Hasta que nos quedemos sin estrellas

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11. Mala reputación

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Mala reputación

Liam

Aporrean la puerta, gimo y entierro la cabeza en la almohada. Los rayos de sol se cuelan entre las cortinas dándome de lleno en el rostro. Me doy la vuelta sobre el colchón. Me pesan los músculos. No sé qué hora es, pero no pienso levantarme ya. Menos mal que cerré con pestillo. Anoche hice otro stream que se alargó hasta las tantas y necesito recuperar las horas de sueño.

Sin embargo, no se cansa de insistir. Me entran ganas de salir y estamparle la cabeza contra la pared.

—¡Adam, déjame en paz! ¡Es mi día libre! —En realidad nunca tengo días libres, pero no estoy de humor para soportar sus sermones a estas horas.

—Soy yo, pedazo de gilipollas —dice Evan al otro lado—. Ábreme antes de que tu padrastro venga a echarte de casa.

¿Qué diablos hace aquí tan temprano? Estoy dispuesto a ignorarlo, pero golpea la puerta una vez más y llego al límite de mi paciencia. Maldigo entre dientes, aparto las sábanas con brusquedad y cruzo la habitación con un par de zancadas. Cuando abro, Evan y su cara de imbécil están plantados en medio del pasillo.

—¿Qué coño quieres? —le espeto de mal humor.

Silba y me rodea para pasar.

—Menudo carácter, Bella Durmiente. —Su sonrisa decae cuando mira mi cama deshecha. Se vuelve hacia mí de forma automática—. No me jodas, ¿acabas de despertarte?

—¿Tú qué crees?

—Entonces, ¿no lo has visto?

—¿Ver el qué? —pregunto bostezando.

—Mierda. Vale, es mejor que te sientes. —Me mira con intranquilidad—. Lo siento, tío, pero esto no va a gustarte nada.

Aprieto las cejas con confusión. Evan saca su móvil y, tras hacerme esperar unos segundos, me muestra el panel de tendencias de Twitter. De primeras no veo nada raro, pero entonces encuentro mi nombre en segunda posición. «Liam Harper» es tendencia en todo el país. «Michelle» está justo un puesto por debajo.

—Lleva así desde esta mañana. La última vez que lo revisé solo había unos dos mil tweets, pero ahora son casi treinta mil. No te recomiendo que mires tus fotos de Instagram. Han dejado muchos comentarios. Y en YouTube también. Están por todas partes, Liam. Es una puta locura. —Al verme tan perplejo, traga saliva y dice—: Se han enterado. De lo de tu relación falsa. Lo sabe todo el mundo.

¿Qué?

Puede que sea porque sigo adormilado o porque me ha pillado desprevenido, pero me cuesta procesarlo. Evan me enseña los tweets. Tal y como dice, hay cientos. Miles. A cada cual peor que el anterior. Deslizo el dedo por la pantalla y los leo todos, todavía sin asimilar que son para mí.

La mayoría son insultos. Me llaman buscafamas y mentiroso. Creen que Michelle y yo no podríamos ser más hipócritas. Que hemos utilizado a nuestros fans como una herramienta de marketing. Quieren hacer una campaña para desprestigiarnos y que lo perdamos todo, y ya se han puesto manos a la obra. Le quito el móvil a Evan y entro en mi perfil de Twitter.

Tengo treinta mil seguidores menos que ayer por la noche.

Esto está pasando de verdad.

—¿Cómo diablos...? —comienzo a preguntar, pero entonces se abre la puerta y entran Adam y mi madre.

Evan y yo retrocedemos por instinto, anticipándonos a lo que está a punto de ocurrir. La mirada de Adam echa chispas cuando se cruza con la mía. Es un hombre cuarentón, con la barba recortada cuidadosamente y la frente marcada por las arrugas que le produce el estrés. Parece mayor que mi madre, aunque sea unos años más joven.

Yo no podría parecerme menos a ella. Cuando era pequeño, solía repetirme que soy igual que mi padre, como si necesitara más razones para pensar que soy un capullo por naturaleza. Es alta y delgada y tiene el pelo teñido de un tono rubio ceniza similar al de Michelle. Sus ojos azules, que son lo único que heredé de ella, también se posan sobre mí con dureza. Trago saliva. Mierda.

—Enhorabuena, Liam. La has cagado pero bien —me espeta Adam—. ¿En qué coño estabas pensando?

Se enfada conmigo con frecuencia, pero se nota que es un tema serio porque mi madre se ha dignado a salir de su estudio para presenciar la conversación. Se abanica la cara, atacada.

—No puede estar pasándonos esto —masculla con la voz ahogada—. Adam, cariño, ayúdame a sentarme.

Él corre a socorrerla como si temiese que pierda el equilibrio. Evan me lanza una mirada escéptica, pero le advierto en silencio que no se entrometa. Es mejor que se mantenga al margen o Adam cargará contra él también.

—No he tenido nada que ver —declaro antes de que puedan acusarme—. De hecho, me he enterado hace un momento. Evan me ha despertado.

—Muy bien, pues deberías saber que estás jodido, Liam. Muy jodido. Has perdido miles de seguidores en Twitter y el doble en Instagram. Igual que Michelle. Estáis cayendo en picado y, como no lo solucionemos pronto, estaréis acabados. —Su franqueza me roba el aire. Asiento a duras penas y él entorna los ojos—. ¿Cómo se han enterado? ¿Has hablado con alguien del tema?

—No —contesto con decisión.

—Han filtrado vuestra farsa a una revista. La gente lo ha compartido sin parar y se ha hecho viral. Está claro que tratan de arruinar tu imagen. He intentado ponerme en contacto con Michelle, pero su agente aún está «evaluando la situación». No sé a qué están esperando, deberíamos haber actuado ya. Los convenceré de que vengan para que grabéis un vídeo desmintiéndolo. Diremos que ha sido una invención de una fan. Será su palabra contra la vuestra. ¿Seguro que no se lo has contado a nadie?

Me da un vuelco el corazón. ¿Así que es eso? ¿Alguien ha vendido la historia a una revista? ¿Qué clase de periodista paga por publicar esas cosas?

Pero sé que muchos lo hacen, y también que hay quienes estarían dispuestos a lo que fuera con tal de ganar algo de dinero. Solo hay una persona, aparte de Evan, Max, Michelle, Adam y mi madre, que conocía mi secreto. Solo una. Un sabor amargo se me adueña del paladar. Desde el otro lado del cuarto, mi mejor amigo me lanza una mirada que grita «te lo dije». Entonces sé que estamos pensando en lo mismo.

Maia. Joder, ha sido Maia.

Me invade una irritante decepción. Se marchó hace dos días y no hemos hablado desde entonces. Ni siquiera sé si recibió el coche, aunque imagino que sí porque no me ha llamado quejándose a gritos. Y odio pensar que, en el fondo, una parte de mí quería que lo hiciera. Que volviera a escribirme. Pero esto es mucho peor. No es que no haya tenido interés en contactar conmigo, es que me ha traicionado. Ha vendido mi historia a una asquerosa revista de cotilleos.

—No se lo he contado a nadie —repito con firmeza. Ignoro la mirada de reproche de Evan y pregunto—: ¿De verdad piensas que se creerán que ha sido cosa de una fan?

—Por supuesto, sobre todo después de que la encontremos y la denunciemos. No podemos ir contra la revista. Quien manda información acepta ciertos... términos que se mencionan en la letra pequeña. Debería tener una autorización por escrito de las personas implicadas, cosa que no tiene. Ganaremos. En cuanto sepamos quién ha sido, iremos a juicio y la hundiremos. Y te aseguro que no tardaremos en averiguarlo.

Trago saliva al oírlo hablar así. Joder, está cabreado de verdad.

—¿Quiénes se creen? —dramatiza mi madre, como de costumbre—. ¿Piensan que pueden arruinar la imagen de mi hijo y que no haya consecuencias?

Mi hijo. No recuerdo cuándo me llamó así por última vez. En privado, al menos, porque lo hace a menudo cuando estamos en público. De hecho, puede que sea la primera vez que entra en mi habitación en meses. Cuestiones de imagen, supongo. No tiene razones para fingir que le importo cuando no hay cámaras delante.

Sin embargo, no es lo que más me duele; suena triste, pero me he acostumbrado. Mi vida es así. Lo que me molesta es que me siento como un imbécil. Sé que Maia no me adora, precisamente, pero pensaba que habíamos terminado... bien. Que éramos incluso amigos. Confié en ella cuando le conté que YouTube ya no es mi pasión y todo lo que ocurre con Michelle. Y también cuando le pedí que me ayudara a demostrarle que puedo tomar mis propias decisiones.

Pero me equivoqué. Me ha clavado un puñal por la espalda y ahora Adam me ofrece, en vivo y en directo, la oportunidad de hacerle pagar las consecuencias. De hundirla.

Ojalá fuera capaz de hacerlo, pero no puedo.

Por mucho que quiera actuar como la mala persona que todos creen que soy, esta vez no lo consigo.

—No he hablado con nadie del tema, Adam. He sido muy cuidadoso.

Pese a que no se me da nada mal mentir, mi padrastro no parece satisfecho. Se gira hacia Evan:

—¿Tú sabes algo?

Nuestras miradas se cruzan y nos entendemos sin palabras. Sé que Maia no es santo de su devoción, sobre todo después de que me ayudara a enfadar a Michelle, pero no podemos hacerle esto.

—Ni idea, jefe. Estuve con Liam la noche de su cumpleaños. No dejé que se acercara a ninguna tía, y mira que lo intentó, el desgraciado.

—Capullo —le espeto para que suene más creíble.

Adam resopla, cansado de nuestra actitud. Con eso compruebo que se ha creído nuestra mentira.

—Tengo que hacer unas llamadas. Vístete. Quiero que estés listo cuando llegue Michelle —me ordena. Acto seguido, se dirige a Evan—: Y tú, búscate una casa, ¿quieres? Parece que vivas aquí.

Agarra a mi madre del brazo y ambos salen del dormitorio. Me quedo a solas con Evan, y es en ese momento cuando reparo en lo alterado que me encuentro. Toda mi vida se ha puesto patas arriba en solo unos minutos y todavía no termino de asimilarlo.

—Sabe que esta tampoco es su casa, ¿no? —comenta Evan.

—Gracias por cubrirme —digo, y me giro hacia él.

—Más te vale tener un plan.

—Lo tengo, pero necesito que me ayudes. ¿Puedes decirle a Adam que nos hemos escapado a tu casa para grabar o algo así? Invéntate algo. Cualquier cosa. Tiene que dejarme en paz hasta esta noche.

—¿Y Michelle? —pregunta—. No sé si te acuerdas, pero el otro día montaste un numerito con tu otra novia falsa y ahora está muy cabreada. No te lo dije entonces, así que te lo digo ahora: gilipollas.

Bien, me lo merezco. Nada de esto habría pasado si hubiera sido consciente de las consecuencias que tendrían mis actos, pero ya es tarde para lamentarse. Ahora solo me queda buscar una forma de que esto no acabe conmigo.

—No me preocupa. Solo sabe el nombre de Maia y no harán nada sin su apellido. No sé si la sigues en Instagram, pero, si es así, quiero que la bloquees. Que no la encuentren por nuestra culpa.

Evan chasquea la lengua, aunque saca el móvil.

—Lástima, sube buenas fotos.

Me vuelvo rápidamente hacia él.

—Venga ya, ¿así que la sigues?

—¿Tú qué crees? ¡Pero si me odia! ¿Me ves cara de que me guste que me amenacen?

Genial, ahora me toma el pelo. Aparto la mirada molesto, e intento centrarme en lo importante. Me quito el pijama, abro el armario y me enfundo una camiseta y unos vaqueros ajustados. Cojo mi cazadora y me calzo las zapatillas. Mientras tanto, Evan ultima los detalles del plan.

—¿Puedo decirle a Adam que tienes problemas gastrointestinales? —pregunta, y lo miro con mala cara—. ¿Qué? Así será más creíble.

—¿Quieres decirle que tengo diarrea?

—Seguro que así no hace preguntas.

Suspiro y me pongo de pie. No tiene sentido discutir.

—Dile lo que quieras, pero asegúrate de que no me busque. Volveré esta noche o mañana como muy tarde.

Me aseguro de que mi teléfono tiene batería antes de guardármelo en el bolsillo. Después, cojo las llaves y dinero de la mesilla.

—Estaría bien que me contases qué piensas hacer —comenta. Sé que no me quedan alternativas, de forma que voy directo al grano:

—Voy a hablar con ella.

—¿Con Maia? ¿Me estás tomando el pelo? —articula, como si se me hubiera ido la olla—. Liam, entiendo que no quieras arruinarle la vida con la denuncia, pero, venga ya, ¿qué vas a solucionar con eso?

Así es. No dejaré que Adam cargue contra ella. No le costaría nada arrebatárselo todo y, pese a que puede que se lo merezca después de lo que ha hecho, no soportaría saber que colaboré en hacerle algo así. Además, seguro que puedo encontrar otra forma de que me recompense.

Ha hundido mi reputación, pero ¿quién dice que yo quiera arreglarla?

—Nos vemos esta noche —le digo a Evan, y después salgo del cuarto.

Maia

Empecé a buscar trabajo después del accidente, cuando me percaté de que a mamá no le iba tan bien en el suyo como quería hacerme creer. Todavía estaba en mi último año de instituto, pero busqué una forma de compaginarlo. No me quedó otra opción. Nos hacía falta el dinero. Un día llegué al bar, Charles me ofreció un puesto a media jornada sin contrato y acepté sin pensármelo dos veces. Estaba desesperada.

Y aún lo estoy.

Las campanillas resuenan cuando empujo la puerta del local. Son las 16.45 h de un martes de marzo y no hay muchos clientes. La mayoría vienen los fines de semana o pasadas las nueve de la noche. A partir de las doce, el tema se descontrola. Siempre doblo turnos los viernes y sábados porque mi jefe cree que tengo algo que los anima a acercarse a la barra y consumir. Sospecho que ese «algo» son un culo y dos tetas, pero finjo que no me doy cuenta.

Sé lidiar con ellos. No hay nada de lo que preocuparse. De momento me basta con que no me despida.

«Vamos, Maia, puedes hacerlo. Sabes cómo manejarlo.»

Echo un vistazo al bar, pero no está por ninguna parte. Tras la barra solo veo a Lisa, otra de las camareras. Me gustaría poder decir que somos amigas, pero no creo que tengamos una relación muy estrecha. Solo habla conmigo porque pasamos mucho tiempo juntas encerradas en este cuchitril. Aun así, sonríe al verme. Me acerco para saludarla y alguien sale de pronto de la cocina.

¿Así que él también tiene turno hoy? Genial, lo que me faltaba.

—Pero mira quién está aquí... —comenta con una sonrisa burlona.

Rubio, ojos oscuros y cara de imbécil. Derek es algo así como mi exnovio. Solíamos acostarnos antes del accidente, pero nada más; a ninguno nos van las relaciones serias. Entonces me comunicaron que mi hermana había tenido un accidente, lo llamé llorando porque no tenía a nadie más y me dijo que no podía ir a verme porque estaba ocupado. Se esfumó durante días. Unas semanas después, volvió a escribirme para preguntarme si me apetecía pasar la noche en su casa.

Como es evidente, lo mandé a la mierda.

Desde entonces soy algo así como su enemiga acérrima. No entiendo por qué se esfuerza tanto en odiarme, si yo ni siquiera me acordaría de su nombre si no trabajase aquí.

—Dime, ¿qué harás para que no te despida esta vez? —cuestiona de brazos cruzados—. Está muy cabreado. Dudo que te sirva el truquito de ponerte a llorar como una cría.

—Métete en tus asuntos, Derek.

—¿O es que ya has decidido que se la vas a chupar?

—¿Y quitarte el puesto? Por favor, no sería capaz. —Me llevo una mano al pecho, dramática, y luego añado—: Felicidades por el aumento, por cierto. Espero que te hayas lavado los dientes.

Le doy la espalda y me ato el delantal. A mi lado, Lisa suelta una risita. Me felicito mentalmente porque, al parecer, le he parecido ingeniosa. Voy a agacharme para coger mi bandeja y ponerme a trabajar, cuando, al girarme, me encuentro con Derek.

—Apártate —ordeno con firmeza.

—Estoy deseando que te eche a patadas de aquí.

—A este paso, tú te irás primero.

Saco la bandeja y rodeo la barra para ponerme a servir a los clientes. Sin embargo, como si lo hubiésemos invocado, en ese momento se oyen pasos que provienen de la escalera. Trago saliva. En la segunda planta solo está el despacho de Charles y los clientes tienen prohibido el acceso, de forma que solo puede tratarse de él.

En efecto, unos segundos más tarde, mi jefe pasea la mirada por el local. Sus ojos se posan sobre mí y hace un gesto con la cabeza al decirme:

—Maia, a mi despacho. Ahora.

He aquí mi sentencia de muerte.

No espera una respuesta, solo vuelve a subir. Ignoro la mirada de apoyo que me lanza Lisa y la sonrisa de autosuficiencia de Derek, y me apresuro a ir tras mi jefe.

Charles es un hombre de unos cincuenta años, con barba y el pelo cano, que se pasa el día bebiendo en su despacho. Cuando entro, me golpea un insoportable olor a alcohol mucho más fuerte que el que hay fuera, en el bar. Hay una copa vacía sobre el escritorio y varias botellas en la estantería. El ambiente está muy cargado y apenas hay luz porque ha echado las cortinas. El escenario me recuerda a cómo encontré mi salón hace unos días, cuando mamá se quedó dormida en el sofá.

Mi jefe se apoya sobre la mesa y se cruza de brazos. Me clavo las uñas en las palmas nerviosa.

—Entra y cierra la puerta —indica al verme vacilar.

Obedezco a toda prisa. Charles rodea el escritorio para sentarse y me ordena con un gesto que me acomode sobre una de las sillas astilladas de madera. No me atrevo a llevarle la contraria. El silencio se alarga durante unos dolorosos segundos.

—Maia, Maia... —comienza suspirando—, ¿qué voy a hacer contigo?

El corazón me da un vuelco. No puedo mantener la boca cerrada:

—Sé que no vine a trabajar el sábado, pero...

—¿Crees que puedes saltarte tus turnos cuando te dé la gana? —me interrumpe, y doy un respingo.

—No —respondo deprisa. Trago saliva—. Tuve... tuve un problema y...

—¿Era más importante que venir a trabajar? ¿Eso es lo que valoras tu puesto? Porque te recuerdo que tengo muchos currículums por revisar...

Ahí está otra vez. Esa amenaza. Como no tengo contrato, sabe que podría despedirme cuando quisiera, sin dar explicaciones y sin que hubiera represalias. Y lo usa a su favor.

—No volverá a pasar —le aseguro. Intento parecer tranquila y confiada, pero me cuesta no sentirme pequeña cuando me escudriña con sus ojos severos.

—El sábado te encargabas de abrir el bar. Sabes que es mi día libre y que estabas al cargo. El local estuvo cerrado hasta que llegó Derek y perdí horas de caja. ¿Cómo voy a recuperar ese dinero, Maia? ¿Crees que debería descontártelo del sueldo?

Oír eso hace que se me encoja el estómago. Necesito hasta el último centavo, pero me trago mis sentimientos y respondo:

—Sí.

—¿Es lo único que harás para compensarme? —insiste.

—No. —Me tiembla la voz—. Puedo... puedo hacer horas extra. Vendré temprano a preparar el bar para cuando abramos, si hace falta.

—¿Durante cuánto tiempo?

—¿Una semana? —pruebo, pero no parece convencido. Mierda—. Dos semanas.

—Eso me gusta más.

Me entran ganas de llorar de la rabia, pero las contengo, como hago siempre. No es justo. Soy buena en mi trabajo, nunca tengo días libres, cobro una miseria... y, pese a eso, siempre que puede intenta putearme para obtener más beneficios. Debería hacer caso a mi orgullo, coger mis cosas y largarme de aquí. Pero no puedo. Solo tengo dieciocho años, no tengo más que los estudios básicos y tampoco cuento con experiencia. Tardaría meses en encontrar otro empleo.

Es un tiempo del que no dispongo. Han estado a punto de echarnos de casa este mes. No me puedo arriesgar.

—Harás turno de mañana la próxima semana. Sábados completos. Limpiarás el bar antes de abrir. Tu único día libre será el domingo. Y te descontaré del sueldo las pérdidas de este fin de semana. No vuelvas a escaquearte, ¿entendido? No me obligues a tomar peores represalias, Maia.

—¿Turno de mañana? —pregunto sin contenerme—. Pero ese lo cubre...

—Derek. Trabajaréis juntos durante un tiempo. ¿Vas a quejarte de eso también?

En realidad, nunca cuestiono ninguna de sus decisiones, pero no discuto. Solo asiento con firmeza y me pongo de pie.

—No, me parece perfecto. Esto..., gracias —mascullo, aunque hacerlo me deje la garganta en carne viva—. Gracias por dejarme conservar mi trabajo.

—De nada. Ya sabes que tienes algo único. Sácale partido.

Se me revuelve el estómago cuando me da un repaso descarado. Asiento con nerviosismo antes de girarme. No espero a que diga nada más, sino que salgo directamente del despacho. Estoy bastante segura de que me mira el culo mientras me alejo. Joder, qué asco.

Odio a ese hombre. Y este lugar. Hace que me den ganas de vomitar.

No obstante, es la única forma que tengo de mantener a mi familia y ahora mismo es lo único que me importa. Me paso el resto de la tarde sirviendo mesas lo más rápido que puedo. Ignoro los comentarios de Derek, que no son pocos, e intento no pensar en que tendré que soportarlo todos los días a partir de ahora. Normalmente no coincidimos porque procuro cogerme otros turnos, pero se ve que Charles está decidido a fastidiarme de todas las formas posibles.

Cuando quedan unos cuarenta minutos para que mi turno termine, Lisa y yo nos situamos tras la barra para secar y colocar los vasos limpios. Suele ser quien habla cuando estamos juntas; en esta ocasión, me está contando algo sobre sus clases de baile mientras yo asiento sin prestarle mucha atención. De fondo, oímos las campanillas de la puerta.

—Dios santo —farfulla agarrándome del brazo—. Tío bueno a las nueve en punto. No te lo pierdas.

Se me escapa una sonrisa. No tiene remedio. Sigo la dirección de su mirada y, de repente, dejo de respirar.

No puede ser.

—Me da igual que esté en tu zona, es mío. Termina tú con esto.

Antes de que yo pueda decir nada, me guiña un ojo y rodea la barra para caminar hacia él. Se ha sentado en una mesa del fondo, que es, en efecto, de las que yo suelo atender. Algunos rizos salvajes se le escapan del gorro de lana gris que lleva puesto y que ha decidido combinar con unas gafas de sol muy oscuras. La combinación me parece absurda hasta que me doy cuenta de que, si no fuera porque viste la sudadera que me prestó cuando se me estropeó el coche, no lo habría reconocido.

Supongo que eso es lo que busca: que nadie sepa quién es.

El corazón me va a estallar. Miro en ambas direcciones atacada en busca de una escapatoria, pero ya no puedo esconderme. A unos metros de distancia, Lisa acaba de detenerse frente a Liam con una sonrisa coqueta y el bloc de notas en las manos. Tienen una conversación rápida que termina con la chica caminando de vuelta hacia mí.

—¿Qué se siente al ser la favorita de Dios? —pregunta cuando llega a mi lado.

Pestañeo, todavía un tanto abrumada.

—¿Qué?

—Me ha dicho que quiere que lo atiendas tú.

Mierda. Mierda, mierda, mierda.

—Está claro que no sabe lo que le conviene —respondo al borde de un ataque de nervios—. Deberías ir tú. Eres más guapa, más inteligente y...

Pero Lisa ya me está empujando en su dirección.

—Y sería una amiga horrible si dejo que desaproveches esta oportunidad. —Pega la boca a mi oreja, sin dejar de sonreír—. A por él, tigresa.

Desde que Lisa volvió, Liam no ha dejado de mirar en nuestra dirección. ¿Qué hace aquí? ¿Ha venido a reprocharme lo que hice? ¿Planea gritarme delante de todo el mundo? El pánico se adueña de mis entrañas y me pone el estómago del revés. Como no me quedan alternativas, tomo aire para tranquilizarme y cruzo el local.

Y así es como, después de días sin vernos, volvemos a estar cara a cara. Liam se quita las gafas cuando me detengo a su lado y por fin veo su rostro y sus potentes ojos azules. Su mirada me recorre de arriba abajo mientras yo saco el bloc de notas con las manos temblorosas.

—Buenas noches. —Me aclaro la garganta—. ¿Qué... qué le apetece tomar?

—Depende. ¿A qué revista vas a venderle esa información?

Directo y sin anestesia. Habla con tanto desdén que se me encoge el corazón.

—¿Necesita que le traiga la carta? —continúo. Presiono el bolígrafo contra la hoja, inquieta.

—Has puesto a todo el mundo en mi contra. Al menos ten el valor de dar la cara y asumir la culpa.

Pone una mano sobre mi cuaderno para obligarme a bajarlo. No me queda más remedio que mirarle a los ojos, que transmiten una mezcla de enfado y decepción. Echo un vistazo rápido a mi espalda para asegurarme de que nadie nos mira.

—Entiendo que estés cabreado, ¿vale? Pero no me obligues a tener esta conversación ahora. Por favor —le suplico—. Mi jefe me tiene en el punto de mira y, si montamos un espectáculo, me despedirá. No puedo arriesgarme. Necesito el trabajo. Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero si pudieras esperar o...

—No vamos a montar ningún espectáculo. —Habrá notado la desesperación en mi voz, porque su tono es más suave—. Solo quiero hablar contigo. ¿Puedes sentarte?

Niego con un nudo en la garganta. Odio esta situación.

—No. Todavía me queda trabajo.

—¿Cuándo acaba tu turno?

—Dentro de media hora.

—¿Y tu coche? ¿Has venido con él? —Al oírlo, recuerdo que no ha vuelto a tener noticias mías desde que me fui de su casa. No le he escrito ni una sola vez, ni siquiera para darle las gracias. Soy una persona horrible.

—Lo recibí en perfecto estado. Me arreglaron el motor. Pero no lo he traído. —Me atasco con las palabras—. Prefiero... no usarlo si no es estrictamente necesario, ya sabes. La gasolina es cara.

«Y conducir me provoca tanta ansiedad que siento que el mundo me da vueltas», completo para mis adentros. Liam me mira a los ojos y, aunque suene absurdo, casi siento que ve a través de mí. Aprieto más fuerte el cuaderno, tensa.

—¿Así que vuelves andando a casa? ¿Sola y de noche?

—Sí —respondo sin darle mucha importancia.

Él suspira y se echa hacia atrás en el asiento.

—Vuelve al trabajo. No quiero causarte problemas con tu jefe. Esperaré hasta que salgas y después te llevaré a casa.

Estudio su rostro con urgencia, pero no encuentro señales de que me tome el pelo. ¿Así que va en serio?

—No tienes por qué hacerlo. —Odio que me hagan favores que no podré devolver. Me las arreglo bien sola. A fin de cuentas, es lo que he hecho siempre.

Liam se encoge de hombros.

—He dicho que tenemos que hablar, ¿no? Lo haremos de camino.

—Si vas a gritarme, prefiero que no sea mientras conduces.

—No voy a gritarte. ¿Crees que quiero que me des un puñetazo?

¿Hace un momento me echaba cosas en cara y ahora no solo quiere llevarme a casa, sino que además hace bromas? Cada día entiendo menos cómo funciona este chico. No sonrío, sino que me mantengo cautelosa. Le miro con recelo.

—¿Eso significa que no estás enfadado?

—No. Lo estaba cuando me enteré, pero supongo que las tres horas que me he pasado conduciendo me han hecho ver las cosas con perspectiva.

No sé si me gusta cómo suena eso.

—¿A qué te refieres? —sigo preguntando, pero ya no me escucha.

Toda su atención recae sobre un punto detrás de mí. Estoy tentada de girarme, pero, por algún motivo, no dejo de observarlo. He mirado sus fotos de Instagram estos días por mera curiosidad y me molesta que sea todavía más atractivo en persona. ¿A qué clase de chico le sientan bien esos gorros? A ninguno. No es justo. Los rizos le caen sobre la frente y me entran ganas de tocarlos, y de inmediato aparto esa idea absurda de mi mente.

Me obligo a mirar hacia otra parte, pero Liam no se ha dado cuenta del repaso que acabo de darle. Frunce el ceño, todavía pendiente de algo detrás de mí.

—¿Por qué tu amiguito me mira como si me quisiera matar?

El corazón se me desboca. Mierda. ¿Charles nos ha visto?

—¿Cuántos años le echas? —pregunto. No me giro porque cantaría demasiado.

—Veintipocos. Rubio y con cara de querer usarme como saco de boxeo.

Al oírlo, todos mis músculos se relajan. Pero después pongo los ojos en blanco.

—Ignóralo, solo es Derek.

Quería que dejáramos el tema, pero ahora me observa con mucha curiosidad.

—Ya veo —comenta, y entorna los ojos—. Déjame adivinar, ¿típico novio superceloso? ¿O es tu ex?

—¿A ti qué coño te importa?

—No te pega salir con un gilipollas del estilo, así que imagino que será tu ex. La pregunta es: ¿de los buenos o de los imbéciles? —No me lo pregunta a mí, sino que habla consigo mismo. Echa otro vistazo a Derek antes de sacar una conclusión—: De los imbéciles, definitivamente.

Probablemente tendría que reclamarle que deje de meterse en mi vida, pero ahora soy yo la que siente curiosidad.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Que te ha dejado escapar.

Liam no le da mucha importancia a su comentario, pero a mí se me revoluciona el estómago y tengo que convencerme a mí misma de que solo son náuseas y que es culpa de Derek. Me aclaro la garganta nerviosa y me obligo a romper el silencio. Aunque no me mire, la verdad es que me siento bastante intimidada.

—Es mi ex. Y no solo es imbécil, también está obsesionado con hacerme la vida imposible.

A Liam parece hacerle gracia.

—Sabes que solo quiere llamar tu atención, ¿no?

—¿Y qué? Yo quiero que me deje en paz.

—Más razones para que te lleve a casa, entonces —concluye con una sonrisa burlona. Señala al chico con la cabeza—. Si pregunta, dile que soy tu novio. Y acércate más cuando me traigas mi bebida.

—Conociéndolo, saber que salgo con alguien solo hará que se interese más en mí.

—Quizá, pero te aseguro que le sentará como una patada en las pelotas.

Mierda. Suena tan tentador... Derek me ha molestado desde que rompimos y no puedo esperar a darle a probar de su propia medicina. No obstante, mi parte racional me mantiene con los pies en la tierra. Esto es demasiado bueno para ser verdad.

—¿Qué quieres a cambio? —le pregunto a Liam, porque ya me huelo sus intenciones.

Vuelve a encogerse de hombros.

—De momento, estoy acumulando buenas acciones. Un favor por otro favor, ¿no? —Hace un gesto hacia la barra—. Ahora tráeme algo de beber. Ponme lo que mejor te deje delante de tu jefe. No le haré ascos a nada.

Aunque me da mala espina, decido volver al trabajo cuanto antes. Cuando regreso a la barra, Lisa me mira con los ojos como platos. Seguro que tiene muchas preguntas, pero me limito a rodearla para coger una copa. De primeras planeo servirle alguna bebida alcohólica de la que pueda sonsacarle propina, pero después recuerdo que lo encontré borracho en mi coche y cambio de opinión.

—¿Ha pedido un zumito de melocotón? —A mi lado, Lisa frunce el ceño.

Escondo una sonrisa.

—Es un chico muy sano.

—¡Más razones para que me guste! Desde luego, Cupido tiene favoritos.

—¿Uno más en tu lista? —interviene Derek a mi espalda—. ¿Qué es esta vez? ¿Un borracho sin futuro, un adicto a las drogas o las dos a la vez?

Me sienta como una patada en el estómago porque sé que se refiere a mi madre y a Steve. Aprieto los puños. Estoy a punto de contestar cuando Lisa lo hace en mi lugar:

—Vamos, Derek, sabemos que el chico está muy bueno, pero tampoco te pongas así. Sabes lo mala que es la envidia.

—Cierra la boca.

—No le hables así —le advierto yo.

Se vuelve a mirarme con las cejas arqueadas.

—¿De verdad crees que le tengo envidia a un tío al que dejarás tirado dentro de una semana? Dudo que sea más que un rollo.

Odio pensar en lo que estoy a punto de decir, pero las situaciones desesperadas requieren medidas que estén a la altura.

—Pues te equivocas. Porque es mi novio. —Lisa abre tanto los ojos que casi se le salen de las órbitas. Termino de servir el zumo y le planto a Derek el envase de cristal contra el pecho—. Y ¿sabes qué? No solo es guapo y mejor tío de lo que tú llegarás a ser jamás. También besa bastante mejor.

Escuchando de fondo la risa de Lisa, salgo de la barra para seguir con mi trabajo.

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