Hasta que nos quedemos sin estrellas

Hasta que nos quedemos sin estrellas


Cartas para Deneb (III)

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Cartas para Deneb (III)

Papá solía decir que las personas que mueren suben al cielo y se convierten en estrellas. Supongo que es una forma de asegurarnos de que siempre estarán con nosotros, aunque ya no podamos verlas. Ambas teníamos la conversación presente esa noche de verano cuando salimos a tumbarnos al porche.

Recuerdo que miré al cielo y te dije:

—Aún no hemos elegido una para papá.

Señalaste la más brillante sobre nuestras cabezas.

—¿Esa? —pregunté.

—Es la estrella polar. Siempre está hacia el norte, así que suele utilizarse para marcar el rumbo. Si alguna vez sientes que te has perdido, mira al cielo. Papá estará ahí para recordarte de dónde vienes. Y quizá también adónde te diriges.

Volví a mirar hacia arriba en silencio. Al cabo de unos instantes, mi voz se hizo oír de nuevo entre la oscuridad:

—¿Crees que el universo se enfadará con nosotras por cogerle prestada una estrella?

—¿Para papá? No. —Sacudiste la cabeza—. El cielo está lleno de personas buenas como él. Todas se convierten en estrellas.

—Por eso brillan —concluí yo.

—Sí, por eso brillan.

Los años me han hecho cambiar de idea. No quiero que papá sea la estrella polar; eso implicaría que esté lejos de ti y de mí, a miles de años luz en la galaxia. Así que, en su lugar, me imagino que forma parte de una constelación. De Cygnus, donde se encuentra la estrella que lleva tu nombre. O de las Pléyades. Y que no soy la única que brilla seiscientas veces más que el sol.

Ahora brillamos juntos. Mil veces más.

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