Hasta que nos quedemos sin estrellas

Hasta que nos quedemos sin estrellas


33. El principio del fin

Página 45 de 52

33

El principio del fin

Maia

A diferencia de mí, Lisa sí trabaja los domingos en el bar, de forma que a la mañana siguiente nos levantamos temprano y me ofrezco a llevarla en coche hasta su casa. Se despide tras desearme buena suerte y su mirada me recuerda lo que ambas sabemos que tengo que hacer. Solo de pensarlo me envuelven los nervios, así que, cuando vuelvo al coche, me tomo un segundo para mentalizarme. Y después me armo de fuerzas y arranco el motor.

Los treinta minutos de trayecto se me hacen eternos. Procuro no distraerme mientras conduzco, pero tengo la cabeza en otra parte. No dejo de pensar en lo mucho que dolería que Liam me dijera que no quiere volver a verme. O que está mucho mejor sin mí. O a saber. Siempre tiendo a ponerme en lo peor y, cuando aparco en las traseras de su edificio, tengo el estómago tan revuelto que me entran incluso ganas de vomitar.

Mierda, no sé lo que voy a decirle.

No puedo entrar ahí y quedarme en blanco.

Apago el motor y, como la música siempre me ayuda a tranquilizarme, utilizo el móvil para entrar en Spotify. Selecciono casi sin pensar el último álbum de 3 A. M., e Insomnio, la primera canción de ellos que Liam me recomendó, inunda el coche con sus acordes. Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos. Vale, puedo con esto. Claro que puedo con esto. Es un chico. Que me gusta. Parece un miedo muy absurdo si lo pintas así. Me he enfrentado a cosas peores.

Saco el cuaderno de mi bolso y escribo:

 

 

LO QUE NUNCA LE HE DICHO A NADIE (IV)

 

Esto va a ser más difícil de lo que pensaba.

Hago creer a todo el mundo que no me importa nada porque es mi forma de protegerme.

En realidad, las cosas sí me importan (mucho) y solo me da miedo que me hagan daño otra vez.

Creo que ese miedo me impide hacer cosas que me harían muy feliz.

Me gusta la risa de Liam.

No sé cómo decirle lo mucho que valoro todo lo que ha hecho por mí.

Me llama «supernova», pero yo creo que esa definición encaja mejor con él.

Es una de las mejores personas que he conocido.

Sé que tiene un futuro brillante por delante.

Quiero (ojalá me deje) formar parte de ese futuro.

Guardo de nuevo el cuaderno, cojo el bolso y salgo del coche.

Dado que estamos a mediados de primavera, ha comenzado a refrescar. Me refugio en el calor de mi chaqueta de cuero y camino hacia el edificio. De primeras voy casi tranquila, sobre todo después de escribir, pero los nervios me asaltan cuando subo al ascensor. Y, cuando me paro delante de la puerta de su apartamento, el pulso me va tan desenfrenado que temo que el corazón se me podría salir del pecho en cualquier momento.

Cojo aire antes de llamar a la puerta.

«Puedo hacerlo, puedo hacerlo, puedo hacerlo.»

Se oye el cerrojo, el corazón me da un vuelco y me pongo las manos tras la espalda, inquieta, para disimular. Espero encontrarme con un Liam despeinado y confundido, pero otra persona abre la puerta en su lugar.

Tiene que ser una broma.

—¿Qué haces aquí? —le espeto a Evan.

—¿Qué haces TÚ aquí? —contrataca automáticamente.

Se cruza de brazos bloqueando la entrada con su cuerpo. Lo que me faltaba.

—He venido a hablar con Liam.

He vivido en esta casa más tiempo que él, así que me tomo la libertad de rodearlo para entrar sin pedir permiso. Ni de coña voy a dejar que me impida ver a Liam. Evan me sigue a regañadientes hasta el salón.

—Llegas tarde —habla detrás de mí—. Se fue esta mañana.

Lo ignoro y echo un vistazo a las habitaciones por si acaso. Evan suspira y espera con impaciencia hasta que termino de asegurarme de que dice la verdad.

Me vuelvo hacia él con los brazos cruzados.

—¿Dónde está?

—En Londres.

Juraría que se me detiene el corazón.

Al ver mi expresión de pánico, Evan resopla y se deja caer en el sofá con desinterés.

—No para siempre. Solo ha ido a recoger sus cosas. No le apetecía mucho estar por aquí después de que le pisotearas el corazón. —Saca el móvil para revisar sus mensajes, como si la conversación le trajese sin cuidado—. De todas formas, ¿a qué has venido? ¿No habíais roto definitivamente y todo eso?

Pese a que nunca nos hemos llevado especialmente bien, esta vez siento su tono cortante como una puñalada.

—Tú también estás cabreado conmigo —me adelanto.

—¿Qué harías tú si yo le rompiera el corazón a Lisa?

—Te mataría —respondo sin dudarlo.

Asiente como diciendo: «Ahí tienes la respuesta».

—A mí tampoco me gusta que hagan daño a mis amigos —responde con sequedad—. Menos aún a Liam. No se lo merece. No cuando se ha pasado meses moviendo cielo y tierra por ti.

—Mierda, ya lo sé. —Me invade una oleada de culpabilidad. Me siento a su lado y me cubro la cara con las manos—. Mira, sé que la he cagado, ¿vale? Pero te preocupas mucho por Liam. Y yo también. Se fue de mi casa pensando que no sentía nada por él y como mínimo se merece saber que no es verdad. Necesito arreglarlo, Evan.

—¿Y cómo piensas hacer eso?

—Voy a hablar con él.

—Claro. Hablar. Buena idea. Porque se te da muy bien ser abierta con tus sentimientos y todas esas mierdas.

—Que te jodan —le espeto.

—No he dicho nada que no sea verdad.

Me quedo mirándolo a la espera de que se retracte; dado que no lo hace, resoplo frustrada y saco mi cuaderno del bolso de mal humor. Odio tener que enseñarle esto, pero lo haré si de ese modo lo convenzo de que me eche una mano. Lo abro por la última página y, aunque me muero de ganas de lanzárselo a la nariz, me limito a mostrárselo cabreada, pero de manera pacífica.

—Es una lista —explico al verlo tan confundido—. Abrirme a los demás me cuesta mucho, pero Liam se merece que sea sincera con él, así que he apuntado todo lo que quiero decirle para no bloquearme si me pongo nerviosa. Necesito verlo lo antes posible. ¿Vas a ayudarme o no?

Veo la sorpresa y la aprobación en sus ojos, y, a pesar de que me hace sentir un tanto avergonzada, me obligo a sostenerle la mirada hasta que caigo en un detalle en el que no me había fijado; hay un par de maletas llenas y cerradas al fondo del pasillo. Evan nota que me he dado cuenta, suspira y saca su móvil.

—Cogeré un tren a Londres dentro de un par de horas —dice—. Con suerte, todavía estaremos a tiempo de comprar un billete para ti.

Me apresuro a asentir con la cabeza. Siento un alivio inmenso. Mierda, vale. Son casi tres horas de ida. Más otras tres si la cosa no sale bien y tengo que volver a casa esta noche. Pero no me importa. Lo que le he dicho a Evan es verdad. Necesito hablar con Liam hoy porque, si me espero a mañana, es probable que los miedos vuelvan y me eche atrás.

—Gracias —respondo con sinceridad.

Espero que deje de portarse como un capullo, pero imagino que es mucho pedir.

—Te cogeré un asiento en otro vagón.

—Vete al infierno.

Sin embargo, tenemos que trabajar en equipo, así que dejo mi orgullo a un lado y me acerco a él para ayudarle a buscar el billete.

Liam

MICHELLE¿Qué coño le has contado a Max?

Londres ya no es mi casa.

Me he dado cuenta esta mañana, cuando he aparcado junto a los muros de dos metros que rodean la mansión y no he sentido absolutamente nada. Solo indiferencia, lo que es muy distinto al vacío que lleva torturándome la última semana, pero duele, de todas formas. La persona que se fue de aquí hace meses no se parece en nada a la que está ahora tumbada en la cama de su antigua habitación.

Venía preparado para enfrentarme a mi madre y a Adam nada más entrar, pero no estaban en casa. No es que me sorprenda. No he seguido la carrera de mamá últimamente, pero seguro que su mundo ahí fuera no ha cambiado. Sigue siendo Gabriela Harper, la diseñadora de éxito. Mientras no afecte a su reputación, que yo esté aquí o no le trae sin cuidado. Mi parte racional me insta a largarme cuanto antes y, sin embargo, sigo aquí mirando el techo de mi cuarto, como cuando era pequeño y me quedaba despierto esperando a que volvieran a casa.

Fuera es de noche y no se ven las estrellas.

La habitación está prácticamente vacía, ya que antes he llevado todas mis cosas al coche; la ropa que me faltaba, los videojuegos e incluso las fotos que guardo de cuando era niño. La mayoría son con Evan, pero también hay otras con mamá y Adam. Y algunas con Max. Nos conocemos desde pequeños, pero nunca hemos estado muy unidos y nuestra relación empeoró cuando me peleé con Michelle y él decidió ponerse de su parte.

No obstante, eso no significa que no seamos amigos.

El otro día decidí ser sincero con él. Y parece que ha tenido consecuencias, ya que Michelle me ha escrito cabreada hace como media hora. Ni siquiera le voy a contestar. No le debo explicaciones. Me dijo que estaba enamorada de mí mientras salía con él y, dado que ella no ha querido contárselo, yo lo he hecho en su lugar.

Los amigos no se apuñalan por la espalda.

Voy a mandarle un mensaje a Max para preguntarle cómo está cuando, de pronto, oigo un portazo. Me levanto, salgo del cuarto, bajo la escalera y me encuentro a las dos personas que acaban de entrar. Veo a mamá primero, vestida con uno de sus trajes floreados, y a Adam detrás, embutido en un esmoquin.

De primeras, ni siquiera recaen en mi presencia.

—Hola, mamá —hablo en voz alta.

Alza la mirada con sorpresa. Espero hallar algo más en sus ojos; emoción después de tantos meses sin vernos, cariño, nostalgia. Pero solo hay perplejidad.

—Liam —murmura dejando su bolso en el sofá. Le lanza una mirada a Adam, que no aparta sus ojos de mí—. ¿Por qué no has avisado de que venías? ¿Cuándo has llegado?

—Esta mañana —contesto tenso.

Sigo observando a Adam, que, tras unos segundos más de contacto visual, emite una risa aspirada, irónica, y niega con la cabeza.

—Se acabó la aventura, ¿eh? —Su tono es casi de gozo, como si se creyera mejor que yo—. ¿En qué problema te has metido esta vez?

Me pongo aún más rígido. Odio que me hable como si todavía fuera el niño ingenuo que acababa de empezar en YouTube. Está seguro de que lo necesito, y eso no es verdad. No lo ha sido nunca.

—Solo he venido a recoger mis cosas —respondo con sequedad.

He cambiado de opinión; ya no quiero oír ni una palabra más. Termino de bajar la escalera y me dirijo a la puerta.

—¿Qué? ¿Por qué? —se sorprende mi madre.

—Porque me largo.

No espero a ver su reacción. Planeo salir por esa puerta e irme por donde he venido, pero Adam me frena al estamparme una mano en el pecho.

—¿Qué coño estás haciendo? —me espeta entre dientes.

—Adam, suéltame.

—No vas a irte sin que hablemos.

—No tengo nada que hablar contigo. No eres mi padre.

De pronto, estoy aún más cabreado. Y harto. De todo. Ya no puedo más. Después de la semana de mierda que he tenido, discutir con Adam y mi madre va a llevarme al límite. Intento armarme de paciencia y actuar con racionalidad.

—Estoy cansado de esto —les digo firme pero sin brusquedad—. Vosotros por vuestro lado y yo por el mío. Es lo mejor.

Mamá traga saliva. Creo que mis palabras le han dolido, aunque es difícil saberlo, ya que nunca ha existido un «nosotros» como tal. En cambio, Adam solo resopla y se agarra el puente de la nariz, como si estuviera arrastrándolo al borde de su paciencia.

—Por si todavía no te has dado cuenta, eso no funciona así. En lo que respecta a tu imagen, no...

—¡Me importa una mierda mi imagen! —lo interrumpo con frustración—. Dejé YouTube casi de forma definitiva ¿y tú sigues creyendo que eso es lo único que me importa? ¡Me da igual, Adam, joder! ¡Déjame en paz de una puta vez!

—¿También te da igual que afecte a quienes te rodean? —ataca creyendo que será mi punto débil—. ¿Es eso? ¿Quieres cargarte la reputación de tu madre como hiciste con la de Michelle?

Más vale que sea una broma.

—Michelle se buscó sus problemas sola.

—Las redes sociales eran su sustento económico, Liam. Muchas de las marcas con las que trabajaba se largaron cuando se filtró que no estabais juntos de verdad y tú, en lugar de desmentirlo, decidiste montar un drama. —De repente, oímos el motor de un coche en la calle—. De todas formas, va a contártelo ella misma. Con suerte así abrirás los ojos de una vez.

En el exterior, escucho el portazo que da alguien al bajarse del vehículo. Ato cabos a toda velocidad y miro a Adam como si acabara de clavarme un puñal por la espalda, que así es.

—La avisé en cuanto vi tu coche fuera —prosigue.

Antes de que pueda replicar, ella llama a la puerta.

Maia

Al final sí compro un billete en otro vagón; no por decisión propia, sino porque no queda ninguno más libre y no podía arriesgarme a esperar hasta mañana. El trayecto se me hace eterno. Supongo que en el fondo esperaba que Evan viniera conmigo, ya que así, al menos, me podría haber distraído discutiendo en vez de pasarme todo el camino torturándome en silencio. Aunque pruebo a escuchar música, no funciona, y al final acabo sacando el cuaderno y reescribiendo la lista una y otra vez.

Añado varios puntos más en los que menciono cosas que nunca he sido capaz de decirle, como que en realidad sí me gusta la idea de ir a cenar con él, aunque sea algo que no haría con nadie más, y que hay canciones que escucho y parecen que llevan su nombre. Y también otros detalles más concretos, que, aunque de primeras me suenen absurdos, tienen su encanto, supongo, cuando los vives junto a la persona adecuada.

Quiero tumbarme con Liam a ver las estrellas.

Evan me espera en el andén cuando llegamos. Lo sigo fuera de la estación agarrando mi bolso con fuerza. No dejo de revisar si llevo el cuaderno porque me da seguridad, a pesar de que me envuelvan los nervios cada vez que pienso que tendré que enseñárselo a Liam. No sé si estoy lista para que alguien lea cosas tan privadas, ni siquiera él.

Pedimos un taxi hasta su casa, que está situada en una lujosa urbanización a las afueras. Me siento tan fuera de lugar como cuando vine por primera vez; mire adonde mire, solo veo coches costosos y casas enormes. Este no es mi sitio. Y, ahora que lo conozco mejor, sé que tampoco es el de Liam. Supongo que por eso estaba tan desesperado por salir de aquí.

—Es aquí. —La voz de Evan suena lejana cuando estacionamos delante de la propiedad de los Harper.

Cuando bajo del coche, noto las extremidades pesadas. Los muros son realmente imponentes, pero la puerta exterior está abierta, lo que deja aún menos barreras entre Liam y yo. Veo varios vehículos aparcados en la propiedad. Y entre ellos está el suyo.

—Llegó la hora, ¿eh? —añade Evan, que también ha salido del coche, y se recuesta en la puerta del asiento de atrás.

Asiento tras llenarme los pulmones de aire.

—Será fácil —digo, más para mí que para él.

—¿Cuál es el plan?

—Intentar decírselo todo antes de que me interrumpa.

Me vuelvo a mirarlo y veo que sonríe.

—Se quedará tan pasmado al verte que no podrá ni hablar.

—Juego con el factor sorpresa.

—Exacto.

Nos quedamos en silencio. Debería ir cuanto antes, pero mis pies parecen anclados al suelo.

—Maia —pronuncia al cabo de unos segundos. Vacila, como si intentara escoger las palabras adecuadas—. Liam me contó que parte de la discusión vino a raíz de que tú..., bueno, no eres capaz de creerte del todo lo que él siente por ti.

El estómago se me pone del revés. Entiendo que Liam se lo haya contado, ya que es su mejor amigo; sin embargo, eso no evita que ahora me sienta tremendamente expuesta.

—Sí que me lo creo —miento de forma automática.

Evan niega con lentitud. Su mirada se llena de sinceridad.

—Mira, no sé si servirá de algo, pero conozco a Liam desde que éramos críos. Y ya te lo dije una vez: no lo he escuchado hablar de nadie como habla de ti. No es solo que le gustes, creo que va más allá. No sé cómo explicarlo. Al llevar la vista atrás, me he dado cuenta de que ya no se parece en nada a la persona que era hace un par de meses. Ahora es más feliz. Y creo que tú has tenido un papel importante en ese proceso.

—Hasta que he metido la pata, ¿no?

Intento bromear para ocultar el nudo que tengo en la garganta. En lugar de aprovechar la oportunidad para meterse conmigo, Evan se limita a encogerse de hombros.

—Todos nos equivocamos de vez en cuando. A mí me ha pasado muchas veces. Lo importante es aprender de esos errores. —Se mete las manos en los bolsillos—. No sé qué es lo que te da tanto miedo, pero, si necesitas espacio, tiempo o..., no sé, creo que podrías decírselo. Liam lo entenderá. Es un poco masoquista, así que mejor si metes algún insulto de por medio, pero tú ya me entiendes.

Y, de pronto, estoy sonriendo. Ese rencor fingido que hay entre nosotros ha desaparecido y solo quedan dos personas que se preocupan mucho por Liam y que podrían incluso ser amigos.

—Gracias —le digo sincera. Vuelve a encogerse de hombros y yo señalo la puerta—. Debería ir cuanto antes. Deséame suerte.

—No la necesitas. —Ya me estoy girando cuando vuelvo a oírlo hablar—. Prueba con «gilipollas». O con «capullo». Nunca fallan.

Vuelvo a sonreír.

—Gracias por el consejo.

—En el fondo eres un pastelito de azúcar, ¿eh?

—Que te jodan.

—Tú tampoco me caes nada mal, supernova.

Le saco el dedo de en medio. Evan vuelve a montarse en el coche riéndose entre dientes. Cuando quiero darme cuenta, me ha dejado sola subiendo los escalones del porche y ya no hay vuelta atrás. Meto la mano en el bolso para buscar el cuaderno, ansiando tocar algo que me dé seguridad. Y me mentalizo de que estoy a punto de soltar todo lo que he callado durante meses.

Después, toco el timbre.

Pero no es Liam quien me abre la puerta.

Es Michelle.

Ir a la siguiente página

Report Page