

Avanzo con paso lento y tambaleante. Las baldosas del suelo se mueven bajo mis pies como si fueran arenas movedizas cuando me aproximo a una descontrolada morena que baila a lo sexy, mientras, muy cerca de ella, unos ojos vikingos se convierten en una bola de fuego encolerizada. Huy, cómo queman algunas miradas. ¡Bomm–Bomm! La música me tamborilea en la cabeza al ritmo de los latidos de mi corazón. Hay gente bailando, parejas acarameladas besuqueándose en las esquinas y diablos con el nombre de Amon advirtiéndome muy, muy serios que deje de beber. Así que bebo otra vez. Más allá, veo a Marta pinchando música. Me acerco a ella, trastabillando y, de camino, entro en una especie de alucinación. ¿Los que cantan me están gastando una broma o es la cabrona de mi prima la que quiere joderme la noche? Hago consciente el absurdo dato en el mismo instante en que la chica morena de antes se aproxima a mí y me habla. Me sobresalto y giro de manera parcial y poco firme la cara para enfocarla mejor. ¡Hostia!, se desdobla en dos Divas muy Divas. La chica morena me sonríe doblemente, doble Fox.

—¿Me hechas un culete, asturiana? —me dice mirándome las tetas. Yo también las miro, pero son iguales que siempre—. Me gusta tu camiseta. —Y a continuación lee—: «Abajo la Corruptocracia. Corrupto, más Jaguar en el garaje, igual a Muerte». Bonito sentido del humor.

No es cuestión de humor, ricura, se trata de un lema: el mío; y al instante comprendo que, después de todo, Carmen no es ninguna ilusión óptica. No puedo decir lo mismo de la cantidad de Jaguares que han aparecido, cuan milagro celestial, en algunos garajes españoles. Esbozo una sonrisa apagada, que le devuelvo repleta de pensamientos ácidos y, para cuando la mueca se me quita de la cara, ya estoy casi segura de que los cantantes me están torturando adrede, y segura del todo, cuando alguien con un copazo en la mano de litro y medio —y una camiseta en la que se lee: «Cuando bebo me pongo cariñosa»—, me toca el hombro para decirme:

—¡Vaya cara que llevas, Pocoyo! —Retuerzo los ojos hacia la izquierda, con dificultad, y Marta se materializa ante ellos con un rostro preocupado y una cabeza ladeada. Hacía años que no me llamaba así—. ¿Te ha dado un chungo? Te has quedado azul.

—Ess por la mússica del demonio que has puessto —protesto con conocimiento de causa.

—¿No te gusta lo alternativo? Deberías comenzar a ampliar tus gustos musicales.

—De esso nada monada, y menos ssi me llevan directa al infierno. —Levanto la botella por encima de la cabeza y echo el culete de sidra a la Fox; de paso le pongo otro a mi prima en la mano que mezcla con el brebaje azul que ingiere garganta abajo, y añado otra probabilidad más. Esta es un tanto curiosa: a más pedo, más pulso. Y me río. Solo los asturianos tenemos semejante habilidad desarrollada hasta el extremo de la perfección.

Hablando de perfección… ¡Qué noche más perfecta! Cierro los ojos suspirando y cuando los abro veo un luminoso juego de colores desparramarse a gusto sobre el liso y oscuro horizonte nocturno de Sevilla. El viento frío me bate el pelo, y experimento la ansiosa confusión de sentirme totalmente perdida, y pienso: «Mi madre ha muerto, ya no está conmigo». «Mis abuelos han muerto, ya no están conmigo». «Diego tampoco está. ¡Me está matando!». Y de pronto pasan por mi cabeza fragmentos de su mensaje manso mezclados con otros amorosos filosofados por mi hermano. Y ahí está otra vez, Don Perfecto, escondiéndose entre las sombras de la noche, lanzándome una nueva advertencia a través de los músicos que parecen haberse confabulado con su mala idea para torturarme: «Cuando sientas mi calor, mírame a los ojos, es donde se esconden mis demonios. No te acerques mucho, está oscuro aquí dentro. Este es mi reino». Y de repente siento que, en efecto, los días son muy fríos, y que casi todas las cartas ya han sido jugadas, y que mis sueños han fracasado porque aquel al que amo es el peor de todos, y que su sangre corre añeja por mi cuerpo, y que aunque diga que quiere protegerme no podrá hacerlo porque no hay sitio donde pueda esconderme de su bestia.

Ir a la siguiente página

Report Page