Hasta que nos quedemos sin estrellas

Hasta que nos quedemos sin estrellas


34. Hasta que no queden estrellas

Página 46 de 52

34

Hasta que no queden estrellas

Maia

—¿Qué haces tú aquí? —Su voz se hace oír por encima del pulso en mis oídos.

Michelle clava sus ojos fríos en mí y me analiza con desdén. En cualquier otra ocasión habría saltado, pero ahora estoy demasiado sorprendida como para reaccionar. Tengo el corazón desbocado. Y no termino de asimilar que esté aquí, en casa de Liam. Aunque mi lado racional trata de buscar una explicación coherente, el inseguro comienza a sacar sus propias conclusiones.

Todo empeora cuando se oye otra voz a su espalda.

—¿Maia? —Y, solo con eso, mi corazón late, si cabe, todavía más fuerte. Liam aparece por detrás de ella.

También se queda paralizado al verme.

Michelle pone los ojos en blanco.

—Lo que nos faltaba —resopla irónica antes de girarse y volver al interior.

Me clavo las uñas en las palmas con nerviosismo. Liam y yo nos hemos quedado a solas, pero ninguno se atreve a romper el silencio. Solo nos miramos, y en sus ojos veo todas las dudas y emociones que deben de estar envolviéndole. Me aclaro la garganta y me obligo a ser valiente de una vez.

—He venido a hablar contigo —digo en voz alta.

—No llegas en el mejor momento del mundo.

—¿Qué hace aquí Michelle?

—Adam la ha llamado. Sin consultarme.

Por fin comprendo por qué parece tan afectado. No es solo debido a lo que ocurrió entre nosotros; acaban de tenderle una emboscada. Imagino lo difícil que ha tenido que ser para él enfrentarse a Adam y a su madre. Y ahora Michelle se ha sumado en su contra. Da igual cómo esté la situación entre los dos, no importa lo que haya venido a decirle. Lo primero es lo primero.

No voy a dejar que se enfrente solo a todo esto.

—Somos dos contra tres —menciono, y después lo rodeo para entrar en la vivienda.

No me giro para comprobar si me sigue. Sé que lo hace, ya que no tardo en oírle cerrar la puerta a nuestras espaldas. Voy directa a la cocina, de donde provienen las voces. Y, al entrar, las miradas de los presentes se clavan en mí. Todas de golpe.

Nunca me había sentido tan intimidada.

No dejo que se den cuenta.

—¿Y tú eres? —La voz pertenece al hombre del fondo, que debe de rondar los cincuenta años. Me habla con desprecio, como si no me viera digna de pisar esta cocina. Se me tensa todo el cuerpo, pero, por suerte, Liam no tarda en llegar a mi lado.

—Maia —me presenta, aunque no se atreve a decir nada más.

Así que lo hago en su lugar.

—Soy su novia.

Además del hombre, que supongo que será Adam, su padrastro, y de Michelle, hay otra mujer en la sala. Tiene el pelo más claro que Liam, pero no me pasa desapercibido que comparte muchos rasgos con él; debe de ser su madre, Gabriela. Y me mira con la misma cara de sorpresa que seguramente tendrá su hijo. Solo espero que él sepa disimularlo mejor.

Michelle alterna la mirada entre los dos. Se ha sentado en uno de los taburetes de la barra.

—¿Otra más? —cuestiona con malicia.

—Esta vez la relación sí es de verdad —contesto yo.

Pone los ojos en blanco y se vuelve hacia Adam, esperando que intervenga y se posicione en mi contra. Trato de mentalizarme de todos los golpes que están a punto de llegar.

—¿A esto te has dedicado mientras no estabas aquí? —cuestiona el hombre dirigiéndose a Liam.

—¿Qué más te da, Adam? Es mi vida.

—Al menos dime que no dejaste YouTube por su culpa.

—No —responde él—. Maia fue la que me animó a volver.

La certeza se queda flotando en el ambiente. Me vuelvo a mirarlo y sus ojos se encuentran con los míos durante un segundo. Trago saliva, retrocedo y me sitúo todavía más cerca de él. Acaba de confirmarme que estamos juntos en esto.

—Podría ser positivo para su imagen —reflexiona Gabriela al cabo de unos instantes—. Que salga con una fan hará que sus seguidores lo vean humilde. Y accesible.

Adam parece considerarlo, pero Liam sacude la cabeza.

—No salgo con Maia para mejorar mi imagen —contesta con sequedad.

—Pero tiene razón —me atrevo a decir. Me giro hacia él y, esta vez, es como si su mirada me enterrara bajo tierra—. No... no sales conmigo por esa razón, pero aun así podría beneficiarte, ¿no?

—Nadie sabe lo que hay entre nosotros, Maia.

«Porque no hay nada. Porque te lo cargaste todo.»

—Pero podrían saberlo. En un futuro. —No me paro a ver cómo reacciona; me dirijo a Adam con el corazón latiéndome en los oídos—. De todas formas, Liam no me necesita para mejorar su imagen. Ni para crecer. No necesita a nadie. Tampoco a Michelle.

—Se cargó todo lo que había construido —replica ella poniéndose en pie—. ¿Tienes idea de lo mucho que me costará volver al punto en el que estaba antes?

—Viendo lo mucho que te has lucrado con la polémica, dudo que tengas razones para quejarte —menciona él.

Michelle se vuelve a mirarlo con fuego en los ojos.

—¿Crees que me dejaste opciones?

Me sitúo entre ambos por instinto.

—Creo que deberías hablarle con otro tono —intervengo.

Sus ojos se posan enfurecidos sobre los míos. Sé que debería tener cuidado, ya que, ahora que conoce mi verdadero nombre, podría contarle a Adam que fui yo quien filtró a la prensa la noticia de su relación falsa, pero no me dejo intimidar.

—Hice lo que tenía que hacer —continúa ella, a la vez que lo mira por encima de mi hombro—. Puede que parte del público se pusiera de mi lado, pero, mierda, Liam, ¿y las marcas? ¿Y el resto de la comunidad? Todos me dieron de lado. Por tu culpa. Me humillaste delante de miles de personas. Perdóname por haber buscado otra forma de seguir adelante.

Temo que sus reproches surtan efecto, pero Liam sigue mirándola con frialdad.

—¿Grabar cinco vídeos contra mí fue lo único que se te ocurrió?

—Volvería a hacerlo si se me presentara la oportunidad.

—Por eso ya no somos amigos.

Si hubieran ido dirigidas a mí, esas palabras me habrían destrozado. Sin embargo, Michelle no parece afectada, lo que me hace pensar que quizá no apreciaba tanto su amistad con Liam como quería hacerle creer. Cada vez que recuerdo que él se pasó meses detrás de ella se me revuelve el estómago. Merece algo mucho mejor.

—Esto no va a funcionar —les dice a Adam y a Gabriela—. No le importa lo que le digamos. Está empeñado en jodernos a todos. Incluso ha hablado con Max para que rompa conmigo.

—Max ha roto contigo porque me dijiste que estabas enamorada de mí cuando todavía salías con él.

Michelle lo mira como si acabara de clavarle una puñalada. Acto seguido, se gira hacia Adam.

—Avísame cuando sepas hacer tu trabajo.

Sale de la cocina hecha una furia. Gabriela se pasa las manos por la cara frustrada. Adam solo suspira.

—¿De qué está hablando? —pregunta Liam.

—Planeábamos haceros volver. Su agente y yo creímos que sería lo mejor para ambos.

Me basta con intercambiar una mirada con Liam para notar lo molesto e incrédulo que se siente. Me surge la necesidad de intervenir, pero sé que todo lo que le diga a Adam será inútil, así que no me lo pienso dos veces y salgo de la cocina. Encuentro a Michelle cogiendo sus bolsas del sofá.

—No pierdas el tiempo —habla sin mirarme—. Si tanto lo quieres, es todo para ti. Más te vale tener paciencia.

Oírla hablar de Liam con ese tono despectivo me saca de mis casillas. No obstante, intento mantener la calma; sé que, a la larga, que me pelee ahora con ella no lo beneficiará.

—No vengo a discutir contigo —digo cuando la veo dirigirse a la puerta—. Solo a decirte que deberías dejar de subir ese tipo de vídeos.

—No me digas lo que tengo que hacer. No conoces el mundillo.

—No, pero sé que Liam es bastante más conocido que tú. Y que posicionarte en su contra te ha traído más odio que apoyo. Puede que hayas ganado seguidores con la polémica, pero, vamos, ambas sabemos que no son de calidad. Y que se largarán en cuanto vuelvas al contenido que realmente te gusta.

—Pero dan dinero —contesta.

Aunque intenta disimularlo, noto que mis palabras le han afectado.

Eso me da ánimos para continuar. Camino hacia ella.

—Liam me contó que querías ser diseñadora.

—No seas amable conmigo. Sé que no me soportas.

—No tendría problemas contigo si no te hubieras portado tan mal con Liam —menciono.

Le sostengo la mirada hasta que, finalmente, harta de mí y de mi insistencia, resopla.

—Sí, quiero ser diseñadora, ¿y qué?

—¿Gabriela es un ejemplo para ti? Porque ella no creció a base de polémicas en internet.

—Mis cifras caerán en cuanto deje de mencionar a Liam en todos mis vídeos.

En su voz advierto lo mucho que le asusta que eso ocurra. Supongo que, en ese sentido, ambos son más parecidos de lo que creen; los dos temen no ser suficiente. Y por eso siguen esforzándose incluso cuando ya no pueden más.

La diferencia es que Liam no brilla hundiendo a otros.

—Lo mejor que podéis hacer es centraros en crear el contenido que os apasiona. Y quizá, de aquí a un tiempo, podáis volver a seguiros en redes sociales. Así la gente sabrá que al menos quedasteis como amigos. Sé que Liam está cansado del odio. Y quiero creer que tú también.

—Lo estoy —coincide. Hace una pausa durante la que me mira con desconfianza—. No le diré nada a Adam. Sobre lo que hiciste —añade entonces, y yo trato de no inmutarme, aunque el corazón se me haya puesto del revés—. Pero eso no significa que me caigas bien.

—Descuida. Tú tampoco me caes bien a mí.

Y eso que me he esforzado a fondo en empatizar con ella, pero nada justifica lo mal que ha tratado a Liam. Además, él es importante para mí y no puedo evitar tomarme los ataques de Michelle como algo personal. Tras intercambiar una última mirada conmigo, sale de la vivienda cerrando la puerta a su espalda. Y yo cojo aire, me armo de valentía y vuelvo a la cocina.

El ambiente sigue igual de tenso. Liam alza la mirada al oírme llegar. Me aclaro la garganta con nerviosismo.

—Michelle dejará de subir ese tipo de vídeos —los informo. No me lo ha confirmado, pero sospecho que la he convencido y que solo se negaba a admitir que tengo razón. Creo que acabamos de firmar una especie de tregua.

—Un problema menos con el que lidiar —suspira Adam.

Liam deja de mirarme para volverse hacia él.

—Quiero que mamá y tú dejéis de meteros en lo que hago en internet —dice—. Voy a subir lo que me apetezca cuando me apetezca. Dejaré de mencionar a mamá y yo mismo gestionaré mi imagen. Estoy cansado de seguir indicaciones.

Parece que Gabriela quiera comentar algo al respecto, pero Adam es más rápido. Sus cejas se disparan.

—Puedes buscarte la ruina por tu cuenta, si lo prefieres.

—Le va bastante mejor desde que se alejó de vosotros —expreso, ganándome la atención de todos los presentes—. Las cifras no mienten, ¿no? Y son mejores desde que Liam hace lo que le gusta.

Una vez me dijo que la gente disfrutaba viendo a otras personas hacer lo que les apasiona. He podido comprobarlo con él. Sus estadísticas son mucho más positivas que las que tenía antes de dejar YouTube y romper públicamente con Michelle. Lo sé porque las he revisado. Y porque, antes de que nos separásemos, rara vez me perdía uno de sus directos. Solía conectarme por las noches cuando me iba a la cama, aunque solo fuera unos minutos.

Liam no lo sabe. Nunca me ha parecido relevante decírselo. Pero, mierda, claro que me importa su mundo. Más de lo que cree.

—¿No hay forma de hacerte cambiar de opinión? —pregunta su madre desde el fondo. No suena enfadada, solo triste y cansada de la situación.

Él niega con firmeza.

—No.

Se miran. Y, por instinto, yo retrocedo hasta que vuelvo a su lado, y ahora sí que me permito pensar en su brazo rozando el mío y en el revoltijo de emociones que llevo ignorando desde que lo vi.

—Está bien —decide Adam finalmente—. Haz lo que quieras. Pero avísanos si vuelves a verte en una situación que no sepas gestionar. No queremos más escándalos.

Liam está tenso, pero se obliga a asentir con la cabeza. Adam se quita las gafas y se masajea las sienes estresado. Supongo que se toma esto como una derrota. Yo, en cambio, no podría estar más feliz por Liam. Por fin podrá hacer lo que quiera sin tener a Adam encima. Y, dentro de lo que cabe, no han acabado en malos términos.

—¿Vendrás más a menudo? —interviene entonces Gabriela—. Hay varios eventos este mes a los que me gustaría que...

—Estaré ocupado con la universidad —la interrumpe antes de volverse hacia mí—. Vamos, Maia.

Abandona la cocina sin decir nada más. Yo echo un último vistazo a Adam y a su madre antes de seguirlo. Cuando salimos al exterior, las luces de las farolas se reflejan en un cielo en el que apenas se ven estrellas. Cierro la puerta a nuestras espaldas y después me rodeo con los brazos, tensa. Ahora que estamos a solas, no podemos seguir retrasando la conversación que tenemos pendiente. Y de pronto vuelvo a estar tan nerviosa que se me olvida absolutamente todo lo que he escrito en esa dichosa lista.

Sin embargo, él no deja de caminar. En su lugar, me mira por encima del hombro y dice:

—Será mejor que no hablemos hasta que estemos en el coche.

Vamos juntos hasta el vehículo, yo me acomodo de copiloto y él frente al volante. Y, sin molestarse en romper el silencio, arranca el motor y conduce hasta que salimos de la urbanización. Son casi diez minutos durante los que no se oye absolutamente nada, ya que tampoco hemos puesto música. La tensión me está matando. Me preocupa pensar en todo lo que tengo que decirle y en cómo reaccionará al escucharlo.

Cuando alcanzo mi límite, me giro hacia él y me preparo para hablar por fin. Justo en ese momento, toma un desvío y aparca el coche en un camino de tierra.

—¿Estación de tren o de autobuses? —pregunta sin mirarme.

Mi pulso se dispara.

—¿Qué?

—¿Cómo vas a volver a casa?

Sigue evitando el contacto visual. Se me encoge el corazón.

—No voy a irme sin que hayamos hablado.

—Bueno, yo creo que no tenemos nada de lo que hablar. —Aprieta el volante con las dos manos. Entonces, me doy cuenta de que está completamente tenso—. Dime de una vez adónde quieres que te lleve.

Entiendo que esté enfadado, pero eso no significa que su frialdad no me resulte dolorosa. Es como si estuviera clavándome de nuevo esa estaca en el pecho y retorciéndola. Me cuesta horrores encontrar las palabras adecuadas. Porque no las hay.

—Lo de esa noche no...

—Estás siendo injusta conmigo. Otra vez —me interrumpe y, esta vez sí, se vuelve a mirarme—. No puedes romperme el corazón y después decirle a mi familia que estamos saliendo. Me pasé mucho tiempo escuchando a Michelle mentir diciendo que me quería. No voy a volver a pasar por eso.

Acto seguido, abandona el vehículo como si no soportara seguir compartiendo el mismo espacio conmigo. La última vez que nos vimos en esta situación me dejé llevar por los miedos y tomé decisiones que nos hicieron daño a los dos. Ahora no dudo en seguirlo con mi cuaderno en las manos. Hemos aparcado en medio de la nada, a unos metros de la autopista, y lo único que nos ilumina son las luces del coche en marcha. Liam se ha apoyado contra el capó. Sigue sin mirarme, pero noto que se tensa cuando me coloco a su lado.

—¿A qué has venido? —vuelve a preguntar, aunque ya lo sabe.

Siento una oleada de alivio al notar que parece dispuesto a escucharme.

—Quería que hablásemos sobre la otra noche.

—Si vienes a darme más razones para no estar conmigo, prefiero no escucharlas.

—No estuvo bien —continúo, ignorando su comentario. Frunzo los labios y le muestro el cuaderno—. Te he traído esto. Aquí está toda la verdad.

Me aparto del capó y me coloco frente a él para ofrecérselo. Liam no hace ademanes de cogerlo.

—Escribo todo lo que no soy capaz de decir en voz alta —le explico tragando saliva—. He... he hecho una lista. Con todo lo que necesito decirte. Y me gustaría que la leyeras.

—¿Por qué?

Y yo dejo de lado todo mi orgullo para contestar:

—Porque solo me estás mirando y ya siento que me va a explotar el corazón.

En cuanto me escucha, y al verme tan nerviosa, su máscara de frialdad se desvanece. Su expresión se vuelve más suave. Eso me hace cambiar de idea en el último momento. No puedo dejar que lo lea. Sería tomar la salida fácil. Y Liam se merece que me arriesgue.

Alza las cejas al ver que vuelvo a rodear el cuaderno con un brazo.

—Creo que prefiero decírtelo directamente.

Noto un cambio en sus ojos. Sospecho que le gusta la idea. Vuelve a apoyarse contra el capó con las manos en los bolsillos.

—¿A qué vienen los nervios? ¿Vas a decirme que has matado a alguien? ¿Te van a arrestar? ¿O es que has encontrado a otro tío durmiendo en tu coche que me ha quitado el puesto?

—¿Puedes tomarte esto en serio?

—Me lo tomo en serio. Solo intento relajarte. —Al escucharlo, trago saliva y llevo mis ojos a los suyos. Liam me sostiene la mirada—. No tienes por qué estar tan nerviosa. No pasa nada.

Si tenía alguna duda sobre lo que estaba a punto de hacer, se disipa justo en ese instante; cuando intenta hacerme entrar en confianza y darme seguridad, pese a todo lo que ha pasado entre nosotros. Y usa ese tono suave, como si tuviera muchas ganas de escucharme y temiera que en cualquier momento me echara atrás. Me aferro al cuaderno con más fuerza.

—Seguro que estás disfrutando con esto —menciono.

—¿Por tener a Maia, la chica dura sin sentimientos, nerviosa por algo que tiene que decirme? Quizá. Un poco. No te voy a mentir, sí.

Y, entonces, me sonríe. Es la primera vez que veo su sonrisa desde la otra noche. Le resta seriedad al asunto y me hace recordar que en el fondo seguimos siendo solo nosotros. Y eso me da fuerzas para lo que hago a continuación.

—En realidad ya no me pongo nerviosa contigo. Sí me pasaba antes, pero empezamos a conocernos mejor y llegó un momento en el que, al verte, en vez de sentir esos revoltijos en el estómago, sentía solo... calma. Y la seguridad de que puedo ser yo misma y expresarme sin... sin tener miedo. Y hace poco me di cuenta de lo que eso significa. —Trago saliva. Me resulta muy difícil escoger las palabras adecuadas—. El otro día mi madre me habló sobre lo que había entre Steve y ella. Yo le dije que eso no era amor.

Cuando pronuncio esa última palabra, el ambiente se vuelve más denso. Se llena de emociones. Sus ojos azules se encuentran con los míos y, como si supiera que necesito un poco más de ayuda, inquiere:

—¿Por qué?

—Porque el amor no te hace dudar de ti misma. No te obliga a ser alguien que no eres. No es solo sentir mariposas, sino que esos nervios den paso a la calma. Es querer lo mejor para la otra persona. Desear verla triunfando y logrando sus objetivos. Siendo libre. Es escucharla hablar durante horas sin cansarte. Preocuparte por sus intereses. Disfrutar de pasar tiempo a solas, sin hacer nada, en silencio. Es que incluso las cosas más simples adquieran sentido, como una sonrisa. O como una estrella con una inscripción. O como tumbarse a ver el cielo de noche. Es saber que estás completa por ti misma, que no necesitas a nadie y que, aun así, quieres estar a su lado. El amor es pensar en la otra persona cada vez que te ocurre algo bueno. Querer contárselo. Es ser consciente de los riesgos y, aun así, entregarse con los ojos cerrados. Y es que haya canciones que, da igual cuándo las escuche, siempre me recordarán a ti. —El corazón me late a toda velocidad. Vuelvo a clavar mis ojos en los suyos—. Liam, no tengo ni idea de lo que es el amor. Creo que nunca antes lo había sentido. Lo único que tengo claro es que, cada vez que pienso en él, eres tú quien se me viene a la cabeza.

Siempre he creído que hay dos tipos de miedos en el mundo. Por un lado, están los necesarios, esos que nos mantienen a salvo, y, por otro, los que nos retienen en nuestra zona de confort y nos impiden llevar a cabo cosas que nos harían felices. He vivido dominada por este último casi toda mi vida. No tengo muy claro en qué categoría encajaría el miedo a enamorarse, pero justo en ese momento me doy cuenta de que ya no me importa. Voy a seguir enfrentándome a él de todas formas. Porque, al decir lo que siento en voz alta, es como si me quitara un peso enorme de los hombros.

Como si todo estuviera por fin en el lugar que corresponde.

Durante los primeros instantes estoy eufórica. Creo que él no dudará en decirme que siente lo mismo, que todo es correspondido. Que también piensa en el amor cuando me ve. No lo sé. Pero mis palabras se quedan flotando entre nosotros y, después, se hace el silencio. Liam no dice nada. Solo se limita a mirarme, llevándose todas mis ilusiones consigo.

Ahí es cuando me doy cuenta de la enorme brecha que se ha abierto entre nosotros.

Y de que, a diferencia de lo que he pensado siempre, no soy la única que tiene miedo. Porque él se ha abierto a mí muchas veces. Y yo le he fallado en la mayoría.

—Necesito que me prometas que es verdad —me suplica.

Me rompe el corazón notar la desconfianza en su voz.

—Es verdad —respondo a toda prisa—. Es verdad, te lo prometo. Estoy enamorada de ti. Claro que es verdad.

No me lo pienso más, dejo el cuaderno sobre el capó y me acerco para envolverlo entre mis brazos.

Escondo la nariz en su hombro y pestañeo para huir de las lágrimas, que luchan desesperadas por salir a manifestarse. Temía que no me correspondiera, pero Liam solo tarda un momento en reaccionar y abrazarme también. El calor de su cuerpo, su olor, su cercanía vuelven a mí. Nunca pensé que echaría de menos cosas tan simples.

Parece que le cueste arrancarse las palabras de la garganta.

—Estaba seguro de que tú no...

—Estoy enamorada de ti —repito.

Ahora que lo he soltado por fin, decirlo es fácil, incluso liberador. Quiero hacerlo las veces suficientes para acabar con todas sus dudas.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque tenías razón. Tenía miedo. —Me aparto ligeramente para mirarlo—. Sé que te he hecho daño. Y también sé que tengo actitudes que no son... correctas. Pero estoy trabajando en ello. Quiero ser mejor persona. Y sanar. He empezado a ir a terapia y estoy esforzándome por... por abrirme a los demás. Lo he hecho con Lisa. Y también contigo. Sobre todo contigo. Eres la persona con la que quiero estar.

Sus ojos siguen sobre los míos. Veo cómo las emociones se contradicen en su mirada. Quiere creerme, pero se contiene.

—¿De verdad crees que puede funcionar? —pregunta, como si necesitara desesperadamente estar seguro.

Asiento con firmeza.

—Estoy convencida.

—No puedo seguir tirando yo solo del carro.

—A partir de ahora tiraremos los dos.

Vacila. Y, de nuevo, todas las partes racionales e irracionales de mí se mueren por que me diga que él también lo siente. Que confía en que esto va a salir bien. Que quiere arriesgarse conmigo.

—Esta semana ha sido difícil para mí —comienza.

Su tono de dolor y de duda me destroza.

—Ya lo sé. —Sigo luchando contra las lágrimas.

—No sé si lo mejor sería que...

—No pasa nada —lo interrumpo—. No he venido a pedirte que vuelvas conmigo, ¿vale? Sé que sería injusto. Solo quería decirte la verdad. Porque es lo que te mereces. Quiero lo mejor para ti, Liam. Y, si crees que eso implica estar lejos de mí, lo entenderé.

Vuelve a hacerse el silencio. Solo que, esta vez, solo tarda unos segundos en sacudir la cabeza y murmurar:

—Joder.

Y, de pronto, está abrazándome de nuevo. Dejo que me estreche contra sí mientras mi corazón late con fuerza. Lo que le he dicho es cierto; aunque me duela, lo dejaría ir si me lo pidiera. Quiero ser buena para él, y el primer paso es dejarle tomar sus decisiones. Me he alejado muchas veces con la excusa de que se merece algo mejor. Pero es Liam quien tiene que decidirlo. No yo.

—¿Esto significa que sí quieres volver conmigo? —pregunto contra su hombro, con un nudo en la garganta.

Se aparta para mirarme. Tengo los ojos llorosos y, en cuanto lo nota, sonríe con tristeza y me seca las lágrimas con los pulgares.

—Primero necesito que dejes de llorar —dice en voz baja—. A este paso, voy a acabar llorando yo también y eso estropearía mi reputación de capullo monumental.

No tengo fuerzas para sonreír. En su lugar, asiento y yo también me las seco con el brazo. Liam sigue mirándome a los ojos. Sus caricias descienden por mi mejilla.

—Lágrimas fuera —contesto también en un susurro.

—Lo siguiente es una pregunta importante. —Me tenso al escucharlo. Él hace una pausa y, finalmente, sonríe—. ¿Vas a ser la sentimental de la relación a partir de ahora? Porque el tema de los insultos me gustaba bastante más.

La emoción me estalla en el pecho. Le doy un empujón.

—Que te jodan.

Se echa a reír. Después, me rodea con un brazo para atraerme hacia sí y me da un beso en la cabeza. Yo me trago el nudo que tengo en la garganta y cierro los ojos para seguir huyendo de las lágrimas. Respiro profundamente mientras mi corazón vuelve a su ritmo habitual. Y, entre sus brazos, no dejo de repetirme que estamos bien. Que he sido sincera. Que ya lo sabe todo. Que volvemos a estar bien.

—También me gusta el apodo de bizcochito —menciona con tono de broma.

—Capullo —susurro yo contra su hombro.

Vuelve a reírse. Cuando nuestros ojos se encuentran, su sonrisa se vuelve más sincera. Me acaricia la mejilla con el pulgar rasposo y yo recuesto la cara en su palma. Y, mientras tanto, utiliza la otra mano para apartarme el pelo del hombro. Sus movimientos son suaves, pero es como si no pudiera, ni quisiera, dejar de tocarme.

—Quiero besarte —susurra—. ¿Puedo?

Asiento sin romper el contacto visual.

—Por favor.

Sin embargo, no lo hace. Solo se acerca hasta que su aliento se mezcla con el mío y me reta a dar el primer paso. Noto su sonrisa en los labios cuando obedezco y presiono mi boca contra la suya.

Y, de golpe, todas mis barreras caen. El calor entra en un corazón que lo recibe con los brazos abiertos. Al principio el contacto es suave, pero no tarda en cargarse de nostalgia, de urgencia, y entonces Liam se inclina sobre mí para besarme con más intensidad. Retrocedemos hasta que mis piernas chocan contra el capó. Necesito tocarlo, así que acaricio su barba incipiente con las manos y continúo subiendo para hundirlas en sus rizos. Había echado mucho de menos esto.

Y, a juzgar por lo poco que tarda en volver a unir nuestros labios cuando nos quedamos sin aire, él también.

—Creo que sigue siendo superilegal esto de montárselo en un coche —susurro contra su boca. Lo agarro del cuello de la camisa para mantenerlo cerca.

—No nos lo estamos montando. Es solo un beso inocente.

Me entra la risa.

—Ya.

El corazón me va a toda velocidad, pero ya no es mala señal. No es por los nervios, sino por la emoción del momento. Se aleja un poco y yo le enredo los brazos en el cuello. Nos miramos. Y sonreímos a la vez. Dios santo. Necesito tomarme un segundo para recuperar el aire y concentrarme en lo que tengo que decir.

—He preparado algo para ti.

Se muestra gratamente sorprendido.

—¿Algo como qué?

—La otra noche, cuando me dijiste que pensabas llevarme a cenar, no fui capaz de decirte que la idea me habría encantado. Sí me atrae hacer esas cosas si es contigo, Liam. Llevo un tiempo dándole vueltas a algo que me apetece mucho. —Destrozo completamente la magia del momento al añadir—: Pero no tenemos que hacerlo si no quieres. Y, como se te ocurra reírte, voy a darte una patada en los huevos.

Liam sonríe aún más.

—No voy a reírme —me asegura, consciente de lo mucho que me cuesta atreverme a hacer estas cosas—. ¿Adónde vas a llevarme?

—Es una sorpresa. Primero tenemos que volver a Mánchester. Y después tendrías que seguir mis indicaciones.

Asiente sin dejar de mirarme.

—¿Conduzco y te encargas de la música?

Ahora yo también sonrío.

—Perfecto.

Me besa una vez más antes de rodearme para subir al vehículo. Hago lo mismo y, tras arrancar el motor, alarga la mano para ponérmela en la rodilla. Me da un vuelco el corazón, pero, en vez de apartarme, llevo mis dedos a los suyos y acaricio sus nudillos distraídamente. Intento actuar con normalidad, pero me cuesta un poco, y Liam se da cuenta y sonríe al mirarme de reojo. No suelo hacer estas cosas, pero creo que podría acostumbrarme.

—Quién iba a decirme que en el fondo eres una sentimental —comenta para picarme.

—Cállate de una vez.

Durante el trayecto, me siento muy cómoda. No hay silencios tensos ni momentos en los que desearía no haber abierto la boca. Nos dedicamos a ponernos al día. Le hablo sobre mamá y la clínica de desintoxicación, sobre mi nuevo trabajo a tiempo completo en la tienda y sobre mi primera sesión con la psicóloga. Y vuelvo a sentir ese calor en el pecho cuando veo en sus ojos lo orgulloso que está de mí. Por su parte, me cuenta qué ha estado haciendo estos días y cómo van las cosas con YouTube. Se burla de mí durante un rato cuando le confieso que he visto la mayoría de sus vídeos. Y yo lo mando a la mierda varias veces.

Es casi medianoche cuando llegamos a Mánchester y ponemos el navegador hacia nuestro destino. Imagino que Liam reconoce la dirección, pero no comenta nada al respecto. Un rato más tarde, estamos atravesando el bosque que rodea la casa del lago. Fuera las estrellas brillan. Esta noche no hay luna.

—Evan me dijo que tenías llaves —digo una vez que aparcamos.

Él apaga el motor.

—¿Lo habéis planeado juntos?

—Situaciones desesperadas requieren colaboraciones desesperadas.

Le sonrío antes de salir del vehículo. No tarda en seguirme. Subimos juntos la escalera del porche y utiliza las llaves que guardaba en la guantera para abrir la puerta. Dentro hace frío, ya que la casa lleva vacía desde la última vez que nosotros vinimos. Me adelanto para entrar la primera.

—No enciendas las luces. —Entrelazo mi mano con la suya para conducirlo a la parte de atrás.

A diferencia de la mía, su piel está templada. Usamos las linternas de los móviles para avanzar sin chocarnos contra los muebles. Salimos a la terraza, donde solo se oye la brisa suave que se mece sobre el lago. Hay un par de tumbonas. Voy a coger una para acercarla a la otra, pero Liam tira de mí para que nos pongamos en la misma.

—Aquí no cabemos los dos —me quejo.

—A mí me parece que sí.

—Liam, estoy prácticamente encima de ti.

—Lo dices como si fuera un inconveniente.

Me muerdo el labio para no sonreír. Veo que ya ha tomado una decisión, así que procuro ponerme cómoda. Como soy pequeña en comparación con él, más o menos cabemos, aunque apretados, los dos. Apoyo la cabeza en su hombro y él me rodea con un brazo. Después, apagamos las linternas. Sobre nosotros se ilumina un manto de estrellas. Lejanas. Cuerpos fríos o calientes. Algunas fallidas. Y otras que aprenden cada día a ser la mejor versión de sí mismas.

El silencio se abre paso entre nosotros, llevándose consigo todos los nervios que me torturaban hace unas horas. Y aquí, en medio de ninguna parte, tumbados mientras miramos el cielo y escuchamos el murmullo del agua llegando a la orilla, vuelvo a sentir esa paz de la que le he hablado antes. Deneb y yo solíamos hacer esto tan a menudo que adopté la tradición como algo nuestro. Hacerlo con Liam me parece igual de especial.

—Es mejor que mi plan de ir a cenar —comenta en voz baja, como si temiera estropear el momento.

—Yo creo que lo mejor es que podemos hacer las dos cosas.

Imagino que sonríe. Seguimos mirando hacia arriba, donde los astros brillan a miles de kilómetros de distancia.

—Conoces muchas leyendas, ¿verdad? Sobre las estrellas.

Asiento. Noto el calor de su cuerpo envolviendo el mío, refugiándome del frío nocturno.

—Esa es la estrella polar —señalo la más brillante—. La uso de referencia para encontrar a las demás. Si miras a la izquierda, está la constelación de Casiopea. Y, más allá, Andrómeda. De pequeña era mi favorita. Mi hermana me contaba las leyendas todas las noches.

—¿Qué dice? —Alarga la mano para entrelazarla con la mía.

—Cuenta la leyenda que Casiopea, la reina de Egipto, se creía superior a las ninfas marinas. Eso enfadó a Neptuno, que envió un monstruo a su país. La única forma de aplacar su ira era sacrificar a Andrómeda, la princesa, así que la ataron a una roca en la playa y la obligaron a cumplir con un castigo que no le pertenecía. Cuando ella pensaba que estaba todo perdido, se oyó el ruido del viento y Perseo, un semidiós montado en un caballo alado, fue a rescatarla. —Hago una pausa—. Estuve mucho tiempo sintiéndome identificada como Andrómeda.

—Eso me convertiría en Perseo, ¿no? Me gusta la idea de ser un semidiós.

—Más bien, tú serías la roca del castigo.

—Era broma. La semidiosa eres tú. Te has rescatado a ti misma cada vez que lo has necesitado.

La forma que tiene de referirse a mí es tan... abrumadora. En su voz percibo el cariño, el respeto que siente hacia mí. Giro la cabeza para mirarlo. Eso implica dejar de ver las estrellas, pero no me importa. Lo observo en silencio, recreándome en cada detalle de su rostro; en el lunar que tiene en la parte lateral del cuello y en los remolinos que se forman en su flequillo. Y también en sus ojos azules que, transcurridos unos segundos, se clavan en mí.

—Estás mirándome así otra vez —susurra. Por el tono, no deja de preguntarse a qué viene.

—Nunca he sabido qué es lo que ves en mí.

—Maia —me advierte, temiendo que vuelva a menospreciarme.

—No es eso. Solo quiero saberlo. Para grabármelo en la cabeza.

Para olvidar las dudas. Para entregarme. Para dejar de tenerle tanto miedo a confiar.

Parece saberlo, ya que vuelve la vista hacia las estrellas y dice:

—Cuando te conocí, estaba muy descontento con mi vida. Me dedicaba a algo que no me hacía feliz, tenía que lidiar con Michelle y con Adam, y sentía que me había perdido a mí mismo. Por eso recurrí al alcohol la noche que me colé en tu coche. Estaba harto de todo lo que implicaba ser yo. —Sigo mirándolo. Es como si le costara elegir las palabras correctas—. Fuiste la única que se atrevió a ser sincera conmigo. De no haber sido por ti, creo que nunca me habría dado cuenta de que tenía que coger las riendas de mi vida y empezar a hacer lo que yo quisiera. También me ayudaste a darme cuenta de que mis problemas sí eran importantes. Después empecé a conocerte mejor... y me di cuenta de que había muchas cosas que me gustaban de ti. Y que estaba sintiendo cosas que no había experimentado nunca. No lo sé, Maia. Solo tengo claro que no sería el mismo si no te hubieras cruzado en mi vida.

Escucharlo es reconfortante. Y también aterrador. La diferencia es que, esta vez, hay muchas emociones que vibran por encima del miedo. Este ha quedado relegado a un segundo plano porque yo misma lo he enviado allí, al fondo. Y solo me centro en lo positivo, en esa visión que Liam tiene de mí. En que no hay nadie que me mire como lo hace él.

—Cuando estoy contigo, todo parece tan... real —prosigue, como si no pudiera seguir callándoselo—. Me he pasado la vida rodeado de gente que me quería por interés. Me han hecho cientos de cumplidos que no eran reales. Pero tú me conociste cuando mi reputación era una mierda y no tenías ni idea de mi vida en internet. Siempre me hiciste sentir que te gustaba siendo yo, el Liam de detrás de las cámaras. Muchas veces, con el tema de la fama y de YouTube, me daba la sensación de estar viviendo en una ilusión. Eso no me pasa contigo. Tú me haces sentir despierto. Es difícil de explicar.

Trago saliva. Vuelvo a tener ese nudo en la garganta.

—¿Incluso aunque sea una persona fría?

—No digas eso. No eres fría, solo reservada. A mí me gusta tu forma de ser.

—¿De verdad?

—Solo hay que tomarse el tiempo de conocerte. No te abres a nadie en quien no confías. Pero, una vez que uno empieza a verte brillar..., entonces ya no puede apartar la vista.

No sé cómo expresar lo que siento al escucharlo. De pronto, solo estamos nosotros, perdidos en medio del bosque, y no existe nada más. Y todo lo que nunca pensé que volvería a pronunciar se materializa en mi boca, ansiando ser dicho en voz alta.

—Liam —lo llamo, cuando ya no puedo retenerlo más. Sus ojos conectan con los míos—. Sabes que te quiero, ¿verdad?

Es la primera vez que se lo digo. Creo que debería hacerlo mucho más a menudo. Tengo el corazón acelerado, pero, por suerte, su respuesta no se hace esperar.

—Yo también te quiero a ti. —Oírlo me provoca un revoloteo en el pecho. Vuelve a mirar el cielo—. Tanto que me iría contigo a cualquier parte.

—¿A las estrellas? —sugiero siguiendo su mirada.

—No. Mucho más arriba.

—Hasta que ya no se vean.

—Hasta que no quede ninguna.

Los recuerdos me llenan de nostalgia y, aun así, consigo sonreír.

—Hasta que nos quedemos sin estrellas. Vale. Me gusta.

—Suena bien para el título de un libro.

Nuestras miradas se cruzan y me anima a responder a la indirecta. Sacudo la cabeza riéndome.

—No voy a escribir un libro.

—¿Por qué no? Se te da bien. Y a la gente le encantaría. Sobre todo si yo soy el protagonista.

—Probablemente morirías en el capítulo cinco.

—No seas cruel. Déjame vivo al menos hasta el diez.

—Me pasaría toda la novela amenazándote para mantener a los lectores en tensión. Seguramente me odiarían.

—Pero sería solo para asustarlos, ¿no?

—Eso depende de cómo te portes.

Suelta una risa aspirada. Sonrío. Justo entonces, nos azota una ráfaga de aire helado y me pego más a él por instinto. Al darse cuenta, Liam utiliza el brazo sobre mis hombros para estrecharme contra sí y que me refugie en su calor corporal. Hace frío esta noche, pero no me movería por nada del mundo.

—Podemos ir dentro si quieres —sugiere en voz baja.

Me apresuro a negar con la cabeza.

—Estoy bien aquí.

No lo veo, pero, conociéndolo, seguro que se le habrá escapado una sonrisa. Volvemos a quedarnos en silencio, mirando las estrellas. Junto a Andrómeda, un poco más arriba, se encuentra Deneb. Y en alguna parte se verán también las Pléyades, donde está Maia, la estrella que brilla seiscientas veces más que el sol.

—¿Cómo lo terminarías? —inquiere al cabo de unos minutos, regresando a la conversación de antes—. Esta vez de verdad.

Trago saliva. Aunque sea difícil, lo tengo muy claro.

—Después de pasarse todo el libro negándoselo a sí misma, Maia por fin se ha atrevido a admitir lo que siente. Liam se merecía escucharlo, así que ha cogido un tren a Londres y se ha presentado en su casa sin avisar para decirle que está enamorada de él. Y que es la persona con la que quiere estar. —Vacilo. Tengo el corazón acelerado—. Pero, aunque le gustaría que todo fuera así de sencillo, en el fondo sabe que no lo es.

Noto que se tensa debajo de mí. Entiendo que no es la respuesta que esperaba y, sinceramente, yo tampoco. Hace un minuto ni siquiera me lo planteaba. Pero ahora lo pienso y parece lo correcto.

—Maia necesita trabajar en sí misma —continúo—. Hay heridas que, aunque haya pasado mucho tiempo, todavía no han cicatrizado y le impiden entregarse y confiar. Lo más fácil sería no decírselo para poder estar con él directamente, pero de verdad quiere que las cosas vayan bien entre los dos. Y para eso primero necesita sanar. Así que, si tuviera que terminar el libro de alguna forma, creo que sería así.

—Pidiéndole tiempo —se adelanta, y yo asiento.

En realidad, me encantaría poder saltarnos este paso y lanzarnos a la parte bonita, en la que vuelvo a su apartamento, estamos juntos todos los días y todo va sobre ruedas. Pero no puedo hacer eso sin arriesgarme a volver a lastimarle. Y no quiero que eso ocurra. Aprecio tanto a Liam que necesito hacer las cosas bien.

—Es una decisión muy difícil —insisto, con el corazón a mil—. Pero sabe..., creo que ambos saben que no es el momento.

Las palabras me pesan en la boca. Por fin me atrevo a girar el cuello para mirarlo. Cuando sus ojos se encuentran con los míos, no veo rastro de enfado en ellos. Solo un poco de tristeza.

—¿De verdad es lo que quieres?

—Necesito sanar por mi cuenta, Liam. Eso no significa que no quiera volver a verte. O que no me muera por estar contigo. Pero quiero que esto funcione y para eso tengo que tomar el camino difícil. Así que, si estás dispuesto..., me gustaría que fuéramos despacio. Para hacer las cosas bien y con calma.

Puede que pedírselo sea injusto por mi parte. No lo sé. Lo único que tengo claro es que no puedo sumergirme de lleno en una relación con todos los miedos y las inseguridades que llevo a cuestas. No sería bueno para ninguno de los dos. Solo espero que tenga presente que esto no implica que no lo quiera, al contrario; lo quiero tanto que necesito asegurarme de que, cuando empecemos de cero, sea con unos pilares sanos y fuertes.

—¿Así lo acabarías? —pregunta.

—Después Liam debería contestar.

—Sabes bien lo que diría él —responde, reacomodándose para mirar de nuevo las estrellas—. La esperaría, Maia. Sin dudarlo ni un segundo, el tiempo que haga falta y por el bien de ambos, él la esperaría.

Ir a la siguiente página

Report Page