Hasta que nos quedemos sin estrellas

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14. Supernova

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Supernova

Maia

Cuando entro en casa, está tan silenciosa como la dejé.

Suspiro cansada, dejo las llaves sobre la mesa del recibidor y me quito la chaqueta. Normalmente vuelvo del hospital antes de que se haga de noche, pero hoy se me ha hecho tarde. Menos mal que decidí ir en autobús; no habría sido capaz de conducir de noche por la autopista después del día horrible que he tenido.

Estoy acostumbrada a los constantes abusos de Derek, pero esta mañana se ha portado como un auténtico capullo, y algo me dice que el hecho de que Liam se presentara como mi novio anoche en el bar ha tenido algo que ver. Por si fuera poco, no he sabido nada de mamá desde que se fue ayer con Steve. No contesta a mis llamadas ni a mis mensajes, lo que resulta preocupante, porque en general no tarda más de veinticuatro horas en regresar.

Siempre que vuelvo a casa después de visitar a Deneb me siento cansada, frustrada y estresada. Me he dado cuenta de que ya me he acostumbrado a esto: a recorrer los kilómetros que me separan de Mánchester, a subir a la tercera planta del hospital, a entrar en su habitación y verla en la cama inmóvil y pálida, con los ojos cerrados. Ha pasado tanto tiempo desde el accidente que ya no me acuerdo de cómo eran las cosas antes.

Las últimas horas han sido tan caóticas que casi no he pensado en que ahora una fotografía mía besando a Liam circula por todo internet.

Intento mantenerla lejos de mi mente, porque bastante me costó ya verla antes de enviarla a la revista para asegurarme de que no se me veía la cara. En efecto, es imposible que alguien me reconozca, lo que no significa que no me afecte. Porque, por desgracia, Liam está muy bueno. Y besa tremendamente bien. Como resultado, no puedo mirar la estúpida foto sin acordarme del momento que pasamos en mi habitación.

Se me nubló la mente por completo. Si no se hubiera apartado, estoy bastante segura de que yo tampoco lo habría hecho. En ese momento no estaba siendo racional. Y eso me preocupa. He aprendido por las malas a pensar muy bien las cosas antes de hacerlas, pero estar con Liam supone tomar una mala decisión tras otra. Y eso se tiene que acabar.

Además, ayer se portó como un gilipollas conmigo.

Nunca tendría que haber accedido a llevarlo a Londres, en primer lugar.

Queriendo pensar en otra cosa, voy al baño para darme una ducha. Después llamaré a mamá e intentaré convencerla de que vuelva a casa. Mientras el agua se calienta, me desnudo y me miro al espejo. Se me forma un nudo en la garganta. Nunca pensé que diría esto, porque antes solía tener muy buena autoestima, pero doy asco. Estoy pálida y apagada. Demacrada. No soporto verme durante más tiempo, así que me meto en la bañera.

Me lavo el pelo y el cuerpo contra reloj. También la cara, para quitarme así los restos de maquillaje. El agua caliente cae sobre mis hombros de forma violenta, pero no bajo la temperatura. Aunque duele, no me muevo. Solo me quedo mirando al frente y dejo que me queme. ¿Qué más da lo que haga a estas alturas? La única persona a la que le importo soy yo misma, y no pienso reclamarme nada.

Lo único que me hace salir es que sé que, como tarde mucho más, se dispararán las facturas.

Tras envolverme en una toalla, me desenredo el pelo y me lo dejo secar al aire; lo llevo corto a la altura de los hombros y no tardará mucho. Cuando abro la cómoda de mi cuarto para coger un pijama, veo de refilón la camiseta de Liam y se me forma un nudo en el estómago. Me la llevé de su casa sin querer y la tengo ahí desde entonces. Sé que huele a él y que es mucho más cómoda y caliente que la mía, pero cierro el cajón sin tocarla.

Se la devolveré cuando volvamos a vernos, si es que eso sucede algún día.

Mientras tanto, debo mantenerlo tan alejado de mi mente como pueda.

Una vez vestida, me siento en la cama con las piernas cruzadas y cojo el móvil. Tomo aire y marco el número de mamá. Estoy a punto de darle a llamar cuando suena el timbre. Siento tanto alivio que casi me echo a llorar. Me levanto a toda prisa y cruzo el pasillo rogando que Steve ya se haya marchado. No obstante, no son ellos quienes se encuentran al otro lado.

—Buenas noches, vecina.

Me quedo bloqueada al ver a Liam. De pronto, el corazón me late tan rápido que parece que se me vaya a salir del pecho.

—¿Qué haces aquí? —Es lo único que me sale. Además de estar sorprendida y nerviosa, también estoy enfadada. ¿Por qué tiene que ponerme las cosas difíciles? ¿Por qué no puede simplemente dejar que me olvide de él?

¿Cree que puede presentarse aquí como si nada después de cómo me habló anoche?

—¿Has revisado las redes sociales en las últimas horas? —inquiere, evitando mi pregunta. Intuye la respuesta y añade—: No lo hagas. Somos tendencia desde que se publicó la foto.

—¿Somos? —Me sorprendo y Liam asiente.

—La gente se pregunta quién es la «chica misteriosa» con la que he engañado a Michelle. Es mejor que no veas lo que dicen.

A juzgar por su tono, imagino que «zorra» será lo más suave que me llamarán. Nadie sabe quién soy, así que me trae sin cuidado. Quien sí debería estar preocupado es él, teniendo en cuenta que su reputación se ha ido a pique. Podría preguntarle si está bien, pero no se lo merece. De hecho, me muero de ganas de cerrarle la puerta en la cara.

Decido ser educada, sin embargo.

—¿Y no tenías nada mejor que hacer que venir hasta aquí para decírmelo?

En mi defensa diré que me saca de mis casillas.

Liam abre y cierra la boca sin saber cómo contestar. Cuando quiero darme cuenta, le estoy mirando los labios. Un calor abrumador se me instala en el vientre y tengo que obligarme a apartar la vista. Entonces, veo las maletas que escondía detrás de su cuerpo y se me baja la presión.

Me pongo pálida. Al notarlo, se apresura a sonreír.

—¿He dicho vecina? Quería decir nueva compañera de piso.

—No, ni de coña. No. —Y cierro la puerta sin contemplaciones.

Al menos, lo intento. Liam la empuja con una mano y, como tiene más fuerza, no le cuesta abrirla de nuevo. Mierda, ojalá no fuera tan pequeña. Debería comer más. Si midiera dos metros, le daría una patada en la cara sin pensármelo dos veces.

—Venga, va. Ni siquiera has dejado que te dé explicaciones.

He cambiado de opinión. Me basta con una patada en los huevos.

—¿Explicaciones? —escupo—. Te portas como un gilipollas conmigo, después te largas y me escribes para exigirme que le mande a la revista la dichosa foto. Y ahora te presentas en mi casa con tus maletas. ¿Qué diablos pasa contigo?

Cree que el mundo está a sus pies. Pero se confunde conmigo. Después de cómo me habló anoche cuando intenté ayudarlo, me prometí que no volvería a hacerlo nunca. Es su vida, ¿no? Bien. Que haga lo que quiera y me deje en paz.

No debía de esperarse esta reacción por mi parte, porque junta las cejas.

—Es curioso que seas tú la que está enfadada, teniendo en cuenta que vendiste mi historia a una revista sin mi consentimiento.

—Y no solo me disculpé, sino que además te ayudé a sacar esa estúpida foto para que consiguieras lo que querías. Si aun así vas a seguir reclamándomelo, puedes irte a la mierda.

Seguro que me he puesto roja de la rabia. Hago ademanes de volver a cerrar la puerta, pero Liam me lo impide de nuevo. Abro la boca para insultarlo, y entonces me doy cuenta de cómo me mira. Algo ha cambiado en sus ojos. Y casi veo arrepentimiento en ellos.

—Está bien —dice suavizando la voz—. Lo siento. Tenías razón con lo de Michelle.

Me cruzo de brazos. Mi lado orgulloso quiere soltarle un comentario irónico, pero no me pasa desapercibido lo dolido que suena.

—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

—Esta mañana le he contado cómo me sentía y le ha dado igual. Un amigo de verdad no resta importancia a tus problemas. —El corazón se me encoge el escucharlo. Aunque no permito que lo note, me relajo un poco. Liam hace una pequeña pausa y clava sus ojos en los míos—. Maia, he anunciado en directo que me voy de YouTube.

Aguarda un segundo, como si esperase alguna reacción en especial de mi parte, pero no me sorprende porque una parte de mí ya intuía que lo haría tarde o temprano. Así que solo pregunto:

—¿Cómo se lo han tomado Adam y tu madre?

Y, pese a que es una pregunta difícil, Liam parece aliviado cuando no le echo nada en cara.

—Me han acorralado mientras recogía mis cosas para exigirme que me echara atrás. No he cedido y hemos discutido. Adam cree que soy un egoísta por hacer esto y que voy a cargarme la imagen de mi madre. Y, por supuesto, ella solo piensa en sí misma. Han acabado diciéndome que, mientras viva bajo su techo, tendré que hacer lo que ellos me digan. Así que he decidido irme de casa.

No tardo mucho en atar cabos. Por eso está aquí. Una sensación amarga se me adueña del paladar. Su madre no deja de controlarlo y a la mía le doy tan igual que no recuerdo cuándo fue la última vez que me prohibió hacer algo. Son diferentes, pero iguales al mismo tiempo. Ninguna de las dos se preocupó cuando desaparecimos una noche sin dejar rastro.

—Liam... —comienzo a decir, pero me interrumpe.

—¿Puedes dejarme entrar? Hace frío aquí fuera.

Mi cerebro me advierte que es una mala idea, pero asiento y me aparto. Arrastra su maleta hasta el interior y se quita el chaquetón. Me sorprende que siempre vaya vestido de forma sencilla. Esta noche lleva unos vaqueros y una camiseta blanca que se adhiere a los músculos de su espalda. Mi mirada vuela por sí sola a sus brazos.

Más concretamente, a sus manos. Y noto la garganta seca cuando me fijo en que son enormes.

Es una suerte que esté de espaldas, porque necesito un segundo para recomponerme.

—Siento mucho todo lo que ha pasado, pero no puedes quedarte aquí. —Es un alivio que no me tiemble la voz.

Liam se vuelve hacia mí y me clavo las uñas en las palmas de las manos, escondiéndolas tras mi espalda, cuando nuestras miradas se cruzan. Me pongo nerviosa en su presencia desde el beso.

—Solo serían unos días —insiste—. Quiero alquilar un apartamento, pero aún no sé dónde, ni cuál, ni nada. Necesito tiempo para pensar. Podría irme a un hotel, pero mi madre y Adam están buscándome y podrían rastrear mi tarjeta. Por eso tengo el móvil apagado. No puedo dejar que me encuentren hasta que haya decidido lo que voy a hacer.

—¿Y la única opción es que te quedes aquí?

—Es uno de los pocos sitios en donde sé que jamás buscarían. —Al ver que no respondo, comienza a rebuscar en sus bolsillos—. Tengo... dinero en efectivo. Puedo ayudarte con el alquiler y...

—No necesito tu dinero —le interrumpo, porque no pienso aceptar más tratos de este tipo.

—Buscaré otra forma de compensarte. Sé que no me debes nada, pero haz esto por mí. Por favor.

Suena tan desesperado que casi me hace ceder. No obstante, es simplemente inviable. No puede quedarse aquí. En primer lugar, porque no sé cómo reaccionaría mamá, y, para continuar, porque ya tengo suficientes problemas. No me gusta lo que siento cuando está cerca. Es peligroso y, cuanto más alejado lo mantenga de mí, mejor para ambos.

—¿Y Evan? ¿No puedes quedarte en su casa? —Rechazarlo me dolerá menos si lo ayudo a encontrar otra solución.

Liam sacude la cabeza.

—Adam sabe que es el primer sitio al que acudiría. No quiero darle problemas.

—¿Y tus otros amigos? Seguro que alguno de ellos...

—Maia —me corta mirándome a los ojos—, sin contar a Evan, eres lo más parecido que tengo a una amiga de verdad. No puedo contar con nadie más.

Mierda. Esto es justo lo que quería evitar. Odio que me haya dicho eso, porque sé que es cierto y que fue lo que me llevó a decirle todo eso sobre Michelle anoche. También es la razón por la que lo he dejado entrar y por la que me ofrecí a ayudarlo con la foto. Liam puede ser un imbécil y un prepotente y no soporto que crea que tiene el mundo en sus manos, pero, detrás de esa fachada, según lo que me ha dejado ver, hay una buena persona. Por mucho que se esfuerce en esconderlo.

Creo que me preocupo por él, lo que supone un inconveniente. Siempre que dejas a alguien entrar en tu vida, corres el riesgo de que se marche y te haga daño.

De forma que me dispongo a decirle que no. A la larga, será lo mejor para ambos. Sin embargo, justo entonces oímos que un coche aparca fuera frente a la casa. Al oír la voz de Steve, se me cae el mundo a los pies. Esto no puede estar pasando. No ahora.

Me vuelvo rápidamente hacia Liam.

—Esconde la maleta en mi habitación. Ya.

Antes de que diga nada, lo agarro del brazo y lo arrastro hasta allí. Liam trae consigo su maleta a duras penas. El corazón me late desbocado. ¿Mamá tenía que volver justo ahora? ¿Y con Steve?

Doy un respingo al oírlos forcejear con la cerradura.

—¿Quieres que me esconda yo también? —susurra Liam al ver que meto su maleta detrás de la puerta a toda velocidad.

—¿Qué? ¡No!

Cuando se da cuenta de lo alterada que estoy, su voz se torna más suave y sincera:

—Tranquila. Prometo no decir nada inapropiado.

Me apresuro a asentir.

—Solo necesito que me sigas el rollo.

Y después salimos al pasillo.

Al menos, mientras él esté presente, Steve no se atreverá a sobrepasarse.

Solo con verlos, se me revuelve el estómago. Oigo la risa deshilada de mamá, que se tambalea e intenta cerrar la puerta. A su lado, hay un hombre desaliñado y extremadamente delgado que ha pisado mi casa más veces de las que me gustaría. Tiene una bolsa de plástico en la mano. A juzgar por cómo suena, debe de estar llena de botellines de cerveza.

Cojo aire para tranquilizarme. No es la primera vez que esto ocurre. Puedo con ello. Siempre puedo.

—Mamá —articulo.

Alza la cabeza y esboza una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Maia! ¡Qué bien que estés en casa!

Recorre el pasillo encendiendo todas las luces a su paso. Está despeinada y tiene la ropa hecha un desastre, pero al menos sigue de una pieza. Me duele sentir tanto alivio. Retrocedo ante el olor a alcohol y me choco con Liam. Entonces recuerdo que sigue aquí y que está siendo testigo de todo esto. De mi vida. De lo miserable que es.

Me abruma la vergüenza, pero intento no darle importancia.

—Mamá, ¿cómo estás? ¿Dónde habéis...?

—¡No esperaba que tuvieras compañía! —exclama al fijarse en él. Me pone una mano en el hombro y me lanza una mirada burlona—. Es guapo —susurra señalándolo sin disimulo.

Se apoya sobre mí porque le cuesta sostenerse en pie. Verla en este estado me impacta tanto que no me salen las palabras. Él se adelanta y le ofrece una de sus sonrisas encantadoras.

—Encantado de conocerla. Soy Liam, un...

—Mi novio —lo interrumpo. Seguro que se sorprende, pero lo disimula muy bien.

—Conque Sean, ¿eh? —Me tenso al escuchar la voz de Steve. Se acerca y observa a Liam con burla. Su mirada recae sobre mí—. ¿A esto te dedicas cuando me llevo a tu madre? ¿Te traes a este tío para follar?

—¡Steve! —chilla mamá riéndose y dándole un golpe en el brazo—. No la avergüences.

Me siento tan humillada que no me atrevo a mirar a Liam. Solo quiero esconderme en mi cuarto y no volver a salir. Odio a este hombre. Con todas mis fuerzas. No soporto que mi madre no sepa ponerle límites. Creo que estoy a punto de echarme a llorar cuando, de pronto, una mano se posa delicadamente en mi cintura.

—En primer lugar, me llamo Liam. Y debería controlar la forma en la que habla a Maia.

El corazón se me desboca. Liam mira al hombre como si quisiera meterlo bajo tierra, pero él solo bufa riéndose, como si encontrase divertido que se haya atrevido a defenderme.

—Es como un perro con correa —comenta mirándome—. Seguro que es porque la chupas muy bien.

Entonces, lo noto. Lo mismo que veo en Charles y en ciertos clientes que frecuentan el bar; esa mirada que me provoca náuseas. Es como si estuviera imaginándome desnuda ahora mismo. O peor. Me tenso tanto que me duelen los músculos y el agarre de Liam se afianza sobre mi cintura. No obstante, no me muevo ni un milímetro. Quiere asustarme y no pienso permitírselo.

—Maia, ¿me ayudas con las cervezas? —interviene mamá.

Parpadeo para ocultar las lágrimas antes de mirarla. Sabe que el comentario de Steve ha estado fuera de lugar, pero no se lo recrimina. Como siempre, no hace nada al respecto.

El hombre lo considera durante un instante y, finalmente, asiente.

—Sé buena y ponlas a enfriar —me ordena antes de dirigirse a ella—. Te espero en la cama, nena. No olvides traerme cerveza.

—Claro —responde con una sonrisa.

Al pasar por nuestro lado, Steve choca a propósito su hombro contra el de Liam. Por fin se esfuma, pero no me muevo. No puedo pensar en otra cosa. Que haya vuelto a nuestras vidas solo significa que ni mamá ni yo estamos seguras en esta casa, y ella parece no darse cuenta.

Unos dedos se hunden ligeramente en mi cintura. Doy un salto al recordar que Liam sigue cerca de mí. Me aparto tan rápido como puedo, sobresaltada, y veo la confusión en sus ojos, pero no dice nada. Me obligo a tomar aire para no perder la compostura.

—Puedes esperarme en la habitación —le indico rogando por que no me tiemble la voz.

—No. Ve. Yo me encargo de esto. Solo son unas cuantas botellas —dice mamá a mi espalda, pero, cuando levanta la bolsa, veo que pesa, y entonces sé que trae muchísimas. Asiento no muy convencida, y ella sonríe a Liam—. Ha sido un placer conocerte. ¡Bienvenido a la familia!

No puedo más. Los rodeo y corro hasta mi cuarto. Liam le dice algo antes de seguirme. Entra detrás de mí y cierra la puerta. Se me llenan los ojos de lágrimas. No quiero que me vea llorar, de modo que me doy la vuelta y lucho por retenerlas, pero no soy capaz. Mierda, mierda, mierda.

Me aborda en el instante en que nos quedamos a solas:

—¿Estás bien? ¿Qué diablos ha sido eso?

—Nada —miento sorbiendo por la nariz—. Y sí, estoy bien.

Sin embargo, es evidente por mi aspecto que no es verdad. Intento esquivarlo para meterme en la cama, pero me agarra del brazo. Sus potentes ojos azules chocan con los míos.

—¿Quién es ese hombre, Maia? —pregunta serio.

Trago saliva.

—El novio de mi madre.

—¿Y por qué diablos deja ella que te hable así?

—No lo sé —contesto con la voz ahogada. No quiero romperme, así que intento restarle importancia—. Pero no pasa nada. No es para tanto.

No obstante, Liam no me escucha. Me suelta para acercarse a la puerta. Revisa el cierre y se vuelve a mirarme.

—No tienes pestillo —observa, y asiento muy a mi pesar—. Mierda, ¿no puedes cerrar la puerta con llave?

Suena tan preocupado que se me encoge el corazón.

—No.

—Mañana mismo compraremos uno. Yo instalé el de mi cuarto. Puedo apañármelas.

—No exageres —replico con la voz temblorosa—. No me pasará nada.

—Esta noche no, porque yo estoy aquí. Pero ¿y cuando no esté? —De pronto, se da cuenta de algo. Empalidece y continúa con cautela—. Maia..., ¿te ha hecho algo alguna vez?

La forma en que lo dice, como si no soportara imaginárselo, hace que se me agüen los ojos.

—No —respondo.

—No me mientas —me suplica—. Sé que no nos conocemos mucho y que no tienes por qué contármelo, pero déjame ayudarte. Por favor. Si acaso...

—No me ha hecho nada —insisto—. Nos ha levantado la mano un par de veces, pero nunca llega a nada. Solo grita y nos amenaza. Ya está.

—No le restes importancia. Sigue siendo peligroso.

Así es. Por eso analizo el rostro de mamá cada vez que vuelve de estar con él, solo para asegurarme de que está bien. Nunca he pensado en qué haría si algún día descubriese que la ha golpeado. ¿Llamar a la policía, quizá? ¿Ella se pondría de mi parte o de la de Steve?

—Puedo sobrellevarlo. No pasa nada —repito.

Liam niega con contundencia.

—¿No has visto cómo te miraba? Esto no me da buena espina.

—Estoy acostumbrada.

Mis palabras tienen un efecto en él. Es como si de pronto se diera cuenta de cómo es mi mundo. De lo miserable que es.

—Odio tener que decirte esto porque sé que no es justo, pero, mientras ese hombre duerma aquí, vas a tener que cuidar de ti misma. —Clava sus ojos en los míos—. Déjame instalar un pestillo en tu puerta. Solo para que puedas dormir tranquila.

Suena como una súplica, así que asiento. Y, después, un silencio sepulcral se instaura entre nosotros. Siento la intensidad de su mirada sobre mí. Incómoda, giro sobre los talones y echo un vistazo a la cama de Deneb. Como hay dos en la habitación, lo más lógico sería que Liam usara una de ellas, pero no soportaría ver a otra persona durmiendo en la de mi hermana. Y menos aún usarla yo.

—¿Te importa dormir en el suelo? Te daré mantas, una almohada y...

—Claro —responde sin hacer preguntas.

Intuirá que es una situación difícil para mí, porque cualquiera en su lugar se habría quejado. Saco mantas del armario y cojo un par de almohadones. Coloco todo en el suelo junto a mi cama. Liam me ayuda y, cuando acabamos, se sienta para quitarse los zapatos y dormir cómodo.

Camino hacia la otra punta del dormitorio para poner a cargar el móvil. Establezco una alarma para mañana a las ocho. No suelo levantarme hasta las nueve porque me basta con tener una hora de margen antes de ir al trabajo, pero con Steve y Liam aquí puede que me retrase y no quiero arriesgarme a llegar tarde. Mi jefe me mataría. Suspiro, me paso los dedos por el pelo y vuelvo a girarme.

El corazón me da un vuelco.

¿Era completamente necesario que se quitase la camiseta?

Noto la garganta seca. Liam se ha cambiado los vaqueros por unos pantalones del pijama de cuadros y está arrodillado frente a su maleta abierta mientras busca algo en ella. Por mi bien, espero que sea una parte de arriba. Mis ojos se clavan automáticamente en su cuerpo. Los músculos de su espalda se contraen al estar inclinado, y veo cómo ocurre lo mismo con los de sus brazos cuando tira de la parte superior de la maleta para cerrarla. Entonces se pone de pie y se da la vuelta.

Un solo vistazo a sus abdominales, a la uve que se forma en sus caderas, ya me hace tragar saliva.

Cuando sus ojos conectan con los míos, veo en ellos una mezcla de burla con algo más denso, más oscuro, que me cuesta identificar. El silencio se vuelve insoportable. Me sudan las manos. No sé qué diablos ocurre conmigo, pero, sea lo que sea, Liam lo ha notado.

Se pasa la camiseta por la cabeza y por fin vuelvo a respirar.

—¿Va todo bien? —Al menos, tiene la decencia de no burlarse de mí. La conversación que hemos tenido hace un momento sigue muy reciente.

Me apresuro a asentir.

—Apaga la luz cuando termines.

Me meto deprisa en la cama, me cubro con las sábanas y le doy la espalda. Intento sacarme su imagen de la cabeza, pero me resulta especialmente complicado teniéndolo en la misma habitación. Ojalá la situación fuera distinta. Si nos hubiéramos encontrado en una fiesta, por ejemplo, no habría dudado en acercarme. Nos habríamos enrollado y me habría olvidado de él, así de fácil. El problema es que no me parece un tío cualquiera. Un acercamiento más supondría entrar en terreno peligroso, así que, cuanto más lejos esté, mejor.

Al cabo de un rato, la habitación se queda a oscuras. Se mete en la cama que hemos improvisado en el suelo. Escucho su respiración, tan cerca y lejos al mismo tiempo. Justo cuando voy a cerrar los ojos, se enciende la luz del pasillo. Por la rendija inferior de la puerta veo que alguien se detiene frente a ella. Se oyen tres golpes suaves.

—¿Maia? —Es mamá.

El corazón me da un salto.

—¡Un momento! —exclamo. Casi me abalanzo hasta la otra punta del colchón, junto al que Liam también se incorpora aturdido—. Métete en la cama conmigo. Vamos.

Abre los ojos como platos.

—¿Q-qué?

—Se supone que eres mi novio. Muévete.

Vuelvo a girarme. Justo antes de que se abra la puerta, el colchón se hunde y su cuerpo se desliza junto al mío. Dejo de respirar. Liam me rodea con un brazo, se acerca y de pronto me veo envuelta en su calor. Pega el pecho a mi espalda y coloca una mano delicadamente sobre mi estómago, que se contrae de forma automática. Su respiración me roza la oreja. El corazón me va a estallar, pero al mismo tiempo siento una calma inmensa.

No llega a ser un abrazo, pero se asemeja, y no recuerdo cuándo fue la última vez que recibí uno.

—¿Maia? —Mamá asoma la cabeza y me incorporo un poco para mostrarle que estoy despierta. Enciende la luz y parece sorprendida al vernos tan juntos, pero finalmente sonríe. A mi lado, Liam se hace el dormido—. Solo quería asegurarme de que estabais bien. ¿A qué hora entras a trabajar mañana?

La mano de Liam se mueve sobre mi estómago, lo que hace que me tense por completo.

—A las diez —respondo con la voz ronca.

—¿Necesitas que Steve te acerque al bar?

Me tenso por completo.

—No. Iré dando un paseo.

—Entonces, será mejor que os deje dormir. Que descanses, cariño.

—Hasta mañana, mamá.

Se marcha y cierra la puerta. La habitación se queda a oscuras. Volvemos a estar a solas, pero Liam no se aparta.

Yo tampoco me muevo.

En su lugar, solo vuelvo a cerrar los ojos. Liam huele muy bien, igual que anoche; a una mezcla de vainilla. El calor de sus brazos me envuelve y me reconforta, y hace que olvide lo que ha pasado antes con Steve. Ojalá tuviera a alguien que hiciera esto conmigo todas las noches. Pero es mucho pedir. Eso implicaría abrir las puertas de mi vida y es algo que no puede pasar.

Me deslizo en la cama para alejarme. Liam aparta el brazo. Ahora parece que las venas se me congelan, pero me fuerzo a pensar en otra cosa.

—Gracias por seguirme el rollo antes —rompo el silencio.

Liam tarda un poco en contestar.

—No las des. Se nos da bien trabajar en equipo.

—Un favor por otro favor, ¿no?

Me parece oírle sonreír. Me tumbo bocarriba, como él, y miro las estrellas del techo.

—¿Por qué las pusiste? —pregunta tras unos segundos.

—Fue cosa de mi padre. Decía que cada estrella representaba una experiencia y lo que hacíamos con ella. Cada vez que una se caía, mi hermana y yo debíamos elegir si volver a pegarla o tirarla a la basura.

Se forma un silencio corto. Creo que nunca le he hablado sobre Deneb. Espero que pregunte, como hacen todos, pero simplemente dice:

—Cuando una se despega, es como si muriera, ¿verdad?

A veces me sorprende que se le dé tan bien pillar estas cosas. Lo miro de reojo.

—¿Alguna vez te has preguntado lo que ocurre cuando muere una estrella?

Liam duda y finalmente sacude la cabeza.

—La verdad es que no.

—Las estrellas transforman el hidrógeno en helio para brillar. Cuando ese hidrógeno se acaba y el núcleo solo es de helio, la estrella se vuelve más fría y más brillante. Hay una explosión. Se muere y sus restos originan una estrella de neutrones. A eso se le conoce como «supernova». Es una de las posibilidades. La otra es que aparezca un agujero negro. —Ni siquiera pestañeo—. A eso se refería mi padre. Nuestros malos momentos están representados por estrellas. Podemos elegir entre aprender algo de ellos, convertirnos en supernovas y volvernos mejores, o simplemente dejar que nos arrastren.

Creo que he presenciado demasiadas muertes de estrellas a lo largo de mi vida. La primera fue cuando falleció papá. La segunda, cuando Deneb sufrió el accidente. Y me da la sensación de que vivo una nueva cada día cuando la veo inconsciente en el hospital. A estas alturas, después de todo lo que ha pasado, no creo que las estrellas sean solo momentos. Creo que a veces son personas.

Y también creo que cada vez me parezco más a un agujero negro.

Me vuelvo hacia Liam.

—Puedes quedarte.

Él también gira la cabeza hacia mí.

—¿De verdad?

—Durante unas semanas, hasta que encuentres un apartamento. Pero dormirás en el sofá cuando Steve y mi madre no estén. Sobre lo del alquiler...

—Iremos a medias este mes. Sabes que no me supone ningún inconveniente.

Odio que hable así; me recuerda lo fácil que es conseguir ese dinero para él, pero no puedo culparlo. Además, ya no tiene sentido refugiarme en mi orgullo. Ha visto cómo son las cosas en mi casa.

—Está bien —cedo, y propone:

—También puedo cocinar.

—¿Y alimentarme a base de sándwiches durante dos semanas? No, gracias.

Aunque no lo veo, estoy segura de que sonríe.

—Aprenderé nuevas recetas. A fin de cuentas, voy a tener mucho tiempo libre. Has pasado de tenerme durmiendo en tu coche a que cocine para ti. No está nada mal, ¿eh?

Resoplo fuerte para que me oiga. Liam se echa a reír. Una sensación reconfortante me invade el pecho, pero me obligo a ignorarla. Entonces me doy cuenta de que planea volver a tumbarse en el suelo.

—No me importa que duermas en la cama —aclaro—. Es lo suficientemente grande como para que durmamos los dos y haya espacio entre nosotros.

Aunque sé que es una mala idea, también creo que es lo más considerado por mi parte. Tarda un segundo en procesarlo, pero después asiente y se acuesta con las manos tras la cabeza. Yo me arrastro disimuladamente hacia la otra punta del colchón.

—Sus deseos son órdenes —canturrea encantado.

Gruño y me cubro con las sábanas.

—Acércate un milímetro y te corto los huevos.

—¿Nunca te han dicho que eres un poco violenta?

Lucho por retener una sonrisa.

—Buenas noches, Liam.

Él mira las estrellas del techo antes de responder.

—Buenas noches, supernova.

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