Hasta que nos quedemos sin estrellas

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12. De mal en peor

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De mal en peor

Maia

Cuando dan las diez y mi turno está a punto de terminar, Liam sale del local. Lo sigo con la mirada, trago saliva y después me centro en limpiar la barra. Esta noche le toca cerrar a Lisa, que tendrá que aguantar aquí unas horas más, y quiero facilitarle el trabajo. Cuando acabo, me quito el delantal y lo guardo en el bolso. La chica se acerca para despedirse. Es más alta que yo y el pelo castaño le cae sobre los hombros.

—Nos vemos mañana —me despido.

—Por supuesto. Tienes mucho que contarme. —Me señala con un dedo. Luego, se vuelve hacia Derek, que acaba de llegar junto a nosotras—. Adiós a ti también, fracasado.

Él gruñe y a mí se me escapa una sonrisa. Lisa se ha pasado los últimos treinta minutos intentando sonsacarme información sobre mi supuesta relación con Liam y seguirá insistiendo hasta que lo consiga. Además, es tan ingeniosa como yo a la hora de meterse con Derek. Ojalá no me viera solo como una compañera de trabajo más. Me gustaría que fuéramos amigas.

Creo que necesito una.

Una vez que recojo mis cosas, salgo del local. Ha anochecido y la temperatura ha descendido varios grados. Me abrazo para conservar el calor y miro alrededor. Supongo que una parte de mí esperaba que se hubiera marchado, pero la otra siente cierto alivio al comprobar que Liam sigue aquí. Ha estacionado frente al bar y me mira apoyado en su coche de alta gama. Los nervios se me cuelan en el estómago, pero no puedo echarme atrás: me guste o no, tengo que asumir las consecuencias de mis actos. Estoy a punto de caminar hacia él cuando escucho una voz detrás de mí:

—¿Necesitas que te lleve a casa?

Me giro y pongo cara de disgusto al ver a Derek.

—¿Perdón? —articulo. Espero que sea una broma.

—No tienes por qué subirte al coche con él. Si no quieres volver sola, puedo acercarte yo.

—¿Va todo bien? —Es Liam.

De pronto, noto su presencia a mi espalda, mucho más cerca de lo que esperaba. Me pone una mano en la cintura y el corazón me salta, pero lo disimulo tan bien como puedo. Se supone que es mi novio, así que no me aparto.

No me resisto a lanzarle una mirada rápida por encima del hombro, aun así. Frente a nosotros, Derek pone los ojos en blanco.

—He dicho que te llevo a casa. Muévete de una vez.

Pongo mala cara.

Sin embargo, es Liam quien responde en mi lugar:

—¿Está de coña? —me pregunta, como si no se lo creyera.

—¿Tienes algún problema? —le gruñe Derek.

—Calma, tío. No soy yo quien debería preocuparte, sino ella. Asegúrate de hablarle con respeto la próxima vez. No te conviene tenerla en tu contra. —Mientras habla, Liam usa la mano que tiene en mi cintura para tirar ligeramente de mí hacia atrás—. Vamos, Maia —me indica con voz suave.

Intentando ignorar la presión que ejercen sus dedos sobre mi piel, asiento y lo sigo hasta el coche, dejando a Derek con la palabra en la boca. «Que te jodan, payaso.»

Entonces reparo en que estoy a solas con Liam y los nervios se multiplican en mi estómago. Las luces del vehículo parpadean cuando lo desbloquea y se aparta de mí para sentarse frente al volante. Espera que haga lo mismo, pero no me muevo. Al verme vacilar, se estira sobre el asiento del copiloto y me abre la puerta. No me queda otra que subirme.

El interior está impecable y huele a ambientador de pino. Cierro con extremo cuidado, temiendo romper algo. Liam no deja de mirarme de reojo, lo que me hace sentir incómoda.

—¿Recuerdas dónde está mi casa? —inquiero, tras aclararme la garganta.

Para mi sorpresa, asiente.

—He venido de allí. Ponte el cinturón.

—¿Cómo que...? —Frunzo el ceño y sacudo la cabeza—. Espera, ¿cómo sabías que trabajo aquí?

—Fui a tu casa para preguntar por ti y me dieron esta dirección. —Arranca el motor—. El cinturón, Maia —insiste.

Obedezco. No me gustan los coches porque me recuerdan al accidente. Me da tanto respeto conducir como ir en el asiento del pasajero. Sin embargo, prefiero lo segundo porque así, al menos, no corro el riesgo de bloquearme al volante por culpa de la ansiedad. El corazón me salta cuando nos movemos, pero mi parte racional me asegura que no pasará nada. Liam condujo casi trescientos kilómetros por la autopista sin cometer ninguna imprudencia. Estaremos bien.

—¿Con quién hablaste? —le pregunto para distraerme.

—Con tu padrastro.

—Steve no es mi padrastro —contesto con sequedad. Me mira de reojo, pero no tarda en volver a centrarse en la carretera. Trago saliva—. ¿Sabes si aún están en mi casa o...?

—Iban a montarse en el coche, así que imagino que no.

No hablamos más durante el trayecto.

Apenas veo a mi madre últimamente. Volvió a casa la mañana que pagué a Nancy con una resaca que le impedía pensar con claridad. No recordaba nada de la noche anterior: ni la discusión ni el hecho de que le había dado todo nuestro dinero a un capullo que no la trata bien. Se tumbó en la cama y durmió durante horas. Cuando despertó, parecía tan demacrada que no quise decir nada.

Decidí guardármelo, como hago siempre.

Está volviendo a desaparecer, como hacía antes de «romper» con Steve. Ayer salió a mediodía y ha vuelto esta madrugada. Supongo que hoy planea hacer lo mismo. No sé adónde van, ni con quién, y no podría estar más preocupada. No me gusta ese hombre. Ni su forma de ser, ni la de actuar, ni tampoco el ambiente en el que se mueve. Me da miedo. No quiero que le haga daño a mamá.

No puedo perderla a ella también. Ojalá pudiera evitar que se fuera, pero nunca me escucha.

No tardamos mucho en llegar a mi barrio. Liam estaciona frente a la casa y apaga el motor. El coche de Steve no está por ninguna parte, por lo que deduzco que se habrán marchado. Ninguno de los dos nos movemos; nos quedamos a oscuras y en silencio, y ni siquiera me atrevo a mirarle a la cara. Nada justifica la decisión que tomé. Fui egoísta y una mala persona, y merezco que pague su enfado conmigo, pero no es fácil.

Me aclaro la garganta con nerviosismo.

—Puedes entrar si quieres. Estaremos más tranquilos.

Clava sus ojos sobre mí. Aunque me ponen nerviosa, no me dejo intimidar. Tras unos segundos de contacto visual, asiente y sale del coche. Parece que vuelvo a respirar.

Abandono el vehículo, le guío hasta la entrada y noto su mirada en la nuca mientras forcejeo con la cerradura. Pronto comprobamos que, en efecto, no hay nadie en casa. Últimamente es como si solo yo viviera aquí, y eso que antes solíamos ser cuatro personas. Enciendo la luz del pasillo y Liam cierra la puerta a nuestras espaldas. Me asusta que mamá haya dejado el salón hecho un desastre, de forma que lo conduzco directamente a mi habitación.

Como siempre, mi cuarto es la única parte de la casa que está en orden. Es adonde acudo cuando necesito escapar del caos que caracteriza mi vida. Dejo la bolsa sobre el escritorio, pero no me quito la chaqueta porque hace frío y no podemos permitirnos poner la calefacción. Cuando me vuelvo hacia Liam, observa las estrellas del techo. Trago saliva y me siento en la cama.

Su mirada recae entonces sobre mí.

—¿Y bien? —dice, y, aunque no debería, mi primer impulso es ponerme a la defensiva:

—Y bien, ¿qué?

—¿No piensas decir nada?

—Eres tú el que ha insistido en traerme para que hablemos.

—¿Te doy la oportunidad de explicarte y te comportas así? Creía que al menos estarías arrepentida.

—¿Quién dice que no lo esté?

—Tu actitud.

Su voz está cargada de decepción. Se me forma un nudo en la garganta, pero finjo que no está ahí.

—¿Qué voy a explicarte, Liam? —contesto, a sabiendas de lo cruel que sueno—. Lo hice y ya está. No es el fin del mundo.

—Confié en ti y has arruinado mi reputación. Te has cargado todo en lo que he trabajado durante años. ¿Tienes idea de la de comentarios que me han llegado? ¿Todos los mensajes de odio, las críticas, los insultos...?

Sí, lo sé. He revisado sus redes sociales esta mañana, después de que se publicara el artículo, porque aún tenía la esperanza de que las consecuencias no fueran tan terribles. Lo que he encontrado me ha revuelto el estómago y ha hecho que me odie todavía más. Sin embargo, no le digo eso a Liam.

—Sabías a lo que te arriesgabas al contármelo —respondo en su lugar.

No puedo mirarlo a la cara, así que camino hacia el escritorio y me pongo a organizar papeles, buscando desesperadamente una distracción. Sin embargo, solo empeoro las cosas porque, de pronto, se acerca y me agarra del brazo para que me gire. Está tan cerca que me cuesta respirar.

—Dime por qué lo has hecho —exige.

Trago saliva y me sacudo para que me suelte.

—Eso da igual.

—¿Tanto me odias? —insiste. Parece dolido y confundido de verdad—. Sé que no soy el mejor tío del mundo, pero, joder, creo que me porté bien contigo y que...

—Deja el tema, ¿vale?

—¿Cómo...? —Sacude la cabeza—. ¿Cómo coño voy a dejar el tema? ¿Eres consciente de lo que significa esto? Adam está hecho una furia y, si ya me controlaba antes, ahora no me dejará en paz. Además, quiere tomar represalias. Deberías haber sido más cuidadosa, Maia, joder. En cuanto averigüe tu nombre, hará todo lo posible por hundirte con una denuncia.

Al oírlo, el pánico se adueña de mis entrañas. Mierda, ¿puede hacer eso? ¿Cómo no lo he pensado antes? ¿Es que nunca voy a dejar de cometer errores?

—Bien —me limito a responder.

Liam se desespera.

—¿Puedes dejar de fingir que no te importa? Ambos sabemos que no puedes enfrentarte a algo así. Menos aún contra mi familia.

—Ese no es tu problema.

—No, no lo es, pero voy a impedir que te encuentren.

El corazón me brinca con fuerza dentro del pecho. Me vuelvo hacia él y veo la sinceridad y la exasperación en sus ojos. Tengo que hacer esfuerzos por no derrumbarme.

—¿Por qué harías eso? —cuestiono con un nudo en la garganta.

—Porque soy una buena persona, no como tú.

—No tienes ni idea de cómo soy. —Lucho por contener las lágrimas. Mierda, ahora no.

—Tus acciones hablan por ti. Has puesto a todo el mundo en mi contra y te da igual.

—No me da igual —admito con rabia—. ¿Cómo diablos iba a darme igual?

—Entonces dime de una vez por qué lo has hecho, porque no dejas de...

—¡Iba a perder la casa, ¿vale?! —estallo. No puedo más—. Iban a echarnos a la calle y necesitaba el dinero. Por eso lo hice.

He llegado al límite. Ya no puedo contener las lágrimas. Odio que me vean llorar, así que me las seco con el brazo, enfadada conmigo misma. Mientras tanto, Liam me observa sin saber qué decir.

—Yo no... no sabía que...

—Me paso el día trabajando y cobro una miseria. Apenas me da para el alquiler. Confié en mi madre y le entregué el dinero que me diste para que pagara a la casera y ¿sabes qué hizo con él? Se lo dio al gilipollas de su novio para comprar alcohol. O a saber. Nos quedamos sin nada. La casera me amenazó con llamar a la policía si no pagaba ya porque llevábamos semanas de retraso. Mi vida es una mierda, Liam. ¿Eso es lo que querías que te dijera? ¿Que todo es un desastre?

No tendría que descargar mi frustración contra él, pero me he callado tantas cosas durante los últimos días que ya no lo aguanto más. De hecho, no puedo dejar de llorar. Soy patética. Me estoy portando como una niña. Espero que Liam me mire con lástima, como hacen todos, lo que solo me enfadaría aún más; pero traga saliva y dice:

—Eso no lo justifica. Podrías haberme pedido dinero.

Me entran ganas de reírme en su cara.

—Ya, claro. Y tú me lo habrías dado, ¿no? ¿Por qué? ¿Te gusta donar a la caridad?

—No —responde serio—. Pero seguro que tenías otras opciones. Solo decidiste tomar la salida fácil.

No tomé la mejor decisión del mundo, pero no pienso darle la razón si me habla con tanta superioridad.

—Curioso que lo digas tú, teniendo en cuenta que he hecho lo que no te atrevías a hacer.

—No sabes lo que dices.

—Llevas meses involucrado en una relación falsa que te hace daño. Ahora eres libre, Liam. Deberías darme las gracias.

—¿Ah, sí? ¿Por qué? ¿Por cargártelo todo?

—Por darte una excusa para acabar con eso.

Silencio. Resopla incrédulo y niega con la cabeza.

—Estás colado por una chica que se ha enamorado de tu mejor amigo —continúo—. Lo que tenéis no es real, pero sigues aferrándote a ello y por eso no puedes pasar página. Ahora tienes la oportunidad de terminar con esta situación, pero te da tanto miedo lo que piensen de ti que seguro que estás deseando volver a Londres para desmentir la noticia y decirles a tus seguidores lo mucho que la quieres. No soy yo quien toma la salida fácil.

Sus ojos azules se clavan sobre mí, pero, aunque me intimidan, no me achanto. Le sostengo la mirada respirando fuerte debido a la discusión. Estamos frente a frente, solo a unos centímetros de distancia.

—¿Cuánto te pagaron? —demanda tras un silencio.

—¿Qué más te da?

—¿Lo suficiente como para cubrir el alquiler?

—Sí.

—Bien. —Por fin se aparta y el aire regresa a mis pulmones—. Parece que, al menos, traicionarme te sirvió de algo. Que te jodan.

Abandona la habitación sin decir nada más. No sé qué es lo que me impulsa a seguirlo e interceptarlo en medio del pasillo.

—Liam —lo llamo, pero no me escucha.

En su lugar, sigue alejándose. Renuncio a mi orgullo una vez más, corro hasta él y me interpongo en su camino. Apoyo la espalda en la puerta, de forma que no pueda abrirla. Me estoy equivocando. Por mucha rabia que sienta al pensar en su vida, en todas las oportunidades que tiene y no aprovecha, él no tiene la culpa. Intenta rodearme y, como no se lo permito, se enfada aún más.

—Aparta —me ordena.

—No.

—¿Qué más quieres? ¿No es esto lo que buscabas? ¿Que me fuera sin hacer preguntas? Bien, lo has conseguido. No quiero volver a saber nada de ti. Ahora muévete.

Avanza hacia mí y le pongo las manos en el pecho para impedírselo.

—Lo siento.

—No basta.

—Lo siento mucho —insisto—. Sé que no hay nada que lo justifique, pero estaba desesperada. Fue lo único que se me ocurrió. Tienes razón. No tenía ningún derecho a contarlo en tu lugar. Lo siento, Liam, de veras.

No recuerdo cuándo fue la última vez que ofrecí una disculpa sincera. Tampoco es que tenga amigos con los que discutir. Le sostengo la mirada, con una presión muy molesta en el pecho. Debe de ver la sinceridad en mis ojos, porque para de empujarme para marcharse. Ahora que no se mueve, aparto las manos de su pecho y dejo que caigan a mis costados.

Nos miramos en silencio hasta que traga saliva y dice:

—No sé qué hacer.

Suena tan desesperado que me rompe el corazón. Mierda, todo es culpa mía. Tengo que buscar una forma de ayudarlo, así que me alejo para pensar con claridad.

—Ya tenías un plan cuando llegaste al bar, ¿no? ¿Para qué querías acumular favores?

—No sé si es una buena idea.

—¿Y qué? Ya no lo puedes empeorar.

—No quiero desmentir el artículo —confiesa—. Pero, si no lo hago, Michelle también saldrá perjudicada. Estoy harto de YouTube, pero no puedo dejar que ella sufra las consecuencias, y por eso...

—¿Qué? —insisto cuando se queda callado.

Liam me mira y traga saliva.

—Quiero que me ayudes a terminar de arruinar mi reputación.

Pestañeo sorprendida. Tardo un segundo en procesarlo, y él se agobia y decide seguir hablando:

—Cuando nos conocimos me dijiste que, si mi vida no me gustaba, debería cambiarla, y tenías razón. Estoy cansado de internet, de las cifras, de estar constantemente expuesto..., de todo. Lo habría dejado hace mucho, pero Adam y mi madre son un grano en el culo. Jamás dejarían que me fuera, a no ser que tuviera una buena razón para hacerlo. —Me observa para ver mi reacción—. Como, por ejemplo, que todos me odiasen tanto que la única solución fuera desaparecer por un tiempo.

—Creo que ya has conseguido esa parte —apunto haciendo una mueca, pero Liam niega con firmeza. Parece que le dé vueltas a algo.

Echa a andar de nuevo hacia mi habitación y lo sigo sin dudar.

—Necesitamos algo más fuerte. Que no implique a Michelle. O, mejor, que la haga quedar como la buena de la historia. Eso es. —Se vuelve hacia mí, como si acabara de dar en el clavo, y, sin más, dice—: Adam y su agente la obligarán a subir un vídeo hablando sobre lo enamorada que está de mí. Unas horas después, filtraremos a la prensa que la he engañado y que estoy saliendo con otra chica.

No sé si me gusta cómo suena eso, sobre todo porque es una historia que ya conozco.

—Liam, eso ha sucedido al revés —le recuerdo cautelosa.

—Pero eso solo lo sabemos ellos, tú y yo. —Entorna los ojos con desconfianza—. ¿O es que también se lo contaste a la prensa?

—No —respondo deprisa.

Pero ya no confía en mí.

—¿Seguro? —insiste.

—Si lo supieran, lo habrían hecho público. No di muchos detalles. Solo les dije que tenías una relación falsa y que lo descubrí porque te encontré borracho la mañana después de tu cumpleaños.

—Podrías haber omitido esa última parte, ¿sabes?

—Querían algo jugoso. Al menos no les conté que te colaste en mi coche.

—Qué considerada.

—Gracias.

—Esta vez necesitarás pruebas y un consentimiento escrito de mi parte que te permita difundir la información —continúa, centrándose de nuevo en lo importante—. No tendrás que enseñárselo a la revista, pero lo tendrás a mano si Adam intenta emprender acciones legales. Es en lo que fallaste la última vez. Asegúrate de leer siempre la letra pequeña.

Me clavo las uñas en las palmas. Me entra el pánico solo de pensar en lo que conllevaría tener que enfrentarme a una denuncia. Apenas puedo lidiar con las facturas y el alquiler.

—¿Me va a denunciar? —Al notar la preocupación en mi voz, Liam se apresura a negar.

—Me aseguraré de que no lo haga. Pero, si ocurriera, tendrás todas las de ganar teniéndome de tu parte.

—¿Y cómo sé que estarás de mi parte?

Ojalá no tuviera que ser tan desconfiada, pero necesito asegurarme. Él parece molesto, pero responde de todas formas:

—Firmaré el consentimiento antes de que filtres la noticia. Y también añadiré la información que has dado ya. Pensaba hacerlo incluso antes de que accedieras a ayudarme. No te he dado razones para dudar de mí.

Detesto admitirlo, pero tiene razón.

—Está bien —accedo.

Al oírme, y ahora que el tema está zanjado, asiente, como para sí, y se sube la cremallera de la chaqueta. Lo siguiente que veo es como sale del dormitorio. Corro tras él por instinto.

—¿Adónde vas? —No entiendo nada.

—A Londres. Necesitamos pruebas de que salgo con otra chica. Tengo algunas... amigas. Llamaré a una de ellas y nos haremos algunas fotos. Con eso debería bastar.

No tarda en alcanzar la puerta, pero soy mucho más rápida. La empujo con la mano para cerrarla y me interpongo en su camino. Liam deja caer su mirada sobre mí cargada de confusión. Pero ni yo sé por qué estoy tan segura de que quiero hacer esto.

—Cuanta más gente involucremos, más posibilidades habrá de que salga mal —apunto. Lo último que necesitamos es que se filtre que está buscando otra novia falsa para librarse de Michelle.

Liam sacude la cabeza, como si no terminara de entenderlo.

—Pero es necesario. No nos creerán sin pruebas. Si queremos que funcione, tengo que...

—Yo lo haré.

Se calla de pronto y clava sus ojos sobre los míos.

—¿Qué?

Los nervios me revolucionan el estómago.

—Seré tu novia falsa. Como Michelle ya me conoce, será más creíble. Y no hará falta que involucremos a nadie más. Además, así tendrás una forma de asegurarte de que no vuelvo a traicionarte, porque yo también saldría perjudicada. Sabes que no hay nadie mejor que yo para hacerlo.

Abre y cierra la boca atónito, y termina negando, como si creyera que le tomo el pelo.

—¿Hablas en serio?

—Un favor por otro favor, ¿no? Tú me has hecho muchos.

—Maia, no hace falta que...

—Me has ayudado con Derek y seguramente me pagarán cuando llame a la revista. Además, te lo debo por haber vendido lo de tu relación falsa. No quiero estar en deuda contigo.

—No estás en deuda conmigo. —Pero ambos sabemos que no es verdad.

—¿Vamos a hacerlo o no?

Le sostengo la mirada desafiante. En momentos como este, odio ser tan orgullosa, porque no me habría metido en este lío si simplemente pudiera aceptar que, en efecto, le debo una después de lo que ha hecho por mí. Pero necesito coger el dinero de la revista y me sentiré aún peor si no le doy nada a cambio. Liam vacila y, durante un instante, me pregunto si no le dará vergüenza que los demás crean que sale conmigo. Cualquiera se daría cuenta, solo con vernos, de que venimos de mundos muy diferentes.

Pero entonces suspira y dice:

—Está bien, pero no sabes en dónde te estás metiendo.

A continuación, mira lo que nos rodea nervioso mientras se pasa una mano por los rizos oscuros. Parece que no sabe cómo proceder.

—Vale, lo primero que necesitamos son pruebas —dice.

Al escucharlo, los nervios se multiplican en mi estómago, pero intento actuar con normalidad y pensar con la cabeza fría.

—Si quieres que Michelle y tus amigos nos vean, vamos a tener un problema, porque no puedo ir a Londres.

—Bastará con una foto. —Me mira y traga saliva—. Una en la que parezca que..., ya sabes.

Pongo los ojos en blanco, aunque también soy un manojo de nervios.

—Puedes decirlo. Te aseguro que no me voy a desmayar.

—Parece que conseguirás liarte conmigo, después de tanto tiempo deseándolo. —Pese a que suena intranquilo, se esfuerza por recuperar la actitud bromista de siempre y eso, de cierta forma, me relaja—. ¿Qué se siente al saber que serás una de las afortunadas?

—¿Sinceramente? Ganas de vomitar.

—Por suerte para los dos, solo tendremos que jugar con la perspectiva. Necesito una... —Pasea la mirada por mi cuarto— pared blanca, perfecto. ¿Podemos mover la cómoda? Nos hará falta un sitio en donde colocar el móvil.

—¿Vamos a sacarla aquí? —La inquietud se me cuela en el estómago. No me importa fingir que salimos delante de otras personas, es teatro y ya está. Pero la cosa cambia si estamos a solas. Me da miedo lo que pueda salir de esto.

Liam ya está despejando la zona frente a la pared.

—Sí, e intentaremos que no se te vea mucho la cara. Es preferible que te mantengas en el anonimato. Cuando salga la noticia, no solo irán a por mí.

—Pero si yo no he hecho nada.

—A la gente le da igual. —Se sitúa frente a la cómoda—. Vamos, ayúdame con esto.

Nos pasamos los siguientes diez minutos reorganizando mi dormitorio. Movemos mi cama y la dejamos junto a la de Deneb. Pegamos la cómoda a la pared y cojo unos cuadernos del escritorio para usarlos como soporte para el teléfono. Liam coloca la cámara apuntando hacia un rincón, de forma que lo único que se ve en el plano son dos muros vacíos.

—Sacaremos la foto aquí y después la editaré para que parezca que nos la hicieron la noche de mi cumpleaños sin que nos diéramos cuenta —me explica mientras termina de ajustar el móvil.

Guau.

—¿Puedes hacer eso?

—Se me dan bien estas cosas. De pequeño me llevaba la cámara a todas partes. ¿Por qué crees que empecé en YouTube? —Me lanza una mirada por encima del hombro—. Yo diseño mis miniaturas y edito todos mis vídeos.

—Creía que teníais a gente que lo hace por vosotros.

—Y la tienen, pero a mí me gusta trabajar en lo mío. Es parte del proceso. —Me pregunto si habrá notado la forma en la que habla sobre ello. Ajeno a lo que pienso, Liam se vuelve para mirarme de arriba abajo—. Tienes que cambiarte de ropa. Nadie se creería que has ido así a una fiesta.

Pero será gilipollas. Antes de que pueda decírselo, me rodea y camina directamente hacia el armario. Corro en su dirección cuando lo abre de par en par y empieza a rebuscar entre mi ropa.

—Pero ¿qué te crees que estás...?

—Soy tu novio falso. Sé más que tú de estos temas. Déjame trabajar.

Acabo resignándome porque, por más que me moleste, se lo debo. Me echo un vistazo frente al espejo. Llevo unos vaqueros ajustados negros y una camiseta básica debajo de una chaqueta. No es un conjunto espectacular, vale, pero tampoco sé qué espera encontrar. Voy a volver a quejarme cuando, de pronto, Liam da con la prenda indicada. Saca del fondo de un cajón un top negro de manga larga con transparencias que no podría ser más atrevido.

Se me forma un nudo en la garganta. Fue un regalo de mi hermana.

—Guau —masculla. Lo levanta a mi lado, como si intentara imaginarme con él puesto. Se apresura a volver a meterlo en el armario—. Siguiente. Es... demasiado para ti.

—¿Perdón?

—Podemos probar con algo más sencillo.

—Fuera de mi habitación. Ahora.

Se gira hacia mí confuso.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque me lo voy a poner.

No soporto que me subestimen. Liam abre la boca, pero termina cerrándola sin decir nada y saliendo del dormitorio. Echo un vistazo al cuarto, que ya está preparado para que saquemos la foto. No me creo que haya insistido tanto en meterme en este lío.

Sin perder de vista la puerta, pues temo que se abra de improviso, me quito la camiseta y la lanzo sobre la cama. Llevo un sujetador negro de encaje que se vislumbra a través del top cuando me lo pongo. Me abrocho el botón de detrás del cuello y me suelto el pelo. Al mirarme de nuevo al espejo, me invade una sensación extraña. Creo que es la primera vez que me lo pongo desde el accidente. Verme así vestida me recuerda cómo era antes mi vida, cuando salía con chicos y tenía amigos, familia y gente a la que llamar cuando sentía que el mundo se me caía encima. No me gusta pensar en todo lo que he perdido.

Me peino con los dedos y, tras echarme un último vistazo, cierro el armario. Podría haberme maquillado, pero no pienso esforzarme tanto para esto. Miro una vez más la habitación y, a sabiendas de que ahora que he empezado con esto tengo que llegar hasta el final, abro la puerta del dormitorio.

Al verme, Liam se queda paralizado.

Sus ojos se clavan como imanes en mi cuerpo. El corazón se me desboca y siento que sube la temperatura de la habitación porque no recuerdo cuándo fue la última vez que me miraron así. Agarro con fuerza la puerta sin darme cuenta. Liam reacciona, traga saliva y sube su mirada hasta la mía, como si necesitara desesperadamente contenerse para no mirar más abajo.

Temo que no me funcione la voz, así que me aclaro la garganta y pregunto:

—¿Servirá?

—Sí. —Al darse cuenta de lo lanzado que ha sonado, se apresura a añadir—: Quiero decir..., yo..., sí.

Alterado, me rodea para entrar en la habitación y no tener que mirarme. Cierro la puerta con un cosquilleo recorriéndome las extremidades. Tengo ojos en la cara. Me doy cuenta de cuándo le gusto a un tío. Y no tengo muy claro cómo me siento respecto a lo que creo que provoco en él. Mierda, ¿por qué estoy tan nerviosa?

—Saquemos la foto y acabemos con esto —dice. Sitúa el móvil contra los cuadernos, sobre la cómoda, y después se gira hacia mí—. Para que salga bien, vas a tener que ponerte...

—¿Sí? —insisto.

Él traga saliva.

—Contra la pared.

Se me baja la presión.

—Claro —respondo con la voz temblorosa.

Asiente y se centra de nuevo en el móvil. Mientras tanto, a mí me cuesta horrores moverme. Entro en el plano y, como no sé qué espera exactamente, me coloco con la espalda contra el hormigón frío. Y espero. Liam tarda unos segundos en venir hacia mí. Conforme reduce la distancia, las alarmas se activan en mi cerebro, pero me obligo a quedarme quieta.

Analiza mi rostro y traga saliva. Mis ojos estudian el suyo. Es la primera vez que lo veo tan de cerca y me cuesta no fijarme en su mandíbula marcada y en su boca. Tiene los labios finos y ligeramente separados. Joder. ¿No podía haberme encontrado a un tío del montón durmiendo en mi coche? Si no sintiera un mínimo de atracción física por él, hacer esto no me supondría un problema.

Pero estoy metida en un buen lío. Porque ni siquiera ha terminado de acercarse y ya siento que me sobra toda la ropa.

La tensión aumenta cuando, de repente, noto sus dedos sobre mi rostro. El calor de sus manos me embriaga y hace que se me acelere el corazón. Intento decir algo, pero no me salen las palabras. Me mueve el pelo, que estaba recogido detrás de mi oreja, para que me caiga sobre la mejilla.

—Así nos aseguraremos de que no te reconocen —susurra.

¿Así que quiere jugar a esto? Bien. Sin pensarlo, estiro los brazos y le quito el gorro. Hundo los dedos en sus rizos aplastados para darles forma. Acabo de notar cuánto me apetecía hacer esto. Son suaves y elásticos, y seguro que podría pasarme horas tocándolos, pero me obligo a apartar las manos.

Cuando mi mirada recae sobre la suya, me obligo a buscar una excusa:

—A ti sí que tienen que reconocerte. —Miro hacia el móvil nerviosa—. ¿Cómo sacarás la foto?

—Está grabando. Cogeremos la toma que más nos guste y después tú misma lo borrarás. No quiero que te sientas incómoda.

No obstante, me cuesta hacerme a la idea de que este momento vaya a quedar guardado en un vídeo. No me gusta pensar que tendré que verlo después. Que Liam lo hará. De todas formas, me fuerzo a asentir, como si nada. Sería difícil sacarnos una foto sin una tercera persona. Además, ni siquiera se me ve la cara. Tampoco es como si pudiera usarlo en mi contra o algo así.

—Está bien —contesto.

Liam también asiente y, entonces, aprieta los labios.

—Maia —susurra.

—¿Sí?

—Voy a tener que acercarme más.

Asiento y, de pronto, reduce tanto la distancia entre nosotros que sus labios casi rozan los míos. Casi. Contengo la respiración. Lo único que se oye en medio del silencio son los fuertes latidos de mi corazón. Ha colocado una mano junto a mi cabeza, de forma que me oculta de la cámara y mantiene mi cuerpo apresado contra la pared. Sufro la tentación de cerrar los ojos, pero me obligo a seguir mirándole.

Nos quedamos así durante lo que parecen horas. En un momento dado, Liam usa su mano libre para alzarme el mentón y hacer que me aproxime todavía más, y durante un segundo creo que va a besarme. Y todas las partes irracionales de mí se mueren por que lo haga. La tensión del ambiente es casi dolorosa. Mi mirada recae sobre su boca. Ignoro si se ha dado cuenta, pero se aparta justo en ese instante.

Parece que vuelvo a respirar.

—Con esto debería bastar —dice, y retrocede varios pasos.

Se esfuerza por parecer tranquilo, pero tiene la voz ronca y evita mirarme a toda costa. Aprovechando que está de espaldas, no me resisto a darle un repaso. Tiene los hombros anchos y fuertes, y no puedo evitar preguntarme cómo será tocarlos. Dios. Vale, la situación está alterándome más de lo que debería.

—Podría servir —comenta al revisar su teléfono, aunque no suena muy convencido.

Supongo que estará viendo el vídeo, así que me obligo a mover las piernas y acercarme. Se tensa al notar mi presencia, pero me muestra la pantalla. Ha detenido la grabación en uno de los últimos fotogramas, donde aparecemos tan juntos que casi parecemos la misma persona. Un cosquilleo muy peligroso me recorre el cuerpo entero.

Sin embargo, no puedo dejar pasar un detalle.

La tensión está latente en la imagen, cualquiera se daría cuenta. Pero es muy evidente que Liam ha tapado nuestros rostros con el brazo, en un intento bastante patético de esconder que no nos besamos de verdad. Después de que se haya extendido el rumor de que su relación con Michelle es una farsa, nadie se creerá algo como esto. No va a funcionar.

Él también debe de haberse dado cuenta, porque me mira y dice:

—Puedo intentar editar la foto para que...

—Dale a grabar otra vez.

Para mi sorpresa, obedece sin rechistar. Después, se coloca de nuevo frente a mí, tan cerca como antes, y de ahí en adelante todo pasa muy rápido.

Le pongo las manos en las mejillas y estampo mi boca contra la suya.

Lo primero que siento es una corriente eléctrica que me recorre todo el cuerpo, seguida de una incipiente sensación de urgencia. Supongo que sentirá lo mismo, porque me hace retroceder hasta que mi espalda choca bruscamente contra la pared. Presiona su cuerpo contra el mío y el estómago se me encoge con violencia. Pone las manos en mis caderas y hunde los dedos en mi piel. Aunque sé que esto no está bien, no me aparto cuando se inclina para profundizar el beso.

Y lo que empezó siendo teatro de pronto ya no lo es.

Cuando enredo las manos en su pelo y tiro de sus rizos con fuerza, Liam gime en mi boca, y parece que el mundo me da vueltas. Se me nubla la mente. Me olvido del vídeo y de las advertencias que no deja de enviarme mi cerebro. Solo puedo pensar en lo bien que besa. En lo que me provoca sentir el calor de su cuerpo contra el mío. En la presión de sus dedos, y en cómo los míos descienden por su nuca y le acarician los hombros. Sus músculos fuertes se tensan bajo mi toque.

Nos besamos hasta que nos quedamos sin aire. Se aparta, pero se queda cerca, casi rozándome la boca, con los labios entreabiertos. Nuestros pechos suben y bajan a toda velocidad y solo se oyen nuestras respiraciones desacompasadas. Nos miramos a los ojos, y lo que veo en ellos me sube aún más la temperatura. Entonces me doy cuenta de lo mucho que necesito besarlo otra vez.

Reacciono ante ese pensamiento y el cerebro se me llena de advertencias. Mierda. Liam debe de leer mi expresión, porque la suya cambia radicalmente y se aparta a trompicones, como si me ardiese la piel, que así es, por su culpa.

—Debería... —se aclara la garganta— mirar cómo han quedado las... fotos.

—Sí —contesto a toda prisa.

No intercambiamos ni una palabra más. Tampoco volvemos a mirarnos. Liam coge su móvil y yo echo prácticamente a correr fuera, al pasillo, dejándolo solo en la habitación.

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