Hasta que nos quedemos sin estrellas

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13. Beato, santo, apóstol

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Beato, santo, apóstol

Liam

Muy bien. Tengo un problema.

Uno bastante incómodo.

«Amigo, no es el momento. Abajo. ¡Abajo!»

Me meto las manos en los bolsillos e intento recolocarme los vaqueros ajustados para disimularlo, pero, mierda, duele mucho. Menos mal que Maia me ha dejado solo en la habitación, porque voy a necesitar unos minutos para lidiar con las consecuencias de lo que acaba de hacerme. ¿A qué diablos ha venido eso, de todas formas? ¿Tres días antes me odiaba y ahora me besa así?

Porque no me creo que haya sido solo teatro. Al menos, no por mi parte. Que se me haya dado bien disimularlo es otra cosa. Pero, a este paso, la situación va a acabar conmigo.

Si salgo vivo de esta, tendrán que darme el título de beato, de santo y de apóstol, por lo menos.

No puedo dejar de pensar en ella. En su boca. En cómo ha enredado las manos en mis rizos para atraerme hacia sí. En cómo me he sentido al besarla. En todo lo que le habría hecho si no se hubiera apartado. Y en lo que, en definitiva, habría ocurrido si me hubiera besado de verdad y no solo para sacar una buena foto. La presión aumenta dentro de mis pantalones. Vale. Liam, concéntrate.

Maia podría volver en cualquier momento y, aunque estoy seguro de que lo ha notado por sí misma, no quiero que me vea así. Cierro los ojos, tomo una profunda bocanada de aire y me obligo a pensar en lo menos erótico que se me ocurra. En otra ocasión me habría echado una mano —literalmente—, pero sería raro hacerlo en su habitación. Cuando quiero, soy un tío decente. Más o menos.

Tras unos dolorosos minutos, me tranquilizo y parece que la erección comienza a desaparecer. Me paso las manos por los rizos, que están desordenados y enredados por culpa de Maia, e, intentando no pensar más en ella, cojo el móvil y me lo guardo en el bolsillo trasero antes de salir del dormitorio.

Cuando llego a la cocina, Maia está con las manos apoyadas en la encimera y los ojos cerrados. Ha dejado un vaso medio vacío junto al fregadero. Mierda, qué guapa es. No sé cómo fui capaz de decirle que no era mi tipo. Nadie se lo creería. Intento mantener la mirada lejos de su cuerpo, sobre todo cuando noto que desde aquí podría tener una visión espectacular de su zona trasera.

No le habré tocado el culo, ¿no? Sería un desperdicio haberlo hecho y no acordarme.

—Maia.

Pega un respingo y se gira rápidamente hacia mí. Me obligo a mirarla a la cara, pero es aún peor: acabo de darme cuenta de que tiene los labios ligeramente hinchados y seguramente sea por mi culpa. Me parece que ella me da un repaso, pero es difícil determinarlo, porque no tarda en volverse de nuevo hacia la encimera.

Coge aire y, cuando vuelve a mirarme, tiene la expresión fría y distante de siempre. Arquea las cejas y me obligo a continuar:

—Antes de borrar los vídeos, deberíamos verlos y elegir una buena toma.

He firmado mi sentencia de muerte; verlos con ella va a ser mi perdición, pero necesito librarme de esas grabaciones cuanto antes.

Maia debe de pensar lo mismo, porque noto algo en su mirada que no consigo descifrar. Sin embargo, solo dura un instante; niega con la cabeza, como si nada.

—No tenemos que elegirla ahora. Puedes quedarte los vídeos y escoger las que más te gusten cuando te pongas a editar. Y después los borrarás. Así nos aseguraremos de que queda lo mejor posible.

—¿Segura? —cuestiono inquieto. Tampoco me gusta mucho la idea de tener que verlos por mi cuenta—. No quiero que te sientas incómoda.

—Sé que los eliminarás. No me has dado razones para desconfiar de ti, ¿no? —Aunque se esfuerza en parecer calmada, noto lo nerviosa que está—. Dejemos el tema. Tienes lo que querías. Cuando edites la foto, la mandaré a la revista y asunto zanjado.

¿Así que no piensa sacar el tema del beso? Bien. No seré yo quien lo haga en su lugar.

—Sí, tienes razón. Asunto zanjado.

Asiente nerviosa antes de rodearme para regresar a su habitación. Sin embargo, se detiene en medio del pasillo cuando un violento trueno acaba con el silencio. Empezó a chispear cuando salimos del bar, pero no imaginé que se avecinara una tormenta. De todos modos, no le doy importancia. Cuanto antes salga de aquí, mejor. Necesito estar tan lejos de ella como sea posible.

Me subo la cremallera de la chaqueta.

—¿Necesitas que te ayude a ordenar tu cuarto antes de irme?

—¿Te vas? —Lanza una mirada nerviosa a la ventana.

—Evan me está cubriendo, pero debería volver cuando antes. Todo está muy tenso desde que se publicó el artículo.

—¿Y vas a conducir así? —insiste—. Podría ser peligroso.

—Bueno, estoy seguro de que sobreviviré.

—¿Por qué no te quedas?

La miro incrédulo.

—¿Quieres que me quede?

Se sobresalta y niega rápidamente.

—No. Yo... no. No me importa lo que hagas. Solo... me parecía mal no ofrecértelo. Viajar por la noche es peligroso. Y más si llueve así. Si te pasa algo, ¿quién me ayudará si tu padrastro me denuncia? —Cierra la boca y traga saliva, inquieta, antes de añadir—: Podrías quedarte en el sofá.

La observo con cautela. Debió de ocurrirle algo mientras viajaba por carretera. ¿Un accidente, quizá? ¿Fue así como murió su padre? ¿Ella también iba en el coche? Eso explicaría por qué entró en pánico cuando salimos a la autovía y me suplicó que condujera en su lugar. ¿Por eso no coge el coche para ir a trabajar? Antes le he echado un vistazo al barrio en donde trabaja. Y no me da buena espina. Me sorprende que prefiera volver andando sola y de noche.

Sea lo que sea lo que ocurrió, debe de haber sido reciente.

¿A eso vienen las cicatrices?

—Está bien —contesto para que se quede tranquila. Siento una pizca de orgullo porque, aunque no lo exprese verbalmente, parece que sí se preocupa por mí después de todo.

Ya buscaré una forma de lidiar con Adam. Los problemas pueden esperar hasta mañana.

—Voy a darte mantas y una almohada. No es el sofá más cómodo del mundo, pero, teniendo en cuenta que te encontré roncando en mi coche, no parece que tengas problemas para dormir.

—Qué graciosa —ironizo, y ella esconde una sonrisa.

—De nada, Liam.

—Si quieres que me quede, será con una condición. —Arquea las cejas al escucharme, animándome a continuar—. Vas a dejar que te invite a cenar.

He notado que está muy delgada y, hasta donde sé, no ha comido nada desde que entró a trabajar. Me mira con incredulidad y, justo como esperaba, contesta:

—No.

—Un favor por otro. Tú dejas que me quede y yo me encargo de la cena. —Me saco el móvil del bolsillo—. ¿Qué te apetece? ¿Pizza, hamburguesas o algo más... refinado?

Intento hacerla reír para suavizar el ambiente, pero me lo pone difícil. Me sostiene la mirada de brazos cruzados, y, cuando se da cuenta de que esta vez no aceptaré un «no» por respuesta, suspira.

—No dejaré que pidas nada. No quiero que ningún repartidor tenga que salir a la calle por nuestra culpa. Está lloviendo mucho.

—Está bien. Cocinaré yo.

Mi respuesta la toma por sorpresa.

—¿Sabes cocinar?

—Pues claro. ¿Por quién me tomas? ¿Por un inútil?

—Pues sí, pero...

—Voy a hacer que te tragues tus palabras. Aparta.

Alza las manos con cierto escepticismo y se mueve para dejarme vía libre a la cocina. Camino hacia el interior con seguridad. Soy tan orgulloso que jamás lo admitiría en voz alta, pero tengo otro problema.

En realidad no sé cocinar.

Me paso los siguientes diez minutos fingiendo que sé perfectamente lo que hago. Primero abro el frigorífico para averiguar de qué ingredientes dispongo, y noto un sabor amargo en el paladar cuando reparo en que está mucho más vacío de lo que el mío ha estado nunca. Tenía pensado hacer pizza, pero no tenemos lo necesario, así que me decanto por algo más sencillo. Y menos mal. Habría sido humillante tener que buscar la receta en internet.

Maia se marcha a su cuarto y vuelve poco después en pijama, con un cuaderno. Se sienta en la mesa de la cocina y decide poner música. Sintoniza uno de los últimos éxitos de 3 A. M. y tararea distraída mientras escribe. Intento concentrarme en lo que estoy haciendo, pero me cuesta mantener los ojos lejos de ella.

Mirando el lado bueno, al menos la frustración de cocinar ha hecho que deje de pensar en el beso.

Cuando por fin está listo, cojo dos platos y llevo la comida a la mesa. Maia cierra su diario con una mueca, aunque se nota que trata de no sonreír.

—¿Sándwiches? Vaya, siento haberte subestimado.

Comentamos cosas triviales durante la cena. Me intereso por su trabajo en el bar, pero no se muestra abierta a dar muchos detalles, de forma que cambio de tema y volvemos a hablar sobre música. No soy ningún experto cocinando, pero he descubierto que los sándwiches se me dan bien. Maia se termina los dos que le he servido enseguida y me doy a mí mismo una palmadita mental en la espalda. No está nada mal, ¿eh?

Cuando acabamos, recogemos la mesa y ella insiste en fregar los platos, así que me apoyo en la encimera, de brazos cruzados, y me limito a observarla mientras lo hace. Después se seca las manos y un silencio tenso se adueña del ambiente. Aprieta los labios y, como si llevara tiempo dándole vueltas, pregunta:

—¿Qué harás cuando publiquen la foto y la gente empiece a odiarte?

Me invade una sensación extraña porque, sinceramente, no me había parado a analizarlo con profundidad.

—Dejaré las redes sociales durante unas semanas. Me vendrá bien desintoxicarme.

—¿Y cuando quieras volver? —prosigue—. Entiendo que estés cansado, pero creo que deberías tener claras las consecuencias de...

—Mi vida no me hace feliz —la interrumpo tajante—. Estoy cansado de compararme con los demás, de obsesionarme con las cifras, de que me insulten y me presionen solo por exponerme en internet. En este último año no he subido ni un solo vídeo en el que sienta que soy yo de verdad. Si eso cambia en un futuro, buscaré la forma de volver. Ahora solo necesito desconectar.

Creo que nunca había pronunciado estas palabras en voz alta. Soltarlas me sienta bien. Me preocupa lo fácil que me resulta hablar con Maia. Es algo que no me pasa con ninguno de mis amigos, ni siquiera con Evan, y eso que nos conocemos desde hace años. Puede que sea porque, en el fondo, sé que él no lo entendería. Pero Maia sí. Maia lo entiende.

—Será duro —dice, pero no me contradice.

—Seguro que sí. A la gente le encantan las polémicas.

Se muerde el labio.

—¿Y Michelle?

—Ganará muchos seguidores. Todos se pondrán de su parte —contesto creyendo que es eso lo que le preocupa, pero niega.

—¿Vas a hablar con ella? Sobre lo de vuestra relación falsa.

Ahora que lo pienso, tampoco había reparado en que tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a esa conversación.

—La gente dará por hecho que hemos roto cuando se publique la foto. Intentaré que quedemos como amigos, pero seguramente estará muy enfadada, sobre todo después del numerito que montamos el otro día.

Al oírme, Maia alza la mirada hacia mí.

—¿Como amigos? —cuestiona sorprendida, y sacude la cabeza—. Los amigos no se portan así.

Es lo último que me esperaba y quizá por eso me molesta tanto.

—No la conoces —respondo con sequedad.

—El otro día no te trató bien. No sé cómo es vuestra relación, pero no deberías dejar que te hable así. Tampoco entiendo por qué le molestó tanto vernos juntos. Incluso me empujó al salir, y eso que yo no tuve la culpa de nada. No quiero pensar que es una mala persona, así que puede que estuviera celosa.

El corazón se me desboca solo de imaginármelo. Que fuera verdad implicaría que Michelle siente algo por mí. Que no me ve solo como un amigo. Sacudo la cabeza. Es absurdo.

—Eso no tiene sentido.

—Es lo único que me cuadra. ¿Sale con tu mejor amigo pero no deja que tú estés con ninguna otra chica? Está siendo injusta. Y egoísta. Hace que te aferres a una relación de mentira que no te traerá nada bueno y que, además, te hace daño. No entiendo esa dinámica de no querer estar contigo pero tampoco sin ti. No te confundas, Liam. Los amigos de verdad no hacen cosas como esas.

—Michelle es mi amiga. Y no está celosa —respondo. Me sorprende lo cortante que sueno—. No quería que saliera con nadie porque sabía a lo que nos arriesgábamos. Vender la historia de otro a la prensa para ganar dinero es tentador. Y acabó teniendo razón. No hables mal sobre ella. No tienes ni idea de cómo es.

Sueno más enfadado de lo que me gustaría, pero su sinceridad me ha molestado bastante. Sin embargo, puede que haya sido demasiado duro con ella. Enseguida me arrepiento de haberle hablado así, pero ya es demasiado tarde. Maia se clava las uñas en los brazos, pero mantiene su rostro tan inexpresivo como siempre.

—Está bien. Es tu vida. Haz lo que quieras.

No vuelve a mirarme. Se marcha a su habitación para traer mantas y una almohada, que coloca sobre el sofá. El ambiente se ha vuelto tenso, pero no de la misma forma que antes en su dormitorio; ahora parece incómoda en mi presencia. Incluso huidiza. Me quedo apoyado contra la encimera observándola mientras lo prepara todo.

Cuando por fin termina, se dirige al pasillo y, al pasar por mi lado, dice:

—Buenas noches.

—Buenas noches —respondo yo.

Lo siguiente que oigo es cómo se encierra en su cuarto. Suspiro, apago las luces y camino hacia el sofá. Me desvisto y me deshago de las zapatillas y del cinturón, pero no me quito los pantalones, por si acaso su madre y ese hombre aparecen por la mañana. Después, me acuesto y me quedo mirando el techo a oscuras, con la mente en otra parte.

Creo que ya sé cuál es el problema que tengo con Maia.

Estoy acostumbrado a que todo el mundo me mienta y me diga lo que quiero escuchar, y ella es la única que no lo hace.

 

 

—¿Sabes? Cuando empezaste con esto de YouTube, nunca pensé que acabarías grabando un vídeo porno.

Resoplo y Evan estalla en carcajadas. He vuelto de Milnrow esta mañana y, nada más llegar, he tenido que soportar una de las broncas de Adam, en la que básicamente se ha dedicado a tacharme de irresponsable por desaparecer en un momento tan «crítico» como este. He hecho oídos sordos, como siempre; después de tantos sermones, me he vuelto inmune a ellos.

De hecho, no he comenzado a prestarle atención hasta que ha mencionado que Michelle y su agente vendrán esta tarde para que desmintamos la noticia en directo. Tenía la esperanza de que me dieran, como mínimo, hasta mañana, pero se ve que tienen prisa y eso implica que he debido trabajar contra reloj. Nada más oírlo, he subido a mi habitación para ponerme manos a la obra.

Y entonces me he dado cuenta de la gravedad de la situación.

Objetivo: ver y editar el vídeo.

Obstáculo: el vídeo.

Al menos he acabado antes de que Evan y su cara de imbécil vinieran a molestar. Ahora estamos los dos en mi habitación mirando la pantalla de mi ordenador. He editado la fotografía, añadiéndole luces y desenfocándola, para que dé la impresión de que nos la sacaron en la fiesta. Ha sido difícil escoger la mejor toma, pero al final me he decantado por esta porque es en la que menos se le ve la cara a Maia.

También nos estamos besando. Y puede que le esté tocando el culo. Meros detalles sin importancia.

—Sinceramente, ¿qué tal? —pregunto.

Evan asiente con aprobación.

—Bueno, parece bastante... real.

—Ya.

Me aclaro la garganta y me empujo con los pies para retroceder en la silla. Es difícil analizarla con la cabeza fría; cada vez que la veo, recuerdo el vídeo, lo que pasó, y lo mucho que necesito presentarme en su casa para que eso se repita. Pero me obligo a mí mismo a pensar en otra cosa.

Para ella fue solo teatro. No hay más.

—Eres bueno, ¿eh? Parece que os estéis liando de verdad —comenta Evan a mi espalda. No respondo y, cuando lo miro, su rostro cambia radicalmente—. Tienes que estar de coña.

—Tenía que parecer realista —me excuso a toda prisa.

—Menos mal que no era tu tipo.

—Y no es mi tipo, pero...

—Pero te han bastado tres días para enrollarte con ella e involucrarla en una relación falsa. —Se vuelve de nuevo hacia la pantalla—. ¿Le estás tocando el culo? Cabrón. Dime que al menos te pegó un puñetazo después de que la besaras.

—Ella me besó a mí, y no. De momento, eres el único al que quiere cortarle los huevos.

Evan se recoloca el cuello de la camisa y sonríe orgulloso.

—¿Qué te voy a decir? Tengo ese efecto en las tías.

—Curiosa forma de decir que eres gilipollas.

—También soy el único que te soporta. —Se levanta y se acerca para palmearme la espalda—. ¿A qué viene esa cara? Todo el mundo se creerá la foto. Pronto tendrás lo que querías.

—No confío en ella.

Esa es la realidad. No puedo fiarme de Maia después de lo que me hizo. Una parte de mí siente que debe mantenerse alerta porque estoy seguro de que, si se le presentase la oportunidad, volvería a traicionarme sin pensárselo dos veces.

—Yo tampoco —coincide Evan—, pero, haga lo que haga, no podrá hundirte más. No creo que debas preocuparte.

—Vaya, gracias por los ánimos.

—Tío, eres tú el que insiste en mandarlo todo a la mierda. —Se hace el silencio y clava sus ojos en los míos vacilante—. Soy tu mejor amigo. Sabes que te apoyaré en esto, pero al menos esperaba que me contaras por qué quieres hacerlo.

Si no he hablado del tema con él antes es porque, por alguna razón, daba por hecho que no lo entendería. Pero se merece una explicación. No solo me ha cubierto con Adam desde ayer, sino que además sé que podré contar con él cuando todo se arruine. También es el único amigo en el que confío plenamente, así que lo miro y digo:

—No lo soporto más.

Espero que me lleve la contraria o intente hacerme entrar en razón, pero solo asiente.

—En ese caso, vamos a cargárnoslo todo.

Nos ponemos a trabajar.

Antes de que me fuera esta mañana, las cosas con Maia seguían tensas debido a la «discusión» de anoche. Podría haberme disculpado, pero ella no lo hizo y yo no pensaba dar el primer paso. Puede que fuera por la incomodidad del momento, pero aceptó sin rechistar cuando le pedí que me mandara un mensaje para tener su número y poder enviarle la foto.

Ahora la tengo agregada en WhatsApp. No tiene estado ni foto de perfil, lo que, por alguna razón, no me sorprende. Tecleo un mensaje rápido y adjunto la imagen. El corazón me va deprisa, pero se lo atribuyo a la fotografía en sí y no a estar hablando con ella en particular. Maia no tarda en contestar. La dejo en leído y bloqueo la pantalla. Está hecho. Ya no hay vuelta atrás.

Como aún queda una hora para que llegue Michelle, Evan y yo nos pasamos la tarde en mi habitación. Los nervios me revolucionan el estómago, por lo que agradezco que intente distraerme con sus estupideces. No menciona el tema de YouTube, de los vídeos ni de los streams, y una parte de mí no deja de preguntarse si no lo echaré de menos cuando todo estalle.

A las siete en punto, Adam aporrea la puerta del cuarto. Evan enciende el ordenador para preparar el directo y decido que yo me encargaré de ellos. Pretenden que lo hagamos desde mi perfil de YouTube porque así tendrá más repercusión. A sabiendas de lo que se avecina, cojo aire y abro la puerta.

Pero no es Adam quien está al otro lado. Al menos, no solo él.

Michelle también.

Es raro verla después de la discusión del otro día. Va perfectamente peinada y maquillada, como siempre, pero la conozco y detecto en su rostro señales de cansancio. Esto la ha afectado más de lo que creía. Y es culpa mía. Tenía razón; he sido un egoísta y ella ha sufrido las consecuencias de mis actos.

Cuando nuestras miradas se encuentran, intento decir algo, pero Adam se adelanta y me estampa unas tarjetas en el pecho.

—Esto es lo que tienes que decir. Solo te lo repetiré una vez: Cíñete. Al. Guion.

Acto seguido, entra en el dormitorio con mamá. Me quedo a solas con Michelle que, en cuanto me ve abrir la boca, me suelta:

—Te lo dije, ¿verdad? Y no me hiciste caso.

Siento una oleada de culpabilidad. Joder.

—Lo siento mucho.

Sin embargo, mis disculpas no son suficientes.

—Le he dado el nombre de la chica —dice entonces—. A Adam.

—¿Que has hecho qué? —demando alterado.

El corazón me late a toda prisa. Mierda, ¿cómo ha sido capaz?

—He hecho lo mejor para ambos. Mientras antes la encuentren y la denuncien por haber mentido a la prensa, mejor.

—No es una mentirosa —replico—. Sabíamos a lo que nos arriesgábamos cuando empezamos con esto. La gente tiene razón. Los hemos engañado.

Al escucharme, Michelle resopla con incredulidad.

—No me creo que seas capaz de defenderla después de lo que nos ha hecho.

Yo tampoco. Pero no lo puedo evitar.

—Michelle...

—Malena no es buena para ti. Cuando te des cuenta, me lo agradecerás.

Me cuesta un instante procesar lo que acabo de oír.

—¿Malena? —repito medio atontado.

Frunce el ceño.

—¿No dijo Evan que se llamaba así?

—Sí —respondo a toda prisa, y trago saliva. Tengo que parecer disconforme para que sea creíble—, pero no... no deberías haberle dicho nada a Adam.

—Tarde. Ya está hecho.

Me dedica una sonrisa irónica, y eso me saca de mis casillas.

No saben su nombre real y, por tanto, no la encontrarán por mucho que la busquen. Adam no podrá denunciarla. Pero no entiendo por qué Michelle se esfuerza tanto en arruinarle la vida a alguien que no conoce. Sabe tan bien como yo que pocos podrían lidiar con las consecuencias de tener a mi familia en su contra.

Maia no tiene nada. No puedo permitir que le arrebaten algo más.

Como no respondo, da la conversación por terminada y me rodea para entrar en la habitación, pero la detengo agarrándola del brazo.

—Tenemos que hablar —digo. Arquea las cejas y continúo—: No quiero seguir con esto. Se acabó.

Al oírme, ella se pone pálida.

—Me estás tomando el pelo, ¿no?

—Estoy harto de fingir. Ya hemos conseguido lo que queríamos. Podemos aprovechar esta oportunidad para acabar con todo de una vez.

Da varios pasos hacia atrás y sacude la cabeza, como si no se creyera lo que acabo de decirle.

—¿Y te da igual que eso tenga consecuencias para mí?

—Michelle, no...

—¿Tienes idea de la cantidad de mensajes de odio que he recibido? —continúa, dolida—. He perdido un tercio de mis seguidores. He trabajado día tras día para mantenerlos conmigo. Vivo de esto. Ninguna marca querrá trabajar conmigo si tengo mala reputación. Lo has arruinado todo. Por un capricho. Y lo peor es que te avisé.

Me duele horrores verla así, pero no puedo ceder esta vez.

—Ya está decidido. No voy a seguir con esto. Siento que mi trabajo no me llena y que... —trago saliva— que no me hace feliz.

Creo que es la primera vez que lo digo en voz alta frente a ella. Pero no reacciona como esperaba. Solo se pasa las manos por la cara con exasperación.

—No digas gilipolleces. —Me empuja la mano con la que sujeto las tarjetas para estampármelas contra el pecho—. Hazle caso a Adam y cíñete al guion. No necesitamos más problemas.

Después, entra en el dormitorio chocando su hombro contra el mío. Recuerdo lo que Maia me dijo anoche. Y cómo respondí. «Gilipolleces.» Se supone que es mi amiga, pero Michelle piensa que mis problemas son «gilipolleces».

Lo que hago a continuación es mecánico. Leo las tarjetas, asimilo los conceptos clave y le hago caso a Adam cuando nos pide que avisemos en nuestras redes sociales de que dentro de unos minutos entraremos en directo. Acto seguido, me siento con Michelle sobre la cama, pero no dejo que se pase mi brazo por la cintura como en otras ocasiones.

Y, de pronto, estamos en el aire. Miles de personas se suman enseguida a la retransmisión porque no hay nada que guste más que una buena polémica.

Michelle es quien se encarga de saludar. Se acerca más a mí mientras habla a la cámara. Apenas la escucho. No aparto la mirada de Adam y de mi madre, que, desde fuera del plano, supervisan que todo transcurra con normalidad. A ninguno de los dos les importa realmente cómo me siento. ¿Quieren al Liam de verdad o solo al que se planta diariamente frente a la cámara?

No lo sé. No lo sé.

—... han sido unos días caóticos para todos. Por eso, creemos que lo mejor era aclararlo cuanto antes. Cuando te expones en internet, siempre aparece gente que intenta hundirte. Sabíamos a lo que nos arriesgábamos cuando hicimos pública nuestra relación, así que esperamos contar con vuestro apoyo para lidiar con los que no soportan vernos siendo felices. —Michelle me mira y esboza una sonrisa—. Estamos saliendo. Nos queremos. Y no debéis confiar en quien diga lo contrario.

Silencio. Michelle intenta que no le tiemble la sonrisa mientras me aprieta el brazo con disimulo porque me toca hablar a mí. Adam me lanza una mirada de advertencia. Y, a su lado, Evan, que está pendiente de su móvil, de pronto alza la vista con los ojos muy abiertos. Nos entendemos sin necesidad de palabras.

La fotografía se ha publicado justo en el momento oportuno.

—Tengo una noticia que daros —salto saliéndome del guion. Me vuelvo hacia Michelle—. Siento muchísimo todo esto. De verdad.

Intuyo la cara de asombro que tendrán los demás, pero no aparto los ojos de ella. Michelle traga saliva y lanza una mirada nerviosa a la cámara.

—Liam, ¿de qué estás hablando? —susurra, y noto el temor en su voz.

Tengo el corazón desbocado. Me giro hacia la cámara y veo a Adam y a mi madre, que insisten en hacerme formar parte de un mundo que ya no me llena. Tengo que empezar a tomar mis propias decisiones. Ahora mismo. Tengo que hacerlo por mí.

Así que no me lo pienso dos veces.

—He decidido que voy a dejar YouTube. —Y después me levanto y salgo de la habitación.

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