Hasta que nos quedemos sin estrellas

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9. Secretos

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Secretos

Liam

—Buenos días, trozo de mierda.

La voz de Evan se cuela en mis oídos cuando entra en la cocina. Ayer hicimos un directo que se alargó hasta las tantas y, como mi madre y Adam no estaban, le dije que podía quedarse a dormir en el salón. En otra ocasión le habría ofrecido el cuarto de invitados, pero no pensaba echar a Maia solo porque él no quepa en el sofá.

Le saludo con la cabeza y me rodea para sacar la caja de cereales del armario.

—¿Has visto las estadísticas del stream de anoche? Fueron la hostia. La gente se vuelve loca con los juegos de miedo. No lo digo yo, lo dicen las cifras.

Deben de ser muy buenas porque está de buen humor. Cojo el móvil para echarles un vistazo, pero después me lo pienso mejor. Decido que no es solo que no me preocupen, es que prefiero no verlas. No importa cuántas sean. Me conozco y sé que no me parecerán suficientes.

Nunca son suficientes.

Si hay algo que caracteriza las redes sociales es que basta con desaparecer unas semanas para que nadie se acuerde de tu existencia. Desconectar unos días supone sufrir una caída en las visualizaciones de la que cuesta mucho recuperarse. Cuando empecé a tomarme en serio todo esto de YouTube, no había día en el que no publicase un vídeo. Me daba tanto miedo quedar en el olvido que me pasé años pegado a una pantalla sin descanso.

Y es un miedo que aún conservo.

Llegó un momento en el que todo se volvió mecánico. Mi vida pasó a consistir en sentarme frente a la cámara, encender el ordenador, grabar y editar mis vídeos. Después los programaba para que mis suscriptores tuvieran uno cada veinticuatro horas. No me molestaba en anunciarlos en mis redes sociales. De hecho, llevan muertas desde hace días. No recuerdo cuándo fue la última vez que subí algo a internet por gusto y no porque me sintiera en la obligación de publicar.

Mi cumpleaños fue hace dos días y esta ha sido la primera vez en años que me he pasado más de cuarenta y ocho horas sin subir nada a YouTube.

Como consecuencia, ayer me entró tanta ansiedad que prácticamente obligué a Evan a hacer un stream que se alargó hasta las cuatro de la madrugada y me dejó aún más agotado de lo que ya estaba. Teniendo en cuenta que pasé la noche anterior en el coche de Maia, calculo que estos últimos días habré dormido, a lo sumo, unas seis horas en total.

No quiero revisar las cifras del directo. Tampoco me apetece leer las felicitaciones de cumpleaños de mis seguidores, mucho menos contestarlas, ni fijarme en cuántas me han llegado. Porque me aterra que sean menos que el año pasado. Que eso signifique que me están olvidando.

—¿Qué me dices? ¿Repetimos esta noche? —Evan se sienta frente a mí con un enorme tazón de cereales—. ¿O sigues acojonado por los sustos de ayer?

Me sonríe antes de meterse un cucharón en la boca. No quiero agobiarlo con mis problemas, de forma que, una vez más, actúo como si no pasara nada.

—Anoche no me acojoné. Solo estaba..., ya sabes, sobreactuando.

—Pero si te faltó poco para echarte a llorar.

—Era para generar espectáculo, Evan. No es problema mío que no tengas mente de emprendedor.

—Y, pese a todo, no gritaste ni una sola vez —continúa, ignorando mi comentario. Me mira fijamente y enseguida sé por dónde irá esta conversación. Y no me gusta nada.

—No quería despertar a los vecinos —me limito a contestar.

—Ni a la chica que dejaste durmiendo en mi habitación de invitados.

—Eso no es asunto tuyo —gruño, y sonríe a sabiendas de que ha dado en el clavo.

Pero ¿y qué? ¿Qué tiene de malo que no quisiera despertarla? Parecía cansada cuando le enseñé su cuarto ayer. No quiso cenar nada, y eso que insistí. Me dijo que no cuando se lo ofrecí las primeras dos veces y, cuando volví a subir para darle una última oportunidad, no llegué a abrir la puerta. Me pidió que me fuera. Creo que estaba llorando. Y que lo hizo durante mucho rato.

Supongo que después se quedó dormida. No iba a molestarla solo para hacerme el gracioso.

Evan no sabe nada porque no me parecía adecuado contárselo —de hecho, dudo que Maia quisiera que yo me enterara— y por eso me mira fijamente, en silencio y con los ojos entornados, como si quisiera averiguar qué secretos escondo.

—¿Qué? —demando claramente a la defensiva.

—Te has liado con ella, ¿no?

—¿Con quién?

—¿Con quién va a ser? ¡Con Malena!

—Se llama Maia.

—Joder. —Se pasa las manos por la cara frustrado, como si el mero hecho de recordar su nombre significase que quiero tener dos putos hijos con ella—. Dime que al menos es mayor de edad.

—Es mayor de edad. Y no me he acostado con ella. ¿A qué coño viene todo esto?

En cuanto me oye, su actitud cambia de forma radical. Pestañea incrédulo, y comienza a reírse con ganas.

—No me jodas —masculla sin dejar de carcajearse, como si fuera lo más gracioso que ha oído en mucho tiempo—. ¿Así que no le gustas?

—¿Qué?

—Si le gustases os habríais liado, por lo que es evidente que no le gustas.

—¿Puedes dejar de hablar así?

Finge secarse una lágrima, aunque aún se le escapa la risa.

—¿Sabes? He cambiado de opinión. Ahora me arrepiento de haberla tratado mal ayer. Me sentí fatal, ¿sabes? Pero fingí que me daba igual. Aprendo del mejor, claro. La chica tiene carácter, pero me cae bien.

—¿Te cae bien porque no le gusto? —Pero entonces me doy cuenta de lo que acabo de decir—. Espera un momento, ¿quién dice que no le gusto? ¿La trataste mal ayer? Y ¿por qué te caía mal?

Evan se mete una cucharada de cereales enorme en la boca y se la traga con una sonrisa. Lo miro con el ceño fruncido.

—No es que tenga ningún problema con ella, solo no la quiero cerca de ti. Lo siento, tío. Entiendo que te mole, pero tienes que pensar en Michelle.

Escuchar ese nombre me genera sentimientos contradictorios, sobre todo después de haberme pasado horas esperando un mensaje suyo que nunca llegó.

—A Michelle no le importa lo que haga. Por si se te ha olvidado, no estamos juntos de verdad.

—Pero la gente cree que sí.

—Sí, y la noche de mi cumpleaños se encerró con Max en una habitación. Es evidente que soy el único que tiene cuidado.

Ni siquiera se dio cuenta de que me fui de la fiesta.

Detesto este tema de conversación. Evan es la única persona que sabe la verdad y a veces me pregunto si contárselo no fue un error. Hablar sobre esto hace que todo se vuelva más real. Me recuerda que esos sentimientos existen. Que siguen ahí. Y que yo cada vez estoy más jodido.

Como si supiera perfectamente lo que pienso, suspira.

—Sé que todo es una mierda, ¿vale? Pero no me parece bien que te líes con otra chica. Al menos, no mientras estés atado públicamente a Michelle. —Antes de que pueda replicar, añade—: Y sabes que no lo digo por ella, sino por ti. En lo que a mí respecta, tu noviecita falsa puede irse a la mierda.

—No es culpa suya —le recuerdo con sequedad.

Por mucho que Evan insista en criticarla, Michelle no tiene la culpa de haberse enamorado de Max. Si uno pudiese controlar lo que siente, seguramente yo solo la vería como a una amiga.

—Vale, ya lo sé, pero...

—De todas formas, ¿por qué yo no puedo salir con otras personas y ella sí?

Es una pregunta tonta porque no creo que pueda fijarme en nadie más, lo que hace que la situación me parezca aún más absurda.

—Porque sabemos que Max es de fiar. Si alguien se enterase de todo esto, él también saldría perjudicado. Podemos estar seguros de que guardará el secreto, cosa que no ocurre con Malena.

—Maia —lo corrijo por inercia.

—Como sea.

—Vale, Evan. Ya te he dicho que no me he acostado con ella.

—Aún.

—No va a pasar. No es mi tipo.

—¿Eso significa que tengo vía libre?

Hago una mueca. Venga ya, ¿en serio?

—Pero si no te soporta.

—Bueno, a ti tampoco.

—Yo voy a arreglarle el coche.

—Sí, después de habértelo cargado, Romeo.

—¡No fue culpa mía! —exclamo, pero me basta con ver su sonrisa para darme cuenta de que me toma el pelo. Resoplo. Gilipollas—. Debería ir a ver si está despierta. Tiene que irse antes de que vuelvan mi madre y Adam.

Me termino el café de un trago y meto la taza sucia en el lavavajillas. A mi espalda, Evan engulle felizmente sus cereales.

—Genial. Hace mucho que no veo a mamá Harper.

Lo miro con mala cara.

—Tú también te largas.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque sí. Y ponte unos pantalones.

Frunce tanto el ceño que todo su rostro se contrae. Levanta una pierna para enseñarme sus calzoncillos con estampado.

—¿Qué problema tienes con las piñas? Son graciosas.

—Das mal rollo, Evan.

Lo escucho imitarme por lo bajo y termino de recoger mi desayuno con una sonrisa. Sin embargo, justo entonces me acuerdo de una cosa. Mierda. Me vuelvo lentamente hacia él, a sabiendas de que está a punto de maldecir mi existencia.

—Tengo un problema —comienzo.

—¿Otro más?

Cojo aire. Allá vamos.

—Mi coche.

Se le borra la sonrisa.

—¿Qué le has hecho a tu coche?

—Puede que... —me aclaro la garganta— lo dejara en medio de un descampado la otra noche.

—¿Estás de coña? Liam, ¿tienes idea de lo que...? —Cierra los ojos y coge aire para calmarse—. Dame una buena razón para que no hayas ido ya a por él.

Aprieto los labios.

—No sé dónde está.

Me lanza una mirada asesina que casi me manda bajo tierra.

—Voy a darte una paliza.

—Hecho, pero ayúdame a encontrarlo. Por favor.

Aún está cabreado conmigo, pero asiente de todas formas. Los pulmones se me llenan de alivio. Por eso es mi mejor amigo desde que tengo memoria. Pase lo que pase, siempre está ahí.

—Sabes que es probable que alguna parejita lo haya usado como nido de procreación, ¿verdad? —comenta mientras recoge su desayuno.

—Me aseguraré de llevarlo a limpiar.

—Reza porque no te hayan dejado los condones usados sobre los asientos.

Hago una mueca. Joder, qué asco. «Liam borracho, te has lucido.»

—¿Me ayudarás o no? —insisto, para que me prometa que lo hará.

—Todo con tal de no oírte lloriquear.

Resoplo y él me sonríe. No podremos ir a buscarlo hasta que me haya encargado de Maia, de forma que me dirijo hacia la puerta de la cocina. Sin embargo, Evan vuelve a hablar antes de que pueda salir.

—Sobre lo de Michelle..., siento ser un aguafiestas, pero sabías en dónde te metías cuando aceptaste empezar con esto de la relación falsa. Si la gente se enterase de que la has engañado con otra, se te echarían encima. Has trabajado mucho para llegar hasta aquí y no pienso dejar que lo arruines por una chica. Mantén las manos quietecitas, ¿entendido?

Lo miro a la cara y veo que es honesto. Debe de ser la única persona de mi entorno que de verdad se preocupa por mí.

—Entendido —contesto, solo por esa razón.

—Bien. —Me suelta y señala la escalera—. Ahora ve a sacarla de aquí antes de que Adam nos corte los huevos a los dos.

Suspiro y salgo de la cocina. Los nervios me asaltan cuando subo al primer piso, pero lo atribuyo a que no sé cómo reaccionará al verme. Ayer parecía cómoda cuando escuchamos música en su coche. Incluso me habló sobre sus bandas favoritas. Y unas horas más tarde empezó a gritarme en el porche porque quería irse a casa.

Evan tiene razón. Lo mejor será que Maia desaparezca cuanto antes para que podamos olvidarnos de todo esto.

Como de costumbre, no se oye ruido en la planta superior. Mi madre y Adam cogieron un vuelo a Newcastle ayer por la mañana para cerrar unos acuerdos y aún no han regresado. Me enteré anoche, cuando leí la nota que habían dejado en el frigorífico. Por eso no se dieron cuenta de que acabé durmiendo en la otra punta del país el día de mi cumpleaños. Es entendible, supongo. O no. No lo sé. El caso es que no están aquí y que es un alivio, porque no estoy de humor para lidiar con ellos ahora mismo.

Cuando llego a la habitación de invitados, tomo aire y llamo un par de veces. Nadie contesta, pero no quiero ser maleducado, así que insisto un poco más, hasta que llego al límite de mi paciencia. Abro la puerta sin pensármelo y descubro que el dormitorio está vacío.

¿Qué...?

—¿Maia? —la llamo, pero, de nuevo, no hay respuesta.

La cama está deshecha y sus zapatillas se encuentran tiradas en un rincón, pero no hay ni rastro de ella. Me adentro en la habitación. Se oye un ruido similar al del agua cayendo, y un hilo de vapor emerge de la puerta entreabierta del baño. De fondo, escucho cómo Maia tararea distraída una de las canciones que le enseñé ayer mientras esperábamos en su coche.

Trago saliva. Está duchándose.

O, al menos, lo estaba hace un minuto.

De pronto, el agua deja de correr y ella sale envuelta solo en una toalla.

Oh, mierda.

Mierda, mierda, mierda.

—Escucha, no es lo que parece, ¿vale? No...

Se pone a chillar antes de que pueda pensar en una excusa.

Doy un respingo y le hago gestos como loco para que se calle. A este paso, atraeremos la atención de todo el vecindario. Le echo un vistazo rápido al pasillo para asegurarme de que Evan no ha subido a comprobar qué ocurre y, después, la miro a ella.

Mala idea.

Por suerte, ha dejado de gritar. Se tapa la boca con una mano y se sujeta la toalla con firmeza, aunque solo le llega hasta la mitad de los muslos y definitivamente no cubre lo suficiente. Trago saliva sin darme cuenta. Tiene la piel mojada y las gotas de agua le resbalan por el cuello hasta perderse en las líneas de su escote. Sé que no debería fijarme tanto, pero no lo puedo evitar.

De hecho, no reacciono hasta que me lanza un peine.

—¡No me mires! —chilla con la voz ahogada.

Tiene los brazos llenos de cicatrices.

Mierda, no debería haber visto esto.

Maldigo entre dientes antes de girarme y mirar la pared. Maia jadea a mi espalda, todavía intentando recuperarse del susto. En cualquier otra ocasión, esta escena me habría parecido erótica hasta decir basta, pero ahora tengo el estómago revuelto. No dejo de pensar en las cicatrices.

¿Se las ha hecho ella?

—Fuera —me ordena con la voz temblorosa.

Dará por hecho que me he fijado, ya que es imposible no verlas. Seguramente eran su secreto y ahora un imbécil al que apenas conoce lo ha descubierto por accidente. La situación va a volverse muy violenta.

A no ser que haga lo que mejor se me da.

Me aclaro la garganta y me comporto como el capullo que seguro que piensa que soy.

—Para no estar interesada en mí, te noto muy alterada.

Sueno incluso divertido, aunque ahora me siento justo al contrario. Silencio. Maia respira entrecortadamente. «Vamos, créete que estaba tan concentrado dándote un repaso que ni siquiera me he fijado.»

«Créetelo, vamos, por favor.»

—¿Qué estás haciendo aquí? —me espeta con su característico mal genio y, para mis adentros, canto victoria—. ¿Espías a todas las tías que se quedan a dormir en tu casa?

Fuerzo una sonrisa burlona, aunque siga mirando la pared.

—Normalmente, cuando una chica duerme aquí, suele quedarse en mi cama.

—Pobres. —Se aclara la garganta, aún luchando contra el nudo que le impide respirar—. Traumatizadas de por vida.

—Dime, ¿te costó mucho no venir a buscarme a mi habitación anoche?

—Puse una silla en la puerta para evitar que tú entraras en la mía.

Sé que es mentira y que se pasó horas llorando, pero también lo dejo pasar.

—Siento decirte que no era necesario. Debes de ser la única tía que ha dormido aquí que no me interesa. Tienes demasiado carácter.

Ha sido un ataque muy gratuito, pero necesito enfadarla para que olvide lo que acaba de pasar. Y, tal y como esperaba, lo consigo.

—¿Carácter? ¡Yo no tengo carácter!

Intento no sonreír.

—Pero si me has lanzado un peine.

—¡Porque te has colado en mi habitación! —chilla acordándose de pronto—. ¡¿Por qué diablos sigues aquí?! ¡Fuera!

—A ver, técnicamente eres mi invitada, así que esta es mi...

—¡Que te largues!

Camina malhumorada hacia mí y busca el peine con la mirada, y yo doy un respingo y corro hacia la puerta antes de que vuelva a lanzármelo. Antes no me ha dado por los pelos. Tiene buena puntería la muy desgraciada. Ser un capullo es divertido, pero prefiero conservar la nariz en su sitio.

—Tengo noticias sobre tu coche. Vístete y baja a la cocina cuando estés decente, ¿quieres? —le espeto con desinterés mientras salgo—. Seguramente acabaré teniendo pesadillas por esto.

Maia me saca el dedo de en medio y me cierra la puerta en la cara.

En cuanto me quedo solo en el pasillo, la sonrisa se me borra de forma inconsciente. Trago saliva notando, de pronto, cierta presión en el pecho. Misión cumplida, supongo.

Cuando vuelvo a la cocina, Evan aún está cambiándose. Me siento sobre una encimera y me saco el móvil del bolsillo, buscando desesperadamente una distracción. Necesito dejar de verlas. Entro en las estadísticas del directo de anoche. En efecto, las cifras son peores de lo que esperaba. Por mucho que me esfuerce, aunque eche horas y horas, no es suficiente. Nunca es suficiente.

Pero no puedo pensar en otra cosa.

¿Por qué se ha hecho eso a sí misma? ¿Ha sido una buena idea dejarlo pasar o debería haber sacado el tema? Es verdad que no nos conocemos de nada y que no parecían recientes, pero, aun así...

¿Por qué me preocupo, de todas formas?

No volveremos a vernos después de esto.

Maia no es mi problema. Debería concentrarme en Michelle, en Adam y en las cifras del directo. Ya tengo bastantes cosas con las que lidiar.

Evan baja la escalera unos minutos después, cuando todavía sigo intentando olvidarme del tema. Por fin se ha puesto unos pantalones. Entra en la cocina mirando distraído su móvil y frunce el ceño al verme.

—¿Por qué sigues en pijama? —se extraña.

—¿Para qué iba a cambiarme?

—Porque Michelle viene de camino, ¿quizá?

Me falta poco para caerme de la encimera. ¿Que qué?

Evan nota mi cara de confusión y cierra los ojos temiéndose lo peor.

—No has leído sus mensajes —da por hecho.

Como si la hubiéramos invocado, justo en ese momento llaman a la puerta.

Esto no puede estar pasando. No ahora. Evan da un respingo y yo me pongo de pie rápidamente. El corazón me va muy deprisa. Nuestras miradas se cruzan, lo señalo con un dedo y susurro:

—Tú la distraes y yo me encargo de Maia.

Antes de que pueda responder, ya estoy corriendo escaleras arriba.

Mierda, mierda, mierda. Si hubiera sabido que Michelle se presentaría aquí, habría echado a Maia mucho antes. No puedo dejar que la vea. Conociéndola, no tardaría mucho en contárselo a Adam y estoy harto de reproches. Solo he estado con una tía desde que empezamos con esto de la relación falsa; solo fue cosa de una noche, pero mi padrastro se puso furioso. Y Michelle también. Esa ha sido la única vez que he discutido con ella y no me gustaría que volviese a pasar.

Enfadarla no me hará ganar puntos para gustarle.

Sin embargo, me paro en seco antes de llamar a la puerta del cuarto de invitados.

Acabo de darme cuenta de lo absurdo que es todo esto.

Nunca voy a gustarle a Michelle. Lo que tenemos no es real. Está enamorada de Max y ninguno de los dos sabe lo que siento por ella. Quedamos en que seríamos profesionales y no involucraríamos sentimientos, y por eso me he callado durante meses. Lo he aguantado todo: que diga que me quiere aunque sea mentira, tener que besarla sabiendo que se imagina que soy otra persona e incluso que salga con otro chico. Con uno de mis mejores amigos.

¿Por qué ella tiene derecho a hacer todo eso y yo no?

No tenía razones para echarme en cara que me acostase con aquella chica. Puede que públicamente esté atado a ella, pero la realidad es que sigo soltero. Y que ni ella ni Adam deberían poder decidir a quién coño meto en mi cama.

Estoy cansado de que me controlen. De obedecer sin rechistar. De no desafiarlos.

De pronto, la puerta se abre.

Maia da un respingo al verme, pero se recompone enseguida. Es raro volver a verla después del incidente de antes. Aún tiene el pelo húmedo y se ha puesto los mismos vaqueros oscuros y la camiseta que llevaba ayer. Es de manga larga y ahora entiendo por qué. De nuevo, me parece notar que mi presencia la pone nerviosa, pero lo disimula muy bien.

Se cruza de brazos.

—¿Intentabas colarte de nuevo en mi habitación?

—Necesito tu ayuda —digo, sin pensar en las consecuencias.

No me creo que esas palabras hayan salido de mi boca. Maia también parece sorprendida. Se aclara la garganta y destensa los hombros.

—No tenemos por qué tener esta conversación. Sé que quieres que me vaya. Solo necesito mi coche.

Mierda, lo había olvidado.

—He llamado al taller. No trabajan los domingos, pero se pasarán a recogerlo mañana. Probablemente haya sido un fallo del motor.

—Esto es justo lo que quería y, aun así, empalidece al escucharme. Me apresuro a seguir hablando—: No sé cuánto tardarán en arreglarlo. Sé que necesitas volver a casa lo antes posible, así que he pensado que..., bueno, podrías coger un taxi y dejar que yo me encargue de que te lleven el coche hasta allí.

Así no tendría que conducir sola por la autovía. Maia se recompone incómoda.

—No tengo dinero para un taxi —admite con cierta vergüenza.

—Puedo encargarme de eso también.

Algo me dice que necesita el dinero más que yo. Además, se lo debo después de haberle causado tantos problemas.

Me mira en silencio, todavía con los brazos cruzados. Trato de ocultar mis nervios, pero se me revuelve el estómago cada vez que pienso que Michelle está abajo con Evan.

—¿Qué quieres a cambio? —pregunta entonces—. Dudo que vayas a hacerlo solo porque sí, así que suéltalo de una vez y acabemos con esto.

—Tómatelo como un favor —respondo.

Niega con la cabeza.

—No acepto favores. Si no puedo hacer nada por ti, no hay trato. Quédate tu dinero.

Y, de pronto, lo tengo claro.

—Está bien. —Frena en seco y me mira—. Sí que hay algo que puedes hacer.

—¿Y bien? —me insta cruzándose de brazos.

Y, aunque sé que es una mala idea, no me lo pienso dos veces antes de decir:

—Quiero que finjas que te has acostado conmigo.

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