Hija

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Diario 10

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Diario 10

Me hubiera gustado contar en primera persona, para despegarla del resto, una sección en la que Esmé piensa en su hija tratando de recapitular su vida, tratando de darse cuenta en qué se equivocó. En suma, ese recuento de culpas en el que nos sumergimos todas las madres cada vez que dudamos (con más frecuencia de lo necesario) de lo que hicimos por/para/contra nuestros hijos. Pero si esa angustia tan común, casi tradicional, se relata en primera persona, corro otra vez el riesgo de que se mezcle y se confunda con estos comentarios. Al tomar la decisión de escribir este diario, renuncié a la primera persona en el resto de la novela para siempre, sin excepciones. Por otro lado, la idea de recapitulación desapareció rápidamente. Me irritan un poco los raccontos y opté por seguir avanzando en orden cronológico.

Al lector, ¿qué le importan mis elecciones? ¿Por qué habrían de interesarle mis dudas? Pero, si vamos hasta las últimas consecuencias, ¿por qué habría de interesarle mi novela, esta o cualquier otra? ¿Por qué lee ficción? ¿No es mejor, como lo hace hoy la gran mayoría, limitarse a aprovechar los libros para el aprendizaje y la toma de información y cuando el cuerpo pide ficción (porque lo pide) limitarse al entretenimiento audiovisual? ¿No es tanto más fácil conmoverse con la cara de una buena actriz que con las palabras que describen su angustia? ¿No es tanto más fácil acompañar sus lágrimas fingidas con las propias lágrimas sinceras pero fáciles, empáticas, indoloras? Y sin embargo, sin las palabras, ¿qué somos? Menos que una aceituna, diría el Talmud, donde el tamaño de una aceituna es el límite de lo prohibido (si es más pequeño que una aceituna, todo se puede permitir). Menos que una semilla de ajonjolí, diría Las mil y una noches. Menos que nada.

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