Horror 2

Horror 2


Descripción de ciertas extrañas perturbaciones que se produjeron en Aungier Street

Página 21 de 36

—Nunca nadie tuvo suerte en ella —nos informó—. Siempre ha habido accidentes graves, muertes súbitas y estancias breves en ella. La primera que la alquiló fue una familia cuyo nombre he olvidado, pero que de todas maneras estaba compuesta por dos jovencitas y su padre. Él tenía unos sesenta años, y era todo lo sano y robusto que se puede pretender a esa edad. Bueno, él dormía en aquel infortunado aposento del fondo y, ¡que Dios nos proteja del mal!, una mañana lo encontraron muerto, con medio cuerpo fuera de la cama, con la cabeza negra como un endrino, e hinchada como un budín, colgando cerca del suelo.

Dijeron que había sido apoplejía. Estaba muerto y bien muerto, así que él no pudo controlar lo que le había pasado, pero todos los veteranos estuvieron seguros de que había sido ni más ni menos que el viejo juez, ¡Dios nos ampare!, que lo había matado de un susto.

»Algún tiempo después, una solterona rica ocupó la casa. No sé en qué habitación dormía ella, pero vivía sola. Fuera como fuere, una mañana, los criados que acudían temprano a sus faenas la encontraron sentada en la escalera del pasillo, tiritando y hablando sola, completamente loca. Y nunca más ninguno de ellos ni de sus amigos pudo sacarle una palabra, como no fuera: “No me pidáis que me vaya, porque prometí esperarlo a él”. Nunca descifraron a quién se refería cuando hablaba de él, pero por supuesto todos quienes conocían el secreto de la antigua casa entendieron perfectamente lo que había sucedido.

»Después, cuando la casa se convirtió en pensión, fue Micky Byrne quien alquiló el mismo cuarto, con su esposa y sus tres hijos pequeños, y seguro que yo misma le oí contar a la señora Byrne cómo por la noche alzaban a los niños, sin que ella viera por qué medios; y cómo se sobresaltaban y chillaban a cada hora, igual que la hijita del ama de llaves que había muerto, hasta que por fin una noche el pobre Micky se echó unos tragos al coleto, como lo hacía de cuando en cuando, y fíjese que en la mitad de la noche le pareció oír un ruido en la escalera, y puesto que estaba bebido, no se le ocurrió nada mejor que salir personalmente a ver qué pasaba. Bueno, después de eso, lo último que ella le oyó decir fue: “¡Dios mío!”, seguido por un estruendo que sacudió toda la casa. Y naturalmente allí estaba, tendido en el tramo inferior de la escalera, debajo del pasillo, con el cuello fracturado y doblado, en el lugar preciso donde lo habían arrojado por encima de la balaustrada.

Entonces la criada añadió:

—Iré a la esquina, y enviaré a Joe Gavvey para que termine de embalar el resto de vuestros bártulos y los lleve a vuestro nuevo alojamiento.

Y así fue como salimos todos juntos, respirando con más tranquilidad, no lo dudo, al cruzar por última vez aquel umbral de mal agüero.

Ahora permitidme agregar algo más, para ceñirme a la regla inmemorial del reino de la ficción, que acompaña al protagonista no sólo a lo largo de sus aventuras sino hasta que abandona este mundo. Habréis captado que lo que el héroe de carne, sangre y hueso de la novela propiamente dicha es para el creador habitual de ficciones, esta vieja casa de ladrillo, madera y cemento lo es para el humilde cronista de esta historia auténtica. Por ello relato, como lo impone el deber, la catástrofe que la asoló finalmente, catástrofe que fue, sencillamente, la que describo a continuación. Aproximadamente dos años después de transcurridos los hechos aquí narrados, la alquiló un curandero que se hacía llamar barón Duhlstoerf, quien llenó las ventanas de la sala con botellas de indescriptibles horrores conservados en brandy, y los periódicos con los habituales anuncios grandilocuentes y mendaces. Entre las virtudes de este caballero no se contaba la templanza, y una noche, bajo los efectos del exceso de vino, prendió fuego a las cortinas de su lecho, se quemó parcialmente, y las llamas consumieron totalmente la casa. Posteriormente la reconstruyeron, y durante un tiempo se instaló en ella una empresa de pompas fúnebres.

Ya os he narrado mis aventuras y las de Tom, junto con algunos valiosos detalles complementarios, y liberado de mi compromiso os deseo muy buenas noches y felices sueños.

Ir a la siguiente página

Report Page