Hasta que nos quedemos sin estrellas

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17. Provocarte

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Provocarte

Liam

Lo primero que hace Evan cuando responde a mi llamada es soltarme un educado:

—Pero serás cabrón.

—Veo que me has echado de menos —comento con una sonrisa burlona.

Él resopla. Estoy convencido de que, si me tuviera enfrente, ya me habría dado un puñetazo.

—¿Se puede saber dónde coño estás? Adam y Michelle no paran de llamarme para preguntar por ti. Les he dicho miles de veces que no tengo ni idea de dónde te has metido, pero piensan que te estoy cubriendo. Y seguramente lo haría si lo supiera. Pero no lo sé. Eres un desgraciado.

Aprieto los labios. No puedo evitar sentirme culpable por no haberme puesto en contacto con él durante las últimas semanas. Evan es mi mejor amigo. Sé que me apoyará en todas mis decisiones, tal y como ha hecho siempre. Creía que manteniéndolo al margen conseguiría que Adam lo dejara en paz, pero se ve que no ha sido de mucha ayuda.

—Lo siento —contesto—. Necesitaba alejarme de todo durante unos días.

Soy completamente sincero con él, y parece que eso hace que disminuya su enfado. Suspira.

—Es mejor que no estés por aquí, créeme. ¿Has entrado en internet últimamente?

—No desde que me fui. He tenido el móvil apagado.

—Sé que piensas que todo es un desastre, Liam, pero ahí fuera todavía hay gente que te apoya. Muchos de tus suscriptores han llegado a la conclusión de que ha tenido que pasar algo fuerte para que te hayas ido de YouTube y ahora te defienden con uñas y dientes cuando alguien te critica. Ponen tweets muy originales. Les he dado «me gusta» a los más graciosos.

Eso me toma por sorpresa. Noto una sensación reconfortante en el estómago, como de alivio, y enseguida me lo echo en cara porque todo eso ya no debería importarme.

—No deberías posicionarte —le recuerdo, y odio darme cuenta de que sueno igual que Adam.

—Venga ya. Somos amigos desde el instituto. Cualquiera que me conozca sabrá que estoy de tu parte. Si eso no les gusta, pueden dejar de seguirme.

Debería haber llamado antes a Evan. Me habría venido bien escucharlo hablar así hace unos días, cuando no tenía ánimos para levantarme del sofá. Leí algunos comentarios antes de venir a casa de Maia. Nunca me han importado los haters, pero de pronto pasaron de ser cien a ser miles y a desearme, entre otras cosas, la muerte. A decirme que solo me importa la fama y el dinero, que no los aprecio, que soy un niñato desagradecido. Y lo peor es que muchos tenían razón.

Sin embargo, también está ese otro lado de la balanza, que hasta ahora parece que no veía. Sigue habiendo gente de mi lado. Puedo contar con Evan, con muchos de mis suscriptores y con Maia.

—Puede que vuelva a YouTube —digo. No he dejado de pensarlo desde que lo hablé con ella en la cafetería—. No todavía, pero me lo plantearé cuando haya pasado un tiempo y esté preparado. Sin presiones y con mis reglas. Espero que todavía sigas queriendo grabar conmigo.

Evan finge pensárselo un momento y, cuando responde, estoy seguro de que sonríe.

—¿Y tener a toda una horda de haters llenando mis vídeos de comentarios y duplicando las visitas? Hecho. Voy a hacerme de oro.

—¿Problemas con la monetización? —me burlo.

Evan suspira dramáticamente.

—Algunos necesitamos ser adultos responsables y comer todos los días.

—He aprendido a poner la lavadora —menciono como punto a mi favor.

—¿En qué clase de hotel te obligan a hacer tu propia colada? —pregunta él. Me quedo en silencio, con los labios apretados, hasta que saca sus propias conclusiones—. Liam, no me jodas.

—Me debía un favor —argumento a toda prisa.

—De todas las personas que hay en el mundo, ¿has decidido irte con ella?

No suena enfadado, solo confundido. Y es entendible. Para Evan, Maia es la chica que vendió mi historia a la prensa y no dudó en traicionarme. No la conoce como la conozco yo.

—Llevo en su casa unas semanas. Es provisional. Dejará que me quede hasta que encuentre un apartamento. Vine porque sabía que aquí no me buscarían.

—Venga ya. Te conozco mejor que nadie. Si quieres engañarme, tendrás que buscarte una excusa mejor. ¿Duermes con ella?

—En el sofá —contesto, muy a mi pesar.

—Guau. Enhorabuena, Romeo, veo que todo va sobre ruedas.

—Podría ser peor.

—Desde luego. Conociéndola, me sorprende que no te haya hecho dormir en el suelo.

—No es tan mala como crees —replico. Por alguna razón, siento la necesidad de defenderla—. No tiene una vida fácil. Pero es una buena persona, Evan. Deja de ser tan arisca cuando empiezas a conocerla.

Y cuando se abre en banda, como hizo el otro día en la cafetería, cuando decidió hablarme sobre su hermana. La escuché divagar durante horas y eso me hizo entenderla mejor. Ahora sé por qué se sacrifica tanto, por qué tarda tantas horas en volver a casa y por qué siempre sigue adelante, aunque sienta que no puede más.

Es muy fuerte, aunque ella no sea consciente.

—Supongo que te has dado cuenta —dice Evan, y enseguida sé a qué se refiere.

—Sí. Me gusta. Ya lo sé.

—¿Se lo has dicho?

—Varias veces.

—Bien. No quiero volver a verte sufrir por una chica. —Vacila, y finalmente pregunta—: ¿Y Michelle?

—No hemos vuelto a hablar desde que me fui.

Al contrario de como ocurre con Evan, no me siento culpable al respecto. Si eso me convierte o no en una mala persona ya me da igual a estas alturas.

—Imagino que tampoco has tenido noticias de Max. —Se toma mi silencio como una respuesta negativa—. No me habla desde que rompiste con su novia en directo. Parece que sabe de qué lado estoy.

—Lo siento —respondo, y lo pienso de verdad.

Aunque los tres seamos buenos amigos desde el instituto, Evan siempre ha sido el «pegamento» que nos unía a Max y a mí. Él y yo no tenemos casi nada en común. Apenas hablábamos antes y nunca hacíamos planes juntos si Evan no estaba implicado. Cuando Max empezó a salir con Michelle, acabé alejándome todavía más de él. Evan siempre ha estado muy unido a ambos y odio que ahora tenga que posicionarse.

Sin embargo, debo admitir que, en el fondo, mi lado más egoísta se alegra de que me haya elegido a mí. Está bien saber que sigo contando con él, a pesar de todo.

—Eres mi mejor amigo, Liam. Creía que Max también lo era, pero se ve que tiene otras prioridades. Sabes que pienso que deberías haber roto con Michelle hace mucho. Quizá hacerlo en directo no fue lo más inteligente, pero fue lo que te salió en ese momento y está bien.

—Antes intenté hablar con ella. Le dije que no quería seguir con la farsa e insinuó que mis problemas eran estupideces. —Trago saliva. Odio darme cuenta de lo ciego que he estado—. Maia me dijo que los amigos de verdad no hacen eso, y creo que tiene razón.

—¿Maia dijo eso? ¿Sin meter ninguna amenaza de muerte de por medio? Guau.

Se me escapa una sonrisa. Ahora que lo pienso, sí que fue toda una sorpresa.

—Es buena persona, Evan —repito.

—Y se nota que se preocupa por ti, así que tiene mi completa aprobación.

—Nadie te ha pedido tu aprobación.

—Pero soy tu mejor amigo, así que darla es mi obligación. Aunque estaría bien que dejara de odiarme, por si quieres comentárselo. Así, como detalle.

—No prometo nada. Odiar a la gente es su especialidad.

—Y, sin embargo, le gustas tú. El mundo no deja de sorprenderme.

—Que te jodan.

—¿Entonces estás buscando un apartamento? —pregunta cambiando de tema.

Me inclino y vuelvo a encender la pantalla del portátil. Maia se ha ido a trabajar esta mañana temprano, como todos los días, y llevo desde entonces mirando ofertas por internet. He encontrado varias que me llaman la atención y, después de hacer varias llamadas, ya he concretado cita con los dueños para que nos veamos esta semana. Supongo que eso significa que podré llevarla al hospital para que visite a Deneb.

—Sí. Por eso te he llamado.

Antes de que pueda continuar, Evan se adelanta:

—Vaya, y yo que pensaba que era porque éramos amigos. No dejas de decepcionarme.

No cambiará nunca.

—Quería ofrecerte venir a vivir conmigo. A Mánchester.

Silencio.

—¿A Mánchester? —repite, como si aún no hubiera terminado de procesarlo.

—Sí.

—Pero no lo entiendo. Toda nuestra vida está aquí y...

—Por eso necesito irme. Esa vida me angustia y me frustra. Quiero cambiar de aires y hacer cosas que me hagan feliz. De pequeños siempre decíamos que nos iríamos a vivir juntos. ¿Por qué no hacerlo ahora?

—Liam —comienza muy despacio—, esto no tendrá nada que ver con Maia, ¿verdad? Porque, por muy bien que me caiga, me parece bastante apresurado que...

—No es por ella —lo interrumpo—. Quiero estudiar Comunicación Audiovisual en la universidad. Mis opciones son Mánchester o Newcastle. Echaré la solicitud para la matrícula para el año que viene. Mientras tanto, me mudaré a un apartamento para dejar de molestar a Maia y me apuntaré a algún curso de idiomas o algo así. Lo que sea con tal de estar ocupado. No hace falta que lo decidas ahora. Solo quiero que vayas pensando en ello.

De nuevo, la línea se queda en silencio. Aguardo inquieto. No tendría problemas en irme a vivir solo, pero me gustaría compartir la experiencia con Evan. No solo sería más fácil, también más divertido. Transcurren unos segundos hasta que lo escucho suspirar.

—Tendré que pedir el traslado en la facultad —dice, y sonrío.

—Merecerá la pena. He oído que en Mánchester hay muchas chicas guapas.

—Te lo acabas de inventar.

—En efecto.

—¿Maia no tiene alguna amiga que me puedas presentar? Tal vez así me convenzas.

En mis labios comienza a aparecer una sonrisa. No sé si Lisa estará soltera, pero podría preguntárselo a Maia. Seguramente se negará rotundamente cuando se entere de que quiero emparejarla con Evan, pero por probar no perdemos nada, así que le aseguro que lo pensaré y hablamos un rato más antes de colgar.

Cuando miro el reloj, son las seis pasadas. Maia ya debe de haber salido del trabajo, así que apunto la dirección de los apartamentos que visitaré, apago el portátil y salgo de la casa para empezar a poner mi vida en orden de una vez por todas.

Maia

Los días transcurren con tranquilidad. Cuando quiero darme cuenta, me he acostumbrado a que Liam me recoja del trabajo y vayamos juntos a Mánchester. Me deja en el hospital y se dedica a recorrer la ciudad para mirar apartamentos hasta que lo aviso de que he terminado. Me ha contado que tiene varias opciones, pero aún no se ha decantado por ninguna y una parte de mí espera que tarde un poco más porque no quiero que se vaya todavía.

Las cosas son más fáciles desde que está aquí, y lo odio porque no soporto que nadie me haga sentir de esa forma. Siempre me he valido por mí misma. Pero, ahora que Liam vive conmigo, Steve nunca se sobrepasa; nos suelta algunos comentarios, pero nada más. Después se encierra con mi madre en la habitación y yo entro con Liam en la mía. Le dejo mi cama y duermo en la de Deneb. Cuando nos despertamos a la mañana siguiente, ya se han largado. No sin antes arrasar con el frigorífico, claro.

De todas formas, ahora Liam también me acompaña a hacer la compra, y solemos asegurarnos de colocar mucha comida basura en las zonas más visibles para que Steve se la lleve y nos deje todo lo demás. Ahora que va a irse a vivir solo, necesita aprender a cocinar, así que me dedico a enseñarle durante toda la semana. Una noche hacemos pasta, otra le explico cómo hacer una tortilla y, cuando me propone que preparemos hamburguesas, casi hace que la cocina salga ardiendo y a mí no me faltan ganas de darle un sartenazo en la cabeza. Pero progresamos. Más o menos.

Lisa está muy emocionada con nuestra «noche de chicas» del viernes, así que no puedo negarme a ir cuando llega el día. Salimos juntas del trabajo y nos pasamos por el supermercado para comprar pizzas, bolsas de frituras y refrescos. Después vamos en su coche hasta su apartamento. Es pequeño, pero está cuidado y bien decorado. Dejamos las bolsas en la cocina y se quita los zapatos antes de tirarse en el sofá.

Yo estoy un poco tensa al principio. He renunciado a ir a ver a Deneb para venir y, además, hace casi dos días que no sé nada de mi madre. Tengo demasiadas cosas en la cabeza. Sin embargo, Lisa es muy convincente cuando se lo propone. Me lanza una bolsa de patatas fritas a la cara y me amenaza con poner una película porno a todo volumen si no empiezo a actuar con normalidad, y entonces no me queda más remedio que desconectar e intentar divertirme.

Nos pasamos la tarde viendo películas románticas de esas que son cursis y absurdas. Lisa se enfurruña cuando me burlo de la declaración de amor del protagonista y después se queja porque cree que jamás vivirá una historia como esa. Cuando llega la hora de cenar, hacemos las pizzas y esta vez deja que yo elija lo que vamos a ver. Por un momento pienso en escoger una de terror para torturarla, pero acabo poniendo otra de esas comedias románticas que tanto le gustan.

Para eso están las amigas, supongo.

No obstante, nos aburrimos antes de llegar al final y apagamos la televisión. Mientras Lisa va a encender la luz, yo aprovecho para revisar mis mensajes porque no he mirado el móvil en todo el día. Cuando veo que Liam me ha escrito, tengo que obligarme a no sonreír.

MÍSTER BORRACHO (ALIAS CAPULLO)¿Sigues viva? ¿Cómo va la tarde de chicas?

MAIABastante bien. Hemos visto Crepúsculo.

MÍSTER BORRACHO (ALIAS CAPULLO)Mi más sincero pésame.

MAIAPor tu bien, espero que nunca digas eso delante de Lisa.

MÍSTER BORRACHO (ALIAS CAPULLO)Avísame cuando quieras que te recoja. Y, por favor, intenta no hablar mucho sobre mis abdominales. Sería perturbador.

Ahora sí que sonrío. Menudo imbécil. Por mucho que me hubiera gustado quedarme a dormir, no quiero dejar solo a Liam en mi casa por si acaso vuelven Steve y mamá, por lo que agradezco que se haya ofrecido porque así no tendré que volver sola. Pero ¿el comentario sobre los abdominales? Venga ya.

Podría dejarle en leído, pero después me lo pienso mejor.

MAIANo puedo hablar sobre algo que no he visto.

—¿Cómo voy a encontrar al amor de mi vida si los personajes ficticios no son reales? —Lisa suspira dramáticamente y se deja caer en el sofá.

Bloqueo el móvil a toda prisa y lo dejo sobre la mesa. Que me tiemblen las manos es la prueba definitiva: soy patética. Puede que haga mucho desde la última vez que tonteé con un chico, pero no recuerdo que antes me pusiera tan nerviosa. Quizá es cosa de Liam o simplemente se debe a que estoy perdiendo práctica. Ojalá sea lo segundo, porque la otra opción me sacaría totalmente de quicio.

No me gusta que nadie me haga sentir de esta forma y, sin embargo, ahora no dejo de mirar el móvil. Espero que vibre con la llegada de un mensaje nuevo, pero no ocurre, y eso que Liam estaba en línea cuando he respondido. Mala señal.

—¿Maia?

Junto a mí, Lisa frunce el ceño. Suena preocupada.

Vacilo. Se supone que somos amigas, ¿no? Y las amigas hablan de estas cosas.

—¿Qué hago si creo que me gusta una persona que no debería gustarme?

Me siento de lado para mirarla. Lisa necesita un momento para procesarlo. Abre y cierra la boca un tanto sorprendida, y veo la confusión en sus ojos marrones.

—¿Quieres engañar a Liam?

—¿Qué?

—... Porque quiero que sepas que no voy a juzgarte —continúa sin escucharme—. Sé que te cuesta hablar de tus problemas y agradezco mucho que hayas decidido confiar en mí y creo que, si no te va bien con él, antes deberías...

—Liam es la persona que no puede gustarme —le explico, lo que la confunde aún más.

—Pero ¿no es tu novio?

Vale. Se me había olvidado ese detalle.

—Si te cuento una cosa, ¿me prometes que no se lo dirás a nadie? Y que no te vas a enfadar.

—Prometido. Me lo llevaré a la tumba —me asegura llevándose una mano al corazón.

Mi lado más racional me advierte que es una mala idea, pero el otro ansía desesperadamente un consejo. Creo que necesito hablar del tema y, si tengo que confiar en alguien, quiero que sea en Lisa.

—Liam no es mi novio. Se lo dije a Derek porque estaba harta de él y quería que me dejara en paz, y hemos seguido con la farsa desde entonces, pero no estamos juntos de verdad.

Al pronunciarlo en voz alta, me doy cuenta de lo absurdo que es. Echo un vistazo rápido a mi móvil, que aún no ha sonado. Joder. Me vuelvo hacia Lisa, que todavía asimila lo que acabo de decirle. Se deja caer sobre el respaldo del sofá trastocada.

—Guau —masculla, y me temo lo peor.

—¿Estás enfadada conmigo por haberte mentido?

Me sorprende lo preocupada que sueno. Ahora que por fin tengo una amiga, no me gustaría perderla por algo así. Por suerte, niega con la cabeza.

—No. Solo estaba pensando en cómo te mira Liam. —Oír eso me hace tragar saliva. Lisa clava sus ojos en los míos cautelosa—. Sabes que le gustas, ¿verdad?

—Creo que simplemente le gusta la idea de liarse conmigo.

No concibo otra alternativa. Mi vida es un desastre. No tengo ningún futuro, mi familia se ha roto en pedazos y no dejo de encontrar nuevos problemas que sumar a la lista. A nadie le gustan las personas que están rodeadas de caos. También me he descuidado mucho físicamente, pero supongo que sigo siendo relativamente guapa y que eso es lo que tanto lo atrae.

—¿Y qué tiene de malo? —repone encogiéndose de hombros—. Es simpático y está bueno. A por todas.

—No es tan sencillo.

—Sí que lo es. Cualquiera que tenga ojos en la cara vería la tensión que hay entre vosotros. A ti te gusta y tú le gustas a él, así que no veo el problema. ¿Qué es lo que te da tanto miedo?

—Todas las personas que han formado parte de mi vida han acabado yéndose de una forma u otra. No quiero que me vuelva a pasar —confieso. Me cuesta tanto hablar que ni siquiera puedo mirarla—. Supongo que me da miedo encariñarme y que después... se vaya y me haga daño.

«Pero creo que ya me he encariñado y sé que no tardará mucho en irse.»

No me atrevo a decirlo en voz alta. Ni siquiera sé cómo he sido capaz de contárselo a Lisa. Normalmente no hablo sobre mí ni sobre lo que me preocupa porque me avergüenza mi forma de ser. Ojalá no tuviera tantos miedos, pero no lo puedo evitar. Perdí a papá. A Deneb. Perdí a todas las amigas que tenía antes del accidente. Y también perdí a mamá. Durante estos últimos siete meses solo he estado yo.

Y entonces llegó Liam.

—Si tienes miedo a salir herida, siento decirte que es algo que una no puede controlar. No conozco a Liam tan bien como tú, pero sé que se preocupa por ti y dudo que tenga intenciones de hacerte daño. Si el destino quiere que salga de tu vida, ocurrirá de todas formas. ¿Por qué no aprovechar el tiempo hasta entonces?

—¿Así que tu consejo es que me líe con él? —concluyo intentando bromear.

—Mi consejo es que dejes de preocuparte tanto por el futuro y empieces a pensar en el ahora. Nadie dice que tengas que empezar una relación seria con él. Déjate llevar. Lidiaremos juntas con lo que ocurra después.

Ese plural en la última frase. Ese «lidiaremos» en lugar de un «lidiarás». Eso que implica que estará conmigo si las cosas se tuercen, o que al menos lo intentará si yo la dejo. Es lo que hace que me dé cuenta de que puede que no haya estado tan sola como creía. Puede que Liam tenga razón. Quizá sí que hay gente que se preocupa por mí y solo no he sabido verlo hasta ahora.

—Gracias —le digo con sinceridad. No solo por el consejo, sino porque me ha escuchado; porque ha cumplido lo que dijo y ha estado aquí para mí.

Ella niega y esboza una de sus bonitas sonrisas.

—No las des. Sabes que puedes contar conmigo. —He notado que lo repite mucho, como si quisiera asegurarse de que lo sé. Asiento y arquea las cejas de forma sugerente—. ¿Y bien? ¿Vas a darme detalles? No puedes dejarme con la historia a medias.

Me da un empujón suave para hacerme entrar en confianza. El ambiente se vuelve más informal y relajado, y de pronto me siento mucho más cómoda.

—¿Detalles? —pregunto, porque no sé muy bien a qué se refiere.

—¿Besa bien? ¿Os habéis acostado? ¿Tiene algún fetiche perturbador? Por favor, dime que no. Arruinaría totalmente la concepción que tengo de él y... no quiero saberlo. Bueno, sí que quiero saberlo. Por cierto, ¿no tendrá a ningún amigo cachas que me puedas presentar? También me vale si no está cachas. Pero al menos que sea rico. O majo. Preferiblemente las dos cosas.

Al parecer, la Lisa intensa que no para de hablar está de vuelta, y en el fondo lo agradezco porque me gusta mucho más escuchar. Le sonrío, esta vez de verdad. Estoy a punto de responder cuando mi móvil suena sobre la mesa. El corazón me da un vuelco y mi amiga se queda callada de repente. Trago saliva antes de cogerlo para ver la notificación.

MÍSTER BORRACHO (ALIAS CAPULLO) HA ENVIADO UNA IMAGEN

No puede ser.

—¿Es Liam? —pregunta Lisa emocionada.

—Es mi madre —miento.

No recuerdo cuándo me envió ella un mensaje por última vez, pero Lisa no conoce ese detalle, así que no me cuestiona. Solo suspira y se levanta del sofá para ir a la cocina. Sé que ha estado mal mentirle, pero seguramente habría insistido en ver la fotografía y no sabré si habría sido adecuado enseñársela hasta que la vea. Aprovechando que estoy sola, entro en nuestra conversación y pulso sobre la imagen.

Cargando.

No sé exactamente qué es lo que esperaba. Supongo que una foto de sus abdominales, cosa que, sinceramente, me habría hecho sentir bastante incómoda. Pero no es eso lo que acaba de enviarme y, cuando veo de qué se trata, me resulta imposible contener una sonrisa.

Es una fotografía de Taylor Lautner, el actor que interpreta a Jacob en la saga de Crepúsculo. Sin camiseta.

MÍSTER BORRACHO (ALIAS CAPULLO)Para que te hagas una idea, los míos son como esos. ;)

 

 

Unas horas después, le mando un mensaje a Liam para que venga a recogerme y me despido de Lisa con un abrazo antes de salir de su apartamento. Hemos seguido viendo la película y he tenido tiempo de pensar en lo que hemos hablado. Puede que tenga razón y deba tomarme las cosas con otra filosofía. Eso no implica que vaya a hacerlo ya o que sepa por dónde empezar. Iremos poco a poco. De momento, estaría bien que dejara de ponerme nerviosa cuando él está cerca.

Cuando salgo del edificio, el coche de Liam está aparcado en la puerta. Es blanco metálico y seguramente sea un modelo de alta gama, pero no reconozco la marca porque no entiendo mucho sobre estas cosas. Abro la puerta del copiloto y lo encuentro sentado frente al volante, con los rizos oscuros y elásticos enredándose por encima de sus ojos. Lleva unos vaqueros y una sudadera de color gris. Parece cansado, pero sonríe al verme.

Tomo asiento, intentando no mirarlo, y me concentro en ponerme el cinturón.

—Hola a ti también —comenta cuando no digo nada.

No es porque no quiera, sino porque, de nuevo, tengo los nervios a flor de piel. Me aclaro la garganta e intento actuar con normalidad.

—Hola —contesto.

Enciende el motor y maniobra para salir del aparcamiento. Necesito tranquilizarme, así que me distraigo mirando por la ventana. Sin embargo, no hay mucho que ver y me resulta muy difícil obviar el hecho de que Liam no deja de mirarme de reojo.

—¿Qué tal la tarde de chicas? —pregunta para romper el silencio—. ¿Preparada para la fiesta de mañana?

—¿Sinceramente?

Se ríe entre dientes, como si intuyera mi respuesta.

—Siento decirte que, te guste o no, voy a obligarte a ir.

—No, en realidad iba a decir que sí me apetece —confieso—. Me lo he pasado bien con Lisa. Puede que todo este tema de socializar no esté tan mal, después de todo.

Incluso a mí me sorprende lo sincera que sueno. Liam sigue observándome de reojo, así que giro la cabeza hacia él. Sus ojos azules chocan contra los míos y noto que se le achinan ligeramente cuando sonríe. No me había fijado antes y odio darme cuenta de lo mucho que me gusta.

Vuelve a mirar al frente satisfecho.

—Bueno, parece que mi plan va sobre ruedas.

—¿Tu plan?

—Pronto dejarás de ser una señora borde y amargada y te convertirás en una chica encantadora, dulce y simpática. De nada.

—¿Quieres que te estampe la cabeza contra el volante?

—¿Volvemos con las amenazas? Vamos, Maia, así no vamos a progresar.

—Que te jodan.

—Si tantas ganas tienes, hazlo tú.

Cuando nota que lo miro, sonríe ampliamente, muy atento a mi reacción. Por un lado, me gustaría seguirle el juego y sorprenderlo, porque esto se me da mucho mejor que a él, pero por otro estoy absurdamente cabreada por el mero hecho de que Liam respire, exista y vaya en este coche conmigo. Al final termino cruzándome de brazos.

—Para el coche. Me voy andando —le ordeno, y, como es evidente, no me hace caso.

—Vaya, veo que hoy estás especialmente dramática.

—Y tú especialmente gilipollas.

—No te enfades. Solo quería relajar el ambiente. —Destenso los hombros y niego para que sepa que no tiene que disculparse. Nuestra dinámica es así: él me toma el pelo y yo me enfado, pero nunca va en serio—. Quería hablar contigo sobre una cosa. Creo que te hará ilusión.

—¿Has encontrado un apartamento al que largarte por fin? —sugiero con tono irónico, sin mirarlo.

—Sí. He firmado el contrato esta mañana.

La realidad me cae encima como un cubo de agua fría.

Sé que tenía varias opciones y supuse que tardaría unos días más en decidirse. O quizá incluso algunas semanas. No esperaba que fuera a ocurrir ya. Trago saliva y, cuando me vuelvo a mirarlo, siento una presión muy incómoda y dolorosa en el pecho.

—¿Así que te vas? —Intento no mostrarme afectada, pero me cuesta horrores.

—He pagado un adelanto del alquiler. Podré mudarme la semana que viene. Sé que no te entusiasma la idea de que viva contigo, así que he hecho todo lo posible por agilizar el proceso.

Asiento, como si nada, aunque me duele. ¿De verdad es eso lo que piensa? ¿Cree que no soporto que viva conmigo, que no quiero que se quede o que estaré mejor sin él? ¿Cómo no iba a pensarlo si es lo único que le dejo ver? Todo es culpa mía. Las personas a las que aprecio se marchan y se alejan, y es siempre culpa mía. Ocurrió con mis antiguas amigas, con mamá y ahora también con Liam.

—Me alegro por ti —digo, porque, aunque duela, es la realidad—. Estoy segura de que este es el primer paso para que tengas la vida que realmente te hará feliz.

Sigo con los brazos cruzados y evito su mirada a toda costa. Liam se toma unos segundos para responder.

—Yo también —concuerda finalmente.

Silencio. Dentro de unos minutos llegaremos a mi casa. Quizá sea una de las últimas noches que duerma allí. Y entonces no tendrá más razones para seguir en contacto conmigo. Ni para llamarme o escribirme. He intentado con todas mis fuerzas mantenerlo fuera de mi vida por miedo a esto, y acabaré sufriendo las consecuencias de todas formas.

—Liam.

Él me mira de reojo.

Dudo antes de añadir:

—¿Seguiremos siendo amigos cuando te vayas?

Quizá no tendría que haberlo preguntado. Acabo de demostrarle que voy a echarlo de menos, vale, ¿y qué?

—Yo tenía unas expectativas un poco diferentes, pero, si es lo que quieres, está bien.

—¿Qué clase de expectativas? —pregunto.

Deja de atender a la carretera durante un segundo para mirarme. Se sorprende al ver que voy en serio.

—Vamos, Maia, estoy seguro de que ya lo sabes.

—Sí, pero necesito que lo digas.

—¿Por qué?

—Porque puede que yo me sienta de la misma manera.

Directa y sin rodeos. Lisa tiene razón. Debería dejar de preocuparme por el futuro y centrarme en el ahora, justo en este momento, en el que vamos los dos en su coche y Liam sigue aquí. No tengo por qué atarme ni pensar en algo a largo plazo. Puedo dejarme llevar.

—¿Cómo te sientes, exactamente? —pregunta con cautela.

Aunque seguro que lo he sorprendido, lo disimula bien. Habla como si temiera asustarme y que vuelva a cerrarme en banda, y no quiero que me vea de esa forma. Yo también tengo confianza en mí misma. También puedo actuar con seguridad. Así que decido empezar a demostrárselo.

—Si lo digo ahora, ¿pararás el coche para besarme?

Al escucharlo, Liam sonríe.

—Es una de mis opciones.

—¿Cuál es la otra?

—Esperar y hacerlo cuando estemos a solas en tu casa.

Sus ojos conectan con los míos y me provocan un hormigueo. El ambiente comienza a caldearse.

—Eres muy optimista si crees que podrás aguantar tanto —comento reacomodándome en el asiento.

—Sería mucho más interesante esperar a que te lances tú.

—Eso no va a pasar.

—Vamos, Maia, sabes lo bien que se me da provocarte.

—Acorralarme contra una encimera no es provocarme.

—Pero no puedes sacártelo de la cabeza —atisba con esa media sonrisa.

No, no puedo. Aunque no se lo digo. Recrear ese momento en mi cabeza, en el que se acercó tanto que casi me robaba el aire, hace que me suden las manos. Me aclaro la garganta e intento llevarme la conversación a mi terreno.

—No es necesario tocar para provocar de verdad —contesto.

Liam amplía su sonrisa.

—Yo no te toqué.

—Tampoco hay que moverse.

—¿Y tú sabes hacerlo? —Me mira de reojo, repentinamente intrigado—. Lo de «provocar de verdad».

—Claro que sé. Mucho mejor que tú.

—Demuéstralo, entonces.

Escondo una sonrisa y cruzo las piernas sobre el asiento. Liam toma un rodeo para que tardemos más en llegar a mi casa. Quiere darme unos minutos de ventaja, que es justo lo que necesito.

—Hoy Lisa y yo hemos hablado sobre nuestros exnovios —comienzo, y él hace una mueca.

—Siento decepcionarte, pero hablar sobre Derek no va a ponerme cachondo.

—He tenido más aparte de Derek. Y no va por ahí. —Me anima a continuar—. Me ha contado que su último novio tenía unos fetiches un poco... perturbadores. Y después hemos hablado de ti.

—Prométeme que no te has inventado que me gusta chupar pies o algo así.

Parece tan horrorizado que se me escapa la risa. Es una pena que no se me haya ocurrido a tiempo, la verdad.

—No —respondo—, pero me he dado cuenta de que no sé nada sobre ti en ese sentido.

Silencio. Liam me mira de soslayo, como si quisiera averiguar lo que pasa por mi cabeza.

—Ya sé por dónde vas.

—Pues habla —respondo yo.

—¿Quieres saber lo que me gusta hacer en la cama?

—Sí. Y quiero contarte lo que me gusta hacer a mí.

Cuando noto que me observa, junto las cejas desafiándole. Liam aprieta el volante con las dos manos. A juzgar por lo blancos que tiene los nudillos, está más alterado de lo que quiere hacerme creer.

Quiera o no, voy a ganar por goleada.

—Bien. Yo empiezo —dice, y hace una pausa antes de añadir—: Me ponen los besos.

No sé qué esperaba, pero definitivamente no era eso. Consigue despertar mi curiosidad.

—¿Los besos? —indago.

—Me pone el hecho de besar a la otra persona. De hacerlo bien y de que ella sepa cómo me gusta. No me imagino el sexo sin besos. —Al notar que no respondo, pregunta—. ¿Tú sí?

—¿Yo?

—¿Te gusta besar? —insiste muy atento a mi reacción.

—Depende de a quién.

—Vale, estoy de acuerdo.

Nueva inseguridad desbloqueada. Genial.

Pero ya nos hemos besado una vez. Y estoy convencida de que le gustó, porque no tendría tantas ganas de repetir si no hubiera sido así. De pronto, me invaden los recuerdos de esa noche, cuando me acorraló contra la pared y presionó su boca contra la mía. El calor se me extiende por el vientre. Bien. Mi turno.

—A mí me pone que me agarren del cuello.

Liam está a punto de dar un volantazo que casi nos manda al otro barrio.

Por un lado, estoy consiguiendo lo que me proponía, pero por otro siento que el corazón me va a toda velocidad. Aguardo en silencio hasta que es él quien habla.

—¿Lo has probado alguna vez?

«Podría probarlo ahora mismo. Contigo.»

—Solo una —contesto—. Fue bastante decepcionante, pero no pierdo la esperanza.

—¿Qué te hace pensar que la siguiente será mejor?

—Que tienes las manos grandes.

Echo un vistazo a cómo sus dedos se aferran al volante. Cuando nota que lo observo, Liam se aclara la garganta tenso, y se tira del cuello de la sudadera. De nuevo, hago esfuerzos por no sonreír. Parece que alguien empieza a tener calor.

—Tu turno —canturreo alegremente.

Se toma un momento para pensar en cómo devolvérmela, y entonces dice:

—No me gusta la rutina, así que me pone la idea de cambiar de lugar. Y hacerlo en la ducha, por ejemplo. No sé. Hay muchas posibilidades.

En cuanto lo escucho, se me pasan muchas imágenes por la cabeza, y ninguna de ellas es de ayuda cuando intento no parecer afectada. Me recoloco en el asiento inquieta.

—¿Lo has hecho en la ducha alguna vez? —le pregunto.

—No, pero me gustaría. ¿Tú?

—Tampoco. Aunque me gustaría más hacerlo en un jacuzzi o algo así.

—Apuntas alto, ¿eh?

—¿Vas a decirme que no tienes un jacuzzi?

Lo pregunto a conciencia y, en efecto, se le borra la sonrisa.

—No, sí que tengo uno.

Ahora soy yo la que no para de sonreír.

—¿Qué más? —insisto, porque quiero seguir escuchándolo. Creo que es mi turno, pero Liam responde de todas formas.

—Me gustan los besos en el cuello.

—Interesante. —Tomo nota mentalmente.

—No tanto. Son el punto débil de todo el mundo.

—A mí me interesa lo que te gusta a ti.

La tensión que reina en el ambiente hace que me cueste respirar. En sus ojos, que ahora parecen más oscuros, veo algo que me reactiva por dentro.

—Cualquiera diría que estás deseando abalanzarte sobre mí, Maia.

—Aparca el coche y lo comprobamos, Liam.

Justo en ese momento, entramos en mi barrio. Él no se hace esperar. Estaciona a unos metros de mi casa, en una zona cubierta por árboles adonde no llega la luz de la farola más cercana. Me desabrocho el cinturón, Liam echa su asiento hacia atrás y me agarra de la muñeca para atraerme hacia sí. Cuando quiero darme cuenta, estoy sentada a horcajadas en su regazo con el corazón latiéndome en los oídos.

No puedo respirar. Siento la firmeza y el calor de su cuerpo bajo el mío. Me levanto ligeramente sobre mis rodillas para acercarme a su rostro, hasta que mi boca casi roza la suya. Es aún más atractivo de cerca, sobre todo ahora, cuando me mira así. Llevo una mano a su mejilla para atraerlo hacia mí, hasta que casi me besa, mientras las suyas se trasladan a la parte trasera de mis muslos. Continúan subiendo hasta que me agarra el culo.

—Capullo —siseo, aunque me cuesta no sonreír.

—He aprendido a no desperdiciar ninguna buena oportunidad. —Se queda en silencio esperando, y sube la mirada cuando me ve juguetear con uno de sus rizos—. ¿Y bien? —pregunta con la voz un tanto ronca.

Bajo la vista hacia su boca.

—Eras tú el que decía que iba a besarme.

—He decidido esperar hasta que te lances tú.

Me trago una sonrisa. Esto me gusta.

—Sabes que eso no va a pasar.

—Pareces muy segura.

—Lo estoy. Tú caerás antes.

—¿Crees que soy el que tiene menos fuerza de voluntad?

No voy a echarme atrás, así que no rompo el contacto visual. Sus manos suben lentamente hasta colarse en el interior de mi camiseta. Cuando su piel toca directamente la mía, siento un hormigueo por todo el cuerpo. Me recorre la espalda con movimientos ascendentes, rozándome solo con las yemas de los dedos, sin dejar de mirarme. En cuanto alcanza el broche de mi sujetador, el estómago se me encoge por la anticipación.

Pero no hace nada más. Solo sonríe y deja la mano justo ahí, porque es consciente de que es lo único que necesita para cortarme la respiración.

—¿Has cambiado de opinión? —susurra con esa sonrisa burlona.

—No.

—Puedo probar más cosas.

A este paso, no voy a salir cuerda de aquí.

—Adelante —respondo de todas formas.

Solo con ver su expresión, ya sé que esto va a resultarme muy difícil. Me pone las manos en las rodillas y, de nuevo, notar su calor, aunque sea por encima de la ropa, me provoca un escalofrío. Deja que recorran mis piernas con lentitud, mientras sus pulgares me presionan la cara interna de los muslos. Mi estómago se me contrae y noto lo mucho que mi cuerpo ansía más contacto. Que lo haga mirándome a los ojos provoca que mis sensaciones se multipliquen.

Vale, puede que esto también se le dé bastante bien.

—¿Segura? —insiste, y decido que ese tono ronco va a acabar conmigo.

—¿Es lo mejor que tienes?

—El resto lo reservo para cuando hayas caído.

—En ese caso, me toca a mí.

Puede que haya estado a punto de ceder, pero se me ha ocurrido algo mucho mejor.

Me inclino para pegarme a su cuerpo y Liam me pone las manos en la cintura. Yo también quiero tocarlo, así que dejo que las mías se cuelen por debajo de su sudadera. Acaricio sus abdominales sin romper el contacto visual y siento cómo sus músculos se contraen bajo mis dedos. Cuando acerco mi rostro al suyo, Liam entreabre los labios creyendo que estoy a punto de besarlo. Lo torturo esperando un poco más, dejo que me vea sonreír y después presiono la boca contra su mandíbula.

—Cabrona —masculla al imaginarse mis intenciones.

—He aprendido a no desperdiciar una buena oportunidad —susurro sin dejar de sonreír.

Le doy otro beso, esta vez un poco más hacia la derecha. Liam se tensa por completo. Me clava los dedos en la cintura, buscando algo de control sobre la situación. Mientras tanto, yo continúo recorriendo las líneas que perfilan su mandíbula, y finalmente bajo hasta su cuello. Reparto besos húmedos y lentos, y me doy cuenta de lo mucho que me gusta ver cómo reacciona. No tardo en notar que aumenta la dureza dentro de sus pantalones.

Quiero un poco más, así que presiono los labios contra su piel y succiono lo justo. Mañana tendrá una bonita marca en el cuello que le recordará este momento y cómo lo dejé con un terrible dolor de huevos.

Cuando me alejo, Liam abre los ojos confundido.

—Tendrías que haberme besado tú —hablo mientras maniobro para levantarme.

No espero a que conteste. Solo abro la puerta y salgo del coche.

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